Emociones destructivas
  1. 656 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Descripción del libro

These poignant and relevant dialogues, held just a few months prior to the attacks of September 11, 2001, forcefully put to rest the misconception that the realms of science and spirituality are fundamentally at odds with one another. Questions such as Why are rational and intelligent people often at the root of destructive behavior? and How can the emotions that produce violence be controlled? are the basis of these dialogues between the Dalai Lama and a select group of Buddhists, Western psychologists, neuroscientists, and philosophers who gathered together to elucidate, understand, and combat destructive emotions. Estos diálogos relevantes y profundos que tuvieron lugar pocos meses antes de los atentados del 11 de septiembre, desacreditan la idea falsa de que la ciencia y la espiritualidad no pueden existir juntas. Preguntas como ¿Por qué personas aparentemente racionales e inteligentes se portan destructivamente? y ¿Cómo pueden controlar las emociones que conducen a impulsos violentos? son los temas de este diálogo entre el Dalai Lama y un selecto grupo de eruditos budistas, psicólogos occidentales, neurocientíficos y filósofos, reunidos para dilucidar, comprender y combatir las emociones destructivas.

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Información

Año
2017
ISBN de la versión impresa
9788472455429
ISBN del libro electrónico
9788499881263
Edición
1
Categoría
Buddhismus

PRIMER DÍA
¿QUÉ SON LAS EMOCIONES DESTRUCTIVAS?
Dharamsala (la India)
20 de marzo de 2000

3. LA PERSPECTIVA OCCIDENTAL

Cuando nos adentramos en el Imperial Hotel, un elegante vestigio de los tiempos del raj británico que se halla a pocas manzanas de Connaught Circle, el Times Square de Nueva Delhi, todavía nos hallábamos bajo los efectos del desfase horario. Como ya he dicho, éramos diez personas llegadas de diferentes países, Estados Unidos, Francia, Tailandia, Canadá y Nepal, dos neurocientíficos, tres psicólogos, dos monjes budistas (uno tibetano y el otro de la tradición Theravada), un filósofo de la mente y dos expertos intérpretes del tibetano conocedores de la filosofía y de la ciencia.
El tema de las conversaciones que íbamos a mantener durante la semana de diálogo con el Dalai Lama versaba en torno a las emociones destructivas. Pero, aparte de la fatiga, todos aguardábamos el encuentro con expectación y una serena alegría.
Ésta era la segunda vez que se me había encomendado el papel de moderador de esos encuentros organizados por el Mind and Life Institute entre el Dalai Lama y un grupo de científicos. En 1990 ya se me había encargado la organización de una de esas reuniones que giró en torno a las emociones y la salud. El más veterano de los participantes era Francisco Varela, neurocientífico cognitivo de un laboratorio de investigación de París, que no sólo había contribuido a la fundación y establecimiento de esos diálogos, sino que también había participado en tres encuentros anteriores y se hallaba personalmente muy cercano al Dalai Lama. Todos éramos amigos suyos y estábamos muy preocupados por su salud, porque Francisco llevaba varios años luchando contra un cáncer de hígado y hacía pocos meses que había recibido un trasplante de hígado de modo que, aunque su ánimo era positivo, su salud seguía siendo muy frágil.
Otro de los expertos era Richard Davidson, jefe del laboratorio de neurociencia afectiva de la University of Wisconsin que, un par de años antes, había dirigido el último encuentro del Mind and Life en torno al altruismo y la compasión. También había un par de intérpretes, Thupten Jinpa, antiguo monje y hoy en día director de un ambicioso proyecto de traducción de los textos clásicos del budismo tibetano y principal intérprete al inglés del Dalai Lama en sus viajes a lo largo de todo el mundo. Alan Wallace es otro ex monje tibetano que trabaja como profesor en la University of California de Santa Barbara. La magnitud de sus conocimientos científicos y su fluidez en tibetano le convierten en un intérprete idóneo de esos encuentros, en los que también ha participado en numerosas ocasiones. Luego estaba Matthieu Ricard, un monje budista parisino que, en la actualidad, vive en un monasterio de Nepal y es uno de los principales intérpretes al francés del Dalai Lama.
También había varias personas que acudían por vez primera a esos encuentros, como Owen Flanagan, filósofo de la mente de la Duke University; Jeanne Tsai, psicóloga experta en los determinantes culturales de la emoción que, por aquel entonces, trabajaba en la University of Minnesota; su mentor Paul Ekman, uno de los principales expertos mundiales en el campo de las emociones, de la University of California en San Francisco; Mark Greenberg, pionero en programas de aprendizaje social y emocional para escuelas, que trabaja en la Pennsylvania State University, y el venerable Somchai Kusalacitto, un monje budista de Tailandia, que había recibido una invitación especial del Dalai Lama.
Como moderador y coorganizador, junto a Alan Wallace, del encuentro, mi misión se había centrado, hasta entonces, en la selección e invitación de los participantes, una tarea que se me antojaba similar a la organización de un gran banquete, por cuanto que exige encontrar la justa proporción de viejos amigos y de nuevas relaciones, así como también combinar adecuadamente el rigor científico con la vivacidad del discurso. Varios meses atrás habíamos celebrado un encuentro previo de dos días en Harvard, pero ahora íbamos a permanecer juntos durante toda una semana, lo que naturalmente terminaría consolidando nuestra amistad.
A la mañana siguiente subimos a un autobús y emprendimos nuestra peregrinación a Dharamsala, el pueblo ubicado en los Himalayas donde vive el Dalai Lama. La carretera que conduce al aeropuerto de Delhi acababa de ser arreglada con ocasión de un próximo viaje del presidente Clinton, que precisamente recorrería la India la misma semana de nuestro encuentro. Nueva Delhi parecía una ciudad movilizada, las principales arterias se hallaban engalanadas con coloridas banderas de satén y montones de tierra rojiza estaban dispuestos para ser esparcidos sobre la calzada y vistosas y coloridas telas ocultaban el estaño y el cartón de los asentamientos desperdigados por toda la ciudad en los que se hacinan los pobres.
La primavera atemperaba el habitual asedio a los sentidos con que la India envuelve al visitante. A esas horas de la mañana, el calor de Delhi todavía era soportable y hasta diríamos que balsámico, pero, al despegar hacia Jammu, la ciudad estaba cubierta por un manto marrón grisáceo.
Cuando abandonamos el avión en el aeropuerto de Jammu y nos dirigimos hacia el autobús que estaba esperándonos, nos cruzamos con soldados ataviados con uniformes de camuflaje que caminaban fatigosamente bajo polvorientos árboles. El día estaba empezando a caldearse. A pesar de la intensidad del tráfico, el paisaje reclamó toda nuestra atención. Al cabo de unas horas, las cumbres nevadas de los Himalayas comenzaron a materializarse en la distancia. Las primeras estribaciones de la cordillera se elevaban claramente por encima de las llanuras poniendo palpablemente de relieve la violencia del choque entre el subcontinente indio y la gran extensión de Asia central. A medida que íbamos ascendiendo, el campo era cada vez más verde y menos polvoriento, los ríos más turbulentos y, de manera lenta pero casi imperceptible, el aire iba enfriándose. Luego el terreno se empinó de verdad, el campo se abancaló y las edificaciones parecieron acomodarse a los repliegues del terreno. Finalmente, la carretera comenzó a serpentear y comenzó el verdadero ascenso.
Cuando la noche se cernió sobre nosotros, llevábamos ya siete horas de camino y todavía nos quedaba una para llegar a Dharamsala. La perspectiva de que el autobús siguiera su camino por esa tortuosa carretera en medio de la oscuridad suscitó un nerviosismo general que alentó una curiosa camaradería. Entonces alguien dijo: «Creo que, de seguir así, no tardaremos en empezar a cantar», pero lo cierto es que, en lugar de ello, emprendimos una singular competencia de relatos de miedo sobre otros viajes por carretera que Matthieu ganó sin dificultad alguna con su narración de un aterrador viaje en autobús de tres días, con sus tres noches incluidas, desde Katmandú hasta Delhi con el mismo conductor extenuado.
Finalmente arribamos a McLeod Ganj, el pequeño pueblo del distrito de Dharamsala en el que vive el Dalai Lama. La aldea había sido originalmente fundada por el Gobierno colonial británico (de ahí el nombre de “McLeod”) como estación veraniega alejada del bochorno de las tierras bajas. McLeod Ganj se encuentra junto a una pronunciada cordillera, entre los picos nevados de los Himalayas y las amplias llanuras perpetuamente cubiertas de bruma de la India. Aun en plena noche, las calles están atestadas de personas caminando por las pequeñas tiendas y restaurantes que salpican sus dos arterias principales. Los tibetanos mayores vestidos con sus chubas mueven diestramente sus molinillos de oraciones mascullando mantras, mientras sus hijos vestidos con atuendo occidental llevan portafolios y teléfonos móviles.
La broma final fue una curiosa “nollegada”, cuando nuestro autobús quedó atrapado en medio de un estrecho sendero entre taxis que le impedían seguir hacia adelante y cambiar de sentido. Entonces comenzó un intercambio de gritos entre el conductor y varias voces procedentes de la oscuridad que duró unos veinte minutos hasta que nos enteramos de que sólo nos hallábamos a un par de minutos a pie de la Chonor House, nuestro destino final, una agradable casa de huéspedes que el Gobierno tibetano en el exilio había dispuesto para alojarnos. Entonces descargamos nuestras maletas y recorrimos a pie los últimos pasos que nos separaban de un descanso de varios días hasta el lunes, cuando estaba previsto que comenzara el encuentro.
Dharamsala es Lhasa en miniatura. Allí se ha establecido el Gobierno tibetano en el exilio. El Dalai Lama vive en la cima de una pequeña colina custodiada por soldados del ejército indio y ubicada en un extremo de la aldea. Nadie puede entrar sin atravesar un estricto control de seguridad. En unas pocas hectáreas se apiña el complejo gubernamental –compuesto por varios bungalows de un solo piso donde están las oficinas del Gobierno–, un templo budista, la oficina del Dalai Lama, su sencillo hogar (que comparte con su gato favorito), su jardín y la gran sala en la que nos reuniríamos.

Comienza el encuentro

El lunes por la mañana, la gran sala en la que aguardábamos la llegada del Dalai Lama estaba rebosante de una nerviosa expectativa. Varias filas de sillas para espectadores rodeaban el espacio en que se celebraría el encuentro. Una mesita alargada ocupaba el centro del óvalo formado por dos grandes sofás y un par de sillones reservados para los participantes. Unos pocos técnicos estaban colocando estratégicamente las cámaras de televisión que se encargarían de registrar en vídeo nuestras conversaciones. Las paredes de la habitación estaban adornadas con un multicolor despliegue de thangkhas (las tradicionales pinturas tibetanas), una hilera de macizos florales y dos inmensos floreros repletos de rosas.
Uno de los monjes asistentes del Dalai Lama iba apresuradamente de un lado a otro de la habitación haciendo los ajustes de última hora. La sala, que se utilizaba para rituales y enseñanzas religiosas, tiene una pequeña tarima con un gran thangkha que representa al buda Sakyamuni situado detrás del alto y colorido trono desde el que el Dalai Lama dirige los rituales. Pero, esta vez, el Dalai Lama iba a sentarse en uno de los sillones ubicados en los extremos del acogedor e informal escenario preparado para el diálogo.
Como sucedería en todas las ocasiones, cuando el Dalai Lama entró en el vestíbulo un murmullo recorrió la habitación. Cuando se acercó al gran thangka de Sakyamuni, todo el mundo se puso en pie, mientras hacía tres postraciones, tocando el suelo con la cabeza, y una pausa para recitar en silencio una pequeña oración. Luego descendió del pequeño estrado y se dirigió hacia el lugar que tenía asignado.
Adam Engle –presidente del Mind and Life Institute había escoltado al Dalai Lama hasta la sala– llevaba el tradicional khata tibetano, una larga bufanda blanca que le había dado Su Santidad y que, como es habitual, le devolvió posteriormente. Luego bajó de la tarima ayudado por Adam y se dirigió hacia mí para que le presentase a los participantes.
Uno tras otro, el Dalai Lama fue estrechando la mano de los occidentales, pero cuando le llegó el turno al venerable Kusalacitto, ambos juntaron las palmas y se inclinaron respetuosamente en el tradicional saludo de los monjes. En el momento en que se inclinaban, el Dalai Lama tomó las manos de Kusalacitto hasta que sus cabezas rapadas casi se tocaron e intercambiaron unas pocas palabras. Luego saludó a Francisco Varela con un abrazo, uniendo sus frentes con una gran sonrisa y golpeándose cariñosamente las mejillas. Al ver a los lamas que se sentarían detrás de él durante toda la semana, hizo una nueva pausa y les saludó en tibetano. Finalmente, y como suele hacer cada vez que entra en una habitación, echó un vistazo alrededor en busca de rostros familiares y saludó a los conocidos.
Todos estábamos ya sentados y dispuestos a empezar el diálogo del día cuando el Dalai Lama tomó asiento en un gran sofá junto a Alan Wallace y Thupten Jinpa, sus dos intérpretes para la ocasión, que se hallaban sentados a su izquierda. Luego se quitó los zapatos y cruzó las piernas. A su derecha había otro gran sillón que irían ocupando los distintos ponentes y que ese día me correspondía a mí, com que presentador de las jornadas.

Un problema urgente

El día era soleado pero inusitadamente frío para finales de marzo en Dharamsala. Aunque no lo mencionó hasta al día siguiente, el Dalai Lama estaba resfriado y tenía unas décimas de fiebre y una tos evidente.
Cuando el Dalai Lama tomó asiento abrí la sesión:
–Su Santidad, estoy muy contento de darle la bienvenida a este octavo encuentro del Mind and Life Institute. Como usted ya sabe –proseguí–, el tema que abordaremos en esta ocasión será el de las emociones destructivas, un tema ciertamente muy importante. El día que abandonamos Estados Unidos para viajar hasta aquí, las portadas de los periódicos recogían la noticia de un niño de seis años que había disparado y matado a un compañero de clase, y, cuando llegamos a Nueva Delhi, la portada del Times of India reflejaba una historia similar, el asesinato de una persona a manos de un primo a causa de una disputa por un pedazo de tierra. No cabe la menor duda de que las emociones destructivas son, tanto a este nivel como a otros muchos más sutiles, una de las principales causas de sufrimiento. Nuestra intención durante la presente semana es la de explorar la naturaleza de esas emociones, el modo en que se tornan destructivas y lo que podemos hacer para superarlas.
Nuestra empresa aspira a cumplir con tres objetivos diferentes. El primero de ellos es el de informar. En cierto sentido, estos diálogos se originaron en el interés que muestra Su Santidad por la ciencia y, en cierto modo, pretenden informarle. Bien podríamos decir que entre todos los presentes hemos tratado de confeccionar un menú científico y que se lo ofrecemos a modo de regalo. El segundo de nuestros objetivos es el de entablar un diálogo. Muchos de nosotros somos conscientes de que el budismo ha pensado mucho más profundamente que Occidente en todas estas cuestiones y, en consecuencia, tenemos muy claro lo mucho que podemos aprender de él. Pero este encuentro, por último, también apunta al logro de un tercer objetivo, que es el de la colaboración, es decir, el de emprender un debate intelectual y ver adónde nos conducirá este diálogo. Y, como usted mismo podrá comprobar, hemos organizado la semana para tratar de cumplir estos tres objetivos.

Comienza la semana

–Comenzaremos la semana con una visión filosófica. Para ello, el profesor Owen Flanagan nos ofrecerá una disertación acerca de lo que Occidente entiende por emociones destructivas. Luego Matthieu Ricard nos expondrá el punto de vista budista al respecto. Esta tarde, el venerable Kusalacitto sumará al debate la visión Theravada, y Alan Wallace ejercerá de moderador. Por su parte, Paul Ekman nos presentará mañana una perspectiva científica acerca de la naturaleza de la emoción y explicará más detenidamente lo que la ciencia occidental entiende por emociones, en general, y por emociones destructivas, en particular, y también nos hablará de la posibilidad de modificar las respuestas emocionales.
Pasado mañana –proseguí–, Richard Davidson nos ofrecerá una revisión de los fundamentos cerebrales de las emociones destructivas, más concretamente de lo que el budismo denomina los Tres Venenos, es decir, el rechazo, el apego y la ignorancia. Luego Davidson nos presentará el importante tema de la plasticidad neuronal, según el cual la experiencia modifica nuestras respuestas cerebrales.
El cuarto día, la profesora Jeanne Tsai se referirá a la forma en que las diferentes culturas determinan el modo de experimentar y expresar las emociones. Y, ese mismo día, Mark Greenberg llamará nuestra atención sob...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. In memoriam
  5. Sumario
  6. Prefacio de Su Santidad el decimocuarto Dalai Lama
  7. Prólogo: Un reto para la humanidad
  8. Una colaboración científica
  9. PRIMER DÍA: ¿Qué son las emociones destructivas?
  10. SEGUNDO DÍA: Las emociones en la vida cotidiana
  11. TERCER DÍA: Las ventanas del cerebro
  12. CUARTO DÍA: El dominio de las habilidades emocionales
  13. QUINTO DÍA: Razones para el optimismo
  14. Epílogo: El viaje continúa
  15. Notas
  16. Sobre los participantes
  17. Sobre el Mind and Life Institute
  18. Agradecimientos
  19. Contracubierta