Viaje de Petersburgo a Moscú
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Viaje de Petersburgo a Moscú

A. N. Radischev, Rafael Torres

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Viaje de Petersburgo a Moscú

A. N. Radischev, Rafael Torres

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Información del libro

Publicada en 1790, esta obra le valió al filósofo ilustrado ruso Radischev la pena de muerte, pero la emperatriz Catalina la Grande, tras conocer los orígenes aristocráticos de su autor, se vio forzada a conmutarla por el destierro en Siberia.¿Qué ingredientes tenía esta narración de un viaje por las provincias de la Rusia campesina, con una prosa influida por Sterne, para horrorizar a los dirigentes de un estado casi feudal? Los mismos que han seducido a novelistas y revolucionarios. Pushkin, Gógol, Herzen, Tolstoi, Dostoievski, o los prosistas del siglo XX Gorki y Grossman, encontraron su guía en la escritura materialista de Radischev, la primera en adentrarse en la realidad rusa sin adornos. A. Machado Libros presenta la primera traducción al castellano de esta obra imprescindible, en edición crítica del traductor Rafael Torres y que acompañan las notas que la propia Catalina escribiera al margen para desmentir a su autor."¿Cómo se puede no mencionar a Radischev en un artículo sobre la literatura rusa? ¿A quién vamos a recordar entonces? Es un silencio imperdonable."Pushkin

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Información

Año
2019
ISBN
9788491143062
Categoría
Historia
Categoría
Historia rusa

AMK

A mi queridísimo amigo:

Por más que la razón y el corazón no quisieran, este libro está dedicado a ti mi cercano amigo.A pesar de que tus opiniones y las mías difieren en muchas cosas, tu corazón late al unísono con el mío y eres mi amigo.
He contemplado a mí alrededor y mi alma ha quedado herida por los sufrimientos de la humanidad. Dirigí la mirada a mi interior y pude ver que las desgracias del hombre tienen como origen al mismo hombre y a menudo por la única razón de que no mira directamente lo que le rodea. ¿Acaso, me dije a mí mismo, la naturaleza ha sido tan avara con sus hijos que ha ocultado la verdad durante siglos a aquellos inocentes extraviados? ¿Acaso esta terrible madrastra nos ha criado para que sintiéramos las desgracias y no la dicha? Mi mente se estremeció con este pensamiento y mi corazón lo apartó lejos de sí. En el mismo hombre he encontrado el consuelo: «Apartaré de los ojos la cortina que tapa el sentimiento natural y seré feliz». La voz de la naturaleza resonó alto en mi cuerpo. Me aparté del abatimiento, en el que me habían sumido la sensibilidad y la compasión, sentí en mi interior la fuerza suficiente para enfrentarme a mi extravío. ¡Qué alegría inenarrable! Sentí que cualquiera puede ser partícipe en el bienestar de sus iguales. Este sentimiento me movió a escribir lo que vas a leer. Pero, me dije a mi mismo, si encuentro a cualquiera que apruebe mis intenciones, que por la buena causa que persigue no denigre lo que no he podido expresar con éxito, que sienta conmigo por las desgracias de sus hermanos, que me apoye en mi camino, ¿acaso no habrá sido doble el fruto de mis trabajos? ¿Por qué, por qué buscar a nadie lejos? ¡Amigo mío! Tú vives cerca de mi corazón que tu nombre ilumine pues este comienzo.


PARTIDA

Después de cenar con mis amigos me acomodé en la calesa. El cochero, siguiendo su costumbre, puso los caballos a galope tendido y en unos pocos minutos ya me encontraba a las afueras de la ciudad.
Es difícil despedirse, aunque sea por poco tiempo, de quienes se han hecho necesarios para cada minuto de nuestra existencia. Despedirse es difícil, pero dichoso aquel que puede despedirse sin sonreír, el amor o la amistad le protegerán. Lloras mientras dices adiós; pero piensa en tu regreso y ante esa sola idea tus lágrimas desaparecerán como desaparece el rocío ante el rostro del sol. Dichoso aquel que rompe a llorar con la esperanza de obtener consuelo, dichoso aquel que vive a ratos en el futuro, dichoso aquel que vive en los sueños. Su ser se hace más pleno, la alegría se multiplica y la tranquilidad calmará su melancolía, creando imágenes de felicidad en el espejo de la imaginación.
Voy sentado en la calesa. Finalmente, el tintineo de la campanilla de postas1, repicando monótono en mis oídos, invocó al bienhechor Morfeo. En ese estado moribundo, me dio alcance la amargura de mi separación mostrándome mi soledad. Me vi en un ancho valle, en el que el sofocante calor del sol había hecho desaparecer todo lo agradable y variopinto del verdor, no había manantial que diera frescor, ni resguardo de un árbol con que aplacar el calor. Me había quedado solo rodeado de desierto. Me estremecí:
–¡Desgraciado! –grité–. ¿Dónde te encuentras? ¿A dónde ha ido a parar todo lo que te cautivaba? ¿Dónde está aquello que hacía tu vida agradable? ¿Acaso las alegrías que has disfrutado fueron sólo sueños y quimeras?
Para mi suerte, me despertó un bache del camino sobre el que mi calesa botó haciendo que se detuviera. Levanté la cabeza y miré al exterior, sobre un paraje vacío se levantaba una casa de tres pisos.
–¿Qué es esto? –Le pregunté a mi cochero.
–Una casa de postas.
–Pero, ¿dónde estamos?
–En Sofía –respondió mientras desenganchaba los caballos.


SOFÍA

Me rodeaba el silencio. Sumido en mis pensamientos, no me había dado cuenta de que mi calesa hacía tiempo que estaba parada y sin caballos. El cochero que me había traído me sacó de mis reflexiones.
–Señorito ¡déme para un vodka! –A pesar de no ser legal, todo el mundo hace este pago voluntariamente para poder ir sin problemas.Veinte cópecs resultaron ser una buena inversión.
Todo el que haya viajado en postas, sabrá que el pasaporte2 es un salvoconducto, sin el cual ningún monedero, a excepción quizá de el del general, se podría permitir viajar. Sacándolo pues del bolsillo, avancé con él, del mismo modo que algunos caminan con la cruz para protegerse.
Encontré al maestro de postas roncando, le toqué ligeramente el hombro.
–¿Qué diablos sucede? ¿Cómo se le ocurre a nadie salir de la ciudad de noche? No hay caballos, todavía es muy pronto, entre en la posada si quiere, bébase un té o duerma un poco.
Una vez dicho lo cual, el señor maestro de postas se volvió hacia la pared y comenzó a roncar de nuevo. ¿Qué hacer? Le zarandeé de nuevo agarrándole del hombro.
–Maldita sea.Ya le he dicho que no hay caballos –y tapándose la cabeza con la manta, el maestro de postas me dio la espalda.
–Si todos los caballos están fuera –pensé–, no es justo que disturbe el sueño del maestro de postas. Pero si hay caballos en las cuadras...
Me propuse averiguar si el señor maestro de postas decía la verdad. Salí al patio y busqué las caballerizas donde encontré hasta veinte caballos, aunque a ser sincero se les veían los huesos. Aún así bastarían para llevarme hasta la siguiente posta. Desde las caballerizas regresé a donde estaba el maestro de postas y le zarandeé mucho más fuerte. Me pareció que estaba en mi derecho después de haber descubierto que me había mentido. Se puso en pie de un salto y sin abrir los ojos dijo:
–¿Quién ha venido? Acaso... –pero al verme y volver en sí, me dijo–, está visto joven que estás acostumbrado a tratar con cocheros de los de antes, a los que molían a palos, pero esa época ya ha pasado.
El señor maestro de postas volvió iracundo a la cama. Me hubiera encantado hacerle los honores que se le hacían antiguamente a los cocheros cuando se les descubría mintiendo; pero mi anterior gesto de generosidad, al darle dinero para vodka al cochero local, hizo que los cocheros de Sofía uncieran prestamente caballos a mi calesa. En el mismo momento en que me disponía a cometer un delito a espaldas de la autoridad, resonó una campanilla en el patio y pude continuar siendo un buen ciudadano. Así fue como veinte cópecs de cobre libraron a un hombre pacífico de una investigación y a mis hijos de un ejemplo de intemperancia en la furia, al tiempo que me hicieron ver que la razón es esclava de la impaciencia.
Los caballos me llevaban veloces, mi cochero entonó una canción, melancólica como de costumbre. Quien conozca el tono de las canciones populares rusas tendrá que reconocer que hay en ellas algo que expresa un dolor del alma. Prácticamente casi todas estas canciones son de tono suave. Aprende a gobernar las riendas del gobierno sobre esta tendencia musical del oído nacional. En estas canciones encontrarás el origen del alma de nuestro pueblo. Observa al hombre ruso, comprobarás que es meditabundo. Si se quiere librar de la tristeza o si, como él mismo dice, le apetece divertirse, va a la taberna. En su diversión es impetuoso, arrojado, adusto. Si hay algo que no es de su gusto, en seguida comienza una discusión o una pelea. Un sirgador que va a la taberna con la cabeza baja y que regresa ensangrentado de una pelea, puede resolver muchas de las incógnitas de la historia rusa, que hasta hoy se mantienen ocultas.
Mi cochero cantaba. Eran las tres de la tarde. De igual modo que lo había hecho anteriormente la campanilla, su canción me produjo sueño. ¡Oh naturaleza!, tú, que envuelves al hombre en un manto de dolor desde su nacimiento y le arrastras por las adustas cumbres del miedo, del tedio y la tristeza a lo largo de toda su vida, le has dado para su disfrute el sueño. El infeliz cuando duerme apacigua su sufrimiento, el despertar le resulta insoportable. ¡Qué agradable encuentra la muerte! Pero, ¿acaso es esta el fin del dolor? Padre beneficentísimo, ¿acaso apartarás la vista de aquel que valientemente termina con su triste existencia? Es a ti, fuente de todo bien, a quien se ofrece este sacrificio. Cuando mi ser tiembla y se agita, tan sólo tú le das fortaleza. Es la voz del padre llamando hacia sí a sus hijos.Tú me diste la vida y a ti te la devuelvo, sobre la tierra ya no sirve para nada.


TOSNA

Imaginaba yo, que una vez fuera de Petersburgo, el camino estaría en excelentes condiciones. Por tal lo tenían todos aquellos que lo habían recorrido en pos del soberano.Y ciertamente así era, aunque durante poco tiempo. La tierra que se había echado sobre el camino para que en la época seca quedara liso, una vez disuelta con las lluvias, había dado lugar durante el verano a una enorme cantidad de barro que lo hacía impracticable... Molesto por el terrible camino, salí de mi calesa y entré en una izbá3 de postas con la intención de descansar. Dentro encontré a otro viajero que, sentado al otro extremo de una larga y ordinaria mesa campesina, organizaba unos papeles mientras pedía al maestro de postas que ordenara que le dieran unos caballos lo más rápido posible. En respuesta a mi pregunta, me respondieron que era un stryapchi a la antigua usanza4, que se dirigía a Petersburgo con ese enorme montón de papeles ajados que en ese momento ordenaba. No tardé en entablar conversación con él y esto fue lo que hablamos:
–¡Muy señor mío! Este, su más humilde servidor, siendo archivero del archivo heráldico, tuvo oportunidad de hacer útil el puesto que desempeñaba. Recopilé con grandes trabajos el árbol genealógico, atestiguado sobre pruebas contundentes, de muchas familias rusas. Puedo demostrar su ascendencia principesca o noble a través de varios cientos de años. Puedo restaurar la dignidad principesca de no pocos, demostrando que descienden deVladimiro Monómaco o del mismo Rurik.5 ¡Muy señor mío! –continuó mostrándome sus papeles–, toda la nobleza rusa debería comprar mi trabajo, pagando por él lo mismo que pagarían por el bien más preciado. Pero con el permiso de su excelencia, su ilustrísima o su señoría, no sé cual es vuestro tratamiento, no saben lo que les conviene. No dudo que sabrá de la ofensa que recibió la nobleza rusa de parte de su serenísima el zar de querida memoria Fiódor Alekséievich, cuando abolió el mestnichestvo6. Esta severa regulación situó a muchas familias principescas y nobles de honra al mismo nivel que la nobleza de Nóvgorod7. Pero su serenísima el Zar Pedro el grande los eclipsó completamente con su tabla de rangos8. Abrió la posibilidad para que a través de los servicios militares o civiles cualquiera pudiera obtener un título de nobleza y de esta manera, por así decirlo, arrastró por el barro a la antigua nobleza. Ahora nuestra madrecita amantísima reinante ha confirmado los anteriores ukases9 sobre el reglamento de la nobleza, lo que ha preocupado a todos los que se encuentran en los altos cargos del poder, ya que las antiguas familias han quedado en los registros de la nobleza en el lugar más bajo10. Pero corren rumores de que pronto se publicará como adenda un ukas y aquellas familias que demuestren su ascendencia noble en doscientos o trescientos años recibirán título de marqués o algún otro de notoriedad y serán distinguidas frente a otras familias de menor abolengo. ¡Esta es la razón, muy señor mío, por la que mi trabajo será siempre bienvenido en cualquier círculo de antigua estirpe! Pero en todos sitios hay gente malvada.
En Moscú trabé relación con unos jóvenes señores y les ofrecí mis trabajos, para recuperar con su benevolencia, aunque fuera el papel y la tinta gastada. Pero en lugar de recibir agradecimiento fui objeto de mofa por lo que, con amargura, abandoné esta capital dirigiendo mis pasos a Piter11, donde es bien sabido que hay mucha más educación.
Después de decir lo cual, me hizo una reverencia y, una vez enderezado, se quedó frente a mí con muestras de la mayor veneración. Comprendí sus pensamientos, eché mano de mi bolsa... y dá...

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