Los siete rostros de Jesús
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Los siete rostros de Jesús

Una historia diferente del origen del cristianismo

  1. 458 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Los siete rostros de Jesús

Una historia diferente del origen del cristianismo

Descripción del libro

Este libro responde una serie de interrogantes sobre la religión católica, presentando la tesis de una elaboración progresiva de los evangelios, cuyos autores compendiaron todas las creencias es del mundo judío de la diáspora y del mundo grecorromano. De esta forma, los evangelistas fueron incorporando sucesivamente los siete personajes que resumían la espiritualidad de ambos mundos. De esta forma, los evangelistas fueron incorporando sucesivamente los siete personajes que resumían la espiritualidad de ambos mundos: el Mesías davídico, el profeta apocalíptico, el filósofo estoico-cínico, el logos, el dios que muere y resucita, el taumaturgo y el revelador gnóstico.

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Información

Año
2009
ISBN del libro electrónico
9789587573473

Segunda parte
L
OS SIETE ROSTROS DE JESÚS

Un mundo en busca
de nuevas ideas religiosas
Antes de Alejandro Magno, tres tipos de organización social brindaban al individuo sentido de pertenencia y la seguridad de una relación armónica con la divinidad. En el mundo griego (Grecia y ciudades griegas de Asia Menor, Sicilia y el sur de Italia) la polis, en Roma la república y en el oriente los Estados-templo.
Fuera cuales fueren las creencias religiosas de estos tipos de organización, los rituales oficiales (sacrificios de animales, ofrecimientos de comida y bebida a los dioses, procesiones, fiestas, etcétera) tenían por objeto propiciar a la divinidad para que fuera favorable al bienestar colectivo. Los dioses del Olimpo velaban por el bienestar de las polis griegas, al igual que los dioses capitolinos lo hacían por Roma. El individuo participaba en estos ritos sin esperar que los dioses le retribuyeran su piedad. El bienestar de la polis o de la república era en definitiva la condición de su propio bienestar.
Lo mismo ocurría en los Estados-templo de Mesopotamia, de Siria o de Palestina. Marduk velaba por la prosperidad de Babilonia, como Asur o como Yahvé lo hacían por Asiria o por Israel.
La idea del más allá que las religiones oficiales ofrecían al individuo a cambio de su participación ritual y colaboración económica era, sin embargo, muy poco atractiva. La vida después de la muerte era concebida como un estado triste y vegetativo, desprovisto de alegrías y tristezas o de emociones en general, en un lugar del inframundo al que los griegos llamaban Hades y los judíos Sheol. Este destino aguardaba a todos por igual, no existía tampoco la idea de una salvación individual ni de un juicio final que separara a los condenados de los bienaventurados. La única excepción era la de los héroes, que podían escapar al destino de los mortales, convirtiéndose en dioses u ocupando un lugar especial para ellos en el Eliseo o las Islas de los Bienaventurados.
Es natural que al lado de la religión oficial, surgiera poco a poco otra visión, centrada en el individuo y en la posibilidad de una vida venturosa después de la muerte. A este tipo de religiones se las conoce como religiones de los misterios o mistéricas. Más adelante se describen con mayor detalle. Por el momento basta aclarar que todas ellas se basan en la creencia en la muerte y resurrección de un dios, distinto del dios creador o rey del universo que figura en la cabeza de los panteones antiguos. En Grecia el dios principal era Zeus y el dios que muere y resucita Dionisio,- en Egipto el dios principal era Amón-Ra y el dios que muere y resucita Osiris, en Babilonia ambos roles los desempeñaban Marduk y Tamuz, entre otros ejemplos.
Mientras las antiguas estructuras de la polis, la república y el Estado-templo se mantuvieron, las religiones oficiales fueron sin embargo predominantes. La mayor parte de los ciudadanos obtuvieron de ellas todo el sentido de protección religiosa que necesitaban.
Las conquistas de Alejandro (-333/-323) acabaron con los Estados- templo orientales y con la independencia de las polis griegas. Las religiones oficiales, que había sido garantes de la existencia y de la prosperidad de estas ciudades y Estados, sufrieron un golpe del que nunca se recobrarían. Los individuos dirigieron cada vez más sus sentimientos religiosos hacia las religiones que ofrecían su salvación individual, sin preocuparse de lo que aconteciera a la organización social a la que pertenecían. Algo parecido ocurrirá más tarde cuando la república romana llegue a su fin y sea suplantada por el imperio.
Una evolución similar ocurre en el área de la filosofía. La filosofía clásica o presocrática se había ocupado (con la excepción de Pitágoras) de grandes temas universales, como el origen del mundo, la composición de la materia y lo que hoy día conocemos como la ciencia en general. Después de Alejandro, surgen nuevas corrientes filosóficas (cinismo, epicureismo, estoicismo) más preocupadas por el individuo, por su destino y por la manera de lograr una vida feliz frente a la descomposición de las estructuras sociales que le brindaban protección y daban sentido a su existencia. Dos de estas nuevas corrientes jugarán un papel importantísimo en el nacimiento del cristianismo.
El mundo creado por las conquistas de Alejandro, al que se conoce como el helenismo, se extiende convencionalmente desde el año -323 (muerte de Alejandro) hasta el año -34 (batalla de Actium, en que Octavio Augusto derrota a Egipto y a Marco Antonio) que señala el inicio del imperio romano, como una sola entidad que abarca oriente y occidente, lo que se conoce como el mundo grecorromano. Este es el mundo en que aparecieron o se extendieron las ideas religiosas de las que se nutrirá el cristianismo.
En el mundo helenista primero y grecorromano después proliferan cada vez más las religiones de los misterios y se sigue cada vez más a filósofos que proponen modelos de vida basados en la virtud individual. Los dioses del Olimpo o del Capitolio interesan cada vez menos y algo similar ocurre con la especulación filosófica sobre los grandes temas del universo y la ciencia. Las grandes preocupaciones son lograr una vida feliz y virtuosa y obtener la salvación del espíritu o alma. La situación de descomposición de la estructura tradicional ocurre también en Judea y origina asimismo importantes cambios en las creencias religiosas. Sin embargo, las respuestas son en primera instancia muy diferentes, debido a la especificidad de la religión judía y especialmente de su monoteísmo radical. Para entender estas respuestas resulta imprescindible conocer la historia de Palestina en la época del helenismo y del mundo grecorromano.
En el año -323 los judíos, después de la conquista de Alejandro, habían entrado a hacer parte del mundo griego, primero dependiendo de los sucesores de Alejandro en Egipto (los tolomeos) y desde el -198 de los sucesores de Alejandro en Siria y Mesopotamia (los seléucidas).
Mientras que los tolomeos habían respetado en general las costumbres judías, los seléucidas habían tratado de imponer la cultura y la religión helénica. La cultura helenista era sin duda enormemente atractiva para un pueblo anclado en sus tradiciones con un nivel artístico y científico muy inferior, de forma que parte de la población judía, sin duda la más intelectual, no dudó en helenizar sus costumbres y hasta sus nombres, mientras que otra parte se opuso, argumentando que la cultura griega era incompatible con la ley de Moisés. Surgió así un enfrentamiento que habría de durar hasta que Roma destruyera Jerusalén y acabara con la fracción más extremista y xenófoba de la población judía, a la que en los tiempos de Herodes se denominaba como zelotes, sicarios, nazoreanos o nazarenos y esenios.
El primer rey seléucida que reinó en Palestina, Antíoco III el Grande, fue un rey magnánimo que permitió que los judíos se autogobernasen en buena medida. Su sucesor, Antíoco IV Epifanes, cambió esta política, tratando de helenizar por la fuerza a sus súbditos judíos. Les retiró el derecho de nombrar sus sumos sacerdotes, arrogándose este nombramiento que usualmente concedía al mejor postor. Con la colaboración de los judíos helenistas destituyó al sumo sacerdote Onías III y nombró a su hermano Jasón, terminó con el gobierno de los sumos sacerdotes y del Sanedrín y trató de convertir a Jerusalén en una ciudad helenizada, administrada directamente desde la capital seléucida de Antioquía.
Jasón cambió el nombre de Jerusalén por el de Antioquía y construyó un gimnasio al pie del monte del templo. Según el segundo libro de los macabeos, los sacerdotes del templo cesaron de demostrar interés en los servicios del altar y despreciando el templo y descuidando los sacrificios, se apresuraban a intervenir en los ejercicios ilegales del campo de entrenamiento. La frecuentación de un gimnasio griego era una práctica abominable para los judíos ortodoxos, pues los atletas se ejercitaban desnudos, cosa que aborrecían, y además muchos jóvenes judíos dieron en operarse para esconder la «vergüenza» de su circuncisión. Luego se introdujeron las competencias teatrales, también aborrecidas por los judíos ortodoxos, que se financiaban con los recursos del templo que ya no se invertían en sacrificios de animales.
En el año -171, Epifanes reemplazó al sumo sacerdote Jasón por Menelao, todavía más progriego y en el año -167 abolió por decreto la ley 154 mosaica. Quienes no aceptaron someterse fueron denominados jasidín, que significa piadosos. Estos, entre el -166 y el -164 consiguieron el control de Jerusalén y expulsaron o encerraron en la fortaleza que dominaba el templo a los progriegos y restauraron el culto según la ley judía. Epifanes, que se encontraba guerreando en Egipto, regresó a Jerusalén, tomó la ciudad, ordenó una masacre indiscriminada de hombres, mujeres y niños, 80.000 judíos perecieron, entró en el templo y destruyó todo a su paso. A continuación dispuso que allí se realizaran sacrificios en honor de los dioses sirios y griegos y dispuso la pena capital para quienes desobedecieran.
Estos acontecimientos iban a generar un nuevo levantamiento de la fracción patriota (los jasidín) que terminaría, tras veinte años de guerra, con el dominio seléucida en Palestina.
La familia macabea lideró la rebelión contra los seléucidas que se inició cuando un oficial griego erigió un altar pagano en Modin, cerca de Jerusalén, y ordenó a la población sacrificar un cerdo como prueba de su fidelidad al rey Epifanes. Matatías, sacerdote judío de cierta edad, fue designado para realizar el sacrificio, pero rehusó. Entonces un judío progriego se prestó a ello y Matatías mató al colaborador judío y al oficial griego, iniciando así una guerra, sostenida por sus cinco hijos, que llevaría a esta familia al poder y expulsaría a los seléucidas en el año -142.
El nombre que se da a esta familia es el de macabeos, por ser este el apodo del primero de los hijos de Matatías (macabeo significa martillo en hebreo) y a veces se la conoce también como los asmoneos por ser este el verdadero patronímico de Matatías (cuyo abuelo se llamaba Asmoneo).
El movimiento antigriego de los jasidín, que combatieron con los macabeos, se escindió pronto en dos ramas: los fariseos (perushim en hebreo, los separados) y los hijos de Sadoc{115}, también llamados saduceos o zadoquitas. Los fariseos anteponían la religión a la política. Siempre y cuando pudieran practicar libremente su religión y se respetara no sólo la ley escrita, sino también la tradición oral, que para ellos tenía igual fuerza, estaban dispuestos a aceptar gobernadores extranjeros e incluso que los sumos sacerdotes fueran designados por ellos. Los saduceos no estaban dispuestos a someterse a poderes extranjeros, por cuanto para ellos Yahvé era el único rey, por lo que obedecer a reyes extranjeros constituía no solo una ofensa sino una apostasía de su religión. Eran sumamente puntil...

Índice

  1. Portadilla
  2. Portadilla
  3. Introducción
  4. Primera parte
  5. Segunda parte
  6. Tercera parte
  7. Conclusiones generales
  8. Bibliografía
  9. Créditos
  10. Biografía