El amante alemán
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El amante alemán

  1. 192 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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El amante alemán

Descripción del libro

 " Amigo mío, ha pasado casi un mes desde mi regreso y este es el primer momento que encuentro para sentarme a escribirte unas líneas. Eso sí, te he pensado todos los días".
1981. Fernando viaja desde La Habana a Berlín Oriental en plena Guerra Fría y anota cada experiencia en un diario amarillo que guarda con celo junto a una serie de fotografías.
2014. Julio llevaba cinco años sin pisar Cuba, su tierra natal. En el vuelo que le conduce de regreso a Madrid, la ciudad en la que ha decidido instalarse, conoce a Sebastian, un atractivo berlinés cuya película preferida es La sirenita y del que se enamora sin remedio.
3 de septiembre de 1989. Un avión de la compañía Cubana de Aviación con destino Colonia se estrella cerca del aeropuerto de La Habana sin dejar supervivientes. Un accidente que marcará el destino de todos los personajes.
El amante alemán, primera novela del poeta y narrador Julián Martínez Gómez, es un libro que divierte, emociona y sorprende en cada página. A través de dos historias paralelas que trascienden el espacio y el tiempo, 'El amante alemán' habla de la distancia, de la familia, del retorno a los orígenes y, sobre todo, del amor: un amor sin límites capaz de vencer cualquier adversidad.

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Información

Editorial
Dos Bigotes
Año
2017
ISBN del libro electrónico
9788494682414
Edición
1
Categoría
Literatura
Batido de mamey
Madrid-La Habana-San Cristóbal
Junio de 2014
¡Eso está mamey!
1
No puede ser. Cubana de Aviación, las puertas de Cuba al mundo, justo hoy se retrasa siete horas en la salida. Dicen que nos van a meter en el Meliá Barajas y que nos van a dar de comer, cosa que no comprendo cuando no vamos a pernoctar. Que ni se crean que yo no voy a poner reclamación porque me lleven a un hotel cinco estrellas y me llenen la barriga con un bufet libre. Llevo cinco años sin volver, cinco años, y cuando uno lleva cinco años sin volver, si en el billete pone que salimos a las 14:45, es a esa hora y no a otra a la que uno quiere verse atravesando el finger. Pero, después de arrastrar tres maletas como tres angustias en la cola infernal de facturación, te dicen con una sonrisa que la hora estimada de salida del vuelo son las 21:00.
Me acaba de llamar un amigo y estoy más tranquilo. Me ha dicho que me calme, que si el vuelo se retrasa más de cinco horas me tienen que devolver íntegro el dinero del billete. Si es así, me va a salir el viaje gratis. Del lobo un pelo. Vamos a respirar entonces.
Ya estamos de regreso en el aeropuerto. La habitación muy bonita y luminosa, pero no pude descansar nada por los nervios. Por lo menos comí algo, que luego allá arriba, a nueve mil pies del suelo, se pasa un hambre de altura. ¡Qué ganas de llegar! A ver si puedo irme unos días a la playa, volver a ver a los amigos y luego ir a San Cristóbal a ponerle flores a papá. Acaban de llamarnos por megafonía a la puerta de embarque. Julio, respira, no pasa nada, ya estás aquí. Aguanta por lo menos hasta aterrizar en el José Martí. Nada, pal carajo, ya estoy llorando otra vez. Pues a darle rienda suelta, que esto del regreso no se vive todos los días. Ya en el asiento del avión que está a punto de coger pista, saco del bolso de mano una tira de diazepam antes de meterlo en el locker. Si sigo con estos nervios me espanto uno de 5 miligramos y me pido una cerveza o dos, a ver si logro dormir algo en el trayecto. Me acaba de pasar por al lado un muchacho rubio precioso. Por cierto. ¿Será temporada de mamey? ¡Qué ganas tengo de tomarme un batido de mamey bien frío y espeso! ¡Ojalá y sea!
¡En casa de los mameyes!
2
Llevo una semana y ya he puesto a funcionar la casa. Volver. Volver a los amores que permanecen. Han venido los amigos de siempre a visitarme. Parece que no me he marchado nunca. El cariño sigue intacto. Desde las dos latitudes jamás aconteció el olvido. Faltan los que ya no están. Los que como yo se han ido lejos a Nueva York, Alemania, Suiza, Italia, Perú, Miami. Qué importa dónde. Hay que irse. Todos nos vamos para volver sin remedio como buenos hijos de nuestra generación.
Haciendo limpieza en las gavetas de la cómoda me encontré las fotos del viaje a Alemania de papá. Las he guardado en la maleta para llevarlas conmigo a Madrid. Busqué el diario, pero no apareció. Removí todo el apartamento. No estaba por ningún lugar. Me dio un sentimiento. Creo que voy a adelantar el viaje a San Cristóbal. ¿Cómo estarán mis tías? Los Quemados sigue exactamente igual que cuando me fui. Aquí hasta el cielo parece más mudable. Bueno, la casa de Clarita la han pintado de rosa chicle y azul piscina. La hija la vendió hace poco. Yo no quiero vender este piso por nada del mundo. Aquí permanecen demasiadas cosas. Adonis, el muchacho de la casa de al lado, se casó con una holandesa y se fue hace tres años. Iluminada permutó su apartamento por dos cuartos pequeños en Centro Habana poco después de yo viajar a España. Resulta que encontró a su marido Néstor enseñándole su equipo nuevo de sonido de alta fidelidad y lo que no es el equipo a una muchacha vestida con uniforme de preuniversitario. Sole se murió de un infarto el año pasado. ¡Cómo sufrió esa mujer! Nunca superó lo de su hijo. Lacho envejece estacionado frente al parqueo, que ahora lo ha convertido en almacén de materiales de construcción. Debe de tener ya casi ochenta años y sigue fumando y bebiendo ron como un adolescente. Jorge finalmente vendió las piezas de su Fiat Polski 126 y se ha comprado un almendrón verde coronado con la palabra TAXI. Ya me dijo que, si necesitaba moverme a algún sitio, él me cobraba más barato por ser yo. Igual le digo que me lleve a Pinar.
3
Miro por la ventanilla. Recuerdo la emoción que sentía montado en la parte trasera de un camión acompañando a papá a hacer trueques al campo para traer comida a la casa durante el «período especial». ¡Qué aventura aquel viaje del ventilador-lámpara! Papá había ahorrado un dinero con el que había comprado un ventilador de pie que, a la altura de la garganta, tenía un bombillo que se encendía accionando un botón rojo que estaba justo encima de la tercera velocidad. Aquello era el último grito en La Habana. Pero nosotros nos refrescábamos con dos buenos ventiladores de mesa, rusos, de esos que no tienen muerte, así que el destino de aquel moderno abanico de plástico y aluminio con luz en el gaznate era ser cambiado por comida, por mucha comida en algún caserío cercano a San Cristóbal. No se me olvidará en la vida cuando llegamos a la casa de aquellos guajiros. Miraban a mi padre como si fuera un mago de feria. Cuando entró en la casa y conectó el artefacto, lo hizo rugir, echar aire y, por último, como si fuera el truco final de un gran espectáculo, accionó el botón rojo y ¡voilá!, se hizo la magia, los ojos de aquella gente no salían de su asombro. Regresamos a La Habana con cinco pollos muertos y pelados, diez libras de arroz, diez libras de frijoles negros, un pernil de puerco y dos gallinas ponedoras vivas que garantizaban mínimo dos o tres huevos diarios. Lo de las gallinas no le hizo mucha gracia a mamá que, mientras estuvieron poniendo huevos, las soportó como pudo. Yo les puse Ruth y Raquel y me encariñé con ellas. Pero Ruth y Raquel dejaron de poner huevos y fueron directas al caldero junto a unas cuantas mazorcas de maíz tierno. Yo fui incapaz de comer ese día.
4
Llegamos a las diez de la mañana a San Cristóbal. Le doy 25 CUC a Jorge y le pido que me venga a recoger temprano al día siguiente. Atravieso el parque central del pueblo con su iglesia amarilla, su flamboyán. Camino sin pérdida hasta la casa de mi tía Carmen. Mi prima Arasay está sentada en el portal, en el mismo sillón donde yo peinaba a la abuela después de su baño matutino, con el pecho flaco cubierto de polvos talco, desde donde el aire subía lento para hacer vibrar sus cuerdas vocales al compás del crujido del mimbre y de los arcos de madera de la mecedora en el suelo. Junto al palmar del bajío, yo tengo un bohío cubierto de flores, para la linda trigueña con quien mi alma sueña, si sueño de amores. Quiero platicar contigo, debajo del cocotero, para que tú sepas, linda, guajira mía, cuánto te quiero, cantábamos la abuela y yo en nuestro ritual del peine. Ahora la abuela no se levanta de la cama, ni canta, ni habla. Ahora la abuela no me recuerda. Olvidó la última canción que se sabía y mira al techo debajo del mosquitero con la boca abierta.
Según me acerco, veo que mi prima frunce el ceño, s...

Índice

  1. Jarabe de flor de majagua
  2. Berliner Pfannkuchen
  3. El accidente
  4. Batido de mamey
  5. Columna vertebral
  6. Diario amarillo
  7. Chocolate con churros
  8. El vaso de agua
  9. Madre
  10. Zwiebelkuchen
  11. Carta primera
  12. Carta final
  13. Koniec
  14. Recetas