1. Definiendo los preparativos para la expedición
«No quiero alcanzar la inmortalidad a través de mi obra; quiero alcanzarla por el sistema de no morir».
WOODY ALLEN
La inmortalidad y los sherpas
Al comienzo de la escritura de estas páginas estaba interesado, como núcleo de una indagación experimental y filosófica, en el arte de la alquimia interna, en el cuerpo y el alma humanos como laboratorios donde poner a prueba las máximas aspiraciones de cada tradición espiritual o religiosa: longevidad, paraíso, maestría amatoria, redención, iluminación, inmortalidad, etcétera.
Pero a partir de un cierto momento preferí concentrarme en exclusiva en este último logro, pues hasta donde alcanzo a ver es la más alta cumbre alcanzada por los linajes iniciáticos de todas las tradiciones. Así, quien fuera un inmortal realizado podría darse el gusto de pasar algunos siglos en el paraíso terrenal, de redimirlo todo, de ser un maestro en el arte de la alcoba y en cualquier otro que le apetezca; probablemente sea también un iluminado y, sin ninguna duda, vivirá muchos años.
Poco a poco comprendí que lograr la inmortalidad no era tarea sencilla ni que había tampoco ninguna certeza de que quien lo intentase fuera a conseguirlo. Había que hacer los preparativos necesarios, entrenarse en forma física y mental, rodearse de la gente adecuada y lanzarse hacia ello sin desfallecer ni caer en la inercia de dejarse morir. ¡La misma actitud de la que hacían gala los escaladores! Comprendí entonces que ningún otro símbolo podía resultar más adecuado que el del “montañismo interior” para describir el afán por lograr la inmortalidad.
Como escaladores de los mundos interiores, se trataba de ir subiendo poco a poco y de ir superando los obstáculos. Nada garantizaba que se pudiera lograr la meta prevista en un primer intento, pero sí que este mostraría el nivel de las propias fuerzas y que sobre la marcha pondría en evidencia los puntos débiles y las limitaciones.
Desde entonces nunca dejé de representarme esta búsqueda como montañismo puro y duro, absorbiendo los consejos de los grandes himalayistas y leyendo sus relatos y memorias. Hurgando entre estas palabras cobré conciencia de la dimensión épica del pueblo sherpa, de su protagonismo en la epopeya de los ochomiles y de su legado espiritual. Comprendí que si algún ser humano en esta Tierra es el más adecuado para guiarnos hacia la inmortalidad física, este es probablemente un sherpa de elite.
Hasta me atrevería a decir que si ellos no son inmortales realizados es porque son budistas de la tradición Vajrayana o “vía del diamante”, cuyos rinpoches reencarnados son maestros en el arte de la continuidad de la consciencia entre diferentes vidas, más que de la continuidad del cuerpo físico durante una vida infinita.
Se sabe y se ha comprobado que muchos grandes lamas de esta tradición han reencarnado en lugares previamente elegidos. A partir de esto no es descabellado suponer que no exista más que un paso desde cambiarse de cuerpo como quien se cambia de camisa, a conservar el mismo cuerpo –o bien la misma camisa–, lo que es viable si se consigue mantener el cuerpo o la camisa en buenas condiciones.
Como esto no es imposible, podemos sospechar que ha de haber poderosas razones para que tantos sabios e iluminados budistas hayan deseado de todos modos morir y cambiar de cuerpo, tal como muchos nos quitamos la camisa, dormimos y luego nos ponemos otra, aunque la anterior continúe impecable.
La principal razón –arriesgaría– es la “costumbre”, que hace que cada día miles de personas mueran sin cuestionárselo y que los budistas tibetanos, incluidos los sherpas, no busquen la inmortalidad física sino la iluminación.
Ya volveré sobre la compatibilidad entre las dos grandes cumbres del Himalaya interior, la “iluminación” y la “inmortalidad”, quizás las más altas aspiraciones humanas junto con la “resurrección”. Por ahora basta decir que nadie debería renunciar a la visión de la “no dualidad radical” por aspirar a la continuidad de su cuerpo. Por el contrario, pretender que continúe el alma y el hilo de la memoria entre las diferentes vidas, pero que el cuerpo deba desaparecer entre ellas es más bien una evidencia de que aún subsiste una visión dual de la existencia.
Investigación y práctica
Como se acaba de sugerir, habría tres grandes cumbres tradicionales hacia las que los hombres y las mujeres se han lanzado con el deseo de trascender la muerte vulgar y corriente tal como la conocemos en nuestras sociedades. Estas cumbres serían la “iluminación espiritual”, la “resurrección de la carne” y la “inmortalidad física”.
La llamada “inmortalidad del alma” sería tanto la búsqueda de la “iluminación” a través de varias vidas unidas entre sí por el hilo de las sucesivas reencarnaciones como la plataforma sin la que la “inmortalidad física” y la “resurrección” no se entienden ni se logran. Se podría simbolizar diciendo que la “iluminación”, la “inmortalidad física” y la “resurrección de entre los muertos” serían las cumbres y que la “inmortalidad del alma” sería la cordillera sin la cual ninguna de las tres cimas es posible.
Si uno buscase la “iluminación” quizás emprendería el camino del Vedanta, o bien la senda del Buddha, como ya vimos que hacen los sherpas. Si buscase emular el misterio de la “resurrección de la carne”, se iniciaría por la vía de la cristología.
Ahora bien: ¿por dónde deberían dirigirse quienes anhelan el conocimiento práctico de la “inmortalidad física”? Lo único que está claro, sea cual sea la elección, es que estos viajeros se encontrarán formando parte de una expedición bastante marginal.
Inicialmente hubiese preferido no circunscribirme a ninguna tradición en particular, aunque ya se podía asumir que algunas de ellas tenían para aportar mucho más que otras tradiciones que ni siquiera han considerado seriamente la cuestión de la “inmortalidad física”. Sin embargo, como siempre que alguien se interesa por un tema puntual, pronto comenzaron a aparecer las fuentes escritas antiguas y los testimonios recientes de quienes se han interesado antes por lo mismo. En este caso, se hicieron visibles cinco vías vigentes del inmortalismo.
Mencionaré ahora cuáles son las tradiciones en las que parece razonable adentrarse, para así facilitarle al lector una elección de la vía que considere más adecuada para tentar su propia cima de la inmortalidad, si esa es su aspiración. Lo hago con el convencimiento de que es bueno que quien la busque saque sus propias conclusiones y asuma su propia filosofía antes de formar parte de cualquier expedición.
La paradoja obviamente reside en que si no nos entregamos en cuerpo y alma a ninguna práctica procedente de alguna tradición, o bien a un combinado de ellas, difícilmente nos sintamos atraídos hacia la vida eterna; pues este anhelo no suele ser consecuencia de la asimilación teórica de una “filosofía general de la inmortalidad”, sino de un amor permanente por la vida que solo podemos sostener a través de los años mediante una constante y enriquecedora práctica o sadhana.
Los inmortalistas son personas prácticas y activas que se dedican seriamente a su objetivo una vez que han tomado la decisión, pero no son practicantes ciegos que siguen vías muertas sin cuestionárselo. Esta paradoja se resuelve entonces practicando mientras se investiga. A medida que se investiga se aclaran muchas dudas acerca de la práctica, y a medida que se practica, el cuerpo físico comienza a asociarse al alma inmortal, a igualarse a ella en todo y a desear, por ende, la inmortalidad también para sí.
Sin la práctica es posible que los sinsabores y los traspiés que forman parte de la vida le quiten al aspirante el deseo de lograr la inmortalidad o que, directamente, nunca sienta plenamente tal anhelo. Sin la investigación, por otro lado, es probable que el practicante dedique años a lograr una inmortalidad que finalmente resulta ser que no interesaba tanto, o bien que elija vías de ascenso que no sean las adecuadas para él.
Lo mejor entonces es disponer de toda la información posible y desde el principio practicar lo que más atrae. Luego, la propia práctica indicará los ajustes que sean necesarios hacer, incluidos los abandonos o cambios de prácticas.
Las tradiciones inmortalistas
Las tradiciones más evidentes en las que se pueden encontrar referentes inmortales son el samkya-yoga y el tao chiao. Por eso, para la mayoría de los aspirantes lo más simple será elegir alguna de las prácticas de estas dos vías, por ejemplo el hatha-yoga o la “alquimia interna taoísta” (neidan) y dedicar su disciplina a desarrollar tal sadhana. En la práctica y el estudio de estas dos disciplinas hay numerosas claves para quienes buscan seriamente la inmortalidad. La sola profundización en la práctica e investigación podría conducir, con los años, a un ritmo de vida auténticamente inmortal.
No obstante y puesto que todos han oído hablar de yoguis y de alquimistas que también han muerto, es preciso combinar estas prácticas con la asunción de una filosofía inmortalista que actúe tanto sobre la consciencia como sobre el inconsciente. Mientras se practica, es fundamental dejar de querer morirse en secreto.
Si se profundiza en las filosofías hinduista o taoísta, ahí también hay que separar la paja del trigo, pues en ambas tradiciones se ha vislumbrado el horizonte de la inmortalidad física pero este no ha sido ni de lejos el único horizonte hacia al que sus practicantes y grandes maestros han dirigido sus pasos.
En el caso del hinduismo, la línea oficial encarnada en los brahmanes se dirige hacia la cima de la “percepción no dual”. Los aspirantes, por llamarlos de algún modo, son “iluministas”, y en el caso de lograr su cometido se vuelven “iluminados”. Sin embargo, hubo muchos yoguis y renunciantes a su sociedad que a lo largo de los siglos han buscado y alcanzado la inmortalidad física. La literatura sagrada de la India está colmada de historias sobre yoguis inmortales.
En la vía del taoísmo, por otro lado, la búsqueda de la inmortalidad es casi oficial, pero a veces ambigua. Aquello a lo que llaman “inmortalidad” –e incluso “inmortalidad física”– no siempre resulta ser exactamente lo mismo. A veces el cuerpo físico sobrevive tal como lo concebimos. Otras veces no está tan claro, pero en todos los casos es evidente que la materia que continúa no es tan tosca como la actual, sino que atraviesa a lo largo de la vida diferentes niveles de sutilización que a veces incluyen la desmaterialización y eventual materialización del cuerpo físico.
Para nosotros, occidentales del siglo XXI, todo esto puede parecer ciencia ficción, pero los taoístas lo consideran una posibilidad muy concreta y hay cientos de historias sobre practicantes que han realizado alguno de estos tipos de inmortalidad.
Además, existen miles de relatos sobre otros alquimistas chinos que, si bien no la han logrado en el sentido de vivir para siempre, sí que han sido sumamente longevos y sabios, superando en algunos casos los dos, tres, o más siglos de vida.
Como vías alternativas, además del yoga y el taoísmo, hay otras tradiciones que de algún modo más o menos abierto, más o menos accesible, enseñan todavía senderos hacia la inmortalidad. Dos de ellas son los linajes del nagualismo mesoamericano y diversas tradiciones “mistéricas” de la antigüedad occidental que hoy comienzan a resurgir asociadas a la llamada “cultura galáctica”.
En el caso del nagualismo, las partidas de chamanes formadas por grupos de entre nueve y diecisiete practicantes alineados en torno a la figura del nagual pasan a otros planos de la realidad donde no existe la muerte, y lo hacen con el cuerpo físico. Luego, al igual que algunos taoístas, si lo consideran necesario, pueden materializar nuevamente sus cuerpos en nuestro mundo cotidiano. Esta práctica tuvo su punto álgido en el mundo de los toltecas clásicos, pero continúa viva en la actualidad.
En el caso del movimiento filosófico y esotérico denominado “cultura galáctica”, se trata de mensajes y prácticas de acceso a nuevos niveles de realidad de un modo similar a lo que sucedía en las “escuelas de misterios” de la antigüedad, pero a...