Una de las condiciones fundamentales para que la ciudad colombiana mejorara sus condiciones a partir del último decenio del siglo xx fue la valoración e importancia dada a lo público, tanto desde el urbanismo como desde la arquitectura. Desde las administraciones locales se hicieron esfuerzos notables en buena parte de las ciudades para rescatar lo público, mejorar la calidad de la arquitectura y los espacios públicos, lo que se logró en muchos casos; no obstante, en otros se cedió al facilismo y la espectacularidad formalista, con su propia vacuidad, y el pretendido simbolismo terminó en una fórmula superficial, cuyos costos las mismas ciudades han venido pagando en los últimos años. Un ejemplo de esto, no el único pero sí el más espectacularizado, es la Biblioteca España de Medellín (véase figura 40), ganadora de premios de arquitectura nacionales e internacionales, portada de revistas en el mundo y escenario de múltiple publicidad, que debió ser cerrada y desmontada por problemas aún no definidos judicialmente, los cuales le han implicado a la administración pública municipal sobrecostos en su mantenimiento y en la nueva construcción que incluso superan el valor inicial de la obra.
Figura 40. Giancarlo Mazzanti. Biblioteca España desmontada. Medellín, 2017.
Foto: Luis Fernando González Escobar.
El “efecto Biblioteca España” ha puesto sobre el tapete lo que se le pide a la arquitectura pública: su sostenibilidad, un concepto planteado hace años pero no entendido o sin la valoración debida a la hora de incorporarlo al proyecto. Ahora se habla de la obligatoriedad de la sostenibilidad económica, constructiva y ambiental en la arquitectura pública, no como retórica sino de forma que se pueda materializar. Cómo gestionar y mantener la arquitectura pública es una preocupación que debería tenerse en cuenta desde la formulación del proyecto, pues los recursos públicos entran en juego en dicha concepción, ya que no se trata solo de los costos directos de la construcción sino también de su mantenimiento y de la permanencia en el tiempo. A ello contribuye la materialidad de la obra, en momentos que se impone la arquitectura en seco —estructuras y paneles de acero, aluminio, placas de fibrocemento, etc.— que ha derivado peligrosamente hacia la arquitectura “sánduche” —la versión arquitectónica de la comida rápida—, frente a las construcciones tradicionales, una arquitectura que abarca desde el ladrillo hasta las versiones más contemporáneas del concreto. La tectónica, por su parte, ha perdido literalmente peso. Cada vez la arquitectura es más ligera, rápida y eficiente en términos constructivos, de modo que la pérdida de densidad y la búsqueda de la celeridad constructiva conspiran muchas veces en contra de una verdadera sostenibilidad, que no está necesariamente en las llamadas infraestructuras verdes —techos y muros verdes, jardines verticales—, sino, también, en los procesos constructivos, tipo de materiales, etc.; un asunto que también comenzó a ser importante en el paisaje urbano frente a los problemas y crisis ambientales urbanas que ya se han presentado, como el señalado caso de la Biblioteca España de Medellín. Cabe agregar que un punto de partida, en términos de la arquitectura verde, es la construcción en el 2010 de las terrazas verdes de la Secretaría Distrital del Ambiente en Bogotá y la publicación de una guía al año siguiente para replicar esta experiencia.
Del 2010 en adelante, importantes ejemplos de arquitectura pública fueron ejecutados desde lo público para fortalecer lo público, pero cada vez más lo privado define lo público, sea con sus propias iniciativas, o mediante las concesiones, o desde las alianzas o asociaciones público privadas (app), aprobadas por el Departamento de Planeación Nacional en el 2011. Esto puede ilustrarse con las construcciones del corredor de la calle 26 o avenida El Dorado en Bogotá, desde la carrera tercera, en el oriente, hasta el aeropuerto El Dorado, en el occidente: la obra inicia con el nuevo edificio de la Facultad de Artes y Diseño de la Universidad Jorge Tadeo Lozano y termina, para efectos del ejemplo, con el aeropuerto El Dorado. El proyecto de la Facultad de Artes y Diseño forma parte de un conjunto de obras que se han erigido en el centro de la ciudad, siguiendo el trazado de las manzanas y entre arquitecturas modestas pero con valor histórico, de tal manera que los edificios —algunos, como el de posgrados, diseñado por Daniel Bermúdez, ganadores de premios nacionales de arquitectura— se combinan con casas de uno y dos pisos y con edificios de cuatro pisos; así, los anteriores proyectos, como el de la Facultad de Artes y Diseño, del arquitecto Ricardo La Rota, se establecen en un campus abierto a la ciudad, renovando así esta parte del centro, pero respetando arquitecturas contextuales, al relacionarse el proyecto, en este caso particular, con sus diferentes escalas en el zócalo o plataforma escalonada sobre la que se levantan los cubos que singularizan el conjunto; se trata, pues, de una arquitectura de origen privado pero con gran sensibilidad frente a la calle y la fachada urbana, y con la idea de implantarse en un sitio complejo por las vías circundantes, que logra crear nuevos elementos públicos. Entre tanto, el aeropuerto, un proyecto público entregado en concesión a un operador privado, fue polémico desde el inicio por la misma concesión y luego por lo que suscitó el concurso público de anteproyectos que premió en marzo del 2006 “la mejor idea de fachada y los mejores renders [imágenes digitales tridimensionales], sin profundizar en aspectos decisivos de la arquitectura y el urbanismo, como lo son la implantación del edificio dentro de la ciudad o sus posibles ampliaciones en el futuro”; este proyecto, que fue otorgado a la Unión Temporal Javier Vera y Javier Giraldo, pese a la pretensión de los arquitectos de ir más allá del juego de imágenes y del maquillaje de fachadas, terminó diluyéndose y acomodándose a los intereses económicos de la empresa a cargo, de tal manera que fue necesaria la demolición del antiguo proyecto de Cuéllar Serrano Gómez, inaugurado en 1959, considerado una de las grandes obras arquitectónicas de la modernidad en Colombia, para construir a cambio unos edificios insípidos, genéricos y similares a muchas otras obras aeroportuarias, coronados con una torre de control que pretendía ser una imagen de la cultura Muisca, la cual fue inaugurada en diciembre del 2015; pero nada más alejado de las proporciones y concepciones muiscas que el remedo de 21 pisos y 84 metros de altura, con su trama de acero girando alrededor del fuste central de concreto.
En síntesis, el contraste de los extremos es evidente: una arquitectura privada sirve con fluidez y sensibilidad a lo público urbano, mientras un proyecto público es más pensado desde y para los intereses privados en la ciudad. Sin embargo, a lo largo del recorrido de la avenida El Dorado, se plantean varias opciones sobre el espacio público que tipifican los tiempos en que se discuten estos aspectos: un espacio público controversial como el Parque del Bicentenario, otro proyecto público con gran incidencia sobre lo público, entendiendo esta noción no solo desde lo físico, como el caso del Museo Nacional de la Memoria; un proyecto gestionado desde una institución pública como el primer proyecto del Centro Administrativo Nacional, pero elaborado desde lo privado; y un proyecto privado que concibe un espacio público restringido y controlado dentro de la urbe, como la Ciudad Empresarial Sarmiento Angulo. Toda una gama de posibilidades que se podrían mirar y entender en esta avenida bogotana, pero que resultan ser una muestra de ...