
- 352 páginas
- Spanish
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eBook - ePub
Descripción del libro
Nacido en Alejandría (Egipto), Orígenes [185-254] es uno de los teólogos más eminentes y originales de la antigüedad cristiana, cuya fama saltó las barreras geográficas y temporales de su día, y cuyos padecimientos finales como mártir le acreditaron un merecido reconocimiento en autoridad moral y teológica.
Defensor por acérrimo de la libre voluntad o libertad de elección de todas las criaturas, fue objeto en su época de duras críticas por parte de quienes en una comunicad cristiana aún no definida dogmáticamente no estaban de acuerdo con sus conclusiones ni sus métodos de interpretación bíblica. Hoy en día, con una visión histórica más amplia, entendemos que a pesar de algunas particularidades en su manera de entender ciertos puntos teológicos, lo único que Orígenes perseguía era contribuir a un mayor entendimiento de la Sagrada Escritura, a cuyo juicio se somete en todo momento. Y que por encima de su fama de "teólogo especulativo", Orígenes era ante todo un creyente fiel a la Escritura.
De su inmensa producción literaria –más de seis mil títulos– se ha conservado sólo una exigua parte, y de la misma destaca con luz propia su grandioso Tratado de los Principios; es decir, una recopilación y debate de las doctrinas fundamentales del cristianismo; probablemente el primer esbozo conocido de una teología sistemática. Es donde mejor se manifiesta la profundidad y la audacia de la escuela alegórica y especulativa de Alejandría, y el que presentamos completo y en versión actualizada en este volumen de la colección PATRÍSTICA.
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Información
Categoría
Teología y religiónCategoría
Teología cristianaLIBRO II
1
El mundo y su creación
1. Aunque las discusiones en el libro precedente hayan tenido como referencia el mundo y su ordenación, ahora parece consecuente seguir indagando propiamente unas pocas cuestiones acerca del mundo mismo, esto es, de su principio y de su fin, de las cosas dispuestas por la divina providencia entre el principio y el final; de aquellos acontecimientos que, como se supone, han ocurrido antes de la creación del mundo, o que ocurrirán después del final.
En esta investigación, lo primero que aparece con evidencia es que todo estado del mundo, que es vario y diverso consta no sólo de naturalezas racionales y más divinas y de diversos cuerpos, sino también de animales mudos, a saber: fieras, bestias, ganados y aves, y todos los animales que viven en las aguas; y después de los distintos lugares, a saber: el del cielo o los cielos, el de la tierra o el del agua, y también del que ocupa el lugar intermedio entre éstos, el aire o el que llaman éter; finalmente, de todos los seres que proceden o nacen de la tierra.53
Siendo, pues, tan grande la variedad del mundo, y existiendo una diversidad tan grande en los mismos seres racionales, en razón de la cual toda otra variedad y diversidad es supuesto también que ha venido a la existencia, ¿qué otra cosa se ha de considerar como causa de la existencia del mundo, especialmente si consideramos el fin por los medios, por los cuales, como se ha mostrado en el libro precedente, todo será restaurado a su condición original?
Y si esto debería afirmarse lógicamente, ¿qué otra causa, como ya hemos dicho, debemos imaginarnos para tan gran diversidad en el mundo, excepto la diversidad y variedad en los movimientos y las declinaciones de los que se caen de aquella unidad y armonía primitiva en la que fueron creados por Dios al principio, los que, alejados del estado de bondad y dispersados en varias direcciones por la agotadora influencia de diferentes motivos y deseos, que han cambiado, según sus diferentes tendencias, la sola e indivisa bondad de su naturaleza en mentes de varias clases.
La ordenación del mundo para la libertad
2. Pero Dios, por el arte inefable de su sabiduría, al restaurar y transformar todas las cosas que ocurren en algo útil y en provecho común para todas, vuelve a llevar a estas mismas criaturas que distaban tanto de sí mismas por la variedad de sus almas, a un acuerdo único de actuación y propósito a fin de que, aun con distintos movimientos de sus almas, lleven a cabo, sin embargo, la plenitud y perfección de un solo mundo, y la misma variedad de mentes tienda a un solo fin de perfección. En efecto, es una sola la virtud que une y sostiene toda la diversidad del mundo y conduce a una sola obra sus distintos movimientos, para evitar que la obra inmensa del mundo se disuelva por las disensiones de las almas. Y por esto pensamos que Dios, Padre de todas las cosas, lo ha dispuesto todo de tal modo, por el plan inefable de su Verbo y su sabiduría, para la salvación de todas sus criaturas, que todos los espíritus, almas, o cualquiera que sea el nombre que deba darse a las subsistencias racionales, no fuesen forzadas contra la libertad de su arbitrio o a algo ajeno al movimiento de su mente, de suerte que parecieran privadas, por esto, de la facultad del libre albedrío, cambiándose así la cualidad de su misma naturaleza, sino que los diversos movimientos propios de dichas subsistencias racionales se adaptasen acordada y útilmente. Y así unas necesitan ayuda, otras pueden ayudar, otras suscitan combates y luchas a las que progresan para que su diligencia se muestre más digna de alabanza, y se retenga con más seguridad, después de la victoria, el puesto del paso conquistado, logrado a costa de dificultades y esfuerzos.54
Un cuerpo y muchos miembros
3. Por consiguiente, aun cuando el mundo esté ordenado en varios oficios, no se ha de entender por eso el estado de todo el mundo como un estado de disonancia y discrepancia respecto de sí mismo, sino que, de la misma manera que nuestro cuerpo, constituido por muchos miembros, es uno sólo y está mantenido por una sola alma, así también el universo mundo, como un animal inmenso y enorme, creo que debe considerarse mantenido por el poder y razón de Dios como por un alma.
A mi juicio, la misma Sagrada Escritura lo indica también en lo que fue dicho por el profeta: “¿No lleno yo los cielos y la tierra? Palabra del Señor” (Jer. 23:24), y otra vez: “El cielo es mi trono y la tierra el escabel de mis pies” (Is. 66:1), y lo que dijo el Salvador cuando declaró que no se debía jurar “ni por el cielo, pues es el trono de Dios, ni por la tierra, pues es el escabel de sus pies” (Mt. 3:34), y asimismo, lo que declara Pablo al decir que “en Él vivimos y nos movemos y existimos” (Hch. 17:28). Pues, ¿cómo vivimos y nos movemos y existimos en Dios, sino porque une y contiene el mundo con su poder? ¿Y cómo es el cielo el trono de Dios y la tierra el escabel de sus pies, como el mismo Salvador proclama, sino porque tanto en el cielo como en la tierra su poder lo llena todo, como también dice el Señor? No creo, por consiguiente, que nadie tenga dificultad en conceder, de acuerdo con lo que hemos mostrado, que Dios llena y contiene con la plenitud de su virtud el universo mundo
Una vez mostrado, en lo que precede, que los diversos movimientos de las criaturas racionales y sus distintos modos de pensar han sido la causa de la diversidad de este mundo, hemos de ver si acaso conviene a este mundo un fin apropiado a su principio. Porque no hay duda de que su fin debe hallarse también en su mucha diversidad y variedad; variedad que, cogida por sorpresa en el fin de este mundo, dará de nuevo ocasión a la diversidad de otro mundo que existirá después de éste.
La materia no es increada, sino creada
4. Llegados a esta conclusión en el orden de nuestra exposición, parece consecuente ahora explicar el carácter de la naturaleza corpórea, ya que la diversidad del mundo no puede subsistir sin cuerpos. La misma realidad demuestra que la naturaleza corpórea es susceptible de cambios diversos y variados, de modo que cualquier cosa puede transformarse en cualquier otra; así, por ejemplo, el leño se convierte en fuego, el fuego en humo, el humo en aire. También el aceite líquido se cambia en fuego. El alimento mismo de los hombres ¿no presenta la misma mutación? Cualquiera que sea, en efecto, el alimento que tomemos, se convierte en la sustancia de nuestro cuerpo. Pero, aun cuando no sería difícil exponer cómo se cambia el agua en tierra o en aire, o el aire en fuego, o el fuego en aire, o el aire en agua, basta aquí tener esto en cuenta para considerar la índole de la sustancia corpórea.
Entendemos por materia aquello que está a la base de los cuerpos, esto es, aquello a lo que los cuerpos deben el subsistir con las cualidades puestas e introducidas en ellos. Las cualidades son cuatro: la cálida, la fría, la seca y la húmeda. Estas cuatro cualidades están implantadas en la materia (porque la materia, en sí misma considerada, existe aparte de dichas cualidades) son causa de las distintas especies de cuerpos. Esta materia, aunque, como hemos dicho, por sí misma no tiene cualidades, no subsiste nunca aparte de la cualidad. Y siendo tan abundante y de tal índole que es suficiente para todos los cuerpos del mundo que Dios quiso que existieran y ayuda y sirve al Creador para realizar todas las formas y especies, recibiendo en sí misma las cualidades que Él quiso imponerle, no comprendo cómo tantos hombres ilustres han podido creerla increada, esto es, no hecha por el mismo Dios, creador de todas las cosas, y decir que su naturaleza y existencia son obra del azar. Lo que a mí me sorprende es cómo estos mismos hombres censuren a los que niegan la creación o la providencia que gobierna este universo, declarando que es impío pensar que la obra tan grande del mundo carece de artífice o de gobernador, cuando ellos también incurren en la misma culpa de impiedad al decir que la materia es increada y coeterna con el Dios increado. En efecto, si suponemos que no hubiera existido la materia, entonces Dios, en su manera de ver, no hubiera podido tener actividad alguna, pues no hubiera tenido materia con la cual comenzar a operar. Porque, según ellos, Dios no puede hacer nada de la nada, y al mismo tiempo dicen que la materia existe por azar, y no por designio divino. A su juicio, lo que se produjo fortuitamente es suficiente explicación de la grandiosa obra de la creación.
A mí me parece este pensamiento completamente absurdo y propio de hombres que ignoran en absoluto el poder y la inteligencia de la naturaleza increada. Pero, para poder contemplar con más claridad esta cuestión, concédase, por un poco de tiempo, que no había materia, y que Dios, sin que antes existiese nada, hizo que fuese lo que Él quiso que fuese: ¿en qué pensaremos que la habría hecho mejor, o mayor, o superior, al sacarla de su poder y su sabiduría de modo que fuese no habiendo sido antes? ¿O pensaremos que la habría hecho inferior y peor? ¿O semejante e igual a la que ellos llaman increada? Creo que la inteligencia descubrirá facilísimamente a todos que si no hubiese sido tal como es, ya hubiera sido mejor, ya inferior, no habría sido susceptible de acoger en sí las formas y especies del mundo que ha acogido, ¿y cómo no ha de parecer impío llamar increado a lo que, si se creyera hecho por Dios, sería, sin duda, idéntico a lo que se llama increado?
La creación de la nada
5. Pero para que creamos también por la autoridad de las Escrituras que esto es así, considera cómo en los libros de los Macabeos, cuando la madre de los siete mártires exhorta a uno de sus hijos a soportar los tormentos, se confirma esta verdad. Dice ella, en efecto: “Te ruego, hijo, que mires al cielo y a la tierra, y veas cuanto hay en ellos, y entiendas que de la nada lo hizo todo Dios” (2 Mac. 7:28). También en el libro del Pastor, en el primer mandamiento, dice así: “Cree lo primero de todo que Dios es uno, el cual creó y ordenó todas las cosas, e hizo que fuera el universo de lo que no era nada”.55 Quizá puede aplicarse también a esta cuestión lo que está escrito en los Salmos: “Él habló y fueron hechos; Él lo mandó y fueron creados” (Sal. 148:5), pues al decir “Él habló y fueron hechos”, parece referirse a la sustancia de las cosas que son, y al decir “Él mandó y fueron creados”, a las cualidades que informan la misma sustancia.
2
La naturaleza corporal e incorpórea
Cuestiones sobre la corporeidad
1. En este punto suelen algunos investigar si, así como el Padre engendra al Hijo eterno, y produce al Espíritu Santo no como no existiendo éstos antes, sino por estar en el Padre el origen y la fuente del Hijo y del Espíritu Santo, y sin que pueda entenderse en ellos algo anterior ni posterior, así también puede entenderse una sociedad o parentesco semejante entre las naturalezas racionales y la materia corporal; y para investigar más plena y atentamente esta cuestión suelen empezar su estudio indagando si esta misma naturaleza corpórea que es soporte de la vida de las mentes espirituales y racionales y contiene sus movimientos, ha de perdurar eternamente con aquellas o morirá y perecerá separada de ellas. Para poder esclarecer esto con la mayor precisión parece que debe investigarse, en primer lugar, si es posible que las naturalezas racionales permanezcan incorpóreas en absoluto una vez llegadas a la cima de la santidad y la felicidad, cosa que a mí al menos me parece dificilísima y casi imposible, o si es necesario que estén siempre unidas a los cuerpos. Por consiguiente, si se puede presentar una razón que haga posible que las naturalezas racionales carezcan absolutamente de cuerpo, parecerá consecuente que la naturaleza corpórea, creada de la nada y por un intervalo de tiempo, de la misma manera que no siendo fue hecha, deje de existir también una vez pasada la necesidad del objetivo al que sirvió su existencia.
Sólo la divinidad es incorpórea
2. Pero si es imposible afirmar en modo alguno que pueda vivir fuera del cuerpo una naturaleza que no sea la del Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo, la necesidad de razonamiento lógico nos obliga a entender que, si bien las naturalezas racionales han sido creadas en el principio, pero que la sustancia material ha sido separada de ellas sólo en el pensamiento y el entendimiento, y parece haber sido formada para ellos, o después de ellos, y que ellos nunca han vivido, ni viven sin ella; y así se pensará rectamente que la vida incorpórea es una prerrogativa de la Trinidad sola.
Por consiguiente, teniendo esa sustancia material del mundo, como hemos dicho antes, una naturaleza que se transforma de cualquier cosa en cualquier cosa cuando recae en seres inferiores recibe la forma de un cuerpo craso y sólido, de modo que da lugar a estas especies visibles y diversas del mundo; pero cuando sirve a seres más perfectos y bienaventurados, resplandece en el fulgor de los cuerpos celestes, y adorna con el ropaje del cuerpo espiritual a los ángeles de Dios, o a los hijos de resurrección, y todos estos seres integran el estado diverso y variado de un solo mundo.
Pero si se quiere discutir estas cosas más plenamente será preciso escudriñar las Escrituras atenta y diligentemente, con todo temor de Dios y reverencia, por si se descubre en ellas algún sentido secreto y oculto sobre tales cuestiones, o puede encontrarse algo en sus palabras recónditas y misteriosas (que el Espíritu Santo manifiesta a aquellos que son dignos) una vez reunidos muchos testimonios de esta misma especie.
3
La creación y su renovación
Del principio del mundo y sus causas
1. Después de esto nos falta inquirir si antes de este mundo existió otro mundo; y si existió, si fue como este que existe ahora, o un poco diferente, o inferior, o si no hubo mundo en absoluto, sino algo semejante a aquello que creemos que será después del fin de todas las cosas, cuando se entregue el reino a Dios y al Padre, estado que, sin embargo, habría sido el fin de otro mundo, a saber, de aquel después del cual tuvo su comienzo el nuestro, por haber provocado a Dios las distintas caídas de las naturalezas intelectuales a establecer esta condición variada y diversa del mundo. También creo que debe inquirirse del mismo modo si después de este mundo habrá alguna cura y enmienda, severa, sin duda, y llena de dolor para aquellos que no quisieron obedecer a la Palabra de Dios, pero mediante una educación e instrucción racional por la cual puedan alcanzar una inteligencia más rica de la verdad, como los que en la vida presente se entregaron a estos estudios y, purificados en sus mentes, salieron de aquí ya capaces de la divina sabiduría; y si tras esto vendrá inmediatamente el fin de todas las cosas, y, para la corrección y mejora de los que las necesitan, habrá de nuevo otro mundo semejante al que ahora es, o mejor que este, o mucho peor; y cuánto tiempo existirá el mundo que venga detrás de este, sea como fuere; y si habrá un tiempo en que no exista ningún mundo, o si ha habido un tiempo en que no existió en absoluto ningún mundo; o si han existido varios, o existirán; y si sucede alguna vez que surge un mundo igual y semejante en todo e idéntico a otro.
El cuerpo corruptible y la incorruptibilidad
2. Así, pues, para que aparezca de un modo más manifiesto si la naturaleza corporal subsiste sólo por intervalos y así como no existió antes de ser creada se disolverá de nuevo de suerte que ya no sea, veamos, en primer término, si es posible que algo viva sin cuerpo. Pues si algo puede vivir sin cuerpo, podrán también todas las cosas existir sin cuerpo; todo, en efecto, tiende a un solo fin, como he mostrado en el primer libro. Y si todo puede carecer de cuerpo, no existirá, sin duda, la sustancia corporal, de la que no habrá necesidad alguna. ¿Y cómo entenderemos entonces lo que dice el Apóstol en aquellos pasajes en que discute sobre la resurrección de los muertos, cuando afirma: “Porque es preciso que lo corruptible se revista de incorrupción y que este ser mortal se revista de inmortalidad. Y cuando este ser corruptible se revista de incorruptibilidad y este ser mortal se revista de inmortalidad, entonces se cumplirá lo que está escrito: La muerte ha sido sorbida por la victoria. Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado, y la fuerza del pecado es la ley” (1ª Co. 15:53-56).56
Parece, pues, que el apóstol sugiere un sentido semejante al que nosotros sostenemos. En efecto, cuando habla de “este ser corruptible” y “este ser mortal”, con el énfasis de quien señala y toca aquello a que se refiere, ¿a qué otra cosa, sino a la materia corporal, pueden aplicarse estos términos? Por consiguiente, esta materia del cuerpo, que ahora es corruptible, se revestirá de incorrupción cuando el alma, perfecta e instruida en las pruebas de incorrupción, comience en ese estado a servirse de ella. Y no lo extrañes si llamamos ropaje del cuerpo al alma perfecta que a causa del Verbo de Dios y de su sabiduría recibe aquí el nombre de incorrupción, sobre todo siendo así que el Señor y creador del alma, Jesucristo, es llamado ropaje de los santos, como dice el apóstol: “Vestíos del Señor Jesucristo” (Ro. 13:14). Por consiguiente, de la misma manera que Cristo es ropaje del alma así también, por una razón comprensible, se dice que el alma es ropaje del cuerpo, y en efecto, es un ornamento suyo que vela y cubre su naturalez...
Índice
- Cubierta
- Página del título
- Derechos de autor
- Índice General
- Prólogo a la colección Grandes Autores de la fe
- Introducción. Maestro de la Palabra
- Prefacio
- Libro I
- Libro II
- Libro III
- Libro IV
- Índice de Conceptos Teológicos
- Títulos de la colección Patrística