
- 256 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Descripción del libro
La periodista Jineth Bedoya no sólo ha conocido como pocos el tenebroso mundo de las cárceles colombianas, sino que además ha sido víctima de la violencia y la corrupción que campea en ellas. Famosa entre sus colegas y entre los miles de lectores de sus crónicas y libros por haber sido capaz de llegar –en las entrañas de nuestro conflicto armado y las fauces de nuestra más cruda realidad– hasta donde ningún otro comunicador se ha atrevido, ahora nos presenta algunas de sus mejores y más desgarradoras crónicas sobre las cárceles, como telón de fondo para hablar por primera vez, sin odios pero sin rodeos ni amagues, luego de diez largos años, sobre el secuestro y la violación de que fue víctima debido a sus investigaciones sobre la rampante delincuencia en los reclusorios del país.
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Información
Categoría
LiteraturaCategoría
Colecciones literariasTERCERA PARTE
LA MIRADA
DE ADENTRO
LAS VIVENCIAS DE UN INOCENTE
La mirada triste de Alejandro Pico es la muestra viva de la injusticia que reina en Colombia. Un hombre sereno, de principios y con una nobleza y una honestidad a toda prueba, tuvo que pasar doce años en la cárcel pagando una condena absurda, por un señalamiento absurdo. La madrugada del diecisiete de diciembre de 1994, mientras dormía en su alcoba, al lado de su esposa, el teniente del Ejército Javier Barragán Matiz fue asesinado a tres cuadras de su casa. Un juez encontró culpable a Alejandro por la declaración de Brigith Valbuena, una mujer que juró que él, el árbitro bogotano que se ganaba la vida pitando partidos en los barrios del occidente de la capital, había apretado el gatillo. La pena inicial de 45 años quedó reducida a veintiocho después de una casación fallida.
Aún con el testimonio de uno de los amigos de la víctima, que aseguró en el juicio que Alejandro no era el homicida, la “justicia” lo dejó tras las rejas. Sus vecinos del barrio Rionegro nunca dieron crédito a lo que ocurría y por eso el veinte de septiembre del 2007, día en el que salió con libertad condicional por cumplir las tres terceras partes de la pena, fueron en caravana por él hasta la Penitenciaría La Picota. Luego, como si se tratara de una manifestación popular, convocaron a todo el barrio a un acto público en el salón comunal para desagraviarlo. Allí, él presentó el escrito de su drama que, en hojas de cuaderno, fue reconstruyendo durante los largos años de prisión: El caso Pico, la historia de un inocente.
El llanto siempre acompañó los amaneceres y las eternas tardes carcelarias de Alejandro. En cada encuentro que teníamos veía la agonía de su alma a través de su mirada. Era la misma tribulación que se reflejaba en los rostros de sus hermanos y su esposa. En el de su madre, que murió esperando verlo libre de la cárcel y de la culpa que le endilgaron. Toda la familia del árbitro parecía estar presa con él.
Desde el día en que lo conocí personalmente, veinte días antes de mi secuestro, y hasta ahora, diez años después, nunca ha dejado de repetirme que si es necesario se gastará cada minuto de su vida luchando para demostrar su inocencia.
Ese diecisiete de diciembre, él y su esposa Carmen habían rezado el primer día de la novena de aguinaldos. Desde dos meses atrás la pequeña Geraldine hacía parte de la familia Pico-Rodríguez, y por la bebé decidieron salir rápido de la casa de la familia de Alejandro, rumbo a la pieza donde vivían en arriendo. La niña no lloró como otras noches y los tres durmieron profundamente.
El resto de la Novena transcurrió en medio del ambiente familiar y días después, por comentarios de los vecinos del barrio, Alejandro supo que en el restaurante de la Avenida Suba, a pocas cuadras de la casa de sus padres, habían matado a un muchacho que era teniente.
No se escuchó nada más. Pasaron siete meses de trabajo y de compartir con la nueva integrante de la familia. Pero, el veintinueve de julio de 1995, cuando Alejandro Pico fue al de adentro das para refrendar el pasado judicial, le dijeron que había algún problema y tenía que regresar al día siguiente.
El treinta de julio, día de la final del campeonato de microfútbol del barrio, Alejandro fue seleccionado para pitar el partido y por eso no asistió al das nuevamente. Creyó que un día más no implicaría mayor problema; sin embargo, cuando estaba en la mitad de juego, la Policía, sin mayores explicaciones, lo capturó por el homicidio de Javier Barragán. Desde ese día se incrustó la tristeza en sus ojos.
Ese día empezó el calvario que aún hoy no termina, porque a pesar de estar en libertad, fue condenado como responsable del homicidio. Inicialmente, el fiscal que asumió el caso lo dejó en libertad por falta de pruebas, pero al mes fue detenido nuevamente.
La trágica suerte del teniente Barragán y de Alejandro empezó con un perro caliente.
Mientras Alejandro dormía junto a su familia, en el puesto de venta de comidas, que todas las noches un señor instalaba cerca a la Avenida Suba, el teniente, que estaba con varios tragos encima, según los testigos, recriminó a dos hombres que pidieron un perro sin cebolla.
La actitud de Barragán, quien estaba acompañado de su hermano y un amigo, desencadenó una pelea y en un momento de confusión, uno de los hombres sacó una pistola y disparó.
El amigo del teniente, quien resultó herido, nunca identificó a Alejandro Pico en la fila de sindicados, cuando la Fiscalía los presentó. Sin embargo, el hermano de Barragán sí lo hizo.
Pero, ¿por qué resultaba detenido Alejandro Pico? Después de la muerte de Barragán, la Fiscalía recoge los testimonios de los testigos del hecho y Brigith Valbuena asegura que ella estaba a media cuadra del puesto de comida, y vio perfectamente cuando el hombre, que después dijo que era el árbitro, disparó contra Barragán.
“Yo lo vi por la espalda y es igual a Alejandro Pico”, dijo en su declaración. Otra persona aseguró que el homicida había corrido con rumbo al callejón donde quedaba la casa de los Pico, una de las familias fundadoras del barrio Rionegro y del que Alejandro es uno de los hermanos menores.
Después de que Alejandro es detenido y Brigith lo reconoce en la fila de sospechosos, asegura que esa noche tenía el pelo largo y llevaba una gorra, que lo veía claramente. Pero lo que el juez no tuvo en cuenta fue que en una segunda versión, la mujer dijo que en verdad estaba a dos cuadras del hecho y que por ser la una de la madrugada no podía distinguir bien si la ropa de Alejandro era azul o negra. Lo cierto es que el rostro si se lo vio perfectamente, porque volvió a identificarlo como el homicida.
Inicialmente, el fiscal que asumió el caso lo dejó en libertad por falta de pruebas, pero al mes fue detenido nuevamente. El testimonio de una vecina del barrio -la que dijo que había visto correr al hombre hacia el callejón-, y el relato del hermano de la víctima lo llevaron a la condena final de veinticoho años.
No valió el testimonio del amigo de Barragán, quien lo acompañaba esa noche y recibió un disparo en la cara. “No fue él. Alejandro Pico no fue el hombre que nos disparó”, dijo en el juicio y lo repitió el septiembre del 2007, en el salón comunal de Rionegro. Públicamente, ante más de trescientos vecinos y amigos de los Pico, levantó la mano y pidió la palabra: “Después de doce años, tengo la responsabilidad moral de venir aquí y repetir que Alejandro Pico es inocente. Qué él no fue el que nos disparó esa noche. Es otro el culpable”. Los Pico estallaron en llanto.
Entre otras pruebas que tuvo en cuenta el juez está el relato del hermano de Barragán, quien aseguró que Alejandro se cambió de fisonomía, ya que la noche de los hechos llevaba una cola de caballo lacia y tenía acento paisa. Sin embargo, Pico tiene el cabello ondulado y es oriundo de Bogotá, y según las fotos de la época, tenía el cabello corto.
Brigith, la mujer que prácticamente lo llevó a la cárcel, después de la inconsistencia de su última declaración, se mudo del barrio y se la trago, literalmente, la tierra.
Cuando entró a la cárcel, inicialmente a La Modelo de Bogotá, donde lo conocí, Alejandro tenía treinta años y les pitaba los partidos a los guerrilleros, paramilitares y delincuentes comunes, para no olvidar su oficio. También para distraer su cabeza. En doce años de presidio siempre fue un hombre ejemplar, como lo es ahora en su hogar. Por eso, preguntarle por los años que pasó en la cárcel es como echarle limón a la herida. Así que el mejor testimonio es el que él mismo escribió, el que construyó en la oscuridad de su celda:
EL ENCUENTRO CON LA CÁRCEL
Seguía pasando el tiempo y yo esperaba la respuesta del Tribunal, mientras veía que llegaban las condenas para otros internos. Otros corrían mejor suerte y les llegaba la libertad. La mayoría de los que se iban, sí eran responsables de lo que los culpaban. Muchos de los que se iban y me conocían, me daban la mano y me decían, "usted sabe que la justicia es así, se quedan los que no deben nada y nosotros que debemos mucho nos vamos.”.
Pasaron tres meses. Septiembre, octubre y noviembre del año 98 y llegó la tan anhelada respuesta del Tribunal, varios se asombraron porque había llegado relativamente rápido. Por lo general, las respuestas se demoraban hasta dos y tres años, aunque algunos ya habían tenido la apelación oral, o sea, tuvieron la oportunidad de defenderse frente a los magistrados.
Cuando llegué a la notificación estaba mi abogado, el doctor José Santos Gaitán Segura, que por la cara tenía malas noticias. Sin más pausas, el notificador me dijo: "Lo siento, señor Pico”; me pasó los papeles y leí que me confirmaban la condena.
Me provocaba acabar a ese abogado, le grité y le dije que lo que él había hecho era dejarme condenar, y que yo era inocente. Su respuesta fue que los magistrados se pegaron exactamente de lo que se pegó el juez 53 para confirmar la condena, las supuestas pruebas de los testigos.
Le dije lleno de coraje, ¿y ahora que?, y muy tranquilo me contestó: "Hasta aquí lo acompaño, yo no he llevado casos a la Corte”. Me dejó botado, claro está que me hizo un favor, porque ahora creo que todo lo que hizo se fue en contra mía, como si los que le estuvieran pagando fueran la familia del teniente Barragán.
El Tribunal Superior solo se demoró escasos tres meses para contestarme y confirmar la condena. Demasiado rápido. ¿Quiénes ejercerían tanta presión para que me condenaran y me confirmaran tan rápido, cuál sería el interés de hacerlo?
En esos largos años aprendí a moverme en el ambiente judicial. Para los presos las únicas palabras que denotan interés son orden de captura, fiscal, juez, Ministerio Público, calabozo, cárcel, proceso, jaula, magistrado, Tribunal Superior, apelación, condena, absuelto, boleta de libertad, memorial, derecho de petición, tutela, código penal, Constitución Nacional, Defensoría del Pueblo, derechos humanos, preclusión, testigo, remisión, notificador, libertad, libertad, libertad....
Es el eje de nuestro vocabulario. Aquí las aprendemos, queramos o no, porque siempre las escucharemos.
Pero hay otras cosas que también hacen parte de nuestra vida. El veinticuatro de septiembre, el día de la virgen de Las Mercedes, patrona de los internos, puede ser un día de extremos y de una u otra forma, todos esperan ese día.
Ese día, el de los excesos en droga, licores y vicios, entran conjuntos de música, mariachis, cantantes famosos y hasta actores de la televisión, y se pasean durante todo el día por todos los patios. Yo a pesar de llevar varios meses no me sentía un inter...
Índice
- PORTADA
- PORTADILLA
- PREÁMBULO
- PRIMERA PARTE
- SEGUNDA PARTE
- TERCERA PARTE
- CRÉDITOS
- BIOGRAFÍA