
- 320 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Las mil y una noches
Descripción del libro
Colección de relatos orientales, cuya primera redacción en árabe se llevó a cabo durante los siglos VIII y IX. Aunque con muchos anacronismos históricos, la obra es un filón inagotable de información poética, etnográfica y folklórica.
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Información
Llegada de la Noche Ciento cuarenta y ocho
Schehrazada dijo:
Cuento de la Tortuga y del Martín-pescador
—En un libro entre los libros antiguos se cuenta, ¡oh rey afortunado!, que un martín-pescador se hallaba un día a la orilla de un río y observaba atentamente, alargando el pescuezo, porque tal era el oficio que le permitía ganarse la vida y alimentar a sus hijos y, por tanto, lo ejercitaba sin pereza, desempeñando honestamente el cometido que le incumbiera. Pues bien; mientras vigilaba de esta guisa el menor remolino y la más ligera ondulación, vio pasar ante él, y detenerse en la roca donde se hallaba vigilando, un gran cuerpo muerto de la raza humana. Pero examinó y advirtió heridas considerables en todas las partes de aquel cuerpo, además de señales de sablazos y lanzadas. Y pensó en su alma: «Este debe de ser algún bandido a quien han hecho pagar sus fechorías.» Luego levantó sus alas y bendijo al Retribuidor, diciendo: «¡Bendito sea aquel que hace que los malos sirvan después de la muerte al bienestar de los buenos que le sirven!» Y en esto se dispuso a lanzarse sobre el cuerpo y a llevarse piltrafas para sus hijos, comiéndolas con ellos. Pero pronto vio cómo por encima de él se oscurecía el cielo con una nube de enormes pájaros de presa, gavilanes y buitres, que empezaron a volar en grandes círculos, acercándose cada vez más. Al verlos, al martín-pescador le asaltó el miedo a que le devoraran a él mismo aquellos lobos del aire y se apresuró a huir volando hacia lo lejos. Y al cabo de varias horas se detuvo sobre la copa de un árbol que se hallaba en medio del río, frente a su misma desembocadura, y esperó allí a que la corriente llevase hasta aquel lugar el cuerpo flotante. Y, muy triste, se puso a pensar en las vicisitudes de la suerte y en su inconstancia. Y dijo para sí: «He aquí que me veo obligado a alejarme de mi país y de la orilla que me vio nacer y donde están mis hijos y mi esposa. ¡Ah, qué vano es el mundo, y cuánto más vano quien vive al día sin preocuparse por el mañana! Si yo hubiese sido más prudente, habría amontonado las provisiones necesarias para los días de escasez como el de hoy; nada me importaría entonces que los lobos del aire viniesen a disputarme mi provecho. Pero el sabio nos aconseja la paciencia en el dolor. Tengamos, pues, paciencia.» Y mientras reflexionaba de este modo, vio nadar hacia el árbol en que se había posado a una tortuga que en aquel momento salía del agua lentamente. La tortuga alzó su cabeza y le vio en el árbol, y le deseó la paz y le dijo: «¿Qué ha ocurrido, ¡oh pescador!, para que desertes de la costa que frecuentabas de ordinario?» Y respondió el pájaro:
«Si bajo la tierra que te abriga y en el mismo país que te pertenece viene a vivir alguien de rostro desagradable.
»Únicamente podrás hacer esto: déjale tu tienda y tu país y abandona el campo.»
«Y yo, ¡oh buena tortuga!, he visto mi orilla a punto de ser invadida por los lobos del aire, y, para que no me afectaran sus desagradables rostros, he preferido abandonarlo todo y partir hasta que Alá quiera compadecerse de mi suerte.» Cuando la tortuga escuchó tales palabras, dijo al martín-pescador: «Siendo así, aquí me tienes presta a servirte con toda mi abnegación, acompañándote en tu abandono y tu desamparo, pues conozco bien lo desgraciado que se siente el forastero lejos de su país y de los suyos y cuán grato es para él encontrar calor de cariño y solicitud entre los desconocidos. Yo, aunque solo te conozco de vista, seré para ti una compañera atenta y cordial.» Entonces el martín-pescador le dijo: «¡Oh tortuga llena de corazón, tan dura en la superficie y tan blanda por dentro!, siento que voy a llorar de emoción ante la espontaneidad de tu ofrecimiento. ¡Cómo te lo agradezco! ¡Y qué razón tienes cuando hablas de la hospitalidad que debe otorgarse a los forasteros y de la amistad que debe entregarse a las personas infortunadas, con tal que no carezcan de interés! Porque, en verdad, ¿qué sería la vida sin los amigos y sin las charlas mantenidas con los amigos y sin la risa y el canto entre amigos? El sabio es quien sabe encontrar amigos de acuerdo con su temperamento, y no se puede considerar como amigos a los seres que, a causa de su oficio, se ve uno obligado a frecuentar, como yo frecuentaba a los martines-pescadores de mi especie que me odiaban y envidiaban por mis pescas y mis hallazgos. Así, creo que ahora deben de estar contentos de mi ausencia esos mezquinos camaradas, estúpidos que no saben hablar sino de sus pescas y de sus pequeños intereses, sin pensar jamás en elevar sus almas hacia el Donador. Tienen siempre, por tanto, el pico vuelto hacia la tierra, y si tienen alas, para nada las utilizan. De manera que la mayoría de ellos no podrían volar si quisieran intentarlo: solo saben sumergirse; y a menudo se quedan en el fondo del agua.» Al oír estas palabras, la tortuga, que escuchaba en silencio, exclamó: «¡Oh pescador, desciende para que yo pueda besarte.» Y el martín-pescador bajó del árbol, y la tortuga le besó entre los ojos y le dijo: «En verdad, ¡oh hermano mío!, tú no has nacido para vivir con los pájaros de tu raza, completamente desprovistos de finura y sin ninguna delicadeza en sus modales. Quédate, pues, conmigo, y la vida será ligera y feliz para nosotros en este rincón de tierra perdido en medio del agua a la sombra de este árbol y al arrullo de las olas.» Pero el martín-pescador le dijo: «¡Cuánto te lo agradezco, oh hermana tortuga! Pero ¿y mis hijos y mi esposa? Y respondió la tortuga: «Alá es grande y misericordioso. Él nos ayudará a traerlos hasta aquí. Entonces pasaremos todavía días tranquilos y al abrigo de cualquier preocupación.» Y después que hubieron decidido esto, dijo el martín-pescador: «¡Oh tortuga, agradezcamos juntos al Altísimo que haya permitido nuestra reunión!» Y ambos exclamaron:
¡Alabado sea nuestro señor! A uno le da la riqueza y a otro le tira la pobreza. Sus deseos son sabios y calculados.
¡Alabado sea nuestro señor! Cuántos pobres hay ricos de sonrisa y cuántos ricos pobres de alegría!
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y, discreta, se calló. Entonces el rey Schahriar le dijo:
—¡Oh Schehrazada!, tus palabras no hacen sino confirmarme en el retorno a pensamientos menos hoscos. Ahora querría saber si conoces historias de lobos, por ejemplo, o de otros animales salvajes.
Y dijo Schehrazada:
—¡Esas son precisamente las historias que mejor conozco!
Entonces le dijo el rey Schahriar:
—¡Apresúrate, pues, a narrármelas!
Y Schehrazada se lo prometió para la próxima noche.
Llegada de la Noche Ciento cuarenta y nueve
Schehrazada dijo:
Cuento del Lobo y del Zorro
—Debes saber, ¡oh rey afortunado!, que el zorro, harto por fin de las continuas cóleras de su señor el lobo, de la ferocidad que mostraba en todo momento y de sus atropellos con los últimos derechos que le quedaban ya a aquel, se sentó un día sobre un tronco de árbol a reflexionar. Luego saltó de repente, lleno de alegría, al ocurrírsele un pensamiento que le parecía la solución a su problema. Y al punto se dedicó a buscar al lobo, acabando por encontrarle con los pelos erizados, el hocico contraído y un mal humor muy atroz. Entonces, desde lo más lejos que pudo, besó la tierra ante él y avanzó humildemente con los ojos bajos, esperando a que se le interrogara. Y el lobo le gritó: «¿Qué te pasa, hijo de perro?» Y dijo el zorro: «¡Señor, excusa mi atrevimiento; pero tengo una idea que exponerte y un favor que pedirte, si quieres concederme audiencia!» Y el lobo exclamó: «Sé más parco en tus palabras y aléjate lo más rápidamente posible o, de lo contrario, te romperé los huesos.» Y entonces dijo el zorro: «He comprobado, señor, que de algún tiempo acá Ibn Adán nos hace una guerra sin cuartel. Por todo el bosque no se ven sino trampas, lazos y emboscadas de todas clases. A poco que esto siga, el bosque será inhabitable para nosotros. Así, pues, ¿qué dirías de una alianza entre todos los lobos y todos los zorros para oponerse en masa a los ataques de Ibn Adán y defender nuestro territorio?» A estas palabras, el lobo gritó al zorro: «Digo que eres muy osado al pretender mi alianza y mi amistad contigo, miserable zorro, granuja y enclenque. ¡Toma, ahí va eso por tu insolencia!» Y el lobo dio al zorro una patada que le hizo rodar medio muerto por el suelo. Entonces el zorro se incorporó cojeando, aunque se guardó bien de mostrar resentimiento; al contrario, con la mejor de sus sonrisas y su aire más contrito, dijo al lobo: «Señor, perdona a tu esclavo su falta de conocimiento y su total carencia de tacto. Él reconoce sus faltas y sabe que son grandes. Y si las ignorara, el golpe terrible y merecido con que acabas de gratificarle, y que habría bastado para matar a un elefante, se lo enseñaría fácilmente.» Y el lobo, un tanto calmado por la actitud del zorro, le dijo: «¡Sea! Pero eso te enseñará de una vez a no meterte donde no debes.» Y dijo el zorro: «Eres muy justo. Ya el sabio, en efecto, dijo: «No hables y no cuentes jamás nada antes que alguien te lo pida, y no respondas nunca sin que se te interrogue. Pero sobre todo cuida de no prodigar tus consejos a quienes no los comprenden o a los seres de mala ralea que no te perdonan el bien que les hayas hecho.» Y estas fueron las palabras que el zorro dijo al lobo; pero en su alma pensaba: «Ya llegará mi hora, y este lobo maldito me pagará sus deudas hasta el último óbolo; porque la soberbia, la arrogancia, la provocación, la insolencia y el orgullo llaman sobre sí, tarde o temprano, al castigo. ¡Humillémonos, pues, hasta que seamos poderosos!» Luego el zorro dijo al lobo: «¡Oh mi señor!, no ignoras que la equidad es la virtud de los poderosos, y que la bondad y la delicadeza de maneras son dones y gala de los fuertes. Y el mismo Alá perdona al culpable arrepentido. Mi crimen es enorme, lo sé; pero mi arrepentimiento no lo es menos, puesto que el doloroso golpe que bondadosamente me adjudicaste para mi bien me ha tundido el cuerpo, sin duda, aunque ha sido un remedio para mi alma y motivo de júbilo, según nos instruye el sabio: «El primer sabor del castigo que te imponga la mano de tu educador será un tanto amargo; pero, luego se convertirá en algo más delicioso que la misma miel, dulce y clara.» Entonces el lobo dijo al zorro: «Acepto tus excusas y te perdono el mal paso y las molestias que me has causado obligándome a golpearte. Pero todavía deberás ponerte de rodillas ante mí y hundir la cabeza en el polvo.» Y el zorro, sin rechistar, se puso de rodillas, con la frente en el polvo, y adoró al lobo, diciéndole: «¡Haga Alá que siempre triunfes y consolide tu dominación!» Entonces el lobo le dijo: «¡Está bien! Ahora camina delante de mí y sírveme de guía. Y si ves alguna caza, adviérteme.» Y el zorro respondió con el oído y la obediencia y se apresuró a adelantarse. Luego llegó a un terreno completamente cubierto de viñas, donde no tardó en notar a su paso algo sospechoso con todo el aspecto de una celada. Y dando un gran rodeo para evitarlo, se dijo: «Quien camina sin mirar los hoyos, está abocado a resbalar. Por lo demás, mi experiencia de todas las trampas tendidas por Ibn Adán desde hace tiempo, debe ponerme en guardia. Así, por ejemplo, si encuentro algo con forma de zorro en una viña, al revés de acercarme, huyo a toda carrera, porque será, sin duda, una artimaña colocada por la perfidia de Ibn Adán. Ahora veo en medio de este viñedo un paraje que no me parece de buena ley. ¡Cuidado! Volvamos a ver qué es, pero con prudencia, pues la prudencia es la mitad de la bravura.» Y después de razonar así, el zorro comenzó a avanzar poco a poco, aunque retrocediendo de cuando en cuando y olfateando a cada paso; se arrastraba y erguía las orejas para avanzar y retroceder luego. Y acabó por llegar al sitio aquel tan sospechoso. Y tanto, pues pudo ver que era una fosa profunda y cubierta en la superficie con ramas ligeras y manchadas de tierra. Al verlo, exclamó: «¡Alabado sea Alá, que me ha dotado de la admirable virtud de la prudencia y de buenos ojos clarividentes!» Luego, pensando que vería pronto al lobo dar de bruces allí, empezó a danzar con alegría, como si estuviera ya ebrio con todas las uvas de la viña, y entonó este canto:
¡Lobo!, está cavada tu fosa, y la tierra, dispuesta a llenarla.
¡Lobo, maldito, rondador de muchachas, devorador de muchachos!, de hoy en adelante comerás los excrementos que mi culo hará llo...
Índice
- Estudio Preliminar
- Las Mil y Una Noches
- Llegada de la Noche Ciento cuarenta y ocho
- Llegada la noche Seiscientas setenta y una
- Llegada la noche Ochocientas cincuenta y tres