El principio según el Génesis y la ciencia
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El principio según el Génesis y la ciencia

Siete días que dividieron el mundo

John C. Lennox

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El principio según el Génesis y la ciencia

Siete días que dividieron el mundo

John C. Lennox

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"Afronta una controversia apasionada con caridad, humor y humildad. Recomiendo entusiastamente este libro único y reflexivo".– Ravi Zacharias, autor y conferencista"Este libro es una delicia para leer. Es reflexivo, perceptivo, amigable y audaz cuando necesita serlo".– C. John Collins, Profesor de Antiguo Testamento, Seminario Teológico del Pacto"Accesible, amplio, equilibrado e irénico. Una obra sabia, bien informada, y merece la más amplia audiencia posible".– Paul Copan, Profesor y Catedrático de Filosofía y ÉticaFamilia Pledger, Universidad Atlántica de Palm Beach"Estudio meticuloso y bien documentado. Todo lector cuidadoso saldrá más informado, más sabio y mejor preparado para defender la verdad de la Biblia ante un mundo escéptico".– Doug Groothius, Profesor de Filosofía, Seminario Denver, yautor de Apologética cristiana."¡Qué excelente libro! Este libro es inmejorable en el área de ciencia y religión".– Alvin Platinga, Profesor Emérito de Filosofía John A. O'Brien, Universidad de Notre Dame"Merece una cuidadosa lectura por parte de los interesados en la discusión actual sobre ciencia y religión".– Dr. Henry F. Schaefer III, Profesor de Química Graham Perdue, Director del Centro de Química Cuántica Computacional, Universidad de Georgia

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Información

Año
2018
ISBN
9788417131043
CAPÍTULO 1
Pero ¿se mueve?
Una lección de la historia
Este libro trata un tema muy controvertido. Los desacuerdos al respecto han sido bastante enconados en ocasiones. Sin embargo, aunque soy irlandés, ¡no voy a sugerir que la mejor forma de tratarlo sea con una buena pelea! De hecho, para obtener algún tipo de perspectiva sobre la manera en que tratamos la controversia, desearía retroceder hacia otra gran polémica, una que surgió en el siglo XVI. De haber estado yo escribiendo un libro entonces, bien podría haberme ocupado de la pregunta: ¿qué hemos de pensar de la sugerencia del astrónomo Nicolás Copérnico acerca de que la Tierra se mueve, cuando la Escritura parece enseñar que la Tierra está inamoviblemente fija en el espacio?
Esto no parece ser gran cosa hoy en día, pero en ese tiempo era un tema muy candente. ¿La razón? En el siglo IV a.C., el famoso filósofo griego Aristóteles enseñó que la Tierra estaba fijada en el centro del universo, y que el sol, las estrellas y los planetas giraban en torno a ella.1 Esta opinión sobre la Tierra fija se mantuvo por siglos, aunque ya en el año 250 a.C., Aristarco de Samos propuso un sistema heliocéntrico.2 Después de todo, tenía mucho sentido para la gente común: el sol parece girar en torno a la Tierra; y si esta se mueve, ¿por qué no somos todos lanzados al espacio? ¿Por qué una piedra, arrojada verticalmente hacia arriba, cae verticalmente a la Tierra si ésta está rotando rápidamente? ¿Por qué no sentimos un fuerte soplo de viento en el rostro en dirección opuesta a nuestro movimiento? ¿Acaso es ciertamente absurda la idea de que la Tierra se mueve?
La obra de Aristóteles fue traducida al latín y, en la Edad Media, con ayuda del enorme intelecto de Tomás de Aquino (1225–1274), llegó a influir en la Iglesia Católica Romana.
Notamos, de paso, que Aristóteles no solamente creía que el universo era antiguo, sino que había existido siempre. Tomás de Aquino no tuvo dificultad en reconciliar un universo eterno con la existencia de Dios como Creador en un sentido filosófico, pero admitió que resultaba complicado conciliarlo con la Biblia, ya que esta afirmaba claramente que había habido un comienzo. La Tierra fija era diferente: Parecía encajar bien con lo que la Biblia decía. Por ejemplo:
Temblad ante su presencia, toda la tierra; ciertamente el mundo está bien afirmado, será inconmovible (1 Cr. 16:30).
Ciertamente el mundo está bien afirmado, será inconmovible (Sal. 93:1).
Él estableció la tierra sobre sus cimientos, para que jamás sea sacudida (Sal. 104:5).
Pues las columnas de la tierra son del SEÑOR, y sobre ellas ha colocado el mundo (1 S. 2:8).
Además, la Biblia no solo parecía enseñar que la Tierra estaba fija, sino afirmar con igual claridad que el sol se movía:
En ellos puso una tienda para el sol, y éste, como un esposo que sale de su alcoba, se regocija cual hombre fuerte al correr su carrera. De un extremo de los cielos es su salida, y su curso hasta el otro extremo de ellos; y nada hay que se esconda de su calor (Sal. 19:4-6).
El sol sale y el sol se pone, a su lugar se apresura, y de allí vuelve a salir (Ec. 1:5).
De modo que no es sorprendente que, cuando en 1543 Copérnico publicó su famosa obra Sobre las revoluciones de las órbitas celestiales, en la que proponía la opinión de que la Tierra y los planetas orbitaban en torno al sol, esta sorprendente nueva teoría fuera cuestionada por igual por protestantes y católicos. Se dice que, incluso antes de que Copérnico publicase su obra, Martín Lutero había rechazado el punto de vista heliocéntrico en términos bastante fuertes, en su Conversación a la mesa (1539):
Se habla de un nuevo astrólogo que quiere probar que la Tierra se mueve y gira en lugar del cielo, el sol y la luna, igual que si alguien se moviese en un carruaje o barco pudiera sostener que él está sentado inmóvil y en reposo mientras la tierra y los árboles caminaran y se movieran. Pero así son las cosas hoy en día: ¡Cuando un hombre desea ser ingenioso, debe... inventar algo especial, y la forma en que lo hace debe ser la mejor! El necio desea poner todo el arte de la astronomía patas para arriba. No obstante, como la Sagrada Escritura nos dice, así Josué ordenó al sol que se quedase inmóvil, y no a la Tierra.3
Muchos de los comentarios de Lutero en Conversación a la mesa fueron hechos en broma, y existe un considerable debate acerca de la autenticidad de esta cita. El historiador John Hedley Brooke escribe: “Se ha dudado si Lutero realmente se refirió a Copérnico como un necio, pero en una desestimación improvisada recordó que Josué le había dicho al sol, no a la Tierra, que se quedara inmóvil”.4
Juan Calvino, por otra parte, claramente creía que la Tierra estaba fija: “¿Por qué medio podría [la Tierra] permanecer inmóvil, mientras los cielos arriba están en constante movimiento rápido, si su divino Hacedor no la hubiese fijado y establecido?”.5
Algunos años después de Copérnico, en 1632, Galileo desafió la opinión aristotélica en su famoso Diálogo concerniente a los dos principales sistemas del mundo. Este incidente ha transitado la historia como un ejemplo emblemático de cómo la religión es antagonista de la ciencia. Sin embargo, lejos de ser un ateo, a Galileo lo impulsaba su profunda convicción interna de que el Creador, quien “nos ha dotado con sentidos, razón e intelecto” no quería que “nos privásemos de su uso y darnos por otros medios el conocimiento que podemos lograr con ellos”.6 Galileo sostenía que las leyes de la naturaleza están escritas por la mano de Dios en el “lenguaje de la matemática”,7 y que la “mente humana es una obra de Dios, y una de las más excelentes”.8
Galileo fue atacado por su teoría de una Tierra móvil, primero por los filósofos aristotélicos y luego por la Iglesia Católica Romana. El asunto en juego era claro: La ciencia de Galileo estaba amenazando el ubicuo aristotelismo tanto en la academia como en la iglesia. El conflicto radicaba mucho más entre dos cosmovisiones “científicas” que entre la ciencia y la religión. Al final, Galileo tuvo que “retractarse” bajo presión, pero aun así (según se cuenta) no pudo evitar murmurarle a sus inquisidores: “Pero se mueve”.
No hay, desde luego, ninguna excusa en absoluto para el uso de la inquisición por parte de la Iglesia Católica Romana con el fin de amordazar a Galileo ni por tomarse después varios siglos para rehabilitarlo. Sin embargo, de nuevo en contra de la creencia popular, Galileo nunca fue torturado, y su posterior arresto domiciliario lo pasó, en su mayor parte, en lujosas residencias privadas que pertenecían a amigos suyos. Además, el científico se acarreó él mismo algunos de sus problemas por su falta de tacto.
Muchos historiadores de la ciencia concluyen que el incidente de Galileo realmente no aporta nada que confirme la opinión simplista de conflicto en la relación entre la ciencia y la religión.9
Posteriormente, llevó muchos años establecer la opinión heliocéntrica que, supongo, mis lectores aceptan ahora, y se sienten muy a gusto con la idea de que no solamente la Tierra gira en torno a su propio eje, sino que también se mueve en una órbita elíptica alrededor del sol, con un promedio de 30 km/s (cerca de 67000 millas/hora), y le toma un año completar el circuito.
Pero ahora necesitamos afrontar una pregunta importante: ¿Por qué los cristianos aceptan esta “nueva” interpretación, y no insisten ya en una comprensión “literal” de las “columnas de la tierra”? ¿Por qué no estamos todavía divididos entre los partidarios de la tierra fija y los de la tierra móvil? ¿Será realmente porque todos hemos transigido, y hecho que la Escritura se subordine a la ciencia?
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1. A menudo denominado sistema ptolemaico.
2. “Heliocéntrico” significa “con el sol en el centro”, del griego helios, “sol”.
3. Martin Lutero, Table Talk, citado en Nicolás Copérnico, On the Revolutions of the Heavenly Spheres, reeditado en Great Books of the Western World (Chicago: Encyclopaedia Britannica, 1939), 499-838.
4. John Hedley Brooke, Science and Religion (Cambridge: Cambridge University Press, 1991), 96.
5. Juan Calvino, Commentary on the Book of Psalms (Grand Rapids: Eerdmans, 1949), 4: 6-7.
6. Carta a la Gran Duquesa Cristina, 1615.
7. Stillman Drake, Discoveries and Opinions of Galileo (Nueva York: Doubleday, 1957), 237.
8. Galileo Galilei, Dialogue concerning the Two Chief World Systems, traducido por Stillman Drake (Berkeley: University of California Press, 1953), 104.
9. Ver John C. Lennox, God’s Undertaker: Has Science Buried God? (Oxford: Lion Hudson, 2009), 23-26.
CAPÍTULO 2
Pero ¿se mueve?
Una lección acerca de la Escritura
¿CÓMO DEBERÍAMOS ENTENDER LA BIBLIA?
El asunto en juego en la controversia de Galileo es, desde luego, cómo debiera interpretarse la Biblia. Así que pensemos en algunos principios generales de interpretación antes de aplicarlos a la controversia de la Tierra móvil.
La primera cosa obvia, pero importante, que afirmar sobre la Biblia es que se trata de literatura. De hecho, es toda una biblioteca: algunos libros de historia, algunos de poesía, otros en forma de cartas, etc., muy diferentes en contenido y estilo. Al abordar la literatura en general, lo primero que se ha de preguntar es: ¿cómo desea su autor que sea entendida? Por ejemplo, el autor de un tratado de matemáticas no desea que se entienda como poseía; Shakespeare no quería que comprendiéramos sus obras como una historia exacta, etc.
A continuación, uno debería dejarse guiar, en primer lugar, por la comprensión natural de un pasaje, una oración, una palabra o una frase en su contexto, histórica, cultural y lingüísticamente. Los Reformadores enfatizaron esto en su reacción contra la clase de interpretación que (por citar un antiguo ejemplo) consideraba que los cuatro ríos mencionados en Génesis 2 —Pisón, Gihón, Tigris y Éufrates— representaban el cuerpo, el alma, el espíritu y la mente, respectivamente. En contraste con este método de interpretación “alegórico”, los Reformadores adoptaron un enfoque descrito por el Diccionario Oxford de Inglés en su definición de “literal”: “Aquel sentido o interpretación (de un texto) que se obtiene tomando sus palabras con su significado natural o habitual, y aplicando las reglas comunes de gramática; opuesto a místico, alegórico, etc.” y “de aquí, por extensión... el sentido primario de una palabra o... el sentido expresado por la redacción misma de un pasaje, como diferente de cualquier significado metafórico o meramente sugerido”.1 Desde luego, no hay nada nuevo en esta forma de entender la literatura: es lo que usamos cotidianamente en nuestra lectura y conversación, sin ni siquiera pensar en ello.
La importancia de considerar la comprensión natural de un pasaje es clara cuando se trata de la enseñanza básica de la fe cristiana. La cuestión crucial acerca de las doctrinas fundamentales del cristianismo es, ante todo, que se han de entender en su sentido primario y natural. La cruz de Cristo no es primariamente una metáfora. Involucró una verdadera muerte. La resurrección no es principalmente una alegoría. Fue un acontecimiento físico: el “levantarse de nuevo”2 de un cuerpo que había muerto.
Pero este principio básico necesita ser cualificado. Por ejemplo, cuando tratamos con un texto que fue producido en una cultura distante de la nuestra, tanto en el tiempo como en la geografía, el que nos parece ser el significado natural quizás no lo ha sido para aquellos a quienes se dirigió originalmente el texto. Consideraremos este punto a su debido tiempo.
En esta etapa hacemos unas pocas observaciones generales acerca de la forma en la cual usamos el lenguaje. Algunos de nosotros estarán familiarizados con lo que estoy a punto de decir, pero tal vez muchos no hayamos pensado demasiado en cómo usamos el lenguaje; est...

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