Historia de la India
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Historia de la India

De la independencia de 1947 a nuestros días

  1. 415 páginas
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Historia de la India

De la independencia de 1947 a nuestros días

Descripción del libro

La India poseía una gran cultura y una extraordinaria civilización espiritual, pero sólo tenía dudosas y remotas tradiciones unitarias. Era una nebulosa de pequeños estados, castas, tribus, comunidades religiosas. La muerte de Gandhi privó al país del hombre que había animado la batalla política por la independencia. Huérfano de su jefe carismático y engendrado en la sangre de la partición (Pakistán), el nuevo estado tuvo que afrontar problemas que las dimensiones del subcontinente hacían colosales: pobreza, ignorancia, fanatismo religioso, aspiraciones separatistas de algunas etnias y la amenazadora potencia china en las fronteras septentrionales. Este libro analiza y explica cómo se llegaron a ellos y como han afrontado esos problemas hasta la actualidad.

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Información

Año
2020
ISBN del libro electrónico
9788491143024

El campo. II. Las reformas inacabadas y la consolidación de los medianos propietarios

Todavía hoy, más de 7 de cada 10 indios viven en el campo. A comienzos del siglo XX eran 9 de cada 10. Los dos porcentajes revelan una verdad importante: que el proceso de urbanización en la India ha sido menos turbulento que en otros países del Tercer Mundo. Sin embargo ocultan otra aún más significativa: que el 90 por ciento de la población de 1901 estaba constituido por 210 millones de personas, mientras el 70 por ciento actual equivale a casi 700 millones. La presión humana sobre la tierra ha aumentado más del triple a lo largo del siglo.
Con la fuerza de sus cifras, es el campo, en el sistema democrático, el que decide el resultado de la competición electoral. Y es en el campo, fortaleza del pensamiento y de las estructuras tradicionales, donde la pobreza está más extendida y las injusticias de casta son más profundas. Oportunidad política e ideales de justicia social convergen, por tanto, para hacer del mundo campesino el destinatario natural de la acción pública para el progreso y para el desarrollo.
Las reformas que toman impulso en la India en torno a la mitad de los años sesenta, alimentan el proceso de descubrimiento y de afirmación de modos de vida «modernos». En la política y en la economía emerge un orden nuevo, que poco a poco se consolida y se extiende. A la época de la «tranquilidad en el estancamiento» sucede la de las «expectativas crecientes»1. Se suele ver la Revolución Verde –en lo económico– y la llegada al poder de Indira Gandhi –en lo político– como los momentos decisivos de este grandioso proceso de transformación.
Con la Revolución Verde (1966-1971), la agricultura se sitúa en el centro de la atención general. Superado el dilema radicalismo-reformismo, las intervenciones públicas permiten el recurso masivo a las nuevas tecnologías, que a su vez aseguran el crecimiento de la producción cerealista y la autosuficiencia alimentaria. Una nueva clase de medianos propietarios emerge en la sociedad rural y se convierte en el elemento clave de los equilibrios políticos.
En la Independencia habría sido difícil prever una evolución similar. Para Nehru, el objetivo está representado por la industrialización, fundamento del socialismo. En los primeros dos planes quinquenales, tienen prioridad los proyectos de infraestructuras y la industria pesada: absorben los recursos del presupuesto, ocupan a tecnócratas y burócratas y atraen con contratos y pedidos el interés del sector privado. Las elites agrarias, que también son parte del «sistema del Congreso», pagan gustosas en términos de menores atenciones, el aplazamiento de los temidos planes de reforma «estructural» de la propiedad, es decir, de expropiación y colectivización de las tierras).
Se actuaba convencidos de que el mundo campesino, poco politizado y poco informado, habría sabido esperar y que sus equilibrios consagrados por la tradición habrían resistido, concediendo el margen de respiro necesario para la consecución de los objetivos de la política industrial. Con la agricultura, se procede con una prudencia que pronto aparece como sospechosa: algunas reformas con un índice de riesgo político modesto; algún programa, de ámbito local, de lucha contra la pobreza; por lo demás, solamente la retórica de un compromiso no apoyado por los hechos con los ideales de progreso y de justicia.
Las estructuras, con cuyo mantenimiento se contaba, eran aún fundamentalmente las mismas de la época precolonial, aquellas que Marx había tomado como modelo de la sociedad definida por él como «asiática»: una economía de subsistencia que no producía para el mercado y un sistema social, construido entorno a la casta, del cual los elementos caracterizadores eran la reciprocidad y la distribución. Quien tenía la riqueza, representada por la cosecha de los campos, la repartía sobre la base de los servicios recibidos. Era el trabajo lo que escaseaba, no las tierras. La vida se desenvolvía en una dimensión no política, regulada por normas consuetudinarias de origen religioso.
En esto consiste el sistema jajmani, del término sánscrito que indica la oferta hecha al sacerdote para la celebración de un ritual y el nexo de interdependencia que se establece entre el fiel/patrón y el celebrante/cliente. Poco importa saber si un sistema similar haya existido jamás en esas formas idílicas y queda el hecho de que se trataba de un orden que no podía llamarse ni justo, ni democrático. Más bien, era precisamente en la injusticia y en la desigualdad de las castas donde encontraba su fundamento. En fin, era sin duda incompatible con un moderno estado de derecho.
Sin embargo, se equivocaría el que no reconociera sus méritos. Para quien haya recorrido los campos indios y haya tenido la percepción – aunque sea tardía, cuando modernidad y progreso habían alterado y confundido los rasgos originales – de que el mecanismo funcionase, es difícil admitir no haber experimentado sentimientos mezcla de estupor y de admiración. Movidos por la exigencia de legitimarse a sí mismos y su propio papel, los brahmanes habían construido un sistema de pesos y contrapesos, de limitaciones y de obligaciones recíprocas que admirablemente insertas en una visión cósmica global, coordinaban con lógica impecable las actividades de los diversos grupos de especialistas y daban un sentido a la existencia de cada individuo.
Inicialmente, mientras adquirían pedazo a pedazo el control de la India, los ingleses habían tenido cuidado de no dañar el orden que garantizaba la estabilidad en el campo. Pero pronto les habían hecho oír dos exigencias: explotar más racionalmente las riquezas locales y hacer más eficiente la administración. Para satisfacerlas, el régimen colonial había empezado a incidir sobre las estructuras del mundo rural. Lo había hecho a través de la legislación, las prácticas cotidianas y la que podríamos definir como visión global del correcto funcionamiento de una sociedad. A largo plazo, las consecuencias serían desastrosas.
Modificado desde el exterior, el sistema tradicional iba transformándose también por la acción de fuerzas internas. La politización de las castas altas rurales, iniciada a finales del siglo XIX, había continuado en el XX, cuando el avance del movimiento de Liberación y la obra de Gandhi la habían extendido a otros grupos.
Con la Independencia, era de esperar que el sistema democrático y el sufragio universal abriesen el camino de la justicia social a los grandes grupos discriminados desde siempre. Ausente el colchón de la administración colonial, el choque se anunciaba grandioso y temible. El futuro de las clases dominantes y de su poder basado en las dependencias verticales parecía en peligro.
Contribuía a hacer más precaria la situación la relación entre tierra y población, que precisamente en aquellos años alcanzaba el punto de inflexión. Predominaba ahora una situación de escasez de tierras y de exceso de trabajo. Que en el origen de los transformados equilibrios hubiese razones relacionadas con el incremento de la población (teoría malhtusiana) o bien de lógica de funcionamiento del capitalismo (teoría marxiana, es decir de la polarización) tenía una importancia relativa. De todas maneras se perfilaban escenarios de miseria e inestabilidad.
El Estado anunciaba su deseo de corregir las injusticias, construir lo nuevo y asegurar la igualdad en el socialismo. Serían necesarios un diseño político claro e instrumentos de intervención eficaces. En cambio, pronto se hizo evidente que un vínculo planteado por la Constitución – un vínculo que como es obvio, reflejaba el poder de condicionamiento de los intereses agrarios sobre la Asamblea Constituyente – obstaculizaría primero las estrategias y proporcionaría después una coartada para la falta de resultados.
Agricultura y reformas agrarias formaban parte en efecto del ámbito de las materias reservadas por la Constitución, no al Centro sino a los Estados. Si decidía moverse sobre tales cuestiones, las más importantes para la mayoría de la población, el gobierno no podía hacerlo directamente, sino que debía pasar por la puerta de servicio: valerse de su competencia sobre planificación y desarrollo económico para indicar, en los planes quinquenales, las líneas maestras de la política de reforma.
Se sentaban así las premisas de un curioso baile que vería a Delhi afirmar principios (incluso de reforma estructural de la propiedad agraria) y promulgar proyectos y a los Estados, que habrían debido hacerlos operativos, ignorar los primeros y boicotear los segundos. Solo mucho más tarde, después de la mitad de los años setenta, tal tendencia se detendría (e incluso se invertiría) y algunos Estados tomarían la iniciativa para explorar, a veces en abierta oposición al Centro, vías alternativas en el campo de las reformas agrarias.
En los años cincuenta, la coherencia de la política industrial perjudicaba a la agricultura, donde la acción reformadora era llevada adelante sólo en pocos sectores específicos: la eliminación de los derechos de los «intermediarios»2 (los zamindari), las garantías de protección de los arrendatarios y la fijación de límites a la extensión de las propiedades (los llamados techos). Por lo demás, para cumplir los objetivos de justicia social y lucha contra la pobreza, se confiaba en programas ad hoc: los Community Development Program, que gestiona...

Índice

  1. Índice
  2. Introducción
  3. India 1947: un Estado nuevo, heredero de una antigua civilización
  4. La construcción del Estado
  5. Nehru y los años de oro del «sistema del Congreso»
  6. La era de Indira Gandhi
  7. El campo. I. A la espera de la revolución
  8. El campo. II. Las reformas inacabadas y la consolidación de los medianos propietarios
  9. ¿«Unidad en la diversidad»? I. La cuestión lingüística y el federalismo indio
  10. Rajiv Gandhi: la continuidad de la «dinastía»
  11. ¿«Unidad en la diversidad»? II. La nueva dimensión política de casta y raza
  12. ¿«Unidad en la diversidad»? III. El «laicismo» indio y las minorías religiosas
  13. «Hindutva»: el ascenso de la derecha
  14. Entre «Mandal» y «mandir»: ¿un sistema fuera de control?
  15. El gobierno Rao y la liberalización de la economía
  16. La segunda mitad de los años noventa. I. Las precarias coaliciones de centro- izquierda (1996-1998)
  17. La segunda mitad de los años noventa. II. Las elecciones de 1998 y de 1999 y los gobiernos de la derecha
  18. La India de 2000: incertidumbres políticas y vacilaciones económicas
  19. APÉNDICE
  20. Partidos y movimientos políticos indios
  21. Bibliografía