Disciplina en el aula
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Disciplina en el aula

Claudia de la Mora Solís

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Disciplina en el aula

Claudia de la Mora Solís

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Docente de todos los niveles escolares se preocupan cada vez más por los problemas de disciplina, ya que afectan notoriamente el aprendizaje de los alumnos. Los maestros desean, por una parte, que exista un comportamiento en el salón de clases y, por otra, que prive un buen ambiente de trabajo donde cada integrante del grupo se sienta respetado y apreciado; pero a menudo se enfrentan grandes dificultades para lograr ambos propósitos. Al enseñar a los alumnos a ser disciplinados es importante que el maestro tenga claro qué significa "ser disciplinado", qué actitudes y conductas son apropiadas y cuáles están mal. Además de lo anterior, necesita contar con un método que le ayude, de manera clara y sistemática, a lograr que el alumno adquiera disciplina. Este libro pretende ser para el docente una guía en el manejo de algunos de los problemas que a veces surgen en en el aula, de manera que la la disciplina se convierta en una estrategia de aprendizaje y desarrollo.

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Información

Editorial
Ediciones SM
Año
2015
ISBN
9786072416062
Categoría
Pedagogía
Antes de adentrarnos en nuestro modelo disciplinario debemos tener en mente ciertas consideraciones. Primera: es imperativo estar conscientes de que el objetivo es solucionar los problemas conductuales que interfieren con los procesos de aprendizaje, la relación social o la transmisión de valores dentro del aula.
Segunda: uno de los fines principales de la disciplina es prevenir y detener comportamientos conflictivos de los alumnos; sin embargo, debemos ser realistas en cuanto a lo que constituye un problema. A veces las personas, sean padres, maestros, estudiantes o miembros del personal de la institución, consideran una conducta determinada como “problemática” cuando, de hecho, sólo a ellos les molesta; es decir, tal opinión es subjetiva. Además, pueden existir diferentes causas para ver un problema donde no lo hay; por ejemplo, si una persona se fija metas irreales en algún momento de su vida, al reconocer que las metas son inalcanzables puede considerar su fracaso como un problema conductual. Quizá también los maestros fijen metas irrazonables para sus alumnos y el fracaso al obtenerlas puede verse como un problema de conducta.
Tercera: a veces una persona tiene problemas aparentes de conducta cuando en realidad algún otro suceso ha ocasionado esa percepción. El ejemplo típico son los alumnos “etiquetados”. Si algún maestro comenta a otro: “¡Cuidado con Jaime, estará en tu grupo este ciclo escolar y es tremendo; más vale que lo vigiles de cerca!”. Esta predisposición hacia ese alumno exagerará cualquier comportamiento fuera de lugar, por mínimo que sea, y será visto como problema. Asimismo, cuando los niños y jóvenes están bajo vigilancia constante, los comportamientos inadecuados se incrementan en vez de disminuir. Otras veces, las brechas generacionales entre maestros y alumnos y el hecho de no estar de acuerdo con ciertas modas, o considerar que ciertos comportamientos deberían ser de determinada manera pueden originar que veamos problemas donde en realidad no los hay y aferramos en querer controlar conductas que no son tan importantes. En términos populares esto lo llamamos “quemar la pólvora en infiernitos”.
Asistí a una escuela secundaria y preparatoria en que los alumnos tenían serios problemas conductuales; con frecuencia había agresiones físicas y robos, pero la dirección se preocupaba más por imponer castigos como regresar a los chicos a casa por llegar a la escuela con la camisa del uniforme desfajada, con peinados extravagantes o con el cabello pintado. Cierto, es importante que los alumnos porten el uniforme en forma adecuada, o que cuiden su apariencia física y su vocabulario dentro de la escuela, pero las consecuencias para este tipo de faltas pueden ser más sencillas, como pedirles que se fajen o que vayan al baño y se peinen de otra forma antes de entrar al salón. Para resolver problemas más graves se necesita centrarse en ellos y no olvidar que las épocas marcan modas en los niños y jóvenes. Sería menos agobiante si aprendiéramos a no dar importancia a conductas que no afectan más que al buen gusto.
Cuarta: podemos ver un problema donde no lo hay cuando nuestra metodología de clase no es la adecuada. Si el maestro improvisa o los alumnos se aburren en su clase, esto generará comportamientos en apariencia problemáticos en ellos cuando en realidad el problema es de aquél. El maestro debe ser experto en su tema y planear y estructurar sus clases de acuerdo con la edad y conocimientos de sus alumnos. De ese modo tendrá la certeza de que los problemas conductuales del salón no son generados por su ineficiencia profesional.
El maestro puede considerar algunos de los siguientes datos para saber si está ante un problema real.
Varías personas, sin ponerse de acuerdo, reportan la conducta del alumno como problemática. Si usted observa que Pedro pelea frecuentemente con sus compañeros, los maestros de deportes y música le comentan que suele pelear en sus clases, y su propia mamá afirma que el niño tiene problemas con amigos y familiares por agresivo, usted puede entonces concluir que en efecto tiene un problema y necesita ayuda.
En secundaria y preparatoria, cuando un alumno tiene problemas con más de un maestro y varios de ellos lo reportan como problemático, entonces podemos decir con cierta seguridad que hay un problema real con ese alumno.
El alumno funciona diferente en los grupos de comparación. El rendimiento y comportamiento de un alumno siempre pueden ser comparados con los de sus compañeros de la misma edad. Si usted nota, por ejemplo, que el rendimiento de cierto alumno está muy por debajo del de sus compañeros, entonces sabrá que dicho estudiante necesita ayuda. También puede apoyarse en las habilidades que aquél es capaz de realizar; por ejemplo, observe el lenguaje que el alumno maneja en comparación con el grupo, su nivel y calidad de atención, su capacidad de juego en grupo, la cantidad de tareas que realiza, etcétera.
Cambios espectaculares de conducta. De un día para otro, el alumno se comporta de manera muy distinta. Por ejemplo, Lupita era una alumna cordial y sonriente, trabajadora y entusiasta. De repente se ha vuelto malhumorada, contesta en forma grosera y se niega a trabajar. En un caso así sabemos que Lupita tiene un problema.
La frecuencia de repetición de un comportamiento. Los investigadores conductuales mencionan que la conducta por sí misma no es un problema. Los niños son niños y ni qué decir de los adolescentes: hasta los de mejor conducta alguna vez harán algo que consideraremos inadecuado. Por ejemplo, los alumnos suelen pelear (no creo que exista alguna escuela donde no sepan de eso); todos los alumnos, por más responsables que sean, dejan de hacer una que otra tarea; casi todos alguna vez tomamos algo sin permiso, aunque sea un dulce. Entonces, ¿cuál es el problema?: la frecuencia con la que suceden los comportamientos. Hay conductas que deben ocurrir con alta frecuencia, como presentar la tarea, terminar los trabajos iniciados, llevar el uniforme limpio, asistir a la biblioteca, seguir las instrucciones del maestro, participar en los trabajos de equipo, llegar a tiempo a clase, etc. Cuando el alumno rara vez muestra uno o varios de estos comportamientos que deberían ser frecuentes, es decir, no termina los trabajos asignados, pocas veces entrega tareas, con dificultad participa en los trabajos de equipo, entonces podemos saber que el alumno tiene un problema y necesita ayuda. Lo contrario ocurre con comportamientos que deberían suceder poco y se presentan muy seguido, como pelear, quejarse, retar, ser bullicioso, utilizar vocabulario altisonante, etcétera.
La duración y la gravedad del comportamiento también pueden darnos la pauta. Tal vez Guillermo casi nunca deja de trabajar en clase, pero cuando sucede no hace nada en absoluto en todo el día; o Luis nunca había peleado, pero cuando lo hizo lastimó con severidad a su compañero.
Si se conocen uno o más de estos datos, entonces puede considerarse que hay problemas reales de disciplina que necesitan intervención.

¿Qué es una regla?

Las reglas están presentes a lo largo de toda nuestra vida; marcan los límites que han permitido la convivencia de la humanidad. Sin embargo, en ocasiones padres y maestros suelen no marcar límites claros en el hogar y la escuela.
Todo modelo disciplinario cuenta con reglas y el docente debe conocer las que son básicas para su clase y transmitirlas a sus alumnos de manera clara.
Las reglas son importantes porque los alumnos pueden predecirlas. Mientras más claras sean, mejor comunicará el maestro qué necesita y los alumnos sabrán qué se espera de ellos; esto les ayudará a establecer un mayor sentido de responsabilidad al crear una relación directa entre su conducta y las consecuencias, lo que a su vez aumentará las probabilidades de que las reglas se cumplan.
¿Qué es una regla? Es un requerimiento conductual. Así de simple. Es pedir la realización de ciertas conductas o que se inhiban otras. En otras palabras, lo que se puede o no hacer dentro del salón. Las reglas son la manera de establecer cánones conductuales que ayudan a comprender los límites que resultan necesarios para beneficiar al grupo.
Hay dos tipos de reglas: en las universales ciertos comportamientos se consideran indebidos en cualquier lugar o situación, como matar o robar; en las particulares, aquellas en donde los comportamientos se consideran correctos o no en función del lugar y la situación. Así, las reglas se aplican en todos los contextos en que nos desenvolvemos: el hogar, la escuela, el trabajo, el cine, la iglesia, las plazas comerciales, a donde quiera que vayamos hay reglas; ya sean explícitas o no, de una u otra manera aprendemos a identificarlas.
Según el lugar y las condiciones, ciertas conductas son permitidas y otras no. Sabemos que al asistir a la iglesia podemos sentarnos, rezar, hincarnos, hablar en voz baja, pero no debemos correr o gritar. Si vamos al estadio para ver un partido de fútbol, entonces podemos gritar, pararnos, “hacer la ola”. Lo mismo aplica en la escuela: dependiendo de la clase pueden ser necesarias ciertas conductas y otras no; por ejemplo, los estudiantes no hacen lo mismo en la clase de español que en la de deportes. En español necesitan leer, escribir, escuchar, mientras que en deportes tal vez se permita correr y gritar porque estas conductas, que en la primera serían inadecuadas, forman parte de las actividades. Entonces, cada situación puede requerir ciertas conductas y que se inhiban otras, lo cual quiere decir que no sólo debemos aprender a seguir las reglas sino también a identificarlas en las diferentes situaciones y adaptarnos a condiciones cambiantes. Adquirir esta habilidad ayuda a los sujetos a adaptarse socialmente en diferentes contextos.

Reglas eficaces

Las reglas deben tener ciertas características para que resulten eficaces:
1. Están basadas en valores morales.
Las reglas proporcionan un orden inmediato, su función es a corto plazo, pero nuestro objetivo trasciende: es propiciar a través de la disciplina el desarrollo moral de los alumnos. Algunos teóricos conciben la moralidad como la adaptación del individuo a los valores y requerimientos del grupo social mediante la conformidad e internalización de sus valores y normas. El valor es una creencia única, es un estándar de lo que puede o debe hacerse. Una persona tiene tantos valores como creencias aprendidas que están relacionadas con modos de conducta que cumplen funciones normativas y motivacionales en los sujetos, por lo que un valor moral es una guía de acción. Por ello mismo, los valores son un aspecto central en la estructura de la personalidad; el comportamiento y ésta son determinados por los valores morales que aprenden los niños a través de la interacción en el medio social en que se desenvuelven.
Algunos valores son responsabilidad, honradez, cordialidad, respeto, limpieza, puntualidad, etc. No podemos utilizarlos como reglas porque resultarían demasiado vagas y generales, pero podemos enseñarlos a través de sus manifestaciones conductuales. Los valores proporcionan a la regla un apoyo para justificar su aplicación, ya que por medio de ellos se pretende, a largo plazo, dejar un aprendizaje más profundo. Así, por ejemplo, si del valor “responsabilidad” se extrae la regla “los exámenes se realizan de manera individual, no es válido copiar el trabajo de otros”, podemos argumentar que la regla no es un capricho del maestro que se le ocurrió sólo para complicarle la vida a los alumnos. La regla debe aplicarse por alguna razón. Es importante que el maestro se pregunte para qué es la regla. Si es imprescindible para satisfacer necesidades del grupo, ya sea en los procesos de aprendizaje o convivencia, y manifiesta un comportamiento que forma parte de un valor, entonces estará justificada y será más fácil para los alumnos aceptarla y seguirla.
2. Son claras y específicas.
La especificación se refiere a una descripción clara de lo que los alumnos deben hacer. La regla da a conocer la respuesta deseada y la situación en la que habrá de ocurrir. Una conducta especificada puede explicarse con facilidad a otros, no se presta a malos entendidos ni requiere grandes interpretaciones, lo cual ayuda a los alumnos a seguir tanto las reglas como las instrucciones que se le dan con éxito.
Una maestra pidió a un niño de preescolar que ordenara los juguetes antes de salir al recreo (había estado jugando con ellos en el piso). Cuando la maestra regresó llamó la atención al niño porque creyó que su instrucción no había sido realizada, ya que los juguetes continuaban en el piso. Sin embargo, el niño alegaba que había hecho lo que le había pedido y quería salir al recreo. El niño estaba ya a punto del berrinche diciendo que sí había ordenado los juguetes y la maestra a punto de la histeria, cuando se dio cuenta de que la instrucción no había quedado clara. Cuando ella pidió al niño que ordenara los juguetes se refería a que los guardara en los estantes y lugares correspondientes; por su parte, el niño entendió que debía acomodarlos del más grande al más pequeño y así los había colocado en el piso. Este ejemplo ilustra que si no somos lo suficientemente claros, los alumnos pueden interpretar la regla a su manera y comportarse en función de lo que entendieron, que muchas veces no es lo mismo que entiende el maestro. Tampoco hay que ser en extremo específico, porque tendríamos que crear muchísimas reglas para cada situación. Basta con que el maestro y los alumnos comprendan a qué se refiere la regla con exactitud. ...

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