
eBook - ePub
La disputa feliz
Cómo disentir sin pelearse en las redes sociales, en los medios y en público
- 190 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
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La disputa feliz
Cómo disentir sin pelearse en las redes sociales, en los medios y en público
Descripción del libro
Internet nos aproxima a los demás a gran velocidad. Aumentan los contactos, y aumenta la colisión con quienes no piensan como nosotros: el mundo de la cultura y el mundo social y religioso se citan a diario en los mismos foros, sin intermediarios ni árbitros. Quien quiera hacerse entender debe saber cómo relacionarse a diario con aquellos que sostienen pareceres opuestos. Debe conocer las reglas del juego, y respetarlas. Este libro es una guía para aprender a sostener el propio punto de vista, sin pelearse y sin caer en lo políticamente correcto, logrando debates gratos y enriquecedores.
Nunca aprenderemos a disputar con quien es distinto a nosotros sin realizar el esfuerzo que exige ese aprendizaje. Es algo que no aprendimos en el colegio. Y sin embargo todos, desde que tenemos un smartphone en la mano, nos vemos lanzados a un debate público, complejo y plural, en medio de interlocutores muy diversos. Su lectura nos ayudará a encontrar sosiego y satisfacción en esta dinámica. Es una ruta para aprender a sostener el propio punto de vista ante quien no está de acuerdo, sin peleas.
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Información

1
Encuentros del otro mundo
Este texto nace como respuesta a un malestar: la pelea continua. Peleamos en Facebook, peleamos en el bar, peleamos en los periódicos, peleamos en la televisión. La pelea ahora parece ser la única manera de afrontar cualquier problema relevante de la vida. Todos estamos listos para el altercado, nos enzarzamos en interminables discusiones en las que invertimos tiempo y energía; pero al final no nos quedamos contentos. Confrontación tras confrontación, estamos cada vez más cansados, insatisfechos, heridos, encolerizados.
¿Por qué nos peleamos tanto? En, parte por nuestra naturaleza (somos seres racionales dotados de capacidad para disentir), y en parte, porque esa habilidad se ha potenciado con el desarrollo de la tecnología: gracias a la red nos hemos proyectado, en muy poco tiempo y sin los recursos culturales ni educativos apropiados, en un escenario de confrontación constante y cotidiana entre gente que viene de mundos muy distantes. Y seamos sinceros: a nadie le resulta fácil, en este encuentro, aprender a discutir con personas tan diferentes.
Antes de la llegada de lo digital vivíamos cómodamente en mundos separados. Ciertamente, la globalización y la comunicación de masas ya nos habían conectado de algún modo, pero seguía siendo una comunicación mediada, limitada en el tiempo y el espacio. Al disidente, al extranjero, al migrante, al militante político del partido opuesto, a la persona de la otra religión, al «diferente», lo veíamos en la televisión o cuando viajábamos, nos mudábamos, o salíamos de nuestra vida cotidiana habitual. Hoy nos lo encontramos en Facebook, cuando contesta a la última frase que compartimos en el camino de casa al trabajo. Nuestro mundo y el suyo se entrecruzan sin intermediarios, sin protección.
La diversidad, que antes era una experiencia específica en la vida, se ha convertido en un aspecto ordinario de la realidad[1]. Nuestra época nos exige una cercanía nunca vista con los extranjeros, y la aceptación de un rango siempre creciente de diferencias[2]. Tanto desde la perspectiva del encuentro entre culturas distintas (porque la cultura ya no coincide con el territorio[3]) como en la confrontación con el otro que tenemos al lado: hasta en la comunicación entre miembros de una misma cultura, hay visiones diferentes[4].
El encuentro/desencuentro entre mundos también sucede online en otro sentido, porque nos restriega en la cara lo que antes no veíamos. En otros tiempos, la ignorancia, la mezquindad, la violencia verbal emergían y se manifestaban solo a veces. Se circunscribían a los muros de casa y solo lograban difundirse en áreas sociales propias de comportamientos primitivos; hoy los encontramos a gran escala y escritos en negro sobre blanco en las pantallas de nuestros teléfonos inteligentes: medible, cuantificable en los posts, con comentarios y tweets que inundan la red, ya que cualquiera puede escribir cualquier cosa que se le pase por la cabeza sin pedir permiso a nadie[5].
El choque puede ser fuerte. Los periodistas ilustres, acostumbrados a tener un micrófono y a estar frente a audiencias silenciosas, no soportan y estigmatizan a la «comunidad de la web». La gente más evolucionada se mantiene lejos. Los intelectuales, a su manera, resuelven el problema despreciando la «imbecilidad» de Internet. Los políticos invocan reglas para controlar los daños. Los padres intentan que sus hijos apaguen los dispositivos. La gente común, como tú y yo, presa de la confrontación sin mediaciones, intenta defenderse, busca confirmaciones y apoyos; en una especie de nuevo instinto tribal, nos acercamos cada vez más a la gente de nuestro bando, y nos alejamos de los demás. La relación exponencial[6] —vernos constantemente proyectados hacia la confrontación— provoca una reacción de conflicto y cerrazón[7].
Y es que la libertad da miedo. Cuando convergen mundos muy diversos, lo que sobreviene es un momento de gran libertad: un ser humano se encuentra con otro ser humano, y se confrontan sus idiomas, sus horizontes de referencia, sus juicios y prejuicios. No hay reglas ni convenciones en el mundo de cada uno que sean capaces de guiarlo. Las superestructuras se vuelven poco eficaces. Para la confrontación solo resta la humanidad tout court, y con ella la posibilidad de acudir a la inteligencia o a los más bajos instintos del interlocutor.
Está en juego la oportunidad de encontrar una paz que fomente la comprensión[8] o de alimentar un conflicto que genere una divergencia irreconciliable. Y todo puede y debe ganarse a pecho descubierto: cuando dos mundos distantes se encuentran, no hay roles o posiciones, ya que en cada mundo los roles y las posiciones tienen un reconocimiento distinto.
1. Sobrecarga de libertad
El odio, los altercados, la desinformación, las luchas ideológicas y polarizadas son fenómenos propios de desembocadura, de cauce bajo. En el cauce alto está la sobrecarga de información[9] en la que todos, sin exclusión, vivimos.
El tema de la información excesiva siempre ha estado presente. Cada campo del conocimiento humano es lo bastante amplio como para no permitir que ningún individuo lo domine. Por eso, en la escuela y en las universidades, los profesores nos guían en la elección de los contenidos que debemos estudiar. Por eso, cuando tenemos una necesidad, recurrimos a profesionales que nos ayuden a tomar decisiones, seleccionando la información relevante entre las infinitas posibilidades.
Dividimos a los expertos de los neófitos precisamente según su capacidad de manejarse con la sobrecarga: los primeros han dedicado más tiempo y han empleado más energía en examinar, comparar, poner a prueba (en el campo o en teoría) las diferentes posibilidades; los segundos están solo al inicio del recorrido. Cada sector tiene su sobrecarga y sus expertos que se esfuerzan y «luchan» a diario para orientarse en medio de la información e identificar lo más relevante, con el fin de tomar...
Índice
- Portada
- Portada interior
- Créditos
- Índice
- Prefacio
- 1. Encuentros del otro mundo
- 2. Hay modos y modos
- 3. Darse a entender
- 4. Desactivar el conflicto
- 5. Salir de tu «zona de confort»
- 6. Disentir sin pelear
- El caso de la abadesa y La Zanzara
- Agradecimientos
- Autor