Almas viajeras: El origen
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Almas viajeras: El origen

  1. 70 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Almas viajeras: El origen

Descripción del libro

Iván es un buen chaval, pero tiene un defecto. Ese mismo defecto le marcará para toda la vida, pero una persona aparecerá a tiempo para socorrerle, en una vida llena de misterios y desgracias, cada una de las cuales se convierte en un paso adelante en su día a día. Almas Viajeras: el Origen, es el primer escalón de una emocionante saga compuesta de dos partes, y también la primera obra de este joven autor, el cual usa este arte como modo de expresión y reflexión. Lo que pretende el autor con el enigmático final, es que el lector se empiece a cuestionar si merece realmente la pena la lectura de su segunda parte, la cual promete ser muy diferente a la primera.

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Información

Año
2017
ISBN del libro electrónico
9788417029715
Capítulo 1: El día a día
Por fin había terminado todo, ese año fue muy intenso. A los 16 años, y sin repetir ni un solo curso, Iván, o sea, yo mismo, logró superar la ESO. Lo primero que hice ese 22 de junio, fue enseñar las notas, y más tarde, me tumbé a la bartola. Lo que no faltaba ese día de verano, era el ventilador. Seguramente, fue el día que más tiempo pasé en casa, desde hacía unos 2 años. El motivo era que formaba parte de la «Destroyer Mafia», con la cual me pasaba todas las tardes, incluso en época de exámenes. Parecía avecinarse un verano prometedor, porque me habían acabado de retirar los «brackets», y lucía una gran sonrisa. También porque estaba acabando de desaparecer el acné, y mejoró mucho la estética de mi rostro. En cuanto al físico, me empezó a salir tableta, y me encontraba muy revitalizado, ya que el esfuerzo de un año, había merecido realmente la pena. Mi familia estaba bastante contenta, y se respiraba alegría en el hogar, dentro de lo que son las obligaciones y los agobios de los adultos. Mi padre, Alejandro, trabajaba, a sus 40 años, en un centro de rehabilitación de menores, de encargado de noche.
El pobre, se pasaba los días festivos al teléfono, o bien elaborando las planillas de los trabajadores. También tenía que soportar las insolencias de algunos de los trabajadores, incluido el director del centro. En resumidas cuentas, parecía el propio director e iba muchas veces «de culo», que es lo que se decía vulgarmente. Mi madre, Raquel, a sus 44 años, trabajaba en el Hospital la Fe de Valencia, y ejercía el cargo de auxiliar de enfermería, con lo que también iba muy agobiada, siempre arriba y abajo. El caso de mis padres, era como el de muchos otros en aquella actualidad, por los menos en España. La verdad es que éramos una familia bastante sencilla, sin ánimos de presumir de nada, y siempre fieles a la gente que nos rodeaba, incluso mucho más que al trabajo, que ya era difícil. Luego estaba mi hermano, que era una pieza de aquí te espero. Siempre que le mandaba algo, recoger la mesa, por ejemplo, me miraba con cara de «espérame sentado, que de pie te cansarás». Era lo normal, todavía tenía 6 años, pero la única vez que me hacía caso era cuando gritaba, ya que enseguida se asustaba, y se ponía a llorar. En conclusión, las típicas riñas que se tienen entre hermanos. En el primer mes del verano, en mi pueblo era tradicional las festividades relacionadas con los toros, pero nosotros pasábamos mucho más tiempo en la discoteca y en los pubs que toreando «als bous» como decían en mi pueblo, ya que era valenciano. Os preguntaréis porque podíamos entrar en las discotecas y en los pubs sin ser mayores de edad, y la respuesta está en que, en aquella época, interesaba más el dinero que la salud de los más jóvenes.
La venta de alcohol a menores no faltaba en aquella época, y eso provocaba que hubiera menores emborrachados a montones, lo cual daba una imagen poco adecuada de los adolescentes, y eso provocó muchos prejuicios, y, sobre todo, mucha polémica entre la gente medianamente mayor y jubilada del pueblo. Mucha gente iba esquivando para no meterse en problemas, siempre que veían adolescentes de malas pintas. Había gente que en aquellas fiestas le daba miedo el salir a la calle. Pero nosotros, la «Destroyer Mafia», éramos partícipes de ello, y nos daba igual lo que pensara la gente, lo único que nos importaba era pasarlo bien. Nosotros poníamos la excusa de que nos gustaban los toros, pero muchos de nuestros padres ya sabían que había algo más que eso. En ese primer mes, pasábamos de las 19 horas hasta las 6 horas en la calle. Solamente pasábamos por casa para dormir y comer, y también para recoger el dinero duramente ganado por nuestros padres y gastarlo en bebida y porros, y lo que no eran porros. En esos tiempos, lo que nos impedía a muchos tomar el camino correcto, era la ceguera psicológica provocada por la moral, del sentirse aceptado en la sociedad. Sin darnos cuenta, estábamos consumiendo poco a poco nuestras vidas, porro a porro, de inyección en inyección. Un día de aquellos, mi abuelo me contó lo tanto que habían cambiado las cosas. En general, me contó que la vida de antes era mucho más dificultosa, de pequeños ya los mandaban al campo a trabajar, y cuando tenían días libres y salían a la calle, no había tantas distracciones y fiestas como en la actualidad. También me dijo que los padres guardaban mucho mejor los dineros.
Los guardaban mejor por la simple razón de que antes costaba mucho más ganarlos, y la mayoría de las familias apenas tenían el dinero suficiente para satisfacer las necesidades vitales y las facturas de todo tipo. Me dijo que la juventud de la actualidad, en general, estaba muy perdida. Ese día me quedé pensando en lo que dijo mi abuelo, pero aquellos pensamientos y reflexiones fueron en vano cuando escuché el timbre. Al bajar, me encontré al «murciélago», apodo con el cual se reconocía a Pablo, y se debía a que era el borrachín de la banda con diferencia. También me encontré al «bello genio», o mejor dicho, Álvaro, era el que desaparecía durante la fiesta, pero cuando abríamos la botella, de repente aparecía, casi como si saliese de ella. Más tarde, nos reunimos todos en el pub, y allí encontramos a «El Angelito», el cabecilla de la banda, y era el que llevaba el control y las cuentas de todo lo que se consumía en la «Destroyer Mafia». Le apodaban así porque nunca se le ocurría nada bueno, y sus comportamientos y acciones provocaron la separación de sus padres, cuando solo tenía 13 años. Su nombre real era Manolo Llamas, y la verdad es que hacía honor a su apellido. Tenía 19 años, y se fumaba hasta el papel de lija, y ya había probado todo tipo de droga. Cuando estaba borracho, te nombraba todo tipo de droga de la A a la Z. Lo extraño es que, en aquella actualidad, ese tipo de acciones le parecían atractivas a algunas chicas. Ese era uno de los motivos del aumento de las violaciones entre los más jóvenes. Cuando tocaba volver a casa, siempre lo hacía tan sigilosamente, que nadie se enteraba, o al menos, era lo que parecía.
Me acostaba a las 7 horas, y me levantaba al mediodía, sobre las 13 horas. Así es como me pasé el primer mes de vacaciones. A partir de ahí, el salir se convirtió en algo más normal, a veces salía por la mañana, y otras veces por la tarde, y el horario era mucho más flexible. Pero, a partir de aquel momento, las cosas cambiaron, y no me comportaba de la misma forma. Me aficioné mucho a salir con Manolo «El Angelito», probé cosas que jamás debería de haber probado y todo eso conllevó a tener una adicción a las drogas, y con tan solo 16 años. El dinero volaba mucho más rápido que antes. Los pocos días que le dedicaba al deporte, sobretodo, al fútbol, desaparecieron por completo, y me llevo a engordar varios kilos en solo dos semanas. En esos momentos nos creíamos unos ganadores, nos sentíamos en las nubes, pensamos que estábamos en la cima. Pero nada más se aleja tanto de la realidad como esta forma de pensar. Un día, mis padres nos llevaron a mi hermano y a mí a cenar al McDonald´s, y decidieron hablar y aconsejarme de lo que debía estudiar. Yo siempre me quise dedicar a alguna profesión en la cual pudiera ayudar a los demás, una cosa que siempre me había llenado de satisfacción, desde bien pequeño, pero en aquella ocasión no me apetecía hablar de ello, lo cual era raro en mí. Mis padres pensaron que a lo mejor prefería hablarlo en otro sitio o en otro momento, así que lo dejaron estar. Pero nada más se alejaba de la realidad que aquel pensamiento. Un día, me encontré por la calle a Adrián. Nos conocíamos desde la guardería, era un tío bien plantado, de esos que cuando te dicen algo es un placer escucharlo, simplemente por la madurez de sus palabras.
Definitivamente, su personalidad no era normal, pero daba gusto tenerlo como amigo. Aunque fuera muy diferente a los demás, tenía un gran corazón. Estaba capacitado de un gran talento, la empatía. Él sabía cuándo animar a alguien, cuándo aconsejarle, siempre en el momento justo. Parecía un sabio vestido de adolescente, un verdadero ejemplo a seguir. No solía salir mucho de casa, y nunca lo vi gastar ni un solo céntimo. Comprendía lo que de verdad cuesta de ganar el dinero, incluso sus padres le tenían que presionar para que se tomara algo en el bar, aunque fuera un refresco. De normal me habría acercado a darle un abrazo, preguntarle cómo estaba y tal, pero en esa ocasión tenía otras cosas más «importantes» en la cabeza. Simplemente levanté la cabeza (en modo de saludo), pero él no tuvo la misma reacción que yo. Cuando me di cuenta, ya se me había echado encima. Me cogió del brazo, bastante fuerte, una reacción irreconocible en su forma de ser.
–Ven aquí, tengo que hablar contigo –esas fueron sus primeras palabras, después de un mes sin vernos.
Me llevó a un parque que había justo al lado, y me hizo sentarme en un banco, a la sombra, evidentemente. A esas horas estaba todo muy desierto, hacían unos 37ºC, y eran las 4 de la tarde. Uno tenía que estar muy loco para estar en la calle con ese calor.
–¿Para qué me traes aquí? –fue lo primero que se me ocurrió decirle.
–Me han dicho que, últimamente, te juntas mucho con Manolo –no me sorprendieron sus primeras palabras.
–¿Y qué?, es verano, es hora de disfrutar, y no pasa nada que pruebe ese tipo de cosas, si a eso es lo que te refieres.
–No tienes ni idea, no sabes lo que es capaz de hacer la droga.
–¿Te piensas que soy adicto?
–Si no lo eres, lo serás – dijo de forma contundente.
–No tengo tiempo para tonterías.
–No creo que tu salud y la de tu familia, sea una tontería – yo negaba con la cabeza – pareces otra persona.
–Yo no veo a mi familia preocupada, así que quítate esa paranoia de la cabeza.
–Pronto estará preocupada, si no cambias esta situación, pronto lo pasarás mal – dijo con confianza, y con una razón indiscutible.
–Lo tengo todo controlado, tranquilo –seguía insistiendo.
Después de decir eso, agachó la cabeza, como si fuera una señal de impotencia. Se pensó que no lo vi, pero se le saltaron unas lágrimas, unas lágrimas que cayeron con fuerza. Se limpió el lagrimal, alzó la vista al frente y dijo:
–No quiero perderte...

Índice

  1. Capítulo 1: El día a día
  2. Capítulo 2: Cosas de la vida
  3. Capítulo 3: La verdadera reflexión
  4. Capítulo 4: Malas amistades
  5. Capítulo 5: En la boca del lobo
  6. Capítulo 6: El gran desafío
  7. Capítulo 7: El desmantelamiento
  8. Capítulo 8: Mi verdadera vocación
  9. Capítulo 9: El pequeño Pablo