Capital e ideología
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Capital e ideología

Thomas Piketty, Daniel Fuentes

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Capital e ideología

Thomas Piketty, Daniel Fuentes

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Toda sociedad necesita justificar sus desigualdades. Sin razones que las presenten como algo aceptable, el edificio político y social se vendría abajo. Desde una perspectiva original —en la que confluyen la óptica del economista y la de quien quiere mejorar la sociedad, el deseo de entreverar múltiples ciencias sociales y de animar el debate público—, Thomas Piketty traza en estas páginas la historia y el destino de los regímenes desigualitarios, desde la Francia prerrevolucionaria y los sistemas esclavistas en América hasta el hipercapitalismo de nuestros días y los Estados poscomunistas con sus frívolos magnates, pasando por el propietarismo decimonónico y el despiadado colonialismo europeo. En ese extenso y detallado recorrido, el autor de El capital en el siglo XXI identifica las promesas incumplidas de la socialdemocracia, las reticencias de los grupos en el poder para emprender reformas tributarias de gran calado y los logros que países como Suecia, la India o Brasil pueden ofrecer como ejemplo para inventar el socialismo participativo que reclaman nuestros tiempos. Erudita y rigurosa, con certeros guiños literarios, esta obra aspira a sentar las bases de una nueva fiscalidad —con impuestos progresivos al ingreso, a la riqueza y al carbono—, una ambiciosa forma de propiedad social y un sincero compromiso con la educación. Capital e ideología no sólo servirá para interpretar el mundo contemporáneo, sino que contribuirá a que lo transformemos."Los libros de Thomas Piketty son siempre monumentales. Así como El capital en el siglo xxi transformó la forma en que los economistas ven la desigualdad, Capital e ideología transformará la forma en que los politólogos entienden su propio campo." Branko Milanovic, autor de Los que tienen y los que no tienen"Un libro de notable claridad y dinamismo. Luego de aprender la lección de diferentes experiencias históricas, nos enseña que nada es inevitable, que existe una amplia gama de posibilidades entre el hipercapitalismo y los desastres de la experiencia comunista." Esther Duflo, ganadora del Premio Nobel de Economía 2019

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Información

Editorial
Grano de Sal
Año
2020
ISBN
9786079876210
Cuarta parte

Repensar las dimensiones de la contienda política

14. Las fronteras y la propiedad: la construcción de la igualdad

En las tres primeras partes de este libro estudiamos la transformación de los regímenes desigualitarios, desde las antiguas sociedades trifuncionales y esclavistas hasta las actuales sociedades hipercapitalistas y poscomunistas, sin olvidar las sociedades propietaristas, coloniales, socialdemócratas y comunistas. En concreto, hicimos hincapié en las dimensiones políticas e ideológicas de esta evolución. En el fondo, cada régimen desigualitario reposa sobre su propia teoría de la justicia. Las desigualdades no sólo deben justificarse, sino ser aceptables y dar coherencia a la organización social y política ideal. En toda sociedad, esto implica abordar una serie de cuestiones conceptuales y prácticas relacionadas con las fronteras de la comunidad, la organización de las relaciones de propiedad, el acceso a la educación y el reparto de la carga tributaria. Las respuestas que han ido aportando las distintas sociedades en el pasado han mostrado sus debilidades. La mayoría de ellas no sobrevivió al paso del tiempo y ha sido reemplazada por otras. No obstante, sería erróneo creer que las ideologías del presente, basadas en distintas formas de sacralización de la opacidad financiera y de la riqueza merecida, son menos infundadas o más sostenibles.
En la era de la democracia electoral y del sufragio universal, las contiendas políticas e ideológicas en torno a la justicia social y la economía justa siguen materializándose en manifestaciones y revoluciones, en manifiestos y libros, pero también se expresan en las urnas, por medio de los partidos y las coaliciones políticas por las que cada uno vota en función de su propia visión del mundo y de su situación socioeconómica individual. Algunos optan por no votar, un acto que no está exento de información. Sea cual sea el caso, los procesos electorales van dejando huellas sobre la evolución de las creencias políticas, huellas que seguramente son imperfectas y difíciles de interpretar, pero que resultan más útiles y sistemáticas que en las sociedades no electorales.
En esta cuarta parte analizaremos cómo la estructura “clasista” de las divisiones políticas y electorales se ha transformado en forma radical entre el periodo socialdemócrata de los años 1950-1980 y la globalización hipercapitalista y poscolonial de los años 1990-2020. Durante el primer periodo, las clases populares se reconocieron en los distintos partidos socialistas, comunistas, laboristas, demócratas y socialdemócratas que conformaban la izquierda electoral de la época. Esto ha dejado de ser así en el segundo periodo, en el que esos partidos y movimientos políticos han pasado a ser las formaciones con las que se identifica el electorado con mayor nivel de estudios y, en algunos casos, casi con mayor nivel de ingreso y riqueza.1 Esta evolución refleja, ante todo, el fracaso de las coaliciones socialdemócratas de la posguerra a la hora de renovar su propuesta programática, especialmente en lo relativo a cuestiones fiscales, educativas e internacionales. También demuestra que la formación de una coalición igualitaria es resultado de una compleja construcción política e ideológica. El electorado está sujeto a gran número de divisiones sociales e ideológicas, empezando por los conflictos sobre las fronteras y la riqueza. Sólo procesos sociohistóricos y político-ideológicos específicos pueden permitir la superación de esas divisiones, de manera que las clases populares de diversos orígenes y con trayectorias diferentes (urbanos y rurales, asalariados y no asalariados, nacionales y extranjeros, etcétera) se unan en una misma coalición.
En este capítulo estudiaremos el caso de Francia, y en los capítulos siguientes ampliaremos el análisis a Estados Unidos y el Reino Unido. Más adelante, abordaremos el caso de las demás democracias electorales de Europa occidental y oriental, así como el de otras democracias no occidentales, como la India y Brasil. La casuística nos permitirá comprender mejor las razones que explican esas transformaciones y su posible evolución. Trataremos así de analizar bajo qué condiciones es posible superar la formidable trampa social-nativista que está emergiendo a comienzos del siglo XXI, consecuencia tanto de la desilusión poscomunista como de la insuficiente reflexión sobre cómo organizar la globalización y el difícil aprendizaje de la diversidad poscolonial. Veremos hasta qué punto es posible definir una forma de federalismo social y de socialismo participativo que permita hacer frente a la nueva amenaza identitaria.

DECONSTRUIR LA IZQUIERDA Y LA DERECHA: LAS DIMENSIONES DE LA CONTIENDA SOCIOPOLÍTICA

Existen muchas razones por las cuales las divisiones electorales y políticas no pueden reducirse a un conflicto unidimensional, por ejemplo, entre “pobres” y “ricos”. La contienda política es ante todo ideológica y no “clasista”. Opone diferentes visiones del mundo, sistemas de creencias sobre qué es una sociedad justa y procesos de movilización colectiva, que no podemos reducir exclusivamente a las características socioeconómicas individuales o de clase social. En lo que se refiere a atributos individuales dados, siempre nos enfrentaremos a una gran diversidad de opiniones, dependiendo de la trayectoria familiar y personal de cada uno, de las relaciones sociales y los intercambios humanos, de las lecturas, de las reflexiones y la evolución específica de cada subjetividad. La organización ideal de la sociedad es demasiado incierta como para que exista una relación determinista entre la “posición de clase” y las creencias políticas. No se trata en estas páginas de relativizar esas creencias, sino al contrario. Estoy convencido de que es posible sacar provecho de las lecciones de la historia y de la confrontación de experiencias pasadas, para así comprender mejor las limitaciones del régimen de propiedad ideal, o del fiscal, o del educativo. Son cuestiones tan complejas que sólo una amplia deliberación colectiva puede conducirnos a un progreso real y duradero, a partir de la diversidad de vivencias individuales y de qué entendamos por una sociedad justa (concepto que en ningún caso debería verse reducido a una condición de clase). El modo en que las organizaciones colectivas (partidos y movimientos políticos, sindicatos y asociaciones de diversa índole) traducen las aspiraciones de igualdad y de emancipación individual en propuestas programáticas desempeña un papel fundamental a la hora de definir las diferentes formas de adhesión individual y de compromiso político.
Por otra parte, la noción de clase social debe abordarse de manera profundamente multidimensional. Abarca, desde luego, todo lo que concierne al ámbito profesional: el sector y la situación de actividad, los salarios u otras formas de ingresos procedentes del trabajo, la identidad profesional, la posición de dirección o supervisión, la posibilidad de participación en la toma de decisiones y en la organización de la producción, etcétera. La clase social también incluye el nivel de formación y calificación, que en parte determina el acceso a las diferentes profesiones, así como a la forma de participación política y a las interacciones sociales; además, junto con las redes familiares y personales, contribuye a determinar el capital cultural y simbólico del individuo. Por último, la clase social está estrechamente determinada por la riqueza. Hoy como ayer, la posesión de activos inmobiliarios, profesionales o financieros tiene múltiples implicaciones: significa, por ejemplo, que algunos ciudadanos deben destinar al pago del alquiler una parte significativa de su salario durante toda su vida, alquiler que alguien más percibe. Además de su efecto en el poder adquisitivo (la capacidad para comprar los bienes y servicios producidos por otros y, por lo tanto, de disponer del tiempo de los demás), que no es insignificante, la riqueza es en sí misma un factor determinante del poder social. Por ejemplo, tiene un efecto directo a la hora de crear una empresa y de poner a otras personas al servicio de un proyecto, en el marco de relaciones altamente jerárquicas y asimétricas. También permite apoyar los proyectos de otros y, a veces, tener una influencia concreta en la vida política, en particular mediante el financiamiento de partidos o de medios de comunicación.
Además de la profesión, el nivel de estudios y el patrimonio, la clase social con la que cada uno se identifica puede estar determinada por la edad, el sexo, la nacionalidad, el origen étnico (percibido) o las orientaciones religiosa, filosófica, alimentaria o sexual. La posición de clase también se caracteriza por el nivel de ingreso, que es un atributo particular-mente complejo y diverso, ya que depende a su vez de todas las demás dimensiones. Los ingresos incluyen los ingresos del trabajo (salarios y otros ingresos procedentes del empleo) y los del capital (alquileres, intereses, dividendos, plusvalías, utilidades, etcétera), es decir, dependen de la profesión, del nivel de estudios y de la riqueza acumulada, sobre todo si tenemos en cuenta que esta última condiciona el acceso a determinadas actividades profesionales y, por lo tanto, a los ingresos provenientes del trabajo, por ejemplo financiando una determinada formación o una inversión profesional.
Veremos también que la multidimensionalidad de las divisiones sociales es esencial para comprender la estructura y la evolución de las divisiones políticas y electorales (véanse en particular las figuras 14.1 y 14.2). Si examinamos la distribución del voto en el periodo socialdemócrata, aproximadamente el de 1950-1980, se observa que las diferentes dimensiones de las divisiones sociales estaban políticamente alineadas en todos los países occidentales. Dicho de otro modo, las personas que ocupaban posiciones inferiores en la jerarquía social tendían a votar por partidos y movimientos socialistas, comunistas, demócratas y socialdemócratas (en un sentido amplio), independientemente de la dimensión considerada (nivel de estudios, ingreso o riqueza), y el hecho de estar mal posicionado en varias dimensiones tenía efectos acumulativos en la orientación del voto. Esto era así en el contexto de los partidos explícitamente socialdemócratas como el SPD alemán o el SAP sueco, pero también en el voto laborista en el Reino Unido, el voto demócrata en Estados Unidos y el voto por partidos de izquierda de diversas denominaciones (socialistas, comunistas, radicales, ecologistas) en países en los que estos movimientos han estado históricamente divididos en varias estructuras de partido, como es el caso de Francia.2 Al contrario, votar por el Partido Republicano en Estados Unidos, por el Partido Conservador en el Reino Unido o por los diversos partidos de centroderecha y derecha en otros países era más frecuente entre la población con mayor nivel de estudios, ingreso o riqueza, con efectos acumulativos en los votantes situados en la parta alta en cada dimensión.
La estructura de la contienda política en las décadas de 1950 a 1980 fue “clasista”, en el sentido de que enfrentaba a las clases sociales más bajas con las más altas, independientemente de la dimensión que se utilizara para definir la identidad de clase. Por el contrario, la contienda política de los años 1990-2020 se asemeja más a un sistema de élites múltiples, en el sentido de que una de las coaliciones se apoya en quienes tienen un mayor nivel de estudios, mientras la otra atrae a los electores con niveles altos de ingreso y riqueza (que son cada vez menores, eso sí, a medida que las élites transitan hacia la primera coalición). En todos los países se observa, en el periodo clasista, una graduación muy clara en el alcance de las divisiones políticas asociadas a las diferentes dimensiones de la estratificación social. La riqueza es la dimensión que mayor di...

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