El arte de la evangelización
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El arte de la evangelización

  1. 128 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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El arte de la evangelización

Descripción del libro

La evangelización debe ajustarse a la vida de la iglesia local. Implica discipulado integral. No se trata sólo de ganar personas para Cristo sino también de entrar en un proceso de discipulado que lleve a aprovechar todas las riquezas de la fe cristiana.

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Información

Año
2016
ISBN del libro electrónico
9788482676326
Capítulo 1
LA IGLESIA METODISTA
Y EL FUTURO DE
LA EVANGELIZACIÓN
EL FUTURO DE LA IGLESIA METODISTA
La Iglesia Metodista puede desempeñar un papel estratégico en la evangelización durante la próxima generación.
Muchos metodistas encuentran esto difícil de creer; quizás, algunos de ellos, ni siquiera quieren creerlo. Pero estoy convencido de que es cierto. La evidencia de esto deriva de diversas fuentes. En lo que sigue quiero mostrar esa evidencia lo más concisamente posible.
Al comenzar esta tarea es crucial el reconocer desde el principio que la evangelización depende primera y primordialmente de la obra del Espíritu Santo. Este es el terreno más seguro para el optimismo acerca del futuro de la evangelización en el metodismo y en cualquier lugar. Nuestra meditación debe comenzar en este punto.
JUAN WESLEY Y LA OBRA DEL ESPÍRITU SANTO
El mismo Wesley y sus colaboradores reconocían muy bien este hecho. Para su sorpresa, se encontraron a sí mismos formando parte de un movimiento que surgió cuando el Espíritu Santo invadió e inundó sus vidas. Algunas veces el Espíritu vino como un potente viento y, literalmente, arrebató a la gente. Otras veces el Espíritu vino como delicado rocío; la gente se despertaba por la mañana y sabía que Dios había estado con ellos y los había cambiado. Otras veces el Espíritu era como un fuego que les quemaba por dentro al oír las buenas nuevas del Evangelio. Francis Asbury, uno de los pioneros del Metodismo en E.E.U.U., describe esto de forma gráfica cuando habla de tener un tiempo de (ternura) derretimiento con la gente en presencia del Señor; éste era su modo de reconocer la dependencia radical del Espíritu Santo en la tarea evangelizadora a la cual había sido llamado. Podemos también añadir que los irlandeses que comenzaron el metodismo en América del Norte, ya sabían por propia experiencia en su tierra que sin el Espíritu su obra era totalmente en vano.
Lo que sorprende de Juan Wesley es su enfoque de todo el tema de la obra del Espíritu en la evangelización. Esto se comprende mejor cuando comparamos a Wesley con Jonathan Edwards y con Charles Finney. Edwards fue contemporáneo de Wesley y presenció precisamente la misma clase de fenómeno en el Gran Avivamiento que presenció Wesley. Ciertamente Wesley leyó a Edwards muy cuidadosamente y recomendó sus obras a otros con entusiasmo. Esto fue extremadamente sabio, ya que Edwards es uno de los mejores comentaristas sobre la renovación que la iglesia ha visto.
Lo que emerge en el análisis de Edwards sobre la obra de Dios es una sensación magnífica de temor reverente y admiración ante la presencia del Señor soberano, majestuoso en esplendor y belleza. Los intereses de Edwards son múltiples pero está especialmente interesado en separar el oro de la paja. Por esta razón, se pone mucho interés en determinar cómo uno debe distinguir entre lo que es verdaderamente la obra del Espíritu y lo que es un fraude. En su época, como en nuestros días, había muchos inadaptados que podían llevar fácilmente por mal camino a aquellos nuevos cristianos que deseaban encontrar una fe auténtica. Por ello, Edwards se puso a comprender, enseñar, defender, y aconsejar. Al leer a Edwards uno capta un profundo calvinismo en el trasfondo. La obra de Dios es, después de todo, la obra de Dios. Es cuestión de un decreto eterno de Dios el que Dios derrame su Espíritu aquí en lugar de allí, en este momento y no en aquel momento. Incluso hasta hoy día aquellos que escriben dentro la tradición calvinista sostienen que los avivamientos en la Iglesia son un asunto de decreto divino. Dios se mueve y las cosas son transformadas durante un tiempo; después todo vuelve a ser como de costumbre. La obra de Dios en la conversión y en las temporadas de avivamiento es milagrosa. Es completamente un asunto de acción y elección divinas; aunque Dios obrará por medio de instrumentos humanos libres cuando decida moverse.
Charles Finney puso todo esto patas arriba. Casi un siglo después del ministerio de Edwards, abrió camino a través del este y del medio oeste de los Estados de Norte América dejando miles de conversos comprometidos con el cristianismo. Aún hoy, es una leyenda para miles de personas que siguen su ejemplo en el enfoque de la evangelización. Su enfoque de evangelización era práctico y humano. Por supuesto, creía que la obra del Espíritu Santo era esencial. Así que iba acompañado del hermano Nash que no hacía nada mas que orar por el ministerio de Finney; y hacia el final de su vida Finney reconoció que había fallado al no dar suficiente importancia a la obra del Espíritu en sus esfuerzos. Pero, en general, Finney tomó una perspectiva muy distinta a la de Edwards. Insistió en que los despertares o avivamientos eran fundamentalmente los efectos de la actividad humana. Su analogía favorita se extrae de la vida de un granjero: preparas la tierra, plantas la semilla, abres las mangueras, y entonces recoges los resultados. Igualmente ocurre con la cosecha de almas. Oras, preparas las reuniones pertinentes, enseñas y predicas la verdad como un abogado frente al jurado, haces un llamamiento, instruyes a los conversos adecuadamente, y obtienes como resultado un avivamiento. Los avivamientos no son milagros, son los efectos predecibles de ciertas medidas que la iglesia pone en práctica en la cosecha de almas.
Wesley se mantiene en el punto central entre dos polos. Su cabeza está más con Edwards que con Finney; pero sus manos y sus pies están más con Finney que con Edwards.
Es un teólogo demasiado bueno para aceptar la clase de humanismo basto que está constantemente acechando a la teología de Finney. Esta clase de humanismo es la dominante en el fundamentalismo moderno, aunque generalmente sus defensores carecen de discernimiento espiritual para verlo. Wesley conocía muy bien las profundidades de la maldad y corrupción humanas, y su teología de la gracia no le permitió, ni por un instante, aflojar la primacía de la obra del Espíritu en toda evangelización auténtica. Pero también sabía que el Espíritu obra a través de ciertos medios que Dios ha ordenado. Por ello, no tenía tiempo para aquellos que optaban por una religión pasiva, que sólo esperaban ociosos, como un calvinista cansado, a que Dios enviase un fuerte viento del Espíritu. Halló esto muy pronto en su ministerio al encontrarse con los moravos y se enfrentó a ello enérgicamente. Insistió en que el pueblo de Dios debiera sentarse en una conferencia, conversar inteligentemente sobre la obra de Dios, y entonces, inspirados y guiados por el Espíritu Santo, deberían poner por práctica aquellas costumbres y tradiciones que mejor sirvieran al Espíritu Santo en la renovación de la creación. Esto significaba que él era un asiduo organizador, predicador, maestro, crítico, escritor de cartas, controversista, motivador, y teólogo. La imagen obvia para iluminar esta idea es aquella de un barco de vela grande lanzado al océano. No sirve para nada amarrado en el muelle, siendo siempre equipado. Además, cuando el barco es sacado del puerto no puede moverse sin los vientos. Por tanto hay que izar las velas para que reciban toda la fuerza del viento. Y no basta con desplegar las velas de cualquier manera; hay que situarlas con destreza si se quiere que sean utilizadas con la máxima eficacia. Igualmente en la obra de la evangelización. La Iglesia ha de ser aparejada con diverso equipo, especialmente con el evangelio de Jesucristo. Sólo entonces, la Iglesia, puede aventurarse hacia alta mar. Es necesario largar las velas con propósito y con cuidado. Con éstas en su lugar, podemos confiar en el viento del Espíritu para que sople sobre ella y anime su vida con gracia, dirección y amor.
Parte del genio de Wesley como evangelista fue su habilidad para ejercer la clase de equilibrio que les falta a Edwards y a Finney. Por un lado confiaba completa e implícitamente en el Espíritu Santo. Por otro lado buscaba inexorablemente aquellos medios que serían de valor para Dios en la salvación del mundo. Esta es, ciertamente, una razón del porqué dirigió un tipo de gira de estudio de los asentamientos moravos en Alemania. Quería estar en contacto cercano con aquellos que estaban involucrados en algo importante en la obra de Dios. De mayor importancia es, que esperaba que el Espíritu Santo bendijese aquellos medios que habían sido puestos a su disposición en oración, con humildad y fe. Esto fue precisamente lo que ocurrió. Sus efectos, a doscientos cincuenta años vista, aún son sorprendentes para aquellos que se preocupan por examinarlos con simpatía.
EL PESIMISMO ES IMPOSIBLE
Sólo por esta razón, uno no puede ser finalmente pesimista sobre el futuro de la evangelización. Es una obra que depende crucialmente de la obra del Espíritu Santo y cualquiera que se pare a reflexionar sobre lo que esto significa no puede volcarlo argumentando que nuestra situación presente es demasiado sombría o que nuestros recursos son inadecuados. Esto es exactamente lo que se podía haber dicho de la iglesia primitiva en Jerusalén. Es exactamente lo que muchos pensaron y sintieron sobre los metodistas primitivos. La fe, no obstante, por medio de los ojos de la revelación divina ve la situación de modo totalmente distinto ya que la fe conoce que la obra de evangelización es finalmente la obra de Dios, y Dios sencillamente no abandona sus propósitos de salvar y renovar la creación.
Por supuesto que uno puede preguntarse, legítimamente, si la Iglesia Metodista será utilizada por Dios en la obra de evangelización. Quizás Dios, habiéndola levantado, entrará en juicio con ella para que desaparezca de la superficie de la tierra. Es más, uno puede legítimamente preguntar si la Iglesia Metodista está en un estado apto para ser de mucha ayuda a Dios en la evangelización. Quizás, en el metodismo, hay demasiado orgullo y corrupción para ser de utilidad a Dios en la próxima generación. Además, uno puede legítimamente preguntar si los futuros líderes y miembros de la Iglesia Metodista estarán genuinamente abiertos al Espíritu Santo en la tarea evangelizadora. Quizás la totalidad de la membresía de la iglesia caiga en una vil apostasía rechazando la presencia de Dios en medio de ellos.
Estas no son disquisiciones vanas. Hay momentos en los que el más cándido de los observadores deberá admitir que es cuestionable si la Iglesia Metodista está realmente en un estado apto para ser utilizada por Dios y si existe realmente una sensibilidad genuina hacia el Dios vivo en la iglesia. Pero hay dos cosas que son ciertas: Dios está comprometido con el cometido de extender su amor y gobernar a través y por medio de la creación y, Dios bien puede usar toda clase de instituciones en este proceso. Incluso si la cosas están tan sombrías como algunos piensan, siempre hay posibilidad de renovación. Después de todo, el Metodismo mismo comenzó como un movimiento de renovación y, aunque final y trágicamente se separó de su parentesco institucional, no hay certeza de que la historia tenga que repetirse necesariamente.
Por lo que deliberadamente dejo a un lado las predicciones directas sobre el futuro. No sé si la Iglesia Metodista cumplirá las predicciones que sus fieles y sus críticos han hecho sobre ella. No tengo ninguna bola de cristal que me diga que despertará y llegará a ser el gigante que podría ser en los propósitos de Dios o que está destinada a deslizarse hacia el olvido. Estas cosas están enteramente en las manos de Dios.
Lo que encuentro interesante y que merece ser señalado es que la Iglesia Metodista tiene recursos sorprendentes que, si son genuinamente puestos a disposición del Espíritu Santo, podrían mostrar tener un fruto extraordinario en la evangelización. Es más, estoy preocupado por convencer al pueblo Metodista y a sus líderes de que éste es realmente el caso. Mis reclamaciones no son de tipo retórico lastimero con el propósito de mantener nuestro ánimo durante una generación más; tienen la intención de un análisis directo y realista de como están las cosas en realidad.
Aun así, aventuraré no una predicción sino una profecía. Aquellas partes de la Iglesia Metodista que recuperen el evangelio del reino de Dios, presten atención al llamamiento del Espíritu Santo, y sigan las sugerencias que siguen, no deben temer por su supervivencia en el futuro. Aquellas partes que no lo hagan y simplemente continúen como de costumbre tienen un futuro precario en su horizonte.
LOS RECURSOS DE LA IGLESIA METODISTA
Ahora podemos examinar los recursos que la Iglesia Metodista tiene a su disposición en el campo de evangelización. Mi tesis central es que la Iglesia Metodista está en un lugar excepcional para ser una fuerza vital en la evangelización de años venideros. ¿Cuáles son los recursos que pueden estar a disposició...

Índice

  1. Cubierta
  2. Página del título
  3. Derechos de autor
  4. Índice
  5. Presentación
  6. Prefacio
  7. Prólogo
  8. 1. La Iglesia Metodista y el Futuro de la Evangelización
  9. 2. Las Opciones en Evangelización
  10. 3. El Evangelio
  11. 4. Compartiendo el Evangelio
  12. 5. Conversión, Bautismo y Ética
  13. 6. Credo, Dones y Disciplinas Espirituales
  14. 7. De la teoría a la práctica de la evangelización
  15. Apéndices