Los ojos del hermano eterno
  1. 80 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Descripción del libro

Los ojos del hermano eterno, libro curiosísimo en la obra de Stefan Zweig, está escrito como una leyenda oriental situada mucho antes de los tiempos de Buda.
Narra la historia de Virata, hombre justo y virtuoso, el juez más célebre del reino, que después de vivir voluntariamente en sus propias carnes la condena a las tinieblas destinada a los ase­sinos más sanguinarios, descubre el valor absoluto de la vida y reconoce en los ojos del hermano eterno la imposibilidad intrínseca de todo acto judicativo. Virata llega a ser, después de su renuncia, un hombre anónimo a quien le espera, una vez muerto, un olvido todavía más perenne, el de la historia que sigue su curso prescindiendo del hombre más justo de todos los tiempos.

"Este es uno de los libros más bonitos de todos los que he leído. Mientras lo disfrutaba, me daba cuenta de que era lo que necesitaba leer, lo que busco siempre que abro un libro. Rara vez he encontrado una novela en que me agrade todo, de principio a fin".
Pablo d'Ors, ABC

"Parece como si esta pequeña historia de Stefan Zweig se hubiera situado en el Nepal del siglo VI a.c. porque la lección que lleva consigo era imposible imaginársela entre los modernos restos de la moral burguesa, democrática y cristiana de Occidente".
Jordi Llovet, El País
"Zweig dejó reflejado en su bellísimo cuento Los ojos del hermnao eterno la relatividad y subjetividad de esta clase de valores que son la moralidad, la bondad o la justicia".
Marisol Ortíz de Zárate, El Correo Español
"Bello relato, escrito con maestría".
Fernando Pinto, Menorca

Preguntas frecuentes

Sí, puedes cancelar tu suscripción en cualquier momento desde la pestaña Suscripción en los ajustes de tu cuenta en el sitio web de Perlego. La suscripción seguirá activa hasta que finalice el periodo de facturación actual. Descubre cómo cancelar tu suscripción.
Por el momento, todos los libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Perlego ofrece dos planes: Esencial y Avanzado
  • Esencial es ideal para estudiantes y profesionales que disfrutan explorando una amplia variedad de materias. Accede a la Biblioteca Esencial con más de 800.000 títulos de confianza y best-sellers en negocios, crecimiento personal y humanidades. Incluye lectura ilimitada y voz estándar de lectura en voz alta.
  • Avanzado: Perfecto para estudiantes avanzados e investigadores que necesitan acceso completo e ilimitado. Desbloquea más de 1,4 millones de libros en cientos de materias, incluidos títulos académicos y especializados. El plan Avanzado también incluye funciones avanzadas como Premium Read Aloud y Research Assistant.
Ambos planes están disponibles con ciclos de facturación mensual, cada cuatro meses o anual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
¡Sí! Puedes usar la app de Perlego tanto en dispositivos iOS como Android para leer en cualquier momento, en cualquier lugar, incluso sin conexión. Perfecto para desplazamientos o cuando estás en movimiento.
Ten en cuenta que no podemos dar soporte a dispositivos con iOS 13 o Android 7 o versiones anteriores. Aprende más sobre el uso de la app.
Sí, puedes acceder a Los ojos del hermano eterno de Stefan Zweig, Joan Fontcuberta, Agata Orzeszek, Joan Fontcuberta,Agata Orzeszek en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Literatura y Clásicos. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Editorial
Acantilado
Año
2020
ISBN del libro electrónico
9788417902582
Categoría
Literatura
Categoría
Clásicos
Ésta es la historia de Virata,
a quien su pueblo enaltecía con los cuatro
nombres de la virtud, pero de quien nada hay
escrito en las crónicas de los soberanos
ni en los libros de los sabios, y cuya
memoria los hombres
han olvidado.
Muchos años antes de que el excelso Buda morase en la Tierra e imbuyese en sus servidores la inspiración del conocimiento, en la tierra de los birwagh, en el país de un rey rajputa, vivía un noble, Virata, al cual llamaban «El Rayo de la Espada», porque era un guerrero intrépido como ningún otro y un cazador cuyas flechas jamás se desviaban del blanco, cuya lanza jamás se blandía en vano y cuyo brazo caía como un trueno acompañado por el silbido de la espada. Tenía la frente serena y nunca bajaba los ojos ante las preguntas de los hombres; jamás se le vio cerrar la mano en un puño malintencionado, ni se oyó su voz alzada en un rapto de cólera. Servía a su rey con lealtad, y sus esclavos le servían a él con veneración, pues no se conocía hombre más ecuánime en las cinco corrientes del río: se inclinaban ante su casa los piadosos que por allí pasaban y la sonrisa de los niños se reflejaba en el iris de sus ojos cuando los miraba.
Un día, sin embargo, la desgracia se cernió sobre el rey al que servía. El hermano de su esposa, a quien el soberano había nombrado administrador de la mitad de su reino, al codiciarlo entero, a sus espaldas había sobornado con regalos a los mejores guerreros del rey para que le sirvieran a él. Y había logrado de los sacerdotes que, de noche, le llevasen las garzas sagradas del lago, el símbolo de la soberanía desde hacía miles y miles de años en el linaje de los birwagh. El hostil hermano preparó elefantes y garzas, reunió a los hombres descontentos de las montañas en un ejército y emprendió una marcha amenazadora sobre la ciudad.
El rey ordenó que sonaran los címbalos de cobre y los blancos cuernos de marfil desde el alba hasta el crepúsculo; de noche se encendían hogueras en las torres y en las llamas se echaban escamas de pescado trituradas para que, al quemarse, despidiesen destellos de color amarillo bajo las estrellas en señal de peligro. Pero acudieron pocos; la noticia del robo de las garzas sagradas había caído como una losa sobre los corazones de los comandantes y les arrebató el coraje: los guerreros de más fuste, los guardianes de los elefantes y los generales más experimentados ya se habían pasado al bando enemigo; en vano buscó amigos el desvalido rey (pues había sido un señor severo, un juez inflexible y un recaudador de diezmos cruel). No vio ante el palacio a ninguno de sus capitanes de confianza, ni comandante alguno, tan sólo un grupo de siervos y esclavos desconcertados.
En medio de tamaño apuro, el rey se acordó de Virata, quien, al oír la primera llamada de los cuernos, le había enviado un mensaje de lealtad. Ordenó que se le preparase la silla de brazos de ébano y que se le llevase hasta la puerta de su morada. En cuanto se levantó de la silla, Virata se inclinó ante él hasta tocar el suelo, pero el soberano lo abrazó y le rogó que capitaneara el ejército contra el enemigo. Virata se inclinó de nuevo y habló:
—Lo haré, señor, y no regresaré a esta casa hasta que las llamas de la insurrección hayan quedado sofocadas bajo los pies de tus siervos.
Convocó a sus hijos, siervos y esclavos, y junto con ellos se unió al grupo de hombres leales; luego, formó a todos en orden de combate. Caminaron to do el día por la espesura del bosque para poder llegar hasta el río, en cuya orilla opuesta se había reunido, en número infinito, el enemigo, que se jactaba de su su perioridad y que talaba árboles para hacer un puente por el cual pasarían, por la mañana, co mo una marea que inundaría con sangre la tierra. Pero Virata, un experto en la caza del tigre, conocía un vado río arriba y, al oscurecer, guió a sus hombres, uno a uno, a través de las aguas y, ya entrada la noche, éstos se abalanzaron por sorpresa sobre el enemigo dormido. Agitaban sus antorchas asustando a los elefantes y a los búfalos, que, en su huida, aplastaban a los soldados dormidos, y encendían las tiendas con llamaradas blancas. Virata, antes que nadie, entró como una exhalación en la tienda del antirrey y, sin dar tiempo a que los del interior pudieran asustarse, mató a dos con la espada y a un tercero justo cuando éste alzaba el brazo para coger la suya. Al cuarto y al quinto los mató en una lucha cuerpo a cuerpo, a oscuras: a uno le clavó la espada en la frente, y al otro en el pecho, todavía desnudo. Una vez los hubo abatido—yacían mudos en el suelo—se plantó en medio de la entrada a la tienda, sombra entre las sombras, para impedir que en ella penetrase nadie con la intención de recuperar el símbolo divino, las garzas blancas. Pero no se acercó ninguno de entre los enemigos, que huyeron en desbandada, despavoridos y perseguidos por los victoriosos siervos que lanzaban gritos de alegría. El enemigo, retirándose a toda prisa, se hallaba cada vez más lejos. Entonces, Virata se sentó con las piernas cruzadas delante de la tienda, la espada ensangrentada en las manos, esperando a que sus camaradas regresaran de la feroz cacería.
El amanecer no se hizo esperar: el nuevo día se despertaba más allá del bosque y encendía las palmeras con el rojo resplandor del alba, que emitía destellos cual antorchas reflejadas en el río. La herida flameante de Oriente, el sol, estalló teñido de sangre. Entonces, Virata se puso en pie, se despojó de las vestiduras, se acercó al río con los brazos levantados por encima de la cabeza y se inclinó para orar ante el ojo resplandeciente de dios; luego, entró en el río para hacer las abluciones prescritas y se enjuagó la sangre de las manos. Pero cuando la luz de las blancas olas le rozó la cabeza, retrocedió hasta la orilla, se cubrió con las vestiduras y, con el rostro radiante, volvió a la tienda para examinar a la luz del día las hazañas nocturnas. Los muertos ya cían inertes, conservando aún el terror en el semblante: los ojos abiertos y las bocas torcidas en un rictus de espanto; con la frente aplastada el antirrey y con el pecho hundido el traidor que había sido general en jefe del país de los birwagh. Virata les cerró los ojos y siguió su recorrido para ver a los otros, los que había matado mientras dormían. Yacían medio cubiertos aún por los jergones; dos de los rostros le resultaron extraños: eran esclavos del traidor que los había seducido llegados de las tierras del sur, de pelo rizado y piel oscura. Pero cuando dio la vuelta a la última cara para mirarla se le nubló la vista, pues pertenecía a su hermano mayor Belangur, el príncipe de las montañas, al que había hecho venir en su ayuda y al que, sin saberlo, había matado con sus propias manos durante la noche. Se inclinó, tembloroso, encima del corazón del infeliz, que, acurrucado, yacía sobre el suelo. Pero ya no latía, y rígidos miraban aquellos ojos abiertos cuyas cuencas negras lo penetraban hasta la médula. Virata, sin poder tomar aliento, permaneció inmóvil como un muerto entre los muertos y con la mirada fija en la lejanía, para que los ojos del que su madre había alumbrado antes que a él no lo acusasen del crimen.
Al poco rato, empero, el viento le trajo un gran griterío: los siervos, chillando como los pájaros del bosque, regresaban de la persecución, con espíritu alegre y provistos de un rico botín. Cuando hallaron muerto al antirrey, en medio de sus huestes, y a las garzas sagradas en lugar seguro, empezaron a bailar y a saltar, y a besar a Virata, que permanecía entre ellos inmóvil, ausente y con las vestiduras colgando de cualquier manera, y lo enaltecieron con nombres nuevos, como «El Rayo de la Espada». Y venían cada vez más y más, y cargaban el botín en los carros, pero las ruedas se hundían tanto bajo su peso que tenían que golpear a los búfalos con fustas y los esquifes amenazaban con zozobrar. Un bote zarpó desde el río a toda prisa para llevar la buena nueva al rey, mientras los demás remoloneaban en torno al botín y celebraban la victoria. Pero Virata permanecía sentado en silencio y con expresión soñadora en el rostro. Una sola vez levantó la voz, cuando sus hombres querían robar la vestimenta de los muertos. Se puso en pie y les ordenó que recogieran madera para convertirla en leña y que, sobre esas piras, amontonasen y quemasen los cadáveres, para que sus almas entraran pu rificadas en la transmigración. Los siervos se asom braron de que Virata procediese así con unos conspi radores cuyos cuerpos más bien merecían ser devorados por los chacales del bosque, y sus esqueletos...

Índice

  1. Portada
  2. Los ojos del hermano eterno
  3. ©