ANTES
Agenda, calendario, estilos, santa comodidad, puntualidad
A diferencia de las cenas familiares o amicales, la Eucaristía dominical tiene el raro privilegio de estar siempre agendada: es obligación moral para el católico celebrar la Santa Misa en domingo –y días de precepto–, o desde sus vísperas.
Esta devota ayuda hace que podamos agendar semanalmente el horario que más haga a nuestro estilo devocional, e inclusive, desde nuestra comodidad horaria, según nuestros gustos personales de tiempos y estilos.
¿A qué nos referimos con “estilos”? En cuanto al misterio celebrado y al rito, la Misa Romana es uniforme en general, pero no es lo mismo una misa con niños que una con jóvenes; inclusive, desde los distintos horarios, las celebradas los domingos a primerísimas horas son bien distintas de las vespertinas de los sábados. Este es el raro, escaso –y dentro de poco tiempo– discontinuado privilegio de vivir en una urbe, donde en una misma parroquia puede haber varios horarios de celebración, sin contar acaso que, tal vez, a menos de diez cuadras haya alguna parroquia con más o diferentes horarios. ¿Por qué decimos “raro y escaso”? En las parroquias del interior del país, suele haber poquísimas posibilidades horarias; a su vez, en distintas capillas dentro de esas jurisdicciones parroquiales inmensas, suele haber misa cada quince días o solo una vez por mes. ¿Es acaso escaso celo apostólico de los curas? Ni ahí: solo son poquísimos. Conozco casos de hermanos curas que, sin temor a equivocarme, pasan un tercio de su vida ministerial arriba de un auto o camioneta, viajando cientos de kilómetros por fin de semana. ¿Por qué decimos también “dentro de poco tiempo discontinuado privilegio”…? En nuestra Arquidiócesis somos cada vez menos curas y los nuevos consagrados no cubren ni en sueños los faltantes, y las necesidades se multiplican geométricamente, año a año. Ya hay parroquias en la Ciudad Autónoma que no tienen párroco y uno debe hacerse cargo de dos sedes, sin contar que solo una cuarta parte de las sedes parroquiales tiene más de un cura.
Esta –por ahora– variedad horaria nos da la posibilidad de aunar o privilegiar gusto y comodidad personal, lo que implicaría la muy remota posibilidad de ser impuntuales… Sí, claro…
Dice Chartrette: “Sea siempre exacto por cortesía...Calcule bien su margen de seguridad… No es tolerable que [el] retraso sea de más de media hora” (1975, p. 92).
Ha quedado como rémora ya antigua que la misa “vale” si llego antes del Evangelio… Dentro de la teología litúrgica, es inaceptable, a la vez que casi ridículo en las buenas maneras. La celebración de la Santa Misa es un misterio celebrativo único, uniforme y homogéneo, no un espectáculo continuado cuyo show empieza cuando uno entra. Cristo está realmente presente en cuanto al despliegue de la celebración desde el canto inicial hasta el canto final. Sería casi pensamiento mágico atribuir la presencia del Señor sólo desde cierto momento hasta otro determinado, como si todo lo demás no fuese misa ni fuese Cristo, porque la misa es Cristo mismo. Pero, como la ley es una para todos, sin excepción, no es tampoco aceptable que la misa comience sistemáticamente tarde por peculiares y particularísimos gustos del celebrante: así como la comunidad debe ser correcta en sus formas eucarísticas, también debe serlo su pastor. Y decimos “sistemáticamente”, ya que siempre existe la involuntaria posibilidad de excepciones a la regla, para laicado y sacerdotes.
Muy jocosamente he hecho partícipe a la feligresía del peculiar y extraordinario milagro que se vive en cada santa misa de los fines de semana… ¿Estoy hablando del maravilloso milagro en el cual Jesucristo, Hijo de Dios e Hijo de Santa María siempre virgen, se queda en las especies eucarísticas? No, no hablo de ese amoroso milagro, sino del simpático que he titulado “La multiplicación de la feligresía en la Misa dominical”. Repetitiva e ininterrumpidamente, fin de semana a fin de semana, mes a mes, año a año, comienza la misa horaria lo más puntualmente posible –responsabilidad en primera instancia del celebrante– con solo un grupito humilde y devoto de feligreses; al correr de los minutos, ese grupito se va “multiplicando” milagrosamente hasta casi, o completamente, llenar el templo.
Muchas deberán ser las razones por las cuales somos impuntuales, algunas, desde nuestras costumbres familiares, otra, desde el vicio adquirido, pero… fantaseando ¿imaginamos al Señor diciéndole a Dios Padre “¡Aparta de mí este cáliz…! Me duermo una siestita y ya estoy listo”. O a nuestra Madre diciéndole a Gabriel “Yo soy la servidora del Señor, que se haga en mí según tu palabra… pero, dentro de unos años…”?
La dilación de aplicarse a sí mismo para evitar el error o vicio de la impuntualidad compite contra la sana espiritualidad, atentando sistemáticamente contra ella, o sea, contra uno mismo.
Estratégica preparación, sin excusas
Si ya tengo definido el estilo, el horario y mi santa comodidad, siempre será estratégico definir de antemano en qué misa participaré, y salvo excepciones razonables, hará a mis hábitos eucarísticos ser consecuente con esa definición.
La misa es Cristo, es Cristo mismo quien me espera, es el encuentro íntimo fraterno, amical y señorial con mi Señor y Redentor. Recordemos… las citas con la persona amada, novio/a, amigo/a, esposo/a, o con alguien sumamente importante y atractivo, de quien dependa mi futuro, mi salud, mi alegría, ¿no me predisponen ansiosamente en todo? Horarios, vestimenta, puntualidad, transporte, etc., etc., etc., forman parte de esa “estratégica preparación”.
“No se puede estar en la misa y en la procesión”, nos dice atinadamente la sabiduría popular. Acceder al sacramento de la Penitencia (Reconciliación o Confesión) durante la misa es aceptable hasta ahí, solo hasta ahí. Es un resabio preconciliar que hoy día, muy lamentablemente, incentiva a aplicar la desdeñable actitud de “matar dos pájaros de un tiro”. Será bueno, buenísimo, llegar ya confesaditos a la misa, pidiendo en la secretaría parroquial una entrevista con algún cura, o pasando por alguna parroquia en que ya sepamos que hay horarios cómodos y disponibles para esta práctica sacramental.
Será muy bueno llegarme a la misa con las lecturas propias de ese día ya sabidas, aunque más no sea una leída rápida: me predispondrá fértilmente al misterio que celebraremos.
Es precepto de la Iglesia el sostenimiento del culto, o sea, el católico tiene la obligación moral de sostener con dinero su propio culto. Muy probablemente hayamos ya escuchado en distintas comunidades parroquiales que no se reciben aportes o descuentos ni del Estado ni del gobierno ni de la curia episcopal: solo es la comunidad quien pone de su bolsillo todo lo necesario para mantener una casa grande con todos sus gastos. Más no ahondaremos. Solo como aporte lo siguiente: ¿cuánto? “Dar hasta que duela”, como decía la Madre Teresa de Calcuta, es una buena medida, pero si no queremos que nos duela, aportemos por cada misa en que asistimos (cada uno de la familia si vamos en familia o los que seamos) el costo de un café en cualquier bar del barrio parroquial. Aunque nos cueste creerlo, si así fuera en un alto porcentaje de parroquias, las colectas se duplicarían y más. O sea que, en esa importante cantidad de comunidades, cada feligrés en cada misa, aporta mucho menos que un café. Si nos da el bolsillo, agreguémosle dos medialunas. Preparemos ese dinero solo para ese objetivo y llevemos de más si es que deberemos realizar otro tipo de gastos.
Si es que deseo poner en las intenciones de la misa las propias (difuntos, acción de gracias, intenciones), me acercaré en la semana previa a secretaría para que queden asentadas. De más está decir que no debe confundirse nuestro óbolo eucaristíco (nuestra “limosna en la misa”, para sostener el culto) con el aporte genuino por nuestras particulares intenciones: son dos razones totalmente distintas ¿Cuá...