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| Historia de la educación femenina en España. Breve recorrido histórico |
“[...] el principio que regula las relaciones sociales existentes entre los dos sexos, la subordinación legal de un sexo al otro, es malo de por sí y constituye hoy uno de los principales estorbos para el perfeccionamiento humano; y que debe ser reemplazado por un principio de igualdad perfecta, que no admita poder o privilegio de un lado ni incapacidad del otro”.
John STUART MILL, La sujeción de las mujeres.
El acceso de las mujeres a la educación es un elemento fundamental para su avance social, para obtener la consideración de ciudadanas y para conseguir libertad, autonomía, dignidad e igualdad de derechos.
Pero hubo un tiempo en que a las niñas y a las mujeres se las excluyó de cualquier tipo de aprendizaje institucionalizado, porque su función social no era otra que la de ser ama de casa y madre: el Informe Quintana, de 1813, un informe importantísimo para la educación en España —la masculina— y muy avanzado para su tiempo, dice, refiriéndose a la educación femenina, que “al contrario que la instrucción de los hombres, que conviene que sea pública, la de las mujeres debe ser privada y doméstica” (SAN ROMÁN, 1998). En realidad, este informe supuso un cierto retraso, en relación con órdenes anteriores, con respecto a la educación de las mujeres. Veamos las muestras más significativas de la historia de la educación femenina en España.
En este repaso histórico haremos tres grandes apartados, el primero, hasta la promulgación de la Ley Moyano, en 1857, donde la escolarización de las niñas no está institucionalizada de manera general, si bien se dan varias normativas en esa dirección y determinadas experiencias de educación pública, con un currículo específico para las niñas, claramente diferenciado del de los niños; el segundo, desde los inicios de la escolarización obligatoria de niños y niñas, con la ley Moyano, hasta 1978, fecha de aprobación de la vigente Constitución Española, etapa en la que se va imponiendo, poco a poco, el currículo masculino a chicos y a chicas. El tercero, desde esa fecha, que significa la adopción de los valores de la actual etapa democrática, hasta la actualidad, donde se mantiene ese currículo único y se pretende una educación integral para chicos y chicas, con reconocimiento de la discriminación femenina y formulaciones a favor de superarla.
Primera etapa. Tímidos conatos en la incorporación de las niñas al sistema escolar. El influjo de la Ilustración
Hasta finales del siglo XVIII la educación de la mujer era un asunto privado y se desarrollaba en el ámbito doméstico. La madre enseñaba a sus hijas, en casa, lo que la sociedad estipulaba que las mujeres debían saber para cumplir con su papel de madres y esposas. Las mujeres de la aristocracia sí fueron instruidas (BALLARÍN, 2001), pero esta era una excepcionalidad que no cuestionaba la falta de ese derecho para todas las demás.
Los primeros textos legales del liberalismo (BENSO, 2006) intentan poner las bases de un sistema público de educación nacional, pero se trata de un sistema para los hombres y siguen contemplando la formación de la mujer como un asunto doméstico; la escuela está reservada para los niños, que son los únicos ciudadanos, destinados a ejercer los derechos civiles y a desarrollar los trabajos que la nueva sociedad industrial demanda.
Pero ya en esta etapa se van dando diferentes experiencias en relación con la educación pública de las niñas. Siendo esta privada y doméstica de forma generalizada, no dejó de haber, desde los inicios de la Edad Moderna, una serie de instituciones —parroquias, conventos, escuelas municipales, orfanatos...— donde algunas niñas o mujeres adquirían instrucción (NAVA, 1995). Y es en 1783, con la promulgación por Carlos III de la Real Cédula de 11 de mayo para crear escuelas gratuitas para niñas pobres (PERNIL, 1989; SAN ROMÁN, 1998), el momento a partir del cual va regulándose formalmente la incorporación de las mujeres al ámbito educativo reconocido oficialmente.
Es el influjo de la Ilustración y de las ideas de ROUSSEAU (1712-1778) y KANT (1724-1804) sobre la educación lo que enmarca la nueva realidad educativa española. Pero la Ilustración, que preconizaba un cambio social, que pretendía la búsqueda de la verdad a través de la razón y no de viejos prejuicios religiosos, que se proponía luchar contra los privilegios del Antiguo Régimen, que defendía la liberación de los individuos..., siguió defendiendo la sumisión de las mujeres, debido a una “naturaleza diferente”, en función de la cual las mujeres están excluidas de la ciudadanía (BALLARÍN, 2001; PÉREZ y MÓ, 2005; SAN ROMÁN, 1998), ocupando un lugar en un estado que podemos calificar de presocial (FUSTER, 2007).
ROUSSEAU, en el libro V de su Emilio, o de la educación, al hablar de cómo debe ser Sofía, la compañera de Emilio, y de la educación que debe dársele nos dice:
“Una vez que se ha demostrado que el hombre y la mujer no están ni deben estar constituidos igual, ni de carácter ni de temperamento, se sigue que no deben tener la misma educación...
Las mujeres, por su parte, no cesan de gritar que nosotros las educamos para ser vanas y coquetas, que las entretenemos sin cesar con puerilidades para seguir siendo los amos con más facilidad; nos acusan de los defectos que nosotros les reprochamos. ¡Qué locura! ¿Y desde cuándo son los hombres los que se meten a educar a las chicas? ¿Qué impide a las madres educarlas como les place? No tienen colegios: ¡gran desgracia! Ojalá no los hubiera para los chicos, serían educados de forma más sensata y honesta. ¿Se obliga a vuestras hijas a perder el tiempo en estupideces? ¿Les hacen pasar la mitad de su vida, a pesar suyo, en el tocador, siguiendo vuestro ejemplo? ¿Os impiden instruir a vuestro gusto? ¿Es culpa nuestra si nos agradan cuando son hermosas, si sus monerías nos seducen...? Bueno, tomad la decisión de educarlas como a hombres, estos lo consentirán de buena gana. Cuanto más quieran ellas parecérseles, menos los gobernarán, y será entonces cuando ellos se conviertan verdaderamente en los amos”.
(ROUSSEAU, [1762], 1990, págs. 342-343).
Por su parte, KANT, tan partidario de una buena educación pública para los niños, en su obra Pedagogía, en relación con las niñas manifiesta:
“Hasta que no hayamos estudiado mejor la naturaleza femenina, se hace bien confiando a las madres la educación de las hijas y eximiendo a estas de libros. A la belleza y a la juventud no solo les es natural sino también conveniente ser cortés, complaciente y dulce, pues es un honor el poder ser dirigido por medio de afables sugestiones; y la aspereza de la coacción brusca es poco honrosa.
En la habitación de las damas, cuando estas se entregan a las aficiones de su sexo, todo es más artístico, delicado y ordenado que en el caso de los hombres; pero, además, poseen la facultad de modelar estas aficiones por medio de la razón. La mujer necesita, pues, mucha menos crianza y educación que el hombre, así como menos enseñanza; y los defectos de su natural serían menos visibles si tuviera más educación, si bien no se ha encontrado todavía ningún proyecto educativo acorde con la naturaleza de su sexo.
Su educación n...