SANTOS- BAHÍA-SENEGAL
A veces cuando comenzamos a recordar el pasado mediato nos viene, como a todo ser humano, una nostalgia y tristeza mezclada con lo que los portugueses y/o brasileños denominan “morriña”, término bastante original y profundo para enaltecer el espíritu de quienes vivimos estos momentos de lejanía.
Y es así como me encuentro cuando comienzo a pensar seriamente de que estamos dejando el mundo latinoamericano para cruzar el ancho y desafiante Atlántico, con sus aguas azuladas y en una travesía sin mayores tropiezos, quizás, transparentes como si fueran el espejo lejano como nuestra suerte.
Estas rememoraciones en momentos tan álgidos y tristes para mi existencia, me trasladan al recuerdo pretérito de mi padre que también tuvo en su momento y época que vivir algo similar o quien sabe más desafiante y de total incertidumbre, porque él tuvo que viajar a esta parte del mundo latinoamericano, en la década de los años veinte, cuando ello significaba una verdadera aventura con ribetes de inseguridad en todo orden de cosas y utilizando un medio de transporte rudimentario, que más que un trasatlántico eran barcos de carga y con algunas comodidades muy precarias para quienes deseaban emigrar al nuevo mundo. Pero vayamos, después de esta reflexión, a considerar algo que me sucedía cuando teníamos que adentrarnos en el mar profundo como es el Atlántico, con distancias tan severas, que recién ahora me doy cuenta de lo que significa un océano y más aún una distancia tan larga entre uno y otro continente.
Estoy convencido de que este periplo es una aventura indefinida y sin el sustento que me podían dar mis familiares, en razón de que la situación de mi padre, no era ninguna panacea y vivía de un salario como cientos de miles de personas en esa parte del sur de Bolivia, Tarija, donde la vida era mucho más distanciada de la economía de la Capital de Bolivia, La Paz, que mal que bien tenía en sus manos el poder del gobierno y donde se asentaron no solamente migrantes, sino empresas interesadas en explotar los ricos minerales en todas sus gamas y otras riquezas propias de la región.
Pero continuando con mi inquietud de escribir, debo confesar que no estoy arrepentido ni cosa por el estilo. Estoy decidido a enfrentar la realidad futura en aras de un cambio o quizás de un designio de mi propio destino. En el barco todos estamos atentos a los que podrá suceder en los próximos días. Por un lado pensamos en un mar bravío y por el otro en una travesía tranquila para los miles de pasajeros migrantes ansiosos, los unos, de llegar a la tierra prometida y los otros a la vieja Europa colonialista que seguramente nos deparara, a quienes vamos a desembarcar en Génova, Italia, grandes sorpresas y agradables vivencias.
Son las 6 de la mañana y el tranquilo trasatlántico esta “parqueado” en el importante puerto de Santos, dispuesto a volver a calentar sus motores de no sé cuántos caballos de fuerza, para seguir el rumbo al nuevo puerto de Bahía, el ultimo de esta tierra americana. Una ciudad que no tengo idea de cómo podrá ser ni qué tipo de arquitectura o población tiene. Pero todo es así en la vida, siempre estamos sujetos la sorpresa, a esa relatividad que debemos vivir, porque lo real es el nacimiento del ser humano y lógicamente la muerte, dos aspectos que nos acompañan en el existir y en la transición que yo la llamo “destino”, la afrenta de los valientes, del cual no somos dueños, simplemente arquitectos.
Santos-Bahía, la última travesía latinoamericana. Como siempre volvemos a la rutina alimentaria de los pasados días, sin mayores sobresaltos que una dieta equilibrada para que no fallezcamos en la jornada…papa, arroz, fideos varios, algo de fruta y diversidad de mates, alejadas de aquellas comidas deliciosas que nuestras madres nos dan en tierra… En fin el destino no solamente significa lo espiritual, también lo físico prima en este tipo de actividades marineras.
Todos estamos preparados para zarpar bajo un tiempo estable y sin mayores movimientos del Provence, remozado y maquillado para su última travesía, como diciendo que tiene que presentarse con linda cara, cuando en su país lo dejen anclado en alguna parte o bien lo despanzurren como a tantos barcos que cumplieron su ciclo.
Eran las ocho de la mañana. Un día más del periplo. Luego de hacer todas las cosas necesarias me encamine a desayunar para luego irme al puente de Proa a tomar la brisa. Habían instalado una linda piscina que aún no la utilizaban los pasajeros, porque la brisa mañanera era fresca y pocos se atrevieron a zambullir en este reducto pequeño de agua dulce.
Las horas fueron pasando; mas acostumbrado al viaje alternaba con uno y otro pasajero o pasajera, comentando sobre esta nuestra decisión de emigrar en busca de otros derroteros que nos llevarían a iniciar una buena vida o aventura. ¡Quién sabe!.
En la hora del almuerzo estuvimos con un buen grupo disfrutando de los alimentos y de la conversación que se originaba en los amplios comedores, que en las noches se transformaban, también, en salones de baile al son de lindas orquestas y animadores, que deleitaban a quienes estábamos inmersos en el pensamiento, aun, de dejar la familia y la patria; ese pedazo de tierra que se engrandece cuando sabes que la abandonas sin saber cuándo volverás a ver o la adoptaras definitivamente como tuya.
Como siempre llegaba la hora de la infaltable siesta que nos permitía pasar momentos agradables en brazos de Morfeo, una costumbre no tan universal pero si para nosotros los tarijeños, necesaria, por las condiciones climáticas de nuestro pueblo, en especial en la época de verano cuando las temperaturas llegan a ser altas. ¡En el barco era distinto, la siesta se movía a menudo!.
Nuevamente a salir del camarote para distraer la vista y sentir la suave brisa del mar, percibir el calorcito tropical de esta zona costera del Brasil, pese a estar bastante alejados y prácticamente en alta mar, la noche era compañera inseparable de las luces artificiales del navío y de los conjuntos musicales, que como hoy, hicieron que grandes y chicos se divirtieran en los salones de baile, al son de dos orquestas que tocaban música brasilera y en momentos la inolvidable romántica de los Boleros, de este estilo de música, sentimental, de sublimes notas que disfrutamos desde temprana edad y que sirvió para muchos como el prolegómeno para el enamoramiento y las declaraciones de amor, que estilábamos hacer en nuestra ciudad cuando nos reuníamos con los amigos y amigas generacionalmente hablando de la época del Rock de gran compositor e ídolo Elvis Presley, o un James Deán osado, posteriormente continuado por la Beatles, que revolucionaron la década como si se tratara de un cambio similar al Renacimiento o la Industrialización.
Bastante entrado el crepúsculo retorne al camarote para descansar una noche más y abrir luego los ojos cuando en una mañana hermosa y donde el sol despuntaba, como podía apreciar desde el ojo de buey, el navío redujo su velocidad anunciando su entrada al nuevo destino: Salvador de Bahía, de una historia increíble cuando los colonizadores portugueses llegaron a la misma en son de descubrir el nuevo mundo o bien las Indias, como resultado del famoso tratado de Torrecillas, entre España y Portugal bajo el amparo papal, que a partir de 1494, se comenzó a satisfacer las arcas de los países europeos y fortifico más aun el afán colonialista y de expansión en busca de nuevos territorios para anexarlos a sus colonias, ya no con las ancestrales Carabelas que transportaban a los descubridores, sino con otras embarcaciones abarrotadas por soldados, arcabuces, pólvora y caballos.
Mi primera impresión al ver el puerto, fue que se trataba de una ciudad de dos pisos. Y efectivamente fue así: la Bahía antigua abajo y la Bahía nueva arriba como me confirmaron los vendedores de recuerdos apostados en las calles y donde en un idioma, no tan difícil, como es el portugués nos hacían conocer alguna parte de su historia que en su momento, para mí, significa algo que no había soñado ni percatado al partir de mi ciudad natal, donde en la escuela, quizás, nos dieron, lecciones de geografía sobre el Brasil pero no tan específicas como enseñarnos las características de esta ciudad . Pero quien me dio explicaciones preciosas fue mi amigo el Padre Julián cuando salimos a dar un paseo para conocer esta nueva cultura brasilero-africana, desconocida para nosotros los del sur abandonado.
¡Escucha Carlos!, tu eres un muchacho joven, lleno de energía e ilusiones y tu destino esta sellado con este viaje que emprendes hacia tierras desconocidas, pero que en el tiempo vas a valorar por su historia, su idiosincrasia y por la cultura que emana en toda Europa, ese viejo continente que merece la pena conocer, vivir y disfrutarlo como base para tu formación y profesionalización.
Pero prosigamos: antes de dejar el barco tenemos que conocer algo de este sitio realmente magnifico y de una trascendencia histórica como es Salvador de Bahía, un territorio marcado en los anales de la historia portuguesa y hoy brasilera.
Salvador de Bahía es uno de los 21 estados brasileros que conforman la gran Confederación Brasilera con casi 71 millones de habitantes en la actualidad (1960). La capital, Bahía tiene 6oo.ooo habitantes y el Estado de Salvador de Bahía, creo que sobrepasa los cinco millones de habitantes. Pero vayamos a considerar algunas cifras significativas de este Estado de 559.ooo kilómetros cuadrados. Padre Ud. sabe que Bolivia tiene 1.080.000 kilómetros casi el doble de un simple estado brasilero? Esto nos demuestra la magnitud de este gigantesco país que en el futuro dará mucho que hablar por su potencialidad, en todos los órdenes.
Pero regresando a nuestra plática anterior debo decirte que Salvador, es un gran productor de cacao, algodón, café, azúcar, alubias, tabaco almendra, maíz, mandioca, vid, naranja, banana, fuera de la gran producción ganadera, minera etc.
Pero en la capital que tenemos al frente y de la cual disfrutaremos por algunas horas, debemos decir que es una región que tuvo gran cantidad de migrantes procedentes del África, de Portugal, España, Rusia, Polonia, Alemania. Como resultado de esta torre de babel es que Brasil cuenta con diversidad de razas: la blanca pura que procede de los inmigrantes europeos del siglo 19 y 20; la mestiza, la negra y la indígena. Pero Bahía cuenta con una raza negra que trajeron de Angola, Cabinda y de otros sitios africanos en calidad de esclavos, aunque ya en 1850 quedo abolida la esclavitud. Sin embargo las tradiciones y cultura están basadas en estas corrientes migratorias y de ahí existe, por ejemplo, la fiesta del Cristo del Buen Fin, una síntesis de la cultura de los esclavos negros y de los colonizadores portugueses que es un referente de la convivencia que existe, pese a que también existen otras lenguas que la califican de pagana y desintegradora. Todos los años, en la iglesia que visitaremos, podrás apreciar otros elementos para formar un criterio personal.
Una vez que desembarcamos, continuamos platicando en la caminata que nos llevó hasta el elevador hidráulico Lacerda, de 70 metros de altura y construido en 1869 e inaugurado en l873 por las autoridades y el benefactor Lacerda, que invirtió su fortuna para hacer posible esta maravilla de la época, que permite que los bahianos puedan subir de la ciudad baja la ciudad alta, como así también la mercadería que procede del puerto y la que sale de Bahía para ser exportada a diversos sitios del mundo.
También visitaremos el mercado Modelo, instalado en un predio que fuera antes la aduana nacional del puerto y hoy un mercado donde se venden las artesanías, que son muchas, que fabrican los artesanos, apreciadas por los visitantes como nosotros. También recorreremos la avenida Francia hasta llegar a la Plaza Casto Alves que tiene la tradición de ser el lugar donde se concentran las actividades carnavaleras al son de la música del Trió Eléctrico, ideado por Dodo y Osmar, hábiles interpretes e iniciadores de una sui generis música propia de Bahía y quizás inspirada en el llamado Candomble. En fin, tendremos oportunidades de visitar otros lugares de acuerdo al tiempo que tengamos para recorrer Bahía, la ciudad de dos pisos como bien la calificaste el momento que nos acercábamos a la misma.
Y de esta forma pasamos unas horas disfrutando del paseo y de la plática con quien se transformaría en el viaje en mi tutor guía espiritual y amigo circunstancial, que es el caso de todo migrante que como bien dicen va de puerto en puerto hasta encontrar el sitio donde decantar la juvenil energía y convertirse en trabajador para lograr la subsistencia diaria.
En esta interesante visita a Bahía vieja y Bahía moderna simbiosis citadina, quede impresionado por la arquitectura de una linda Iglesia, muy antigua, y con características típicas y por la amplia avenida que subía hacia la ciudad donde encontramos el Museo de Arte Moderno, muy grande y de arquitectura brasilera y en el frontis una imagen de madera finamente tallada del Cristo, que en conclusión era nuestro guía.
Luego de caminar desde las ocho de la mañana hasta el medio día nos dirigimos al puerto para abordar nuevamente el gigantesco acero, anclado y con los motores en calma, esperando que todos subieran para luego lanzarse a la mar, esta vez por varios días con un rumbo lejano y a otro Continente que nunca, nunca había pensado llegar : Dakar, la capital Senegalesa al oeste del continente africano, ese lugar de la tierra que conocíamos por las películas de Tarzán, Jenny y Chita y los colonizadores ingleses, franceses y de otras latitudes. Esa era la visión que teníamos en nuestro país de la hermosura y secreta situación del África, que también en las Minas del Rey Salomón nos mostraron la riqueza mineralógica del Continente, fuera de la extraordinaria flora y fauna que allí reinaba.
Todos estos recuerdos se venían a mi mente sabiendo que en unos días más estaríamos atracando en el puerto de Dakar. Eran la cinco de la tarde cuando las potentes sirenas del barco anunciaban nuestra partida. El tiempo estaba fresco y agradable y como siempre comenzamos a organizarnos para pasar los cinco días de travesía por el Atlántico. Luego de una frugal cena dormimos tranquilos hasta que al amanecer del siguiente día despertamos con un viento inusual y fuerte que no permitía estar en la popa y la proa, ni tampoco instalar la hamaca que adquirí en mi visita a Bahía.
¡El mar estaba picado! Generaba la inestabilidad del trasatlántico que se mecía bastante causando el mareo de unos y otros pasajeros que tenían caras de dos dobles y tres repiques. Yo no era la excepción porque también sentía los avatares de esta situación, la primera en mi vida, de estar en alta mar y con un tiempo bastante adverso para este tipo de actividad marina. Con pocas ganas de almorzar, una gran mayoría prefirieron quedarse en sus literas para contrarrestar el mareo y evitar situaciones embarazosas a la hora de ingerir alimentos.
Pero el temporal fue amainando y en la tarde la situación cambio a una tarde soleada, tranquila y ciertamente calurosa que nos permitió zambullir en la piscina y pasear en la proa divisando el espectáculo marino unido a un cielo que se juntaba en el infinito, como nos mostraron en las clases de geometría que dos paralelas en el infinito se unen como efecto óptico y no así real.
Entrada la tarde y con una puntualidad y disciplina militar convocaron a los pasajeros, por equipos, para escuchar, primero, las instrucciones de la tripulación en torno al uso de los botes salvavidas y la utilización de los ...