Historia General de las Misiones
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Historia General de las Misiones

  1. 320 páginas
  2. Spanish
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Descripción del libro

La única historia general de las misiones cristianas publicada en español que cubre todo el proceso de expansión del cristianismo desde los Hechos de los Apóstoles hasta las misiones actuales en el Siglo XXI. El insigne y conocido profesor de historia eclesiástica Justo L. González une aquí fuerzas y conocimientos con el misionólogo Carlos F. Cardoza, para proporcionarnos la única historia completa y actualizada de la actividad de las iglesias en sus gestiones de comunicar el evangelio de Jesucristo, al mundo. La "misiología" es la disciplina académica que estudia, de forma sistemática y coherente, todo lo relacionado a la misión de Dios y de la comunidad de fe. Es una disciplina amplia que se desarrolla en diálogo con la antropología, la economía, la historia universal, la historia de las religiones, la teología sistemática, y muchas otras disciplinas. Conscientes, pues, de la escasez de material adecuado para la enseñanza de esta asignatura, los autores, no tan solo quieren aportar un texto académico adecuado para la enseñanza, sino también ayudar al pueblo de Dios a descubrir como las "misiones" han extendido la fe cristiana más allá de las fronteras tradicionales de la cristiandad, de tal modo, que en el momento actual, no tan sólo se encuentra presente en los rincones más apartados de la Tierra, sino que en varios de esos rincones, muestra más vitalidad y crecimiento numérico que en sus países de origen.

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Información

Año
2008
ISBN del libro electrónico
9788482676517
capítulo 1
Introducción
«Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones...» Hay pocos textos bíblicos más conocidos y citados que este, frecuentemente denominado la «Gran Comisión». A través de los siglos, estas palabras de Jesús han inspirado a miles de creyentes a llevar el Evangelio a los lugares más remotos de la tierra. Unos sencillamente han cruzado la calle; otros han cruzado ríos, mares y fronteras. Unos han dado dinero; otros han dado la vida. Unos fueron bien recibidos; otros murieron como mártires a manos de aquellos a quienes esperaban evangelizar. En obediencia a esas palabras se han establecido iglesias, se han construido escuelas y hospitales, se han deshecho injusticias, se ha liberado a mujeres oprimidas por tradiciones ancestrales, se ha enseñado a millones a mejorar sus crías, a cuidar de su salud, y a leer. Cientos de idiomas que sólo existían en forma oral han sido reducidos a la escritura....
Si esa fuera toda la historia, tendríamos sobradas razones para gloriarnos y enorgullecernos. Pero hay también el otro lado de la moneda. A través de los siglos, y hasta el día de hoy, ha habido cristianos que han tomado las palabras de Jesús para sus propios propósitos imperialistas o de lucro. Ha habido cristianos que han tomado el mandato misionero como índice de su propia superioridad, y que con ese sentido de superioridad han destruido culturas y civilizaciones, han establecido y defendido regímenes despóticos, han acudido a las armas para forzar a los más débiles a creer, y han justificado lo injustificable.
Tales desmanes no siempre han sido cometidos por hipócritas que sencillamente deseaban aprovecharse de la fe cristiana. También han sido cometidos por cristianos sinceros, convencidos de que la expansión de su fe justificaba sus acciones, y que con ello servían a Dios. Convencidos de la verdad de su fe, muchos han creído que esto era también índice de la superioridad de su cultura, y con ese sentido de superioridad han destruido civilizaciones, violado identidades y oprimido a los indefensos.
Todo esto es lo que le da al estudio de la historia de las misiones su importancia y su urgencia. La historia de la expansión del cristianismo es a la vez inspiradora y aterradora. Nos sirve de llamado y de advertencia. Nos llama a seguir la línea esplendorosa de quienes antes de nosotros dieron testimonio de su fe. Y nos advierte del peligro de imaginar que, porque somos cristianos fieles, no hemos de preocuparnos por las consecuencias de nuestras acciones y nuestras actitudes.
En este punto, conviene que volvamos sobre la tan citada «Gran Comisión». Tal como frecuentemente se le cita, el pasaje empieza con las palabras «Por tanto, id....». Empero la frase «por tanto» implica siempre un antecedente, una razón para lo que sigue. En este caso, ese antecedente son las palabras del propio Jesús: «Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id....» En última instancia, la razón por la cual los creyentes han de ir a todas las naciones nos es que les tengamos lástima a quienes se pierden, o que nuestra cultura sea superior, o que tengamos algo que enseñarles. La razón última de nuestro ir es el señorío universal de Jesucristo. Jesús dice que ya él es Señor de toda la tierra. No hay lugar donde él no esté. No hay lugar donde sea necesario que los creyentes vayan a llevarle. El Señor que era en el principio con Dios, por quien todas las cosas fueron hechas, y que es la luz que alumbra a todo ser humano, ya está allí. Está actuando en los individuos y en las culturas, aunque no se le conozca, aunque su presencia sea anónima. En ese sentido, lo que los creyentes hacen al dar su testimonio e invitar a otros a creer es llevar el conocimiento del nombre de Jesús, de sus enseñanzas, de sus promesas. ¡Pero no llevar a Jesús!
Si el Señor está ya allí al llegar nosotros, esto quiere decir que en la empresa misionera vamos al encuentro, no sólo de quienes no creen, sino también del Jesús en quien ya creemos. Yendo a esos lugares donde él nos dice que su señorío, con todo y ser desconocido, es real, conocemos algo más de él y de sus propósitos. Así, por ejemplo, Pedro aprendió algo del Evangelio al predicarle al pagano Cornelio; y la iglesia antigua aprendió algo al penetrar la cultura grecorromana.
Todo esto significa que la historia de las misiones, bien entendida, no es solamente la historia de la expansión del cristianismo, sino también la historia de sus muchas conversiones —de lo que la iglesia ha ido aprendiendo y descubriendo según se encarna en diversos tiempos, lugares y civilizaciones.
Cuando el gran historiador de las misiones Kenneth Scott Latourette completó los siete volúmenes de su magna obra, podía señalar que el gran acontecimiento del siglo anterior (el XIX) fue que por primera vez el cristianismo se había vuelto verdaderamente universal, pues se encontraba presente en todas las regiones del globo. Hoy, medio siglo después, podemos decir mucho más. La fe cristiana no sólo se encuentra presente en los rincones más apartados de la Tierra, sino que es en varios de esos rincones que muestra más vitalidad y crecimiento numérico. En vida de Latourette, el cristianismo, aunque presente por doquier, seguía siendo la religión del Occidente, representada en buena parte del resto del mundo por pequeños grupos, muchos de ellos el resultado de la empresa misionera occidental, y todavía dependientes de esa empresa. Hoy, al tiempo que la fe cristiana parece estar perdiendo terreno en sus antiguos centros en Europa y Norteamérica, crece a pasos agigantados en África y Asia. Y en América Latina, donde en tiempos de Latourette lo que había era principalmente un catolicismo romano estancado y un protestantismo bastante minoritario, hoy existe un catolicismo en vías de renovación y un protestantismo pujante que en varios países alcanza más de la cuarta parte de la población.
Estos cambios demográficos son una muestra del movimiento de la fe cristiana, del carácter contextual de las comunidades de fe, de la vitalidad que la fe descubre en el margen o en la frontera entre culturas y pueblos, de la diversidad de prácticas y teologías misioneras y de las diversas respuestas al evangelio. Por ello esperamos que nuestro trabajo ayude a eliminar la visión del cristianismo como una religión occidental y a redescubrir su carácter mundial, fronterizo y transcultural. En otras palabras, la vitalidad de le fe cristiana en los continentes del sur y del este a principios de este siglo se convierte en un prisma para releer las teologías y prácticas misioneras de antaño. Inclusive, el hecho de ser observadores y participantes del carácter transcultural del movimiento misional cristiano nos provee un lente particular para descubrir nuevos agentes, nuevas teologías y nuevas prácticas misioneras que quiebran una concepción del movimiento cristiano como unidireccional, patriarcal, imperialista, capitalista, exclusivo, burocrático y rígido. La gestión misionera revela una dinámica multidireccional llena de complejidades y luchas que reflejan y demandan un marco interpretativo coherente y justo. En este sentido, nuestra historia no es de triunfo eclesial, sino de encrucijadas y complejidades que tienen afinidad con la cruz, y de transformación y esperanza que dejan ver un destello de la resurrección.
Ahora bien, si esta historia de las misiones ha de servir como herramienta de reflexión tanto para las disciplinas académicas como para la iglesia, necesitamos clarificar los criterios, principios y limitaciones que guían este trabajo.
A. La misiología, la misión y la historia de las misiones
La «misiología» es la disciplina que estudia, de forma sistemática y coherente, todo lo relacionado a la misión de Dios y de la comunidad de fe. Es una disciplina amplia que se desarrolla en diálogo con la antropología, la economía, la historia, la historia de las religiones, la teología sistemática, y muchas otras disciplinas.
La «misión», por otro lado, es la actividad de Dios en el mundo. Dios es el protagonista de la misión. Dios actúa en el mundo, por su gracia, para reconciliar al mundo consigo mismo (2 Corintios 5:19). La iglesia, como pueblo de Dios, surge de esta misión y participa en ella. La iglesia es resultado y coprotagonista de la misión de Dios. La iglesia nace, se sostiene y se transforma por la misión de Dios; es objeto de la misión de Dios. Al mismo tiempo, ella también es sujeto activo en esa misión. Esto es, la iglesia discierne, descubre y participa en la actividad de Dios en el mundo.
El término «misiones» está cargado de muchos significados. Este no es el lugar para describir y analizarlos, pero sí es el lugar para clarificar el uso que le hemos dado en este trabajo. El término «misiones» se refiere a la actividad del pueblo de Dios en la comunicación del evangelio. Tradicionalmente, el término «misiones» crea una imagen de movimiento unidireccional: del mundo cristiano al mundo no cristiano. Por tal razón y por mucho tiempo, las misiones se asocian a una práctica misionera eclesiocéntrica, donde la iglesia es la protagonista principal de la misión.
En nuestro trabajo el concepto de «misiones» se refiere al movimiento del cristianismo, aun dentro de un área geográfica donde hay presencia cristiana. Como veremos en esta historia, el cristianismo, en sus muchas variantes, tiene maneras de introducirse y reintroducirse en una misma región geográfica, generando relaciones variadas y diversas en un mismo contexto. Por tanto, las «misiones» son la actividad dirigida a extender la fe cristiana, aun en lugares donde la fe existe. Las «misiones» son lo que la iglesia ha hecho—bueno o malo—en la gestión de extender la fe fuera y dentro de las fronteras donde ella misma está arraigada.
Este trabajo es «una historia de las misiones» y pertenece a la disciplina de la misiología cristiana. Es un trabajo que acumula información y reflexión crítica sobre la actividad de la iglesia. No es una historia de la misiología (del desarrollo de esa disciplina a través de los tiempos); no es una historia de la misión (una historia de la actividad de Dios, como son las Escrituras. y de la comunidad de fe en el mundo); y no es una historia del pensamiento sobre la misión (las ideas, principios y debates que han surgido en el proceso de discernir la actividad de Dios y de la iglesia en el mundo). Es una historia de la actividad de las iglesias en sus gestiones de comunicar el evangelio de Jesucristo, dentro y fuera de sus fronteras; es una historia de la extensión de la fe cristiana en el mundo.
No hay duda, sin embrago, que esta historia de las misiones, por el carácter interdisciplinario de la misiología, se nutre de la historia de la disciplina, de la historia de la misión, de la historia del pensamiento misiológico, etc. Por ello provee pistas, ideas y lentes para reflexionar y buscar más información y profundizar en distintas áreas de la misiología. Por ejemplo, en el capítulo dos proveemos unos modelos que nos ayudan a entender el uso de la Biblia en el campo misionero. Estos modelos no agotan ni pretenden agotar los asuntos, complejidades y retos a que se enfrentan la misiología y la iglesia en cuanto a ese tema. No obstante, ese capítulo se inserta en una conversación teológica y misional para animar, reflexionar y ubicar el tema de la Biblia y la misión en nuestros días.
p015
Antioquía de Psidia, donde Pablo declaró su misión a los gentiles.
Otro ejemplo de la contribución de esta historia de las misiones a la misiología está en proveer una «cartografía» de las teologías de la misión en distintas épocas y regiones. Las prácticas y métodos misionales, junto a las teologías que se desarrollaron antes, durante, y después de la gestión misionera, revelan que la relación entre la teología de la misión y la práctica misionera no es unidireccional. Las teologías de la misión se fueron desarrollando según la práctica misionera enfrentaba conflictos, triunfos, derrotas y hasta expulsión. Esta historia ilustra cómo las prácticas y teologías cambian a través del tiempo en la medida que las circunstancias históricas modifican la cultura y la tarea misionera. Por otro lado, esta historia también ilustra cómo prácticas y teologías que no dieron fruto en un contexto sí lo dieron en otro. Así, por ejemplo, los postulados que se desarrollaron y no dieron resultado en la China tomaron otro giro y sí dieron resultado en el suelo coreano.
B. La historia de la iglesia y la historia de las misiones
La historia de la iglesia y la historia de las misiones no deberían separarse. La reflexión crítica sobre la vida de la iglesia, sea en la liturgia, la teología, o las prácticas pastorales, no debe aislarse de la reflexión crítica sobre la extensión de la fe cristiana por parte del pueblo de Dios en lugares donde la iglesia llega por primera vez o donde se inserta como agente de renovación. Desafortunadamente, la definición misma de las disciplinas—historia de la iglesia e historia de las misiones—muestra una dicotomía, una estructura bipolar, que parece negar la unidad entre iglesia y misión, y parece dar a entender que hay ciertos capítulos en la vida de la iglesia que son parte de su verdadera «historia», y otros que son sólo parte de su «misión».
Tal concepción bipolar de la historia y la misión de la iglesia manifiesta el carácter eurocéntrico de ambas disciplinas según se han desarrollado tradicionalmente. Así, por ejemplo, los conflictos de los primeros cristianos con el Imperio Romano se estudian en la historia de la iglesia, pero los conflictos entre los cristianos y el Imperio Persa se estudian—si es que se estudian—en otra disciplina. Lo que ocurrió en Alemania en el siglo XVI es parte de la historia de la iglesia, pero lo que ocurrió en México al mismo tiempo no lo es. El «Gran despertar» en Norteamérica a fines del siglo XVIII—el Great Awakening—es parte de la historia de la iglesia, pero el avivamiento pentecostal en Chile a principios del XX no lo es. Ciertamente, es hora de corregir tales perspectivas, o al menos de comenzar a intentarlo.
Esta obra no espera romper esa estructura bipolar de las disciplinas históricas. Empero sí deseamos contribuir a un quehacer histórico que tenga en cuenta la compleja relación de interdependencia y de mutuo impacto que existe entre el centro y la periferia—entre lo que tradicionalmente ha estudiado la historia de la iglesia y lo que se incluye en esta historia de las misiones. Esto ciertamente es tarea de toda una generación de historiadores—y de historiadores que representen una variedad de perspectivas y de contextos. Por tanto, ofrecemos este libro como remedio provisional, como recordatorio acerca de la inmensa tarea que todavía queda por hacer.
Puesto que estamos convencidos que la tarea histórica necesita integrar la «historia de la iglesia» con la «historia de las misiones», haciendo de ambas una «historia de la iglesia en misión», en varios casos aludimos a esta relación y la compleja interacción que existe entre la actividad misionera en el margen y la vida de la iglesia en el centro de donde se inicia la actividad misionera. Un ejemplo que ilustra nuestro interés en enfrentar este problema metodológico, esta bipolaridad histórica, se encontrará en el capítulo sobre las misiones en la época antigua. En ese capítulo ilustramos cómo las misiones hacia los «bárbaros» y grupos celtas transforman las prácticas misioneras aceptadas que el centro había dado por normativas. Es importante destacar, no obstante, que el énfasis no está en las condiciones y procesos que contribuyen a la transformación de la política misional del centro—si tal fuera el caso, este libro sería más bien sobre la historia del pensamiento misiológico— sino en la actividad, protagonistas y condiciones en el margen de los territorios cristianos, o sea, una historia de las misiones.
Esperamos que llegue el día en que no sea necesario estudiar ni escribir la historia de las misiones separadamente de la historia de la iglesia. Lo que es más, en el último capítulo de esta historia señalaremos por qué creemos que ese día ha llegado, y que si algunos no se percatan de ello se debe a cierta miopía de que los «centros» siempre adolecen. Por lo pronto, empero, los currículos y programas de estudio de la mayoría de las instituciones de educación teológica, así como la formación misma de buena parte del profesorado, tienden a estudiar la historia de la iglesia «desde el centro», como si solamente lo que ocurre en el centro tuviese importancia. Mientras no se supere esa postura, será necesario insistir en el estudio de la historia de las misiones, para al menos recordarnos constantemente que el «centro»—o los centros—existe en virtud de la periferia, y que buena parte de la realidad cristiana queda excluida cuando solamente nos ocupamos de lo que ocurre en los centros—centros de recursos económicos, de estudios teológicos, etc.
Un segundo efecto que tiene esta bipolaridad histórica es una interpretación exponencial del crecimiento de la fe cristiana. Se da por sentado que la fe cristiana crece, crece y crece tal como un globo crece y se expande al soplar aire. Esto presupone un movimiento unidireccional y homogéneo según el «centro» va ampliando su territorio sin cambio alguno.
Esta historia del movimiento cristiano se aparta de tal visión del crecimiento cristiano, y se une a las crecientes y novedosas voces de historiadores en todas partes del mundo, para junto a ellas proponer lo siguiente: (1) El movimiento del cristianismo es en serie. La fe se mueve del centro a la periferia, transformando tanto la periferia como el centro y creando nuevos centros que reanudan su movimiento hacia la periferia (que muy bien puede ser un viejo centro). (2) Este movimiento afecta el quehacer teológico y la vida de las comunidades de fe tanto en el centro como en la periferia. (3) La actividad misional de la periferia muestra gran vitalidad por razón de las intersecciones de dicha actividad con culturas no occidentales ricas en diversidad religiosa, étnica y teológica, y también por su contexto de luchas de clases y en pro de la justicia hacia grupos oprimidos tales como las mujeres y la niñez. (4) El cristianismo está adquiriendo una configuración mundial, transcultural y contextual que requiere nuevos lentes para observar, y plumas nuevas para escribir, la historia de la iglesia.
Ahora bien, si por algún tiempo todavía será necesario estudiar por separado la historia de las misiones para no olvidar el carácter global de la iglesia, hay una razón muy práctica para revisar y escribir esta historia de las misiones: en nuestra opinión no hay disponible una historia de la misiones que sea abarcadora y general. Hay una escasez de material que provea, particularmente a estudiantes y líderes en las iglesias e instituciones misioneras, un panorama general que sirva para ilustrar el mosaico que comprende la historia de la transmisión del evangelio. No pretendemos aquí describir en detalle todas las partes de mosaico. Pero sí esperamos que la comunidad lectora (1) reconozca la variedad de ese mosaico que es la iglesia universal y la historia de sus orígenes; (2) se informe y reflexione sobre esa variedad; (3) acepte el reto a ir más allá de lo que aquí se dice, ampliando sus horizontes mediante experiencias de contactos con otros sectores del cristianismo mundial; y (4) descubra otros ángulos para observar, estudiar y disfrutar de la gloriosa variedad del pueblo de Dios, que alcanza a toda tribu, lengua y nación.
...

Índice

  1. Título
  2. Derechos de autor
  3. Prefacio
  4. Contenido
  5. Capítulo 1: Introducción
  6. Capítulo 2: Biblia, misión e historia de las misiones
  7. Capítulo 3: Las misiones en la Edad Antigua
  8. Capítulo 4: Las misiones medievales
  9. Capítulo 5: Las misiones en la Edad Moderna
  10. Capítulo 6: Las misiones en la Época Contemporánea: Introducción general
  11. Capítulo 7: Las misiones en el Lejano Oriente y el Sur del Pacífico
  12. Capítulo 8: Las misiones en el mundo musulmán
  13. Capítulo 9: Las misiones en África Ecuatorial y Meridional
  14. Capítulo 10: El cristianismo en América Latina
  15. Capítulo 11: Desde todas las naciones