CAPÍTULO 1
MISIONEROS Y EXPATRIADOS
Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura.
Marcos 16,15 (lema de la South American Missionary Society)
MISIONEROS EN EL LEJANO SUR
La historia de la expansión de la Iglesia Anglicana, una de las creaciones de la Reforma protestante del siglo XVI, fuera de Inglaterra fue en sus inicios paralela a la de la expansión comercial y colonial británica. Los primeros ensayos de una organización anglicana extrainsular ocurrieron en las colonias norteamericanas durante el siglo XVIII. En un intento por retener dentro de la Iglesia oficial a parte de la masa de migrantes, el Parlamento otorgó fondos para el mantenimiento de clérigos anglicanos y se destinó una parte de la tierra de la Corona en cada condado al sostén del culto. La Society for the Propagation of the Gospel (SPG) y los fieles, actuando a través de las asambleas locales, recaudaron el resto.
Lentamente, otras colonias fueron incorporándose a este proceso. La primera diócesis anglicana en el hemisferio sur fue la de Calcuta, en 1814. Se esperaba que el nuevo obispo otorgara sus cuidados religiosos y educativos a los británicos residentes, y que pusiera bajo su control a los misioneros que ya por entonces operaban en la zona y que a menudo entraban en conflicto con las autoridades coloniales. Como regla general, hacia fines del siglo XVIII y principios del XIX, la preocupación oficial por la provisión de servicios religiosos solía ser baja cuando el control político era fuerte y la población y los recursos, bajos. Pero a mayor población, y a mayor nivel de conflictividad, se esperaba que la instalación de la Iglesia oficial, con el mismo estatus privilegiado que poseía en Inglaterra, resultara un apoyo para el sistema colonial (Porter, 2001).
El fin de las guerras napoleónicas, en 1815, aportó un nuevo clima a la política y a la economía británicas. La primera potencia industrial del mundo extendió a lo largo del siglo XIX su poderío en diversas zonas del globo. Otros países europeos siguieron por este camino, en lo que en las últimas décadas del siglo XIX se transformó en una carrera imperialista. Una de las caras de este proceso consistió en la globalización del protestantismo, que tuvo en el XIX su gran siglo misionero. África, la India, China y también América Latina se convirtieron en los destinos soñados de una multitud de predicadores militantes y aventureros, decididos a hacer oír su verdad religiosa a aquellos pueblos que hasta entonces habían estado “privados” de ella y que ahora habían sido puestos a su alcance “por la gracia divina”. En esta empresa, parte esencial de la “carga del hombre blanco”, civilización y religión se vieron inextricablemente ligadas en la mente de casi todos los involucrados.
Sin embargo, entre la expansión religiosa a través de misioneros y el Imperio británico como poder político no hubo una conexión directa. De hecho, la Iglesia Anglicana no se dedicó institucionalmente al esfuerzo misionero hacia los “infieles” hasta las décadas de 1820-1830. La exploración de nuevos territorios y el establecimiento de nuevas congregaciones entre los pueblos colonizados solía correr por cuenta de sociedades misioneras creadas y mantenidas por particulares, en las que se asociaban laicos y eclesiásticos, apoyados en una variedad de Iglesias de corte evangélico. Cuando a ellas se sumaron sociedades anglicanas, estas a menudo se alinearon con el partido evangélico dentro de la Iglesia (Low Church), por lo que no necesariamente respondieron con gusto al mandato de los obispos. De hecho, a menudo las sociedades, anglicanas o no, creaban una estructura paralela a la de la Iglesia oficial, y tendían a responder solo a la autoridad de sus centrales metropolitanas, desafiando la organización en diócesis y la jerarquía de los obispos, que eran nominados por el gobierno y solían responder a la tendencia de la High Church. Estas tensiones se extendieron al incluir las demandas de los conversos, en su doble rol de cristianos iguales y súbditos conquistados, quienes reclamaron desde obispos locales e iglesias propias a igualdad de acceso a posiciones de liderazgo eclesiástico dentro de las iglesias a las que asistían los conquistadores europeos (Jacob, 1997).
Por regla general, las sociedades hacían profesión de no involucrarse con la política, el gobierno colonial o los intereses comerciales, ya que su ambición consistía en la creación de parroquias con un pastorado y una feligresía locales, y fondos independientes de la Iglesia de Inglaterra, aunque nada de esto resultaba tan fácil de lograr en la práctica cotidiana. Los misioneros a menudo se encontraban en la necesidad de comerciar para sobrevivir y precisaban cultivar sus relaciones con los gobernadores, que eran quienes licenciaban a los clérigos en ausencia de los obispos.
Por lo tanto, la Iglesia Anglicana, en tanto que Iglesia oficial del país con mayor desarrollo colonial, se expandió junto con el Imperio por medio de una lógica compleja, que involucraba los intereses estatales, eclesiásticos y privados, siendo estos últimos tanto industriales como comerciales y religiosos. En este avance pueden distinguirse dos tipos de áreas, definidos tanto por el estatus religioso que se les acordaba como por la consiguiente estrategia de expansión que se solía emplear. En zonas que eran consideradas aún no cristianizadas de África, la India o China, se utilizaban las misiones directas y la prédica en el idioma local. En las zonas urbanas que ya se consideraban cristianas o donde por lo menos había acceso fácil a la enseñanza religiosa, al igual que entre los marineros y los barrios bajos de Londres, se recurría fundamentalmente al reparto de Biblias y a las escuelas dominicales, como forma de promover una mayor conciencia y preparar el camino a la conversión personal. En este tipo de menesteres descollaban las sociedades bíblicas, como la British and Foreign Bible Society (BFBS, fundada en 1804) y las educativas, como la British and Foreign School Society (nacida en 1808 como Society for Promoting the Royal British or Lancasterian System for the Education of the Poor).
Cuando los misioneros anglicanos comenzaron a interesarse por América Latina, adoptaron en primera instancia esta última estrategia como un paso previo a la prédica en el idioma local, que en un primer momento no fue considerada factible por las condiciones políticas imperantes. Los repartidores o “colportores” comenzaron a recorrer la región en las primeras décadas del siglo XIX, a medida que se propagaban las revoluciones independentistas, y que los puertos y caminos se abrían a los ciudadanos británicos.
La Sociedad Bíblica Británica y Extranjera y la Sociedad de Escuelas Británicas y Extranjeras enviaron en 1818 a Buenos Aires a James Thomson, quien celebró el primer culto protestante de que se tenga noticia en el Río de la Plata, el 19 de noviembre de 1820. Este pastor bautista escocés recorrió Latinoamérica repartiendo Biblias, organizando escuelas según el sistema lancasteriano y formando maestros (Thomson, 1827). Su viaje fue considerado un éxito y la sociedad envió nuevos colportores a proseguir con su tarea, el más notable de los cuales fue el influyente misionero anglicano Allen F. Gardiner, quien llegó a Buenos Aires en 1838.
Fue justamente Allen Gardiner quien finalmente insatisfecho con esta aproximación, que juzgaba insuficiente, intentaría introducir en América del Sur la otra estrategia misionera, la de la prédica directa hacia los “paganos”. Luego de varios intentos fallidos en el Chaco, la Patagonia, Bolivia y Chile, tomó la decisión de organizar una misión dedicada a evangelizar a los indígenas de Tierra del Fuego. Tres grupos indígenas habitaban la isla: los yámana o yaganes estaban en la zona sur, sobre los estrechos; los aush, o alakaluf, se encontraban en el este, y los selk’nam u onas en el centro y norte.
El capitán Allen Gardiner, fundador de la Patagonian Missionary Society (Marsh y Stirling, 1878).
Gardiner no era el primero en intentar un acercamiento a los indígenas de la región. En 1826 el Beagle, capitaneado por el capitán Robert Fitz Roy, visitó Tierra del Fuego y se llevó a cuatro indígenas yámana, bautizados como Boat Memory, Jemmy Button, York Minster y Fuegia Basket, de regreso a Inglaterra. El primero murió de viruela, pero los otros tres fueron enviados a la escuela y presentados ante Guillermo IV en el palacio de St. James. Aproximadamente un año después el Beagle volvió a zarpar, llevando a Fitz Roy, Charles Darwin y los tres indígenas, junto con un catequista enviado por la CMS, Richard Matthews. Depositados en Wulaia, isla Navarino, Matthews tuvo que ser rescatado muy pronto de las agresiones de los yámana, que codiciaban sus posesiones y provisiones. Este fue el fin del primer intento de instalar una misión en la zona.
En 1844 Gardiner fundó la Patagonian Missionary Society (PMS), desde 1864 rebautizada como South American Missionary Society (SAMS). Actuando en nombre de esta sociedad, desembarcó en 1850 con otros seis hombres en Banner Cove, isla Picton. Los indígenas les fueron hostiles, y después de varios meses huyendo de ellos, Gardiner y sus acompañantes murieron de inanición en diciembre de 1851, en las cuevas de bahía Aguirre, en la costa sudeste de Tierra del Fuego.
El reverendo George Pakenham Despard, pastor de Lenton, Nottinghamshire, secretario honorario de la PMS, decidió continuar con el acercamiento misionero empleando otros métodos. La PMS obtuvo la tenencia de la isla Keppel, en la zona norte del archipiélago de las Malvinas, compró un barco y estableció allí un asentamiento permanente, con el fin de acercarse a los indígenas de manera gradual y ganarse su confianza. En 1856 Despard y toda su familia (que incluía a su hijo adoptivo Thomas Bridges, de trece años) fueron a establecerse a la isla Keppel junto con un reducido grupo de voluntarios. En octubre de 1859, cuando suponían haber entablado relaciones amistosas con los yámana, algunos de ellos partieron hacia Tierra del Fuego en el barco de la PMS, el Allen Gardiner. Pasados varios meses, la embarcación fue encontrada en la bahía de Wulaia, totalmente desmantelada, junto al único sobreviviente de la partida, el cocinero de la nave. Los demás habían sido muertos por los indígenas, liderados por Jemmy Button, durante un servicio religioso en tierra. Luego de esta tragedia, Despard decidió abandonar el intento de establecer una misión en Tierra del Fuego, y volvió a Inglaterra.
La PMS, sin embargo, envió en 1862 un nuevo superintendente de misión a la isla Keppel: el reverendo Waite Hockin Stirling, secretario honorario de la sociedad durante la estadía de Despard en el sur. El nuevo misionero provenía de una familia acomodada de la gentry terrateniente escocesa, una rama del tradicional clan Stirling que recibió una baronetcy con la Restauración en 1666 (su hermano mayor, Charles, era el tercer baronet de Strowan y séptimo baronet de Ardoch), y había nacido en Dartmouth, en el sudoeste de Inglaterra. Luego de recibir una educación clásica en Oxford, había sido ordenado en Nottingham, donde entró en contacto con algunas de las familias fundadoras de la PMS: los Marsh y los Macdonald, quienes luego lo recomendaron para el puesto (Macdonald, 1929).
El reverendo Waite Stirling fotografiado en 1865 junto con los cuatro indígenas yámana que llevó a Inglaterra: de pie, Uroopa y “Threeboys”; sentado a la izquierda Sesoienges, y a la derecha Mamastugadagenges o “Jack”, conocido como el hijo adoptivo del futuro obispo. Las ropas de los conversos en esta fotografía enfatizan el efecto civilizatorio y el éxito de la misión fueguina frente al público (Macdonald, 1929).
En su tarea contó con la asistencia de Thomas Bridges, quien a los dieciocho años había decidido permanecer en la isla cuando su familia volvió a Europa. Con seis años de permanencia en la zona, había llegado a hablar el yámana con cierta fluidez y comenzado a compilar un diccionario de esta lengua, tarea que le llevaría buena parte de su vida. Durante los años siguientes, los contactos con los indígenas se hicieron frecuentes. Varios yámana pasaron temporadas en la isla Keppel, e incluso en Inglaterra, mientras que los misioneros pudieron explorar a fondo el canal Beagle y las zonas adyacentes, con vistas a iniciar un asentamiento permanente. Se acordó que debía ser un puerto natural ubicado en el corazón de la tierra de los yámana, y contar con un amplio terreno cultivable en el que pudiesen establecerse cierto número de pequeñas granjas. La elección recayó sobre Ushuaia y el 14 de enero de 1869 Stirling se instaló allí en una pequeña cabaña. Vivió solo entre los indígenas durante seis meses, con visitas periódicas del Allen Gardiner. Ese mismo año, la Iglesia Anglicana decidió otorgar su reconocimiento a la misión fueguina convirtiendo a Waite H. Stirling en el primer obispo anglicano para la diócesis de las islas Malvinas, transformando la pequeña iglesia de las islas en catedral y dándole jurisdicción sobre toda América del Sur, a excepción de la Guayana británica (hoy Guyana).
A partir de ese momento Thomas Bridges asumió el rol de nuevo superintendente de la misión en Ushuaia. La SAMS lo había enviado a Inglaterra en 1868, para que fuera ordenado por el obispo de Londres. Durante su estancia, conoció y contrajo matrimonio con Mary Varder. La pareja volvió a la isla Keppel en octubre de 1869, y Bridges se dedicó entonces a organizar la misión de Ushuaia, en donde ya se había asentado un cierto número de indígenas. De la precaria cabaña de Stirling, se pasó a un pequeño poblado, al cual se mudaron inicialmente tres familias de misioneros (los Bridges, los Lewis y los Lawrence), que quedaron allí instalados en 1871.
A lo largo de los años siguientes, el asentamiento siguió sumando pobladores a medida que los yámana se establecían en torno a la misión y que algunos voluntarios más llegaban desde Inglaterra. Thomas Bridges siguió al frente de la misión durante quince años, supervisando la prédica religiosa en la lengua yámana, la instrucción dada a los indígenas “en el conocimiento, y las artes y los buenos modales de la vida civilizada” (Bridges, 1948) y el trabajo de construcción de la aldea; actuando también como juez ante las disputas que surgían entre los habitantes, y entre estos y otros grupos de indígenas nómades con los que solían entrar en contacto. Lentamente el puerto se hizo conocido por los marinos de distintas nacionalidades que atravesaban el canal Beagle camino al océano Pacífico, e incluso llegaron hasta él expediciones científicas, como la italiana de 1882 o la francesa de 1883.
La SAMS se enorgullecía enormemente de este éxito, y sus publicaciones solían citar las cartas del Almirantazgo británico, que llevaban hacia 1880 notas que decían: “Se ha efectuado un gran cambio en el carácter general de los nativos, y los nativos yaganes desde el cabo San Diego al cabo de Hornos, y desde allí hasta la península Brecknock, son de confianza”. La otra cita repetida con frecuencia para congratularse de la hazaña del establecimiento exitoso de una misión en una zona tan inhóspita era la de Charles Darwin, quien el 30 de enero de 1870 decía en una carta dirigida a la SAMS: “El éxito de la misión de Tierra del Fuego es maravilloso, y me encanta, porque siempre profeticé el fracaso más absoluto. Es un gran éxito. Me sentiré orgulloso si vuestro Comité piensa que es adecuado elegirme como miembro honorario de vuestra Sociedad”, y el 20 de marzo de 1881 agregaba: “Ciertamente hubiera predicho que ni siquiera todos los misioneros del mundo podrían hacer lo que se ha hecho” (Darwin era un amigo cercano del almirante B.J. Sulivan, miembro del Comité de la SAMS, y comenzó a donar dinero a la Sociedad en 1867)...