mẹ | madres
Mamá y yo no nos parecemos. Ella es bajita y yo alta. Ella tiene la piel oscura y yo tengo la piel de las muñecas francesas. Ella tiene un agujero en el gemelo y yo tengo un agujero en el corazón.
Mi primera madre, la que me concibió y me trajo al mundo, tenía un agujero en la cabeza. Debía de ser joven, quizá una muchacha todavía, porque ninguna mujer vietnamita adulta se habría atrevido a gestar un bebé sin llevar un anillo en el dedo.
Mi segunda madre, la que me recogió en un huerto en mitad de las plantas de okra, tenía un agujero en la fe. Ya no creía en la gente, y menos aún en lo que decían. Así que se retiró a un chamizo, lejos de los poderosos brazos del Mekong, a recitar oraciones en sánscrito.
Mi tercera madre, la que me vio dar los primeros pasos, se convirtió en Mamá, mi Mamá. Una mañana quiso volver a abrir los brazos. Así que abrió las contraventanas de su habitación, que hasta ese día habían permanecido cerradas. Me vio a lo lejos, en medio de la luz cálida, y me convertí en su hija. Me dio un segundo nacimiento al criarme en una gran ciudad, en un entorno anónimo al fondo de un patio de colegio, rodeada de niños que me tenían envidia porque mi madre era profesora y vendedora de helado de plátano.
dừa | coco
Cada mañana, muy temprano, antes de que comenzaran las clases, hacíamos la compra. Empezábamos por la vendedora de cocos maduros, los de mucha pulpa y poco jugo. La señora nos rallaba la primera mitad del coco con la ayuda de un palo liso que llevaba una chapa de refresco pegada en el extremo. Unas láminas grandes, como cintas, caían a modo de friso decorativo en la hoja del banano colocada sobre el puesto. La vendedora hablaba sin parar y siempre le preguntaba lo mismo a Mamá: «¿Qué le da de comer a esta niña para que tenga los labios tan rojos?». Para evitar la observación, me había acostumbrado a meter los labios para dentro, pero la velocidad a la que rallaba la segunda mitad del coco me fascinaba tanto que siempre la observaba con la boca entreabierta. Ponía el pie sobre una larga espátula de metal negro que tenía una parte del mango apoyada en un banquito de madera. Desmigajaba la pulpa rallando el coco con la rapidez de una máquina, sin mirar siquiera los dientes puntiagudos del extremo redondo de la espátula. Las migas, al caer por el agujero central de la espátula, recordaban el vuelo de los copos de nieve en el país de Papá Noel, decía siempre Mamá, que en realidad estaba citando a su madre. Hacía hablar a su madre para oírla de nuevo. Asimismo, cada vez que veía a unos niños jugando al fútbol con una lata vacía, susurraba invariablemente londi, como su madre.
thừ 2 | lunes
thừ 3 | martes
thừ 4 | miércoles
thừ 5 | jueves
thừ 6 | viernes
thừ 7 | sábado
chủ nhật | domingo
Mi primera palabra en francés fue londi. En vietnamita, lon quiere decir lata y đi marcharse. Los dos sonidos juntos forman lundi, es decir, «lunes», para los oídos de una vietnamita. Al igual que hizo su madre, me enseñó la palabra pidiéndome que señalara la lata antes de darle un puntapié y decir lon-di. El lunes, segundo día de la semana, era el más bonito de todos porque su madre falleció antes de enseñarle a pronunciar el resto de días. Tan sólo el lunes estaba asociado a una imagen clara e inolvidable. Los otros seis días carecían de referencias, y por tanto se parecían. Así, mi madre confundía a menudo el martes con el jueves y a veces le daba la vuelta al sábado y al miércoles.
ớt hiểm | pimientos perversos
Pero sí le dio tiempo a aprender a extraer la leche del coco presionando entre las palmas las bolas de pulpa desmigajada impregnada de agua caliente antes de que su madre faltase. Las madres enseñaban a las hijas a cocinar en voz baja, entre murmullos, no fuera a ser que las vecinas les robaran las recetas y así pudiesen seducir a sus maridos con los mismos platos. Las tradiciones culinarias se transmitían en secreto, como trucos de magia que pasasen de maestro a aprendiz, un gesto por vez, según el ritmo cotidiano. El orden natural era que las niñas aprendiesen a medir la cantidad de agua para el arroz con la primera falange del índice, después a picar los «pimientos perversos» (ớt hiểm) con la punta del cuchillo para transformarlos en flores inofensivas, después a pelar los mangos desde la base a la punta para no llevarle la contraria a las fibras…
chuối | plátano
Así aprendí de mi madre que, de la cantidad de tipos de plátanos que vendían en el mercado, sólo pueden alisarse sin romperse y hacerse helado sin ponerse negros los plátanos chuối xiêm. Cuando llegué a Montreal, le preparé ese refrigerio a mi marido, que llevaba una veintena de años sin comerlo. Quería que degustase de nuevo el maridaje típico del cacahuete y el coco, dos ingredientes que, en el sur de Vietnam, se encuentran tanto en los postres como en los desayunos. Yo tenía la esperanza de poder servir y acompañar a mi marido con sigilo, un poco como los sabores que pasan casi desapercibidos a fuerza de permanecer en su sitio.
chồng | marido
Mamá me confió a ese hombre por amor maternal, del mismo modo que la monja, mi segunda madre, me había puesto en manos de Mamá pensando en mi porvenir. Como ella estaba preparando su muerte, me buscó un marido que reuniese las cualidades de un padre. Una de sus amigas, que nos hizo de casamentera, vino una tarde con él a hacernos una visita. Mamá me pidió que sirviese el té, sin más. No le miré el rostro a aquel hombre, ni siquiera cuando coloqué la taza ante él. Mi mirada no era necesaria, sólo contaba la suya.
thuyền nhân | boat people
Venía de lejos y tenía poco tiempo. Lo esperaban varias familias para presentarle a su hija. Era oriundo de Saigón pero había salido de Vietnam en barco a los veinte años, como boat people. Había pasado varios años en un campo de refugiados en Tailandia antes de llegar a Montreal, donde había encontrado trabajo, pero no un país, o no del todo. Era de los que han vivido demasiado tiempo en Vietnam como para poder convertirse en canadienses. Y, a la inversa, de los que han vivido demasiado tiempo en Canadá como para volver a ser vietnamitas.
văn hóa | cultura
Cuando se levantó de nuestra mesa para encaminarse a la puerta, su paso era el de un hombre indeciso, perdido entre dos mundos. No recordaba si tenía que atravesar el umbral antes o después de las mujeres. No recordaba si debía usar su voz o la de la casamentera. Su vacilación al dirigirse a Mamá nos hizo desfallecer a todas. La llamaba, al alimón, hermana mayor (Chi.), tía (Cô) y tía abuela (Bác). Nadie le guardó rencor porque era forastero, venía de un sitio donde los pronombres personales existen para poder seguir siendo impersonales. En ausencia de esos pronombres, la lengua vietnamita impone una toma de postura desde el primer contacto: el interlocutor más joven le debe respeto y obediencia al de más edad y, a la inversa, este último debe consejos y protección al más joven. Si alguien escuchase una conversación entre ambos, podría adivinar que el joven es sobrino de uno de los hermanos mayores de su madre, por ejemplo. Asimismo, si se entablaba una conversación entre dos personas que carecían de vínculo familiar, era igualmente posible determinar si el más viejo era más joven que los padres del otro. En el caso de mi futuro marido, habría expresado parcialmente su interés por mí si hubiese llamado Bác a Mamá, porque «tía abuela» habría colocado a Mamá en el rango de sus padres, sobreentendiendo su posición de suegra. Pero la incertidumbre lo tenía hecho un lío.
quạt máy | ventilador
Para gran asombro nuestro, volvió al día siguiente con presentes: un ventilador, una caja de galletas de arce y un frasco de champú. En esa ocasión me vi obligada a sentarme entre Mamá y la casamentera, frente a aquel hombre y sus padres, que ponían sobre la mesa fotos de él al volante de su coche, de él delante de unos tulipanes, de él en su restaurante, con dos tazones grandes en la mano y el pulgar rozando el caldo hirviendo. Muchas fotos de él, siempre solo.
hoa phượng | flamboyán
Mamá permitió una tercera visita al cabo de dos días. Él pidió un poco de tiempo a solas conmigo. En Vietnam, las cafeterías cuyas sillas miraban a la calle, como en Francia, estaban destinadas a los hombres. Las chicas sin maquillaje ni pestañas falsas no bebían café, al menos no en público. Habríamos podido tomar unos batidos de guanábana, de zapote o de papaya donde el vecino, pero aquel rincón florido con pequeños taburetes de plástico azul parecía reservado a las sonrisas veladas de las colegialas y a los roces tímidos de jóvenes manos enamoradas. Sin embargo, nosotros no éramos más que futuros esposos. De todo el barrio, sólo nos quedaba el banco de granito rosa del patio del colegio que daba a la fila de casas de los profesores, entre las que se contaba la nuestra, bajo el flamboyán, cargado de flores, pero de ramas delicadas y graciosas como los brazos de una bailarina. Los pétalos color rojo vivo recubrían por completo el banco antes de que él despejara una parte para sentarse. Me quedé de pie, observándolo, lamentando que no pudiese verse rodeado de todas aquellas flores. En ese preciso instante, supe que siempre permanecería de pie, que nunca se le ocurriría hacerme sitio a su lado porque no era más que un hombre solo y solitario.
con sóc | ardilla
Le tendí el vaso de limonada con lima salada que le había preparado mi madre. Él mismo se parecía a esas limas morenas marinadas en sal, recalentadas al sol y alteradas por el tiempo, pues no es que tuviese la mirada vieja, sino envejecida, casi borrosa, descolorida.
–¿Has visto alguna vez una ardilla?
–Sólo en los libros.
–Me marcho mañana.
–…
–Te envío los papeles.
–…
–Tendremos hijos.
–Sí.
Me entregó su dirección escrita a mano en una hoja doblada a la mitad. Se alejó con paso lento y desdibujado, como el del soldado que le dio a Mamá este poema, también escrito sobre una hoja doblada a la mitad:
Te ofrezco la vida que no he vivido, el sueño que no puedo sino soñar, un alma que he dejado vacía durante noches de espera en blanco.
Hacia ti traigo en ofrenda el poema que no he escrito, el dolor hacia el que me tiendo, el color de la nube que no he conocido, los deseos del silencio.
áo dài | túnica
Se llamaba Phương. Mamá lo conocía porque jugaba a la «petanca» lanzando sandalias. Se fijó en él porque nunca lo vio acertar el tiro cuando se lo encontraba al volver del colegio. Sus compañeros de equipo decían que Mamá era pájaro de mal agüero. Y él esperaba su agüero, todos los días a la misma hora, aunque aún no sabía lo que esperaba. Sólo pudo ponerle un nombre preciso a esa espera cuando por primera vez la vio llegar en áo dài blanco, el uniforme del colegio nuevo, con el nombre bordado en azul entre el hombro y el pecho izquierdo. De lejos, los faldones de la túnica ondeando al viento la transformaban en una mariposa de vuelo ligero y destino desconocido. A partir de ese preciso momento, siempre estaba presente cuando Mamá salía de clase y la seguía de lejos hasta su casa.
guốc | sandalias de madera con tacón
Le dirigió la palabra por primera vez mucho tiempo después, cuando a Mamá se le rompió el tacón del zapato, como se lo habían avisado sus hermanastros y hermanastras. Se precipitó espontáneamente hacia ella para ofrecerle sus sandalias, antes de marcharse de nuevo con el zapato de tacón roto. Se asombró al descubrir el rastro de una sierra cuando intentó arreglarlo en casa de un primo, fabricante de ataúdes. Al día siguiente la esperó ante la buganvilla, que suavizaba el metal severo del portón de la casa del juez. Nada más ver que Mamá pisaba la primera baldosa del camino, se inclinó para colocar los zapatos en el umbral, en sentido correcto. Se alejó unos metros, para no comprometer la reputación de Mamá. Ella se los puso antes de colocar a su vez, en las huellas de sus propios pies, las sandalias de Phương, que le habían permitido continuar el camino hacia la casa sin ensuciarse, sin detenerse, sin llorar.
mưa | lluvia
Desde que la sombra de Phương seguía a la suya, Mamá ya no lloraba bajo su paraguas perforado por agujas como un tamiz, porque el de Phương venía a protegerla siempre antes de que cayera la primera gota, e incluso antes de que Mamá advirtiese la aparición de la primera nube gris. De este modo, llevaba dos paraguas, uno debajo del otro, y Phương, con la cabeza descubierta, caminaba tres pasos por detrás de ella. Nunca había experimentado el deseo de guarecerse bajo el mismo paraguas que ella porque, si se metían los dos, la lluvía habría podido macular el lustre de los cabellos negro ébano perfectamente lisos de Mamá.
Era imposible oír el silencio de Mamá desde el exterior del jardín poblado de longanes, de papayos y de árboles de yaca. Nadie, aparte de los criados, podía sospechar que la diversión de sus hermanastros y hermanastras era romperle una púa del peine sí y otra no y cortarle mechones de pelo mientras dormía. Mamá conseguía convencerse de la inocencia de sus gestos, o del hecho de que aquellos gestos derivaban de la misma inocencia. Se callaba para preservar dicha inocencia y también la de su padre. No quería que su padre viese cómo sus hijos se desgarraban unos a otros, pues ya era al mismo tiempo testigo y juez del desgarro de su país, de su cultura, de su pueblo.
Mẹ Ghẻ | madre fría
Su padre habría preferido no tener hijos con una segunda mujer tras el fallecimiento repentino de la primera, pues la nueva esposa se convertía de modo inevitable en una Me. Ghẻ, una «madre fría». Sin embargo, aún no había varón alguno que asegurase la perpetuidad del apellido de su padre y de todos los ancestros que lo vigilaban y lo apoyaban desde el altar. Así pues, la «madre fría» cumplió el papel de esposa dándole hijos, y el de madre al modo de las madrastras de Blancanieves, de Cenicienta y de todas las princesas huérfanas.
Hay que decir que ghẻ quiere decir también «sarna». Así pues, para estar a la altura del aciago título de madre «sarnosa» que se le había infligido, le enseñaba a sus hijos cómo detestar a Mamá y a sus hermanas mayores, cómo trazar la línea entre la primera y la segunda camada, cómo diferenciarse de aquellas niñas aunque todos tuviesen la misma nariz. Me pregunto si esa madre «sarnosa» habría estado menos amargada si se la hubiese llamado «madre política». ¿Habría temido menos la belleza de las hermanas mayores de Mamá? ¿Las habría casado con menor rapidez?
sạn | gravilla
Al ser más joven, Mamá esperaba su turno para que la dieran en matrimonio quitando los restos ...