RECORRIDO ![]()
4
EL GABINETE DE CURIOSIDADES
Se llegará a decir en algunas sociedades que la cultura eleva al hombre al ras de la tierra, de su vida prosaica, y lo sitúa en presencia de una vida espiritual superior, de una vida «en estado de gracia». Cuando el habitante de una villa campesina lee el rótulo que anuncia la dirección de la «Casa de la Cultura», y luego vuelve a leer ese mismo rótulo ampliado extendiéndose por el dintel de la puerta principal de un edificio ad hoc (la «Casa de la Cultura»), ¿qué es lo que puede entender? ¿Qué puede esperar? ¿Qué función desempeñan estas relativamente recientes «casas de la cultura»… que en las villas españolas (no tanto en las aldeas ni en las grandes ciudades) se sitúan en un espacio singular, el de los edificios singulares tales como la Iglesia, el Campo de Fútbol, la Escuela, el Ayuntamiento o incluso la Plaza de Toros? ¿Es que estos otros edificios no son también «casas de la cultura», partes del todo complejo? Nadie lo sabe muy bien. Lo único que acaso puede decirse es que la «Superioridad» espera que cuando el habitante de la villa, el villano, lea el rótulo que le invita a entrar en la Casa de la Cultura, entienda algo más que el anuncio de un local en el que duermen algunos libros, cuelgan las acuarelas de una exposición fugaz, o en donde se agita bulliciosamente un televisor. La Superioridad espera que el habitante de la villa perciba en el rótulo del nuevo edificio la invitación a entrar en un mundo etéreo e indefinible, el mundo o Reino de la Cultura, que es mucho más que la escuela, el ayuntamiento, la iglesia, la discoteca o incluso la casa del pueblo (a fin de cuentas instituciones demasiado definidas, incluso prosaicas).
La Superioridad espera que en la Casa de la Cultura el villano crea que entra en comunidad con los demás hombres libres que respiran en una atmósfera irreal y sobrenatural. La Superioridad espera (y para ello utiliza sus animadores culturales —no sacerdotes, ni profesores, ni monitores, ni entrenadores—) que el villano, al entrar en la Casa de la Cultura, olvidará no sólo las miserias del mundo más prosaico del trabajo, sino también el espíritu de frívola diversión (que sopla en el teatro o en la discoteca) o el de la disciplina (que sopla en la escuela). La Superioridad espera que el villano se sienta, sin esfuerzo, como inundado por una gracia elevante que, como un don del Espíritu Santo, desciende sobre él, para purificarle, elevarle y santificarle. La Superioridad, en fin, espera que la Casa de la Cultura, en la villa, sea para el villano la antesala del Reino universal de la Gracia. Fuera de él, el villano sería un des-graciado.
(Bueno, 1996: 216-217. La negrilla es nuestra)
En los Materiales publicados como apéndice al informe final de la «Internationale Expertenkommission»1 declaraba Jürgen Mlynek, en ese momento presidente de la Universidad Humboldt de Berlín, al exponer el compromiso de la Universidad con la idea, de aquella aún en ciernes, del Humboldt Forum, que: «Con la reconstrucción de la Wunderkammer des Wissens [gabinete del saber] en la Schlossplatz puede ser puesto a disposición de estudiantes, gobernantes, economía y público un centro de información y servicios con la ayuda de todos los medios tecnológicos posibles abierto las 24 horas del día» (2002: 121). Mlynek estaba haciendo referencia aquí a la extraordinaria colección de objetos naturales, científicos, etnológicos y artísticos que la universidad Humboldt posee; colección que se remonta a la ‘Wunderkammer’ (gabinete de curiosidades) de los reyes de Prusia y que originalmente estaba situada en el tercer piso del Palacio Real antes de pasar a formar parte de la Universidad. Este Palacio Real de Berlín, el ‘Berliner Stadtschloss’, fue el edificio que el Palast der Republik reemplazó en el centro de la ciudad y que va a ser parcialmente reconstruido en el proyectado Humboldt Forum2. Mlynek precisaba a mayores el rol que esta ‘Wunderkammer’ jugaría en el nuevo edificio. «Quien piense que la Universidad Humboldt es de la opinión de que aquí ha de surgir un empolvado museo de ciencias, se engaña. Más bien Berlín tiene la posibilidad de aprovecharse de este increíble tesoro como polo de atracción para el público» (ibíd: 120). Antes de pasar a analizar cómo se llegó a esta idea de organizar un espacio dedicado al saber y la cultura de la humanidad, veamos las funciones que fueron, por así decirlo, impugnadas y que dieron lugar a la demolición del Palast der Republik y, por tanto, a esta forma distintiva de iconoclasia.
A) Funciones impugnadas
Pensamos que no es necesario descubrir ahora el origen y función ideológica del Palast der Republik en la antigua República Democrática Alemana (RDA). Este no fue pensado como un edificio estrictamente gubernamental, aunque en su ala izquierda se situaba el Parlamento de la República, la ‘Volkskammersaal’. El Palast der Republik había sido concebido como una ‘Casa de la Cultura’ (Kulturhaus) en la tradición de las ‘Volkshäuser’ y ‘Volkspaläste’ socialistas, es decir, en el sentido de un lugar representativo de la república socialista por entero. Esta manifiesta función ideológica, es decir, la visión marxista-leninista de una concepción del mundo específica de clase, era tomada muy en serio por el aparato político de la RDA que la mostraba con orgullo. Erich Honecker, secretario general del Comité Central del Partido Socialista Unificado (SED, en sus siglas en alemán), en un discurso pronunciado con motivo de la fiesta de cubrir aguas o ‘Richtfest’ del Palast, el 18 de noviembre de 1974, hacía hincapié en el significado histórico-político del lugar en el que se ubicaba el edificio. «Esta Casa —declaraba Honecker— se encuentra en un lugar histórico. Aquí proclamó Karl Liebknecht en noviembre de 1918 la república socialista. Aquí lucharon los marineros de la Marina del Pueblo contra la reacción. Aquí los trabajadores revolucionarios de Berlín mostraron su lealtad al nuevo poder soviético. Aquí Ernst Thälmann exhortó al proletariado berlinés a la creación de un frente amplio antifascista… El Palast der Republik estará siempre comprometido con esta tradición revolucionaria. Como buen anfitrión serán recibidos compañeros y camaradas de lucha de todo el mundo. Más allá de las fronteras de nuestra nación el Palast der Republik encarnará el empeño y la creatividad de nuestro pueblo» (citado en Graffunder y Beerbaum, 1977: 7). Como no podía ser de otra forma el propio arquitecto jefe del Palast, Heinz Graffunder, subrayaba un año después de su inauguración oficial la ideología impresa en el edificio. «En este edificio se hace realidad la reivindicación históricamente legítima de la clase trabajadora de erigir en el corazón de la capital del primer Estado socialista alemán una obra que es digna de representarlos. El Palast der Republik como Casa del Pueblo en lugar del viejo palacio de los reyes prusianos y káiseres es símbolo de la transformación en las relaciones de propiedad en beneficio de los trabajadores de nuestra nación libres de toda explotación» (ibíd: 9). Hay que entender que estas arengas no eran simples discursos vacíos, en ellas se tomaba muy en serio la función que el edificio debía desempeñar. En su interior el pueblo tenía que sentirse identificado con los ideales del socialismo, es decir, con la concepción del mundo marxista-leninista y el humanismo socialista. Debido a su particular combinación de funciones culturales y políticas el Palast der Republik era un edificio singular, y mejor que en ningún otro lugar el socialismo era aquí mostrado en todo su esplendor. Acentuando su carácter ideológico, en el vestíbulo del Palast der Republik colgaban 16 cuadros de reconocidos artistas de la RDA bajo el lema «Wenn Kommunisten träumen»: cuando los comunistas sueñan.
Esta idea de una ‘Casa del Pueblo’ no era en absoluto nueva. Se remonta al movimiento de los trabajadores en el siglo XIX cuyos primeros ejemplos se encuentran en Inglaterra. Durante la República de Weimar estas ‘Casas del Pueblo’ se encontraban en su apogeo. Por ejemplo, sólo en 1925, 98 nuevas ‘Casas’ fueron construidas. Vinculadas en primer lugar a los sindicatos obreros y asociaciones filantrópicas, bien pronto las sociedades burguesas e industriales comenzaron a levantar sus propias ‘Casas’ de caridad y acogida como forma de contrarrestar el de aquel bien organizado movimiento obrero. En su origen, a través de las ‘Casas del Pueblo’ se buscaba mejorar la formación profesional y humanista de los trabajadores así como facilitar su acceso a la cultura y el arte. «Una idea central —escribe Kuhrmann— en la que se apoyaban tanto las Casas del Pueblo como después las Casas de la Cultura de la RDA era la ‘democratización’ de la cultura, la supresión de la idea elitista del arte y la cultura facilitando así el acceso a la cultura a todos los ciudadanos por igual» (2006: 145)3. Esta función era central no sólo en el Palast der Republik sino en todos los centros sociales y culturales construidos a lo largo y ancho de la RDA. Así se buscaba crear una cultura socialista en la que los ‘Palacios Culturales’ de la Unión Soviética también sirvieron de modelo (cf. Hain, 1996: 112-115 y Kuhrmann, 2006: 133-136). Kuhrmann señala cómo a partir de los años 60 se observa una si cabe mayor identificación de las ‘Casas de la Cultura’ de la RDA con esta tradición histórica de las ‘Casas del Pueblo’ y el movimiento obrero. Por otra parte, su función de entretenimiento y esparcimiento pasa a cobrar una mayor importancia frente a la educación política que había sido su función principal durante los años 50. En un panfleto publicado en 1913 bajo el título «Volkshaus, wie es sein sollte» («La Casa del Pueblo como debe ser») Heinrich Peus, diputado en el parlamento por el partido socialdemócrata, plasmaba su ideal de ‘Casa del Pueblo’. En el panfleto Peus escribía: «La Casa del Pueblo del futuro debe ser la casa más hermosa en la ciudad. Debe ser más hermosa que las iglesias del pasado... La Casa del Pueblo será la iglesia del futuro. En su exterior será tan magnífica como lo exige su gran destino. ¡Sus salones serán muestra de elegancia y solidez! ¡Cada cuadro, cada pared engalanada será una obra de arte!... La Casa del Pueblo tiene que guiar a cada paso el alma de sus visitantes en los ideales que ennoblecen la vida en común de los hombres. Excepcionalmente reluciente será la iluminación de la Casa del Pueblo... La Casa del Pueblo será simultáneamente un lugar en el que se aconseja con seriedad, se instruye y uno se entretiene noblemente. ¡Ofrece para cada ocasión el mejor lugar y otros medios para una provechosa ocupación de nuestro tiempo libre!» (citado en Hain, 1996: 94). Esta descripción se adecua extraordinariamente bien a la función ideo-lógico-ociosa que el Palast der Republik cumplía en la extinta RDA.
Hemos incidido ahora brevemente en la función ideológica del Palast der Republik porque somos de la opinión de que una de las tareas que su demolición cumplió fue la de hacer desaparecer esta función representativa que el Palast encarnaba y que aún estaba muy presente en el recuerdo de muchos ciudadanos de la extinta RDA, desde simples visitantes hasta antiguos trabajadores que sin duda desde una posición un tanto nostálgica pretendían que el Palast fuese conservado con sus funciones culturales intactas (cf. Reinbold y Novak, 2007: 70-73)4. De hecho, que desde los años 90 las autoridades políticas consideraran este espacio urbano como un ‘agujero’ (Loch) en el medio de la ciudad, es muestra de lo difícil que era vincular la misma existencia del Palast der Republik con la nueva Alemania post-1989. Cuando en 1994 la plaza donde se situaba el Palast fue renombrada como ‘Schlossplatz’ en referencia al antiguo Palacio Real fue claro que el primer paso hacia el derribo del Palast había sido dado, aunque sólo fuera a través del poder simbólico de un cambio de nombre (cf. en Bodenschatz, 2005: 269). Por otra parte, aún hay un hecho que a nuestro entender refuerza la suposición de que era la función representativa del Palast en el contexto de la república socialista la que fue impugnada con su derribo. En todo el informe final de la comisión internacional de expertos, la mencionada «Internationale Expertenkommission» (2002a), la única utilidad del Palast der Republik que mereció una consideración explícitamente positiva fue la cámara del parlamento y ello en virtud de un específico significado histórico, a saber, en virtud de haber sido el lugar, en agosto de 1990, en el que se decidió oficialmente la desintegración de la RDA o, lo que es lo mismo, en el que se ratificó el acuerdo de unión con la República Federal. La comisión internacional de expertos sostenía que este parlamento, cuyo diseño interior está protegido como patrimonio nacional, podía ser reconstruido en el nuevo Humboldt Forum. No se recomendaba expresamente la inclusión de esta cámara en el nuevo edificio pero se dejaba abierta esta posibilidad (ibíd: 42). Aunque no parece que una reconstrucción del parlamento en el nuevo Humboldt Forum vaya a ser posible, no deja de ser relevante que para esta comisión de expertos el Palast der Republik no haya sido capaz de generar ninguna otra valoración positiva destacable más allá de esta dimensión política que niega explícitamente al propio Palast como símbolo de la república socialista. Por ello, tampoco resulta extraño que Hannes Swoboda, el presidente de la comisión de expertos, afirmara que si bien no era partidario de la destrucción de obras arquitectónicas por el simple hecho de que evocaran tiempos pasados, era de la opinión de que «el Palast der Republik desde el punto de vista de su diseño arquitectónico y de su ubicación urbana sencillamente no constituía una cita óptima o un recuerdo óptimo del pasado» (en Schug 2007, 290). Siendo esta la opinión del presidente de la comisión de expertos no es de extrañar que la recomendación final de la comisión fuese «no existe otra alternativa que el derribo del Palast der Republik» (2002a: 44). En este sentido, que la comisión de expertos también afirmara en su informe final que en el nuevo edificio a erigir la tradición de la ‘Casa del Pueblo’ debía pervivir (ibíd: 18, 23, 33) no parece tener mucho sentido cuando esta tradición se pretendía conservar a expensas del propio Palast. ¿Qué es lo que se quería realmente decir cuando se afirmaba que la «comisión estaba a favor de que la idea de la Casa del Pueblo personificada en el Palast der Republik fuese retomada» en el nuevo edificio (ibíd: 44)? Lo que se propició fue una transformación que habrá de convertir la tradición socialista de la ‘Casa del Pueblo’ en una ‘Casa de la Cultura’ de nuevo cuño, lo que sin duda es un signo de los tiempos (ver la sección tercera más abajo). Curiosamente esta transformación fue llevada a cabo incluso antes de que se iniciasen las obras de derribo. Los miembros de la asociación «Zwischen Palast Nutzung e.V.», posicionados en el contexto del debate público a favor de la conservación del Palast, al menos hasta que se alcanzase una solución razonable, demostraron entre el 2003 y el 2005 a través de un exigente programa cultural organizado en el propio Palast, que consiguieron gestionar y abrir de nuevo al público durante ese periodo, que la ideología que había estado en el origen de su construcción era definitivamente cosa del pasado. Como señala Sindy Duong, consiguieron que el Palast no fuera visto como un anacronismo de la RDA sino como un «objeto cultural útil en el corazón de Berlín» (2007: 124). Duong advierte que lo que este «entre-uso» (Zwischennutzung) realmente produjo fue una desideologización de la arquitectura y su historia. El Palast pasó de ser un ‘monumento’ del socialismo a ser un fabuloso escenario de acero y cemento que esperaba ser utilizado (ibíd: 129). La escultura «Zweifel» del artista noruego Lars Ramberg instalada en el techo del Palast en enero del 2005 fue muestra y personificación perfecta de este proceso de desideologización5. «Zweifel» significa «duda» y con esta «duda» Ramberg pretendía hacerse eco de los debates que hasta ese momento se habían producido en torno al Palast y su inminente derribo. Como se puede leer en la web del propio Ramberg, «Zweifel» es un monumento sobre los mismos debates y un homenaje «a la nueva era de la historia alemana en la que la duda ha llegado a convertirse en una demostración de reflexión y democracia. La duda colectiva ha sacado a Alemania de su pasado totalitario y de hecho ha unido a las dos naciones alemanas»6. Esto es, con «Zweifel» no se dudaba de la controversia presente alrededor del edificio sino que se pretendía simbolizar la dialéctica social que lo rodeaba, siendo así ciertamente consecuente con la imagen que las autoridades se esforzaban por transmitir, es decir: presentar el proyecto de demolición como el resultado de un profundo debate social cuyo desenlace formal había sido la decisión tomada por el parlamento alemán el 4 de julio del 2002 en el sentido de su derribo. El discurso oficial del ‘aparato’ estatal llegaría a ser en cualquier caso manifiesto. En las vallas exteriores que protegían las obras de derribo se encontraba el siguiente cartel: «Demokratische Entscheidung: Ein Land diskutiert – und findet den Weg»: una decisión democrática: un país discute y encuentra el camino. Este cartel, junto a otros semejantes, formaba parte de la instalación «Palast Schaustelle» alrededor de las obras de derribo del Palast. Con esta instalación se quería que los vi sitantes experimentaran el proceso de derribo paso a paso, que llegaran a conocer las circunstancias que dieron lugar a esta decisión así como la historia del lugar contada en 37 paneles explicativos. La obra «Zweifel» de Ramberg, instalada cuando el proceso de derribo era inminente, dio por tanto en el clavo con respecto al discurso retórico que la demolición del Palast llevaba consigo. La iconoclasia que se podía suponer en virtud del mismo hecho de una destrucción proyectada se esfumaba por completo gracias al proceso dialéctico de la ‘duda’ que había conducido a una decisión democrática. El desenlace lógico de esta ‘duda’ lo mostró un graffiti que en diciembre del 2008 señalaba el lugar vacío que antes había ocupado el Palast der Republik. En el graffiti se podía leer: Die DDR hat’s nie gegeben – La RDA nunca ha existido.
No obstante, que la deseada transformación de convertir este espacio en una ‘Casa de la Cultura’ global fuese implementada a través de un proceso de destrucción primero, la del Palast der Republik, y de construcción después de un nuevo edificio representativo no sólo se explica gracias a las razones que ahora hemos destacado. Existen también motivos urbanísticos que, por otra parte, no son únicamente de carácter técnico sino también económico e ideológico. En este sentido, se puede afirmar que la demolición del Palast der Republik fue la respuesta adecuada a una ‘necesidad’ político-económica. Seguidamente delinearemos los principales aspectos que en relación a esta ‘necesidad’ estaban ahora en juego.
B) La reestructuración del espacio
No vamos a insistir ahora en las razones arquitectónicas, técnicas e históricas sobre las que la comisión internacional de expertos hizo hincapié y que según su opinión hacían del derribo del Palast der Republik la única solución posible para este área urbana7. No obstante, sí que nos gustaría destacar que el principal argumento de la comisión contra el Palast der Republik era de carácter técnico y consistía en que el edificio no respetaba la estereometría original urbana, es decir, el volumen arquitectónico histórico que había ocupado el Palacio Real. Incluso consideraban que el Palast der Republik obstruía las relaciones espaciales este-oeste en el centro de Berlín (2002a: 32-33)8. Ahora bien, ¿en qué contexto se situaba esta recomendación técnica? Para entender a lo que la comisión internacional de expertos se estaba refiriendo cuando afirmaba que el Palast no había respetado la estereometría histórica tendremos que considerar algunos aspectos clave de la remodelación urbana del centro de Berlín desde los años 90 y, a mayores, en qué relación se sitúa esta remodelación con respecto a los debates actuales en torno a la metrópolis posfordista y la global city (cf. Sassen, 2001).
Berlín como metrópolis posfordista
Toda intervención urbana es un proceso complejo que altera el valor sustancial del inmueble o área objeto de renovación. Surgen intereses económicos concretos, cambian las relaciones de propiedad y los costes de uso aumentan en la mayoría de los casos. Andrej Holm ha señalado que una renovación urbana que se supedite a las condiciones del posfordismo «en vez de levantar urbanizaciones en sus límites periféricos se concentra más bien en la conservación de edificios antiguos en el centro urbano. Los trabajos de modernización ya no implican la producción masiva sino que se orientan a un sistema de «pequeñas series». En vez de amplias planificaciones y subvenciones estatales se sucede la transición a una planificación descentralizada y flexible así como a una amplia privatización de la reforma urbana» (2006: 57)9. En Berlín este proceso es patente debido sobre todo a la privatización masiva del ‘patrimonio’ estatal de la antigua RDA. Bajo relaciones capitalistas la intervención en la estructura urbana es ante todo un proceso económico. En un sentido inclusivo este proceso económico está «socialmente integrado y regulado, es objeto de una selección estratégica por parte de instituciones, organizaciones, fuerzas sociales y actividades organizadas en torno a (o al menos implicadas en) la auto-valorización del capital» (Jessop, 1997: 29). Est...