Madrid 1999
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Madrid 1999

Un viaje urbano

  1. 200 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Madrid 1999

Un viaje urbano

Descripción del libro

En esta crónica de viaje el autor busca el paisaje de la ciudad. En esa búsqueda descubre otros paisajes íntimos (los de los demás y el suyo propio) que hacen profundamente humana la narración.En este viaje a través del metro el autor recorre los rincones de la ciudad e intenta comprenderse a sí mismo reflejándose en el paisaje que le formó.Nos encontramos ante un libro de viajes. pues el autor sitúa el espejo allí por dónde pasa y también ante una narración autobiográfica que nos va descubriendo su vida dibujada en el puzzle urbano que transita.

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Información

Línea 1
Plaza de Castilla - Congosto
Eclipse en el Jardín Botánico
Comienzo la línea 1, la azul celeste, y mantengo mi costumbre, hace no mucho adquirida, de empezar el recorrido de la línea por el centro y proseguir hacia uno de los extremos. Una de las salidas del metro de Atocha Renfe conduce hasta la entrada del museo antropológico. Estoy tentado de entrar, pero también algo cansado de museos. Otra vez será. Además, como estudio antropológico urbano sirve el energúmeno de la furgoneta que ha sacado medio cuerpo por la ventanilla increpando a otro conductor. O este pobre joven que hace posturas de karate sobre una alcantarilla, sucio y como ido, para asustar después a los viandantes con un grito. O este hombre que sale perezoso de un saco de dormir, sobre el poyete de piedra junto a la valla del jardín botánico, para asegurar a los agentes municipales que, aunque no tenga documentación, no ha hecho nada malo. O los cientos de transeúntes que pasamos a su lado a diario, indiferentes, como autistas, ocupados en resolver nuestros problemas, asistiendo a la degradación humana como si fuese una ilusión óptica.
En la cuesta de Claudio Moyano los kioscos de libros viejos se encuentran cerrados. Pronto abrirán sus portezuelas de color añil, sacarán a la acera sus cajones repletos de libros y los curiosos hojearán los volúmenes en espera de algún hallazgo, como garimpeiros buscando oro a la orilla de un río.
Camino por el Paseo del Prado, costeando la verja del botánico. Se mezcla en el aire el olor de las plantas aromáticas y el humo de los coches, mientras el olfato, aturdido, rastrea en busca de pureza. Al doblar la esquina, en la Plaza de Murillo, se halla la puerta de entrada al jardín botánico. Dormida en el tiempo se encuentra la antigua, por donde entraban los reyes, flanqueada por dos postigos adintelados más pequeños para los sirvientes que iban a pie. Las puertas sostienen una inscripción alusiva al rey:
“Carlos iii, padre de la patria, inauguró este jardín botánico para la salud y recreo de los ciudadanos. Año 1781”.
Aunque el primer fundador del Real Botánico de Madrid fuese Fernando vi, allá por 1755 en las orillas del río Manzanares. Y la idea de la creación fue aún más lejana, cuando el médico y viajero español Andrés Laguna convenció al rey Felipe ii para crear un herbolario medicinal, que el rey instaló en Aranjuez.
Me sitúo en la cola que hay delante de la Puerta de Murillo, donde un joven guardia mantiene el orden en las filas al tiempo que, saludando con la mano en la frente, informa a los ciudadanos.
—Sí, señor, ésta es la fila para entrar al Museo Botánico. Por favor, señores, despejen la entrada, colóquense en orden.
Una hombre dentro de una caseta da la bienvenida y despacha las entradas.
—Me debería dar vergüenza decirlo, pero yo de plantas, nada. Llego aquí, cobro la entrada y me voy a casa —me contesta el hombre de la taquilla.
—Cada uno tiene su trabajo —apostillo.
—De todas formas, si quiere ver algunas plantas que acusen el eclipse, vaya al estanque de los nenúfares. He oído que allí se verá bien.
Y el hombre me extiende un folleto informativo sobre el jardín.
Al franquear la puerta de entrada se accede a un paisaje de ensueño. Como si caminase rodeado de vegetación fantástica por el centro de la Tierra junto al profesor Otto Lidenbrock y su sobrino Axel, me voy abriendo camino entre el verdor. Es una atmósfera envolvente, sin ruidos ni humo. Camino por senderos sombreados por las ramas y bordeados de aligustre. Me siento en un banco de piedra a respirar profundamente, a embriagarme de olores, mientras leo el folleto y envidio a los jardineros que trabajan en este palacio vegetal.
“El 17 de octubre de 1755, Fernando vi ordenó la creación del Real Jardín Botánico, a orillas del río Manzanares. En 1774, Carlos iii dio instrucciones para traerlo a su actual emplazamiento. A pesar de estar a punto de desaparecer, a causa del abandono durante años, guerras de especulación del suelo y hasta un ciclón que derribó 564 árboles, sobrevivió, promoviendo expediciones a América y el Pacífico, aumentando su archivo con colecciones de láminas de plantas, creando nuevos herbarios y llevando a cabo aulas de enseñanza de investigaciones científicas”.
Pliego las hojas, que guardo en uno de los bolsillos del pantalón, y trazo mentalmente la distribución que dibuja uno de los planos coloreados del folleto. Me dirijo a la zona de las escuelas, donde puede recorrerse ordenadamente el reino vegetal, desde las plantas más primitivas a las más evolucionadas.
Alrededor de uno de las fuentes, cobijado bajo la sombra, conversa un grupo de hombres. Son jubilados del barrio. A falta de parque e invadido el barrio de coches por todas partes, vienen a refugiarse del calor entre el frescor de las plantas. Les saludo, uniéndome a su tertulia.
—Buenos días.
—Buenos.
—Parece que refresca —dice uno, guiñándome un ojo.
—¡Ya está aquí el eclipse! —exclama otro—. ¡Hay que estar atentos, que hasta el próximo milenio no hay otro! Y eso son mil años. ¡Quién lo verá!
—Pues nuestros hijos, porque nosotros ya...
—¡Qué dices! No te digo que hasta el próximo milenio. ¡Y son mil años! —grita el hombre, como para autoconvencerse.
—Es en el 2026, Manolo. Dentro de 27 años.
—Ya está el espabilado. Sabes tú más que los de la tele, que dijeron que sería el próximo milenio. Desde luego, qué manía tienes en llevar la contraria.
—Ya se ha enredado —dice uno mirándome—. Es mejor dejarlo así, que si no se pasa un mes sin venir por aquí, como cuando se enfadó el año pasado.
—Pregúntaselo a Juan —dice el hombre testarudo—, que lo sabe todo.
Juan es un jardinero que está barriendo la hojarasca con una escoba de púas metálicas.
—Dentro de 27 años, Manolo —dice desde lejos y antes de que le pregunten.
Manolo se altera, se carga de razones e increpa a los demás, cambiando incongruentemente de tema.
—Y esa camiseta que llevas de Brasil, presumido. Si nunca has estado en Brasil —se defiende.
—Me la ha traído mi hijo, que sí ha estado.
—Ven aquí, Joaquín, que te vas a perder el eclipse —grita Manolo a un anciano que se acerca por el sendero.
—Pues sí, en eso pensaba yo. Me acaban de operar de cataratas, estoy como para que me jodan los ojos otra vez.
Dejo a los ancianos con sus tribulaciones y me encamino hasta una de las fuentes. Unos jóvenes han dispuesto un artilugio con una caja de cartón. Tiene en la cara superior un agujero por donde entra un chorro de luz que choca contra una cartulina que hay en su interior, dibujando un punto blanco de luz sobre su superficie.
—Mira, mira cómo se mueve —dice animosa una joven en cuclillas, al tiempo que marca con un lápiz los supuestos desplazamientos del punto—. ¿No lo veis moverse? Mira, mira.
Miro, pero no veo moverse el punto. Dos jóvenes llegan hasta nosotros y miran el artilugio. Uno de ellos sugiere que la superficie de la caja debería estar más lejos del punto de luz. Lleva un par de cristales de soldador en la mano. Se los pone delante de las gafas —que también las lleva oscuras— y observa el sol. Parece muy entendido.
—Ya se ve el eclipse —dice pasándole los cristales a la joven que le acompaña.
—Sí, sí, qué bien se ve.
—¿Puedo? —les pregunto cuando terminan.
—Claro, podemos verlo todos, porque no conviene mirar más de 5 o 6 segundos.
En efecto, la luna, una uña negra y opaca, empieza a cubrir el sol, a situarse en la trayectoria que recorren los rayos de sol en su camino hacia la Tierra.
—¿Qué tal? —pregunta el jardinero, que extiende la mano para coger los cristales.
—Ya lo creo que se ve —le comento.
Dos jóvenes, con aspecto de turistas extranjeros, nos contemplan en silencio. Ll...

Índice

  1. Línea 10 Aluche - Fuencarral
  2. Línea 5 Canillejas - Aluche
  3. Línea 3 Legazpi - Moncloa
  4. Línea 2 Ventas - Cuatro Caminos
  5. Línea 6 Circular
  6. Línea 11 Plaza Elíptica - Pan Bendito
  7. Línea 4 Argüelles - Parque de Santa María
  8. Línea 8 Mar de Cristal - Barajas
  9. Línea 7 Las Musas - Pitis
  10. Línea 9 Herrera Oria - Arganda del Rey
  11. Línea 1 Plaza de Castilla - Congosto
  12. Contraportada