Capítulo 1
Salir de tu zona de confort
Cuando era joven y libre y mi imaginación no tenía límites... soñaba con cambiar el mundo. Cuando maduré y me volví más sabio, descubrí que el mundo no cambiaría, así que moderé mis aspiraciones y decidí cambiar únicamente a mi país.
Pero también descubrí que mi país no cambiaría. Al llegar a mi vejez en un último intento desesperado resolví cambiar únicamente a mi familia y mi trabajo. Pero ellos nunca lo permitieron.
Y ahora, al final de mi vida, ¡De pronto me doy cuenta! Si tan solo me hubiera cambiado primero a mí mismo...
Entonces con mi ejemplo habría cambiado a mi familia y mi trabajo. Con su inspiración y aliento, habría podido mejorar a mi país. Y quien sabe, quizá podría haber cambiado ¡incluso el mundo!
Anónimo
«No podemos convertirnos en lo que queremos ser, permaneciendo en lo que somos en la actualidad.»
Max DePree
Actuamos como si el lujo y la comodidad fueran lo más importante en la vida, cuando lo único que necesitamos para ser realmente felices es algo por lo cual entusiasmarnos.
Charles Kingsley
Siendo niño era fanático de un gran número de super héroes y admiraba los poderes que tenían; hoy siendo adulto me doy cuenta que al mirarme en el espejo yo puedo decidir si seré un hombre normal o uno extraordinario.
Puedo decidir cómo me verán los demás a partir de cómo me veo a mi mismo, seguramente si comienzo a confiar en mí, a estar seguro de mí mismo, mi cuerpo, mente y lenguaje me seguirán y las cosas comenzarán a suceder no por arte de magia sino como consecuencia de la suma de estas pequeñas decisiones; también sucede esto cuando mis creencias son contrarias, limitantes o poco generadoras; transmitiré esto a mi mente, cuerpo y emoción, a quienes me rodean, como un mensaje silencioso que me cerrará puertas y caminos o sea, un auto sabotaje.
El creer en uno mismo, la confianza o el convencimiento de poder con todo, no tiene nada que ver con la arrogancia sino con la seguridad de que a pesar que las circunstancias, la vida o determinados etapas sean adversas, yo estoy seguro que encontraré la forma de sobreponerme, por más que no tenga ni idea en algunos momentos de que hacer, por más que me tiren 1000 veces yo me levantaré una vez más, encontrare la salida sin importar cuán grande sea el inconveniente, saldré de mi zona de comodidad y convertiré mis sueños en realidad.
Este libro es la prueba de todo aquello que debí realizar para poder llegar a las personas, para poder vencer todos los miedos y juicios que me impedían hablar en público, que me dejaban paralizado, que me limitaban, el terror que sentía cuando me exponía a la mirada o a la crítica de los demás; estas limitaciones me hacían sentir impotencia y lástima de mí mismo.
Si estás leyendo esta obra ya has salido de tu zona de confort, pero ¿qué es la zona de confort?, seguramente habrás escuchado de ella.
La zona de confort es el lugar, estado, comportamiento o hábito donde estoy cómodo, no representa un reto ya que conozco cada uno de sus recovecos, en ellos me siento seguro, por ejemplo: la rutina de mi trabajo, los pedidos de mi jefe, mis comidas chatarra, mi falta de ejercicio, mi acotada economía, mis programas de televisión, mis series favoritas, mis siestas los fines de semana, las quejas sobre los dominios de mi vida donde no me siento cómodo, porque quejarse frente algo que no me gusta de mi vida también es permanecer en el estado de confort.
No está mal permanecer en esta zona o estado si soy feliz con mi presente, salvo si esto no es así. Si hay dominios de mi vida como el campo laboral, familiar, deportivo, social, económico, de negocios, personal, etc., con los cuales no estoy conforme jamás llegaré a modificarlos en esta zona ya que el crecimiento, el aprendizaje y la superación no están dentro de ella.
Solo cruzando los límites de lo conocido, de mi comodidad y de mis conocimientos podré crecer y conseguir mis metas, en el campo o dominio que sea.
Dejando atrás mí comodidad logré emprender con valentía el camino del éxito en la oratoria, presentaciones, capacitaciones y sobre todo en llegar a los sentimientos de las personas ya que ellas, es muy probable que olviden lo que les dijiste pero no olvidaran lo que les hiciste sentir.
El primer contacto que tuve con el mundo de la oratoria fue en el tercer año de la carrera de Técnico en Seguridad Industrial, en una materia cuatrimestral que se llamaba Capacitación de Personal.
Para su aprobación era necesario preparar grupalmente una capacitación sobre un tema de Prevención y presentarla a personas que estuvieran expuestas a esos riesgos, a modo de capacitarlas.
Recuerdo que la temática era «Manejo de extintores» y una vez que teníamos el material aprobado por Mario (Ingeniero en Seguridad, Docente de la materia), debíamos buscar un lugar, fábrica o institución, para realizar esta práctica en la que seríamos evaluados por él.
Cuando aprobamos el proyecto de la capacitación me contacte con Julio, director de una Institución en la que se enseñaban oficios y de la que yo había sido alumno, consiguiendo que nos recibieran en la escuela para poder implementar nuestro trabajo final.
La presentación del mismo nos había quedado en 25 diapositivas, de las cuales yo debía exponer 5.
Faltaba sólo una semana para la capacitación y mis nervios aumentaban considerablemente al acercarse la fecha.
En forma diaria estudiaba de memoria esas 5 diapositivas; repetía y repetía como un loro, una y otra vez el texto.
No podía imaginarme el hecho de estar parado frente a un grupo de personas y estar hablándoles; el solo pensarlo me causaba pánico y mucho miedo. Esa era una época de mi vida donde mi autoestima estaba muy por el suelo y no podía entender como algunas personas vivían de su exposición frente a otras.
«Van a estar todos mirando», «y si hacen preguntas que no puedo responder», «si se enojan conmigo por algo que digo», «si se me traban las palabras», «si me olvido todo lo que voy a decir», «si me quedo mudo», etc.; estos interrogantes y otros se cruzaban por mi mente.
Días previos imaginaba el momento de la exposición y trataba de minimizarlo, pero la verdad estaba aterrado.
Cuando llego la fecha concurrimos a la institución. Esta escuela era un lugar muy querido por mí; allí se enseñaban oficios como carpintería, mecánica, electricidad, soldadura, tornería, cocina, computación, costura, etc. y mayoritariamente los estudiantes eran adolescentes y personas adultas.
Cuando llegamos al aula había 5 personas esperándonos, algo que me alivió de sobremanera; pensaba que sería como una charla de entrecasa, informal.
En ese momento llego Mario, nuestro profesor, un ingeniero muy simpático pero exigente. Comencé a ponerme nervioso.
Mario me pregunta: –¿Cómo estas Gabriel?
–Bien Mario, le contesto mirando hacia abajo y con voz tenue.
–En un ratito comenzamos chicos, informó Mario terminando de conectar el proyector.
En la palma de mi mano tenía escritas unas líneas, a modo de «machete», por si olvidaba el discurso.
Mi corazón se aceleraba; ¿veía a esas 5 personas y al profesor que se preparaban para una charla mía?
Trataba de pensar cosas positivas, pero nada funcionaba; en un momento dado llega Julio, el director, que con su amabilidad característica nos dijo: –Chicos, aguarden que falta gente. Seguidamente pide que ingresen al aula alumnos de otras salas, entraban, entraban y no paraban de ingresar.
El corazón se me salía del pecho, comencé a transpirar.
–Debe haber un error pensaba, esta gente se equivocó de charla.
Continuaron ingresando hasta que ya no hubo más lugares, había aproximadamente 40 personas sentadas y seguían ingresando.
–¡Ya no hay más lugar Julio!, le comenté al director con vos temerosa y débil.
–No hay problema Gabriel, que se acomoden parados, faltan más todavía; debido a su predisposición realizamos un párate en las clases para qué toda la escuela pueda concurrir a la charla, me contestó con una gran sonrisa.
–No puede ser, pensaba, ¿cómo voy a hacer para hablar delante de 60 personas?, paro toda la escuela para escucharnos!!!!
Había alumnos parados en la sala, el director, asistentes, docentes de los otros cursos y mi profesor.
Todos nos estaban mirando; tenía la impresión que me observaban, fijamente, me clavaban la vista.
Mi transpiración comenzó a aumentar en forma considerable, buscaba consuelo en mis compañeros pero no parecían estar nerviosos; le pregunto a uno de ellos, con voz baja y de espalda al auditorio, –Emmanuel: ¿Cómo estás? ¿Tenés nervios?
Emmanuel me contesta entre dientes: –Más o menos Gabriel, y comenzó a reírse.
Pero ¿cómo?, pensaba yo, ¿soy el único que esta de la cabeza acá?, todos mis compañeros están con la emoción a flor de piel y yo con ganas de llorar, de retirarme o más bien de escaparme.
–Bueno chicos comiencen, nos apuntó Mario, el profesor.
Estas palabras resonaron en mi cabeza como una sirena.
–Gabriel es la hora de irte a tu casa, a tomar mate con tu abuelo y charlar con tu abuela, pensaba.
–No, no puedo irme de acá sin dar la charla; no voy a aprobar la materia, me decía una vocecita dulce en mi pensamiento.
Mientras otra me decía, que jamás podría dar una capacitación, que yo no servía para esto, que la prueba era lo mal que me sentía al estar expuesto ante estas personas y que lo mejor era esperar la jubilación en el super ya que allí nunca tendría que pasar por este difícil momento.
La vocecita dulce me decía que recordara que si bien me estaba sintiendo mal por estar allí, mi abuelo y mi tío habían trabajado de instructores en el Ferrocarril, que ellos habían vivido de las capacitaciones y eran reconocidos por su trabajo; les fascinaba lo que hacían. Yo me había criado escuchándolos hablar y estudiar sus cursos, colocando láminas de cartulina con planos de circuitos en el living de casa. Había leído sus cuadernos y carpetas de los cursos que daban y que, todo esto, siempre me había llamado la atención; alguna marca me habían dejado, había algo muy escondido dentro mío que pedía a gritos que lo dejara salir.
Pero de repente despierto de esta ilusión y me choco con la realidad, la dura realidad, que yo no quería y no podía estar más parado en este lugar, frente de toda esta gente porque estaba aterrado, tenía pánico, tenía terror, tenía miedo a exponerme, miedo a la oratoria.
Me tocaba último en el grupo, cada uno con 5 diapositivas, nos colocamos en el orden de presentación y comenzamos, uno por uno.
Los minutos pasaban y a medida que se acercaba mi turno de exponer, la garganta se cerraba más y más hasta el punto que quería hablar y no me salía la voz.
Termina Emmanual, continúa Sarli «la Coca» y sigue Camilo, luego sería mi turno.
Mientras estaba sumergido en mi mundo dramático, escucho una voz que me dice:
–Gabriel, seguís vos.
Yo no contesto.
–Camilo me toca el brazo y me dice: –Gabi, dale… es tu turno.
Para ese entonces, Camilo, Emmanuel y «la Coca», todos mis compañeros, Julio el director, Mario el profesor, 10 instructores de diferentes cátedras y 60 alumnos de la escuela de oficios nocturna Piloto estaban mirándome, me clavaban sus ojos.
Di un paso al frente, volví a mirar a todos y noté que quería hablar y no me salían las palabras.
El tiempo se detuvo, todo iba en cámara lenta, pero no mi cabeza, esta estaba a mil.
Traté de hacer un esfuerzo nuevamente por decir una palabra y logré que me saliera algo.
–Bueno, creo que me toca a mí, pude pronunciar con mucho esfuerzo.
Es en ese momento cuando comencé a decir mirando el piso, de forma memorística, todo lo estudiado semanas anteriores, repitiendo como un loro.
Hombros hacia abajo, avanzaba en la exposición y no cambiaba las diapositivas de la pantalla, es en ese momento cuando uno de mis compañeros se dio cuenta y comenzó a pasarlas, siguiendo la temática.
La transpiración me corría por todo el cuerpo, mis manos temblaban.
En 5 minutos dije todo, sin mirar a nadie, sin hacer ninguna pausa, sin aclarar nada y para variar sin hacer un cierre, ...