
La independencia cuestionada
Independencia y República: Declaración y logros ¿cuestionados? (Para un enfoque a largo plazo)
- 272 páginas
- Spanish
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La independencia cuestionada
Independencia y República: Declaración y logros ¿cuestionados? (Para un enfoque a largo plazo)
Descripción del libro
Ni la independencia ni la República de Venezuela nacieron definitivamente con la primera Declaración de Independencia en 1811. La independencia fue un hecho de armas que nació con el triunfo en Carabobo del Ejército de la República de Colombia en 1821 y se consolidó con la batalla de Ayacucho en 1824. La república fue una obra de la civilidad que quedó establecida al promulgarse la Constitución de la República de Colombia en 1821. Nacimos, pues, a la vida republicana en el seno de nuestra más grandiosa creación sociopolítica: la República de Colombia, que reiteradamente se proclamó "libre por sus leyes e independiente mediante sus armas". La definitiva institucionalización de la república fue una obra civil y no militar, que como tal debe rescatarse frente a las versiones de la historia patria y la religión heroica. Los venezolanos, para Germán Carrera Damas, somos objeto de una empresa de desorientación de nuestra conciencia histórica, dirigida a introducir la confusión perversa entre "independencia" y "libertad", que no son en absoluto sinónimos.
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Información
Conciencia histórica y acción política[26]
Presentación
Introducción
«... participar en la discusión que tiene lugar entre los historiadores venezolanos, con motivo del reexamen de los criterios que han predominado en la llamada Historiografía tradicional [...] se trata de la actualización crítica de una dolencia que desde hace ya largo tiempo aqueja nuestra historiografía. [...] En la cátedra, en las publicaciones, en las conversaciones privadas, se hace presente la urgencia de reconsiderar «verdades inmutables» y «resultados inobjetables», como condición previa a la construcción de un conocimiento histórico acorde con las normas de la historiografía científica. Nada hay de gratuito en esta urgencia. Ella responde, en el fondo, a una característica del conocimiento histórico, cual es la periódica revisión determinada por la necesidad de comprender cabalmente procesos cuyas más recientes expresiones cuentan entre las tareas que como pueblo tenemos planteadas (pp. II-III).»
«... la Historia no ha sido casi nunca entre nosotros un objeto de conocimiento, sino una práctica religiosa. Postrados ante su propia historia, se ha querido tener y conservar a pueblos que a un pasado mal conocido y bien adulterado, unen un presente que no reconoce más signo que el de la combativa creación de su derecho a justificar ese pasado tan enaltecido, y ello en términos de libertad e independencia. [...] Forma religiosa antes que científica, la historia oficial cumple a la par tanto funciones de creadora de olimpos para uso de la religión civil, como de celosa guardiana de los dogmas por ella creados. Y no son pocos los recursos a su alcance para montar una guardia eficiente. [...] Desde el control de las instituciones dedicadas específicamente a ese culto, hasta la advertencia, amonestación o sugerencia amistosa en el campo del ejercicio pedagógico, todos son medios de hacer presente la vigilancia y la sanción.»¿Qué pretenden quienes se levantan airados contra todo acto de reelaboración crítica de nuestra historiografía? Poblar nuestro pasado de intocables, sembrarlo de «verdades incontrovertibles», a eso aspiran. Creaciones endebles, al fin y al cabo, puesto que no se bastan a sí mismas para enfrentar la crítica, sino que precisan de recursos extra-historiográficos [sic] para sobrevivirla. De allí que debamos presenciar con pena, con pena de pueblo, las ridículas admoniciones contra las obras de cualquier género «que falsean nuestro pasado histórico», centrando esas admoniciones no en las características o posibilidades de la obra misma, sino en el auxilio de potestades ambiguas, fabricadas, polivalentes, que se ha dado en tomar por conciencia nacional. [...] Estas prácticas nos han abocado a la tarea urgente y vital de liberarnos del peso agobiador de un pasado histórico que acogota buena porción de nuestra fuerza creadora, y esto no solo en el campo de la Historiografía.»... Aniversario tras aniversario de momentos significativos de nuestro pasado, darán ocasión al despliegue de actos conmemorativos orquestados por la historia oficial. ¿Con qué objeto? ¿Se pretende solo robustecer la segunda religión del pueblo? De ser así, el único saldo sería el reforzamiento de la férula que aquella mantiene sobre nuestra conciencia histórica, y no habremos avanzado ni un paso hacia la inteligencia del pasado [...] Más hace avanzar la ciencia histórica una «irreverencia» parcialmente injusta que cien tomos de apologética tradicionalista. La primera despierta, enerva el pensamiento creador, vivifica el ser fosilizado de la historiografía oficial. Los segundos asfixian, oprimen, obscurecen. En suma, actos que en su época fueron de insurgencia, de rebeldía, de revisión de cánones establecidos, se ven desvirtuados a la hora de expresar sus más prolongados beneficios, a la hora de ver trocados en realidad actuante lo más preciado de su legado, que consiste en mantener alerta la conciencia de un pueblo necesitado de una clara comprensión de su pasado en tiempos de azaroso presente.»
«Como parte de la tarea espinosa y nada tranquila de someter a reelaboración crítica nuestra historiografía sobre la emancipación, debemos considerar la intención que nos anima en estas líneas: la de contribuir a liberar la Historia de Venezuela del peso inmenso y glorioso, pero gravoso para la inteligibilidad de nuestro pasado histórico, representado por la figura del Libertador. Liberarnos del Libertador, aunque parezca inconsulta irreverencia, es condición para despejar el sentido de nuestro acontecer histórico con arreglo a criterios más acordes con la concepción científica de la Historia.»
«... nos llevaría a comprender y a poner de evidencia el trágico saldo que en el orden de la estructuración de la república a lo largo del siglo XIX, arroja esa inicial condena bolivariana de los hombres de 1810-1812, cuando, por obra de ideólogos comprometidos con causas aviesas, y gracias a una historiografía, bélica, militarista y heroica, se convirtió en base de teorías orientadas a desvirtuar las posibilidades del orden republicano civil, en provecho de formas dictatoriales militares, cuyo resultado histórico ha gravitado tan dolorosamente en la vida de nuestro pueblo.»
«Bien puede el historiador comprobar objetiva y desapasionadamente el grado de desarrollo cultural de una sociedad en el pasado. Los documentos le revelan entonces una realidad a cuyo estudio se entrega movido por fines específicos en los cuales pueden intervenir, pero no necesariamente, factores emocionales [...] De naturaleza muy diferente es el efecto que siente el historiador cuando prolonga su análisis hasta el propio tiempo, y llevado por el impulso de su indagación compara, concluye. Así, experimentar, en el sentido de tener una vivencia inmediata, del grado de desarrollo cultural de la sociedad de su tiempo, puede causarle ingratas sorpresas. Aunque, a decir verdad, en el caso que nos ocupa mal puede hablarse de sorpresas. Valdría mejor hablar de una realidad cuya existencia era conocida, pero que se ha mostrado de pronto, brutalmente, en un nivel de intensidad superior al que se le suponía.»Varias veces hemos hablado de los recursos de la anti-ciencia en el campo de la Historia, Nos hemos referido, también, a la suerte de segunda religión creada y conservada por la historia oficial, expresada preferentemente en el culto a los héroes. Asimismo, hemos puesto de relieve el peso de la conciencia histórica de nuestro pueblo en la cultura nacional, y hemos subrayado cómo esa hipertrofiada capacidad de vibrar bajo el estímulo de la evocación histórica le ha hecho buena pasta para manejos de indudable intención anti-popular. He allí, sin embargo, los elementos del problema que deseamos plantear.»La anti-ciencia, y entendemos por tal en historia la densa maraña de superstición, dogmatismo, ignorancia, intereses, etc., que entorpece, combate y hasta impide el desarrollo del conocimiento histórico con arreglo a las normas de la investigación científica, echa mano de todo género de armas para preservar y extender sus dominios. Ante nada retrocede. Se sabe a sí misma fuerte de las armas que su propia práctica crea: el oscurantismo y su séquito de alimañas.»Manifestado en terrenos de la segunda religión, la heroica, este oscurantismo no difiere mucho del practicado en los de la otra religión. Entiende guardar de la luz, defender de la razón, negar de la inteligencia, su botín histórico: el culto a los héroes. No discute ideas; anatematiza autores. Nada más extraño a sus fines que los propios del conocimiento histórico.»Efecto y causa, al mismo tiempo, de esa religión heroica, es en buena parte la conciencia histórica del pueblo venezolano. Infortunadamente, no se trata de una conciencia histórica sana, bien orientada, forjada al calor del estudio científico de los hechos del pasado de ese mismo pueblo. Se trata, en cambio, de una abigarrada y confusa elaboración que se mantiene en pie gracias a un simplismo que florece en la ignorancia: el culto a los héroes, cuya acción desvirtuadora se ha pretendido justificar alegando que el pueblo, que la conciencia nacional, necesitan símbolos representativos del afán de superación moral y ciudadana que nos hará un pueblo grande. Ante ese argumento, ingenuo sería creerlo siempre animado por la buena fe. Pero ni aún cometiendo pecado de ingenuidad militante logra sostenerse semejante artificio. ¿Qué crean de esa manera? Una falsa conciencia, un espejismo, una sarta de mitos. El pueblo es su propio símbolo, y su doctrina está en el hacer, en el construir paso a paso y todos los días su propia historia. Es esa la conciencia que debemos robustecer e informar: la de un pueblo que realiza sus posibilidades históricas y que vive el pasado como un balance superado de ese hacer. Pero no, la conciencia histórica que le ha sido formada al venezolano por obra de los sacerdotes cruzados de la segunda religión, utilizando el vehículo de la escuela primaria, las publicaciones, las «efemérides patrias», etc., es una conciencia inhibidora de sus impulsos, de sus esfuerzos. Es un lastre. Ni ayuda a mejor comprender nuestro pasado, ni contribuye a fortalecer nuestra conciencia nacional. Ese es el triste saldo de una empresa tan larga como dañosa.»Grave simpleza sería pensar que empresa tan celosamente adelantada obedece únicamente a consideraciones culturales. Son inagotables las demostraciones del uso que se le ha dado para abonar causas por completo ajenas a los intereses del pueblo venezolano, contradictorias con sus intereses democráticos. Puesta al servicio de regímenes dictatoriales, la segunda religión ha servido muchas veces de diversión encubridora de designios antinacionales, aún frescos en la memoria de todos los venezolanos. Bástenos recordar las Semanas de la Patria.»
Parte I
«No estoy seguro de que el poseerla y ejercitarla sea una ventaja; tampoco de que sea fuente de solo desilusión. Creo que, bien vista, es sobre todo un instrumento eficaz para la verificación de la auténtica innovación. Me refiero a la conciencia histórica.»Es cierto que en ocasiones su intervención nos priva del placer de gozar de la emoción de confrontar lo nunca antes visto. Pero no es menos cierto que con más frecuencia nos salva de caer en falsos encantamientos. Me refiero, por supuesto, a la conciencia histórica.»La dificultad comienza, realmente, cuando nos adentramos en el sentido profundo de la conciencia histórica y desembocamos en un estado de desconcierto. Tal cosa sucede porque la noción de cambio es uno de los componentes esenciales de la conciencia histórica. Esa noción nos advierte que lo que es no siempre ha sido; ni lo que ha sido será siempre; y, correlativamente, también nos lleva a comprender que lo existente es a un tiempo lo que ha sido, lo que dejará de ser y lo que será. Con este precioso acertijo lógico, la conciencia histórica nos entrega la clave del alcance real de lo nuevo, y por lo mismo el de las posibilidades de innovación.»Cada cierto tiempo asedia nuestra capacidad de comprensión la proposición de una nueva clave para la comprensión de lo real. Se desgastan y se van incorporando a esa panoplia de armas en desuso que es la historia de las ideas. Pero, armas al fin, basta que un ingenio acucioso se ponga a manipularlas para que recobren su letal capacidad de funcionamiento. Por esto más de uno ha perdido la vida, arrebatada por un arma que ella misma parecía muerta.»Ahora bien, ningún arma se compara con las ideas en su capacidad de hacer mal. Esto lo saben los verdaderos intelectuales. Por eso no juegan con las ideas, como alguien prudente enseña a no jugar con las armas. Es más, lo que realmente distingue al intelectual es su profundo respeto por las ideas. Saben de su insuperable potencia para dar la vida como para quitarla. En el primer caso es lo mismo que guiar a un pueblo, en el segundo es lo mismo que ilusionarlo.»Solo que el ejercicio de la conciencia histórica implica correr un riesgo. Es el de encallar en el escepticismo; ese cuya esencia ha sido recogida con tanta sencillez como acierto en el proverbio que nos previene contra la candidez de creer que alguna vez el sol ilumina algo nuevo. Pero hay un grado superior en la escala del escepticismo. Consiste en la convicción, históricamente fundada, de que el fondo de las ideas manejadas por la humanidad tiende a agotarse, si no lo ha hecho ya; y que estamos entrando en una fase de la hasta ahora ...
Índice
- Prólogo
- Introducción. Sobre momento histórico y conciencia histórica
- Textos relativos a la conmemoración de los doscientos años de ¿la Declaración?, ¿de Independencia?
- Textos complementarios de los relativos a la conmemoración de los doscientos años de ¿la Declaración?, ¿de Independencia?
- Notas
- Créditos