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Obras escogidas de Juan Crisóstomo
La dignidad del ministerio. Sermón del Monte. Salmos de David
- 336 páginas
- Spanish
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Obras escogidas de Juan Crisóstomo
La dignidad del ministerio. Sermón del Monte. Salmos de David
Descripción del libro
Juan de Antioquía [347-407], es más conocido por su apodo Crisóstomo, que significa "boca de oro" (en griego ???????????, chrysóstomos de chrysós, "oro"; stomos, "boca"), justamente ganado por el éxito y la fama que alcanzaron sus sermones y homilías. Pero su grandeza personal y espiritual va mucho más allá de su elocuencia, y la lectura de sus escritos pone de manifiesto su relevancia para el predicador todo líder cristiano actual.
Nacido en Antioquía de Siria en el seno de una familia acomodada, a los veinte años ya era abogado y orador de renombre. Pero madre le instruyó en la fe y le inclinó al servicio cristiano, siendo ordenado presbítero en el año 386. Nombrado doce años después Obispo y Patriarca de Constantinopla por mandato imperial, libró una ardua batalla contra el fasto y el lujo, impulsando una profunda reforma del clero, cuyo germen se refleja en la más conocida y famosa de sus obras, que lleva como título: Sobre el sacerdocio, y conocida también como: La dignidad del ministerio, incluida en este volumen. El lector podrá comprobar por sí mismo con qué maestría, profundidad espiritual y altura teológica aborda Juan Crisóstomo un tema tan polémico y espinoso como el del llamamiento pastoral, "para el cual –dice– muy pocos están calificados".
El presente volumen de la colección PATRÍSTICA incluye además de Sobre el sacerdocio o La dignidad del ministerio, algunas de sus más famosos sermones u homilías: cuatro sobre El verdadero arrepentimiento; sobre La contrición en el Sermón del Monte; y sobre La compunción en los Salmos de David.
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Información
Categoría
Teología y religiónCategoría
Teología cristianaLA DIGNIDAD DEL MINISTERIO
LIBRO I
1
Una firme amistad
Muchos amigos he tenido sencillos y verdaderos que entendieron y guardan escrupulosamente las leyes de la amistad; pero uno entre estos muchos ha sido el que señalándose en amarme ha procurado dejarlos tan atrás como éstos dejaron a los que sólo tenían conmigo una vulgar correspondencia. Era este uno de aquellos, que jamás se apartó de mi lado; porque habiéndose aplicado a unos mismos estudios, y tenido unos mismos maestros, era siempre una nuestra inclinación y cuidado en las ciencias a que nos aplicábamos, y no diferente el deseo de ambos, porque procedía de unos mismos principios. No duró esto únicamente aquel tiempo que frecuentábamos las escuelas; continuó también cuando habiéndolas dejado fue necesario deliberar sobre el estado más conveniente de vida que debíamos abrazar; aun en este punto fueron muy conformes nuestros sentimientos.
Fuera de éstas había otras muchas causas, por las que se conservaba entre nosotros invariable y constante esta uniformidad. Ninguno de los dos podía vanagloriarse sobre el otro por la nobleza de su patria; ni a mí me sobraban conveniencias, ni él se veía acosado de una extremada pobreza; sino que a la proporción de nuestros haberes correspondía la uniformidad de nuestras voluntades; era igualmente honrada nuestra familia. Finalmente, no había cosa que no conspirase a formar la unión estrecha de nuestros ánimos.
2
Vocación al monacato
Pero cuando llegó el tiempo de que aquel hombre feliz determinase seguir la vida monástica,1 y profesase la verdadera filosofía;2 ya desde entonces quedaron desiguales nuestros pesos: su balanza se levantaba en alto, al tiempo que yo, enredado en los deseos del siglo, hacía bajar la mía, y la violentaba a que quedase oprimida, cargándola de pensamientos juveniles. Aun entonces permanecía entre nosotros, del mismo modo que antes, una firme y constante amistad; pero debía interrumpirse nuestro trato. ¿Cómo era posible que pudiésemos mantenerlo continuo, siendo nuestras ocupaciones tan diversas?
Pero luego que comencé yo también, poco a poco, a sacar la cabeza de entre las tempestades de la vida, me recibió en esta ocasión con los brazos abiertos; pero ni aun así pudimos conservar nuestra primera igualdad: porque habiéndome precedido en el tiempo, y manifestado un ardor de ánimo increíble, se levantaba todavía sobre mí, llegando a tocar un punto de elevación muy grande.
3
Las atracciones del mundo
Sin embargo, siendo él de una índole muy buena, y haciendo gran aprecio de mi amistad, abandonó la compañía de todos los otros, por pasar en la mía todo el tiempo. Esto es lo que ya mucho tiempo antes vivamente había deseado, pero por mi desidia, como dije, habían quedado burlados sus deseos. ¿Cómo podía yo, asistiendo continuamente a los tribunales, y andando a caza de diversiones en el teatro, tener gusto en conversar familiarmente con aquel, cuyo pensamiento estaba fijo sobre los libros, y que no se dejaba ver jamás en público? De aquí es, que habiendo estado hasta entonces separados, luego que me admitió al mismo género, y método de vida, sin perder un instante de tiempo, me descubrió aquel deseo, que muy anticipadamente había concebido; y no apartándose de mi lado ni una brevísima parte del día, me exhortaba sin cesar, a que dejando cada uno su casa particular, eligiésemos una habitación común. Llegó a persuadirme, y quedamos determinados a ponerlo ya en ejecución.
4
Las razones de una madre
Pero los continuos halagos de mi madre fueron causa de que yo no le concediese este gusto; mejor diré, que no recibiese de él este beneficio. Porque apenas ella llegó a entender la deliberación que yo quería tomar, tomándome de la mano, me introdujo en un cuarto retirado de la casa, y haciéndome sentar junto a la cama, en donde me había parido, prorrumpió en un mar de lágrimas, y añadiendo palabras, que movían más que su llanto, comenzó a lamentarse de esta manera:
“Hijo mío –dijo–, no me fue permitido disfrutar largamente las virtudes de tu padre, porque Dios así lo dispuso; a los dolores que yo tuve cuando te parí, sucedió su muerte, dejándote a ti huérfano y a mí viuda antes de tiempo y entre los males y trabajos de una viudez, que sólo pueden comprender las que los han experimentado.
”¿Qué palabras pueden bastar para explicar aquella tempestad, y turbación que sufre una mujer joven, cuando apenas salida de la casa de su padre, y sin experiencia alguna de las cosas, de repente se halla en medio de un dolor insoportable, y se ve obligada a entrar en pensamientos superiores a su sexo, y a su edad? Porque debe, según pienso, atender a corregir el descuido de los domésticos, observando sus malos procederes, haciendo frente a las asechanzas de los parientes, y soportando con generosidad de ánimo las molestias de aquellos que administran los intereses del público, y su dureza en exigir los tributos. Y si el que ha muerto deja sucesión, si es femenina, aun así, deja un cuidado no pequeño a la madre; pero libre de gasto, y de temores; mas si es varonil, cada día la aumenta nuevos sobresaltos y mayores cuidados. Deja a un lado el consumo de dinero que se necesita hacer, si desea que tenga una educación correspondiente a su estado. Con todo, ninguna de estas cosas han podido inducirme a que yo abrazase un segundo matrimonio, y que introdujese otro esposo en la casa de tu padre; sino que he permanecido en esta tempestad y torbellino, y no he rehusado el trabajoso ardor de la viudez, asistida principalmente de la gracia del Señor. Ni contribuyó poco para esto el gran consuelo que recibía, viendo continuamente tu semblante, en donde registraba vivamente copiada la imagen de tu difunto padre. De aquí que siendo tú niño, y que no sabías aún articular las palabras, que es cuando más gusto reciben los padres de los hijos, yo tenía en ti gran consuelo.
”Ni tú podrás decirme, o culparme con verdad, que aunque generosamente haya soportado la viudez, no obstante por las incomodidades de ésta, te he disminuido el patrimonio, como sé que ha sucedido a muchos, que han tenido la desgracia de quedar huérfanos como tú. Pues yo te he conservado intacto todo lo que era tuyo; a pesar de que nada dejé de gastar de cuanto fuera preciso para tu educación, gastando de lo que era mío, y de lo que tenía cuando salí de la casa de mis padres.
”Y no pienses que te digo esto por recriminarte lo más mínimo: solamente te pido por todo esto una gracia; y es, que no me envuelvas en una segunda viudez, despertándome un dolor, que está ya enteramente adormecido; sino que esperes mi muerte, que tal vez ya no tardará. Se puede esperar que los jóvenes lleguen a una larga vejez, pero nosotros, que hemos comenzado ya a envejecer, sólo podemos esperar la muerte. Luego que me hayas enterrado, y puesto mis huesos junto a los de tu padre, puedes emprender largas peregrinaciones; entrar en el mar que quisieres, pues no tendrás alguno que te lo impida; pero mientras que yo respiro, sufre el vivir en mi compañía. No quieras temerariamente, y sin consejo ofender a Dios, poniéndome en tan grandes trabajos, sin que de mi parte hayas tenido motivo para ello. Y si tú puedes culparme de que yo te arrastro a los cuidados de la vida, y de que te obligo a atender a tus cosas, niégate enhorabuena a las leyes de la naturaleza, a la educación que te he dado, a la compañía, y a todos los otros motivos; huye de mí, como de un enemigo que te pone asechanzas. Pero si no omito diligencia, para que te sea más fácil y llevadero el camino de esta vida, ya que no otro respeto, a lo menos este lazo te detenga junto a mí. Pues aunque tú digas ser infinitos aquellos que te aman; ninguno podrá hacer que goces de una libertad como ésta; porque ninguno hay que estime tu reputación como yo.”
Éstas, y otras cosas me dijo mi madre, y yo se las repetí a aquel generoso varón, que no sólo no se conmovió de semejante discurso, sino que insistió con mayor tesón en su primera resolución e instancia.
5
Elección para el episcopado
Hallándonos, pues, en estos términos, e instándome él continuamente a que condescendiese con sus súplicas, pero sin acabar yo de resolverme, nos puso a los dos en confusión un rumor que se esparció por la ciudad. Era éste, que seríamos promovidos a la dignidad episcopal.3
Luego que yo oí semejante voz, quedé sorprendido de temor y perplejidad; de temor porque no me obligasen a abrazar contra mi voluntad aquel estado; y de perplejidad, porque no acababa de entender cómo pudo venir al pensamiento de aquellos varones el resolver una cosa como ésta de mi persona; pues volviendo a mirar sobre mí mismo, no encontraba en mí cosa que fuese digna de tal honor.
Por lo que toca a aquel joven valeroso, vino a buscarme a solas; me dio parte de las voces que corrían y creyendo que yo las ignorase, me rogaba que en esta ocasión, como en todas las antecedentes, se viese que nuestras acciones y deliberaciones eran unas; que él por su parte estaba dispuesto a seguir con prontitud de ánimo, cualquier camino que yo le mostrase; ya conviniese rehusar, ya abrazar aquel estado.
Viendo, pues, una resolución tan noble, y creyendo que podría causar no pequeño daño a todo el común de la Iglesia, si por mi debilidad privaba al rebaño de Jesucristo de un joven tan bueno y tan útil para el gobierno de los hombres, no le descubrí lo que sentía de estas cosas; aunque hasta entonces jamás había podido sufrir el ocultarle alguno de mis sentimientos. Y añadiéndole ser muy conveniente dejar para otro tiempo (por no ser cosa que urgiese mucho) el resolver sobre este negocio, lo persuadí sin dificultad a que dejase por entonces este pensamiento y a que confiase en que si llegaba el caso de abrazar aquel estado yo le acompañaría en la determinación.
Pero no pasó mucho tiempo, cuando llegó allí el que nos había de ordenar; yo me oculté, y él, ignorante de lo que pasaba, fue con otro pretexto conducido a recibir el yugo, esperando, por lo que yo le había prometido, que sin dificultad lo seguiría, o que tal vez era él el que me seguía, pues algunos de los que se hallaban presentes [esto es, de los electores], viéndole inquieto por esta especie de violencia, lo engañaron diciendo que era cosa indigna que aquel a quien todos tenían por atrevido (señalándome a mí), hubiese cedido con tanta sumisión al juicio de los Padres; y que él, que era más modesto y prudente, se mostrase soberbio y amigo de vanagloria, rehusando, repugnando, y contradiciendo.
Habiendo cedido a estas razones, luego que supo que yo me había ocultado, fue a buscarme; y entrando en mi cuarto con un aire de semblante muy triste, se sienta junto a mí, quería decir alguna cosa. Pero impedido por la angustia, no podía manifestar con palabras la violencia que padecía; luego que abría los labios para proferir alguna, la opresión interna se la cortaba antes que pasase de los labios.
Viéndolo tan afligido y tan lleno de turbación, y sabiendo yo la causa, no pude dejar de prorrumpir en risa por el gran gusto que sentía; y cogiéndolo de la mano me arrojaba a abrazarle glorificando a Dios de que mis artificios hubiesen tenido el feliz suceso que yo siempre había deseado.
Luego que advirtió en mí una alegría tan extraordinaria, conociendo que yo hasta entonces lo había engañado, tanto más se inquietaba y lo sentía.
6
Reprensión de Basilio
Finalmente, volviendo algún tanto sobre sí de aquella turbación de ánimo dijo:
“Ya que tú enteramente has abandonado mis intereses, y que tan poco caso haces de mí, sin que yo pueda entender el motivo, debías, a lo menos, atender a tu reputación. Tú al presente has abierto la boca a todos, y todos a una voz dicen que llevado del amor de una gloria vana has rehusado este ministerio; no hay alguno que te libre de este cargo. Yo no me atrevo a presentarme en público; tantos son los que vienen a encontrarme y los que cada día me acusan. Luego que llegan a descubrirme en cualquier parte de la ciudad, tomándome separadamente los que tienen alguna familiaridad con nosotros, cargan sobre mí la mayor parte de esta culpa. ‘Sabiendo, me dicen, el ánimo de éste (pues te eran patentes sus secretos), no convenía que nos lo hubieses ocultado, sino que debías haberlo comunicado con nosotros; pues no nos hubiera faltado modo de cogerle en sus mismas redes’.
”Yo por mi parte no me atrevo, antes me avergüenzo de responderles, que he ignorado la resolución, que tú ya habías tomado mucho antes, para que no crean que es pura ficción nuestra amistad. Pues aunque ello sea así, como verdaderamente lo es, lo que tú mismo no podrás negar, por lo que acabas de hacer conmigo; con todo, es bueno que se oculten nuestras faltas a los de afuera, que tienen de nosotros un mediano concepto. Yo no tengo cara para descubrirles la verdad del hecho, ni el estado de nuestras cosas; por lo que no me queda otro recurso, sino callar, fijar la vista en el suelo, y evitar, retirándome, el encuentro con los que me pueden preguntar. Y aun en el caso de que pueda librarme de la primera acusación, con todo es necesario que me convenzan de embustero. ¿Cómo podrán darme crédito, cuando me oigan decir que tú has puesto a Basilio en el número de aquellos a quienes conviene ocultar tus cosas?
”Pero sobre esto no quiero alargarme más, porque tú así lo has querido. Paso a otras cosas, que de ningún modo podremos sufrir sin vergüenza, porque unos te acusan de arrogante, otros de vanaglorioso, y los que no son tan moderados en la censura, nos culpan de uno y otro; y añaden al mismo tiempo injurias contra los que nos han hecho este honor, diciendo que les está muy bien, aunque por nuestra causa tuvieran más que sufrir; porque habiendo despreciado a tales, y a tantos varones, han promovido de repente a una dignidad de tanto honor, que ni aun por sueños la hubieran podido esperar, a unos jovencillos, que no hace dos días que se hallaban envueltos en los cuidados de la vida, porque de poco tiempo a esta parte comenzaron a arrugar la frente, a vestir de negro, y a fingir tristeza en su semblante. Y que los que se han ejercitado en la vida ascética desde sus primeros años hasta la edad más decrépita, se ven obligados a obedecer, y a que los manden sus mismos hijos, que ignoran las leyes con que se debe administrar este empleo. Estas...
Índice
- Cubierta
- Página del título
- Derechos de autor
- Índice General
- Prólogo a la Colección Grandes Autores de la fe
- Prólogo de Monseñor Jaume González-Agàpito
- Introducción un Predicador Actual
- La Dignidad del Ministerio
- El Verdadero Arrepentimiento
- Libro I La Contrición a la luz del Sermón del Monte
- Libro II La Compunción en los Salmos de David
- Índice de Conceptos Teológicos
- Títulos de la colección Patrística