Caballero Jack
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Caballero Jack

Los diarios de Anne Lister

Anne Lister, Carmen Álvarez Hernández

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  1. 455 páginas
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Caballero Jack

Los diarios de Anne Lister

Anne Lister, Carmen Álvarez Hernández

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Información del libro

Con una mirada más allá de muchas convenciones, Anne Lister escribió, de forma sistemática y minuciosa hasta su muerte, sus diarios; en ellos recoge sus experiencias personales y cotidianas —dibujando así el paisaje social, económico, político y geográfico de su época—, y los detalles de sus relaciones con otras mujeres. Constituidos originalmente en 26 volúmenes y 4.000.000 millones de palabras, y escritos en 1/6 en un código propio elaborado por ella misma (con elementos del alfabeto griego antiguo y símbolos algebraicos, código descifrado a principios del siglo XX), los diarios de Anne Lister perduran hasta nuestros días manteniendo su inefablesignificado."Caballero Jack", apelativo por el que la referían en algunos círculos en referencia a sus maneras masculinas de vestir, es la primera obra en castellano dedicada a su figura; proponemos a través de ella un repaso a su historia personal y a través de extractos de sus diarios, perennes a su puño, letra y pasiones.

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Información

Año
2019
ISBN
9788412015973
Edición
1
Categoría
Literatura
1823
Viernes 10 de enero (Halifax)
A las once, mi tía y yo nos fuimos en la calesa a Pye Nest (…). Estuvimos media hora con la Sra. E. y su hija, Delia, e hijos, Charles, Henry y Thomas. Un triste y vulgar grupo. No dije nada, pero mi tía lo proclamó tan pronto como estuvimos fuera de la casa. Pensé que lo haría. El sirviente entró con su chaqueta de lino y el mandil puesto.
Miércoles 29 de enero (Halifax)
Fui a Northgate. Mi padre, ausente desde las doce en una reunión de tasación de impuestos. Estuve con Marian hasta las 3.50 (…). Cree que el dinero para gastos domésticos solo será ahora de alrededor de 8 libras al mes, en lugar de 10 como al principio. Le aconsejé, fundamentalmente, que consiguiera que mi padre le diera 10 chelines por semana como dinero de bolsillo cuando él resuelva las cuentas semanales. Eso serán 26 libras al año, con lo que ella cree que puede arreglarse.
Jueves 30 de enero (Halifax)
Visité a los Saltmarshe. Estuve cuarenta minutos con Emma Saltmarshe. Le dolía la cabeza y no se encontraba bien, pero me habló del espléndido baile y cena de la otra noche en casa de los Moore en Northowram Hall. Los invitados estuvieron forzados a subir y bajar la colina a pie. Los caballos no podían mantenerse en pie. Por un pelo se zafaron muchos. El Sr. Pollard se quedó toda la noche. No se atrevió a volver. Alrededor de sesenta personas allí. Magnífica cena. Todo de Liverpool, incluso los pasteles. Un espectáculo magnífico nunca dado aquí. Aunque fue superado por el baile y cena en casa del Sr. James Rawdon, de Underbank, el lunes pasado. Veinte clases distintas de vino. Todo tipo de frutas: francesas, portuguesas, etc. Ninguno de los visitantes vio nunca algo tan espléndido. Ochenta y cinco invitados. Cuarenta y dos se quedaron toda la noche. Dos damas por cama. Los señores en un cuarto (el almacén), lo que Emma llamó «la residencia». Muy cómoda. El suelo cubierto por pequeños colchones, uno por caballero, y abundante ropa de abrigo o ropa de cama. Cuarenta y cinco se sentaron a desayunar la mañana siguiente. Muchas apuestas y juegos de azar. No mucho whist; nada salvo cortos y loo144 de naipes escoceses toda la noche hasta las diez de la mañana siguiente.
Sábado 15 de febrero (Halifax)
Carta de M (Lawton) (…). No sé por qué. Comienzo (a no tener) el interés suficiente en sus cartas. Quizá me satisface más pensar poco sobre el tema y, con certeza, no está de forma constante en mi cabeza. ¿Cómo terminará todo esto? Si me encontrase con alguien que me conviniera plenamente, creo que apenas lamentaría estar atada. Ah, que no sea así. ¿Cómo terminará todo?
Domingo 16 de febrero (Halifax)
Paré en casa de los Saltmarshe (…). Hablé, sobre todo, en favor de la Srta. Pickford. La consideran triste y masculina. La llaman Frank Pickford. Asusta a Emma y parece disfrutar haciéndolo. La Srta. Pickford es, sin duda, como una señora de buena familia e inteligente, nada de lo cual Emma, o la gente aquí, puede aspirar. La amiga de la Srta. Pickford, la Srta. Threlfall, tiene terrenos en las Indias Occidentales. Eran de 5 o 6, o alrededor de 500 al año, pero ha correspondido a casi nada.
Lunes 17 de febrero (Halifax)
Llegué a la sala de conferencias a las 12.10 por la iglesia vieja (…). Me senté al lado de la Srta. Pickford, como siempre (…). ¡Cómo puedo ir aún tras las camas! Parece sensata y, en mi presencia, carente de gente con la que hablar; bien me gustaría conocer más de ella. He hablado un poco con ella justo antes y después de la conferencia, y si fuera joven y bonita, sin duda rozaría la relación pero, a fin de cuentas, debo ser cauta. No tengo casa a la que invitarle. Debo confiar en alguna compañía en los días venideros.
Miércoles 19 de febrero (Halifax)
La Srta. Pickford se me acercó en la sala de conferencias (…). Dije que me haría muy feliz visitarla pero que estaba bastante fuera de mi mano el mostrar cualquier cortesía o atención en las circunstancias actuales, y al no visitar a su hermana, había algo de delicado e incómodo en el asunto, pero estaba encantada de encontrarla en las charlas y siempre estaría feliz cuando cualquier oportunidad me otorgara el placer de verla. Dijo que a menudo había pensado que congeniaría con ella. Se había cambiado de sitio por mí e intentaba todos los modos de restablecer nuestra relación, formada al principio hace nueve o diez años (en 1813) en Bath, pero halló que no resultaría. Pensó que quizá la había olvidado, que no la reconocía, y había abandonado la idea de conseguirlo. Dije que me habían invitado dos o tres veces a conocerla y siempre había rehusado, al no desear ampliar mis vínculos ahora, pero estaba encantada y no supe lo que había perdido (…).
Le pregunté a la Srta. Pickford si volvería en una calesa. No. Le ofrecí volver a pie con ella. La dejé un momento para pedir que la calesa, que me estaba esperando, nos siguiera. Como comenzó a llover un poco, la invité a tomar asiento conmigo en la calesa, aunque tenía un caballo joven, solo en la segunda etapa. Dijo que no tenía miedo y nos alejamos. Entre otras cosas, comenté que el Sr. W. había dicho al aire «ella». La Srta. Pickford habló de la luna, que era nombre masculino en algunos países, por ejemplo, los alemanes. Sonreí, y dije que la luna había probado los dos sexos, como el viejo Tiresias,145 pero que una no podía hacer tal observación cada vez que surgiera. Naturalmente, ¿ella recordaba la historia? Dijo que sí. No estoy muy segura, sin embargo, de si la conocía o no (v. Metamorfosis, de Ovidio). Esto nos llevó a hablar sobre decir sencillamente lo que nos venía primero a la mente, con la confianza de que el significado siempre sería entendido de la manera apropiada. Me tendió la mano para estrecharla. La dejé en la verja de la Sra. Wilcock, y nos despedimos como buenas amigas.
Miércoles 26 de febrero (Halifax)
Me cambié de ropa y me preparé para conducir hasta Halifax para visitar a la Srta. Pickford. Salí a las 11.15, conduje a la yegua negra (…). Estuve con la Srta. Pickford de 11.55 a 12.35. La encontré muy simpática y agradable. Fue a invitar a la Sra. Wilcock a que viniera, pero la Sra. Wilcock estaba «muy» ocupada escribiendo y no pudo aparecer. Creo que no quiso, y la verdad, estuvimos mejor sin ella. Hablé con mucha franqueza, y parecimos encajar y gustarnos mucho la una a la otra. Jugué con las tijeras o cualquier cosa que había en la mesa y parecía muy a mi aire. Dije que, por lo general, formaba mi opinión de la gente en un minuto. Me complació mucho de ella que mencionara de inmediato que había estado leyendo Conversaciones sobre química y filosofía natural de Madame Marcet,146 cuando le pregunté si estaba preparada en esos temas. Con todo, al retirarme sentí como si pudiera haberme comportado mejor, nada satisfecha conmigo misma.
Jueves 27 de febrero (Halifax)
Le dije a la Srta. Pickford que iba a encargarme de una criada en Willowfield e iría a pie con ella hasta Savile-Hill (…). Sin duda es simpática y agradable, y no parece de ninguna manera molesta con mis atenciones (…). Tras despedirme de ella, seguí adelante para hablar con Mary Noble (…). Tiene un aspecto pálido, bonito e interesante. Había estado bastante enferma. Estuve tres cuartos de hora; le dije que la visitaría para verla de vez en cuando, ante lo que pareció muy complacida. Reflexioné a mi vuelta. Pensé en darle algo. ¿Qué sería? Pensé en compensarla. Es bonita. Si fuera seguro arriesgarse, imaginé que sería posible visitarla de vez en cuando, y si pudiera ingeniar tener la casa despejada, puede que gestionara el asunto (…). Llegué a casa a las 5.10. Encontré allí a mi padre y Marian. Habían encontrado, con gran gozo, el Leeds Intelligencer.147 Marian, contenta de contarnos que los ministros habían reducido el 50 por ciento de las tasas por ventana, caballo y carruaje (…). No hice nada esta tarde. Harriet Baxter nos dejó esta tarde y fue a vivir con los Preston de Greenroyde. Elizabeth Wilkes Cordingley (nuestra vieja criada) vino por la noche a ayudarnos.
Viernes 28 de febrero (Halifax)
Fui con ella por el mercado (…). Sin duda, somos muy gentiles. Volverá a estar aquí en verano y traerá a su hermana, la Sra. Alexander, que es muy especial. Quiere que la Srta. Pickford lleve capota, etc., lo cual a veces hace cuando está molesta por algo. No le importa nada la vestimenta; nunca le presta atención. Al hablar de que le gustaría hacer otro viaje fuera, dije que debería disfrutar de uno con ella. No nos molestaríamos la una a la otra con lo de llevar capotas. Ella es una mujer peculiar con, en apariencia, buen corazón. Al hablar de riñas, siempre las olvida. No puede mantener la solemnidad de una pelea. Como no presta atención al vestuario, etc., me supone igual que ella. ¡Qué equivocada está! Le gusta su traje y sombrero. Está más instruida que algunas damas y es una bendición de compañía en mi actual escasez, pero no soy una admiradora de las mujeres instruidas. Nos son las dulces e interesantes criaturas que amaría. Me así de su brazo y la llevé al exterior, y me vino bien su humor.
Sábado 1 de marzo (Halifax)
Salí hacia Halifax a las doce (…). Llegué a la sala de conferencias en veinte minutos (…). Seguí a la Srta. Pickford dentro de la sala. Hablé con ella unos minutos. Consideraba que Lord Byron era el mejor poeta actual. Siempre se levanta lánguida de la lectura de Moore, y prefiere a Milton antes que a todos los demás poetas (…). La Srta. Pickford me preguntó si tenía algo especial que hacer. ¡No! Había adquirido la costumbre de volver a casa a pie con ella; era una costumbre agradable y estaría feliz de mantenerla hoy. Paramos en dos o tres tiendas (estreché la mano a nuestro pastor en Whitley) (…) y la dejé en la verja de la Sra. Wilcock. Me había contado que por pronunciar algunas palabras correctamente, v. g. satélites (en cuatro sílabas), dar a las plantas su nombre botánico, etc., la habían llamado ridícula. Había hecho el ridículo lo suficiente para temerla. Dije que podía dar testimonio de algunos ejemplos de esto último que, de haberla conocido antes, le habría mencionado sin duda. Insistía siempre en tener en cuenta con quién estaba, tanto si eran instruidos como si no, y que en relación a eso, siempre regulaba su conversación, y por tanto evitaba, creía, la atribución de pedantería o arrogancia. Le aconse...

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