
- 160 páginas
- Spanish
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- Disponible en iOS y Android
El síndrome del lector
Descripción del libro
El síndrome del lector no es una enfermedad que venga reseñada en ningún manual de medicina, pero ha sido descrita con frecuencia en la literatura. Es imposible pasar por alto sus síntomas: el enfermo lee y lee sin medida, llueva o haga sol, de día o de noche, en la salud o en la enfermedad. Los afectados, sin embargo, no creen estar realmente enfermos ya que leer es para ellos algo tan necesario y tan natural como respirar. Son personas que en su maleta incluyen más libros que ropa y para las que el plan perfecto de un sábado por la tarde es ir de librerías. Gente, ya lo ven, que no tiene remedio. Y es que si alguien inventase un remedio para curar este síndrome, ninguno de los enfermos querría tomárselo.Los textos que componen este volumen tratan de ellos, y lo hacen desde el conocimiento más profundo, pues la autora padece una variedad aguda de este síndrome. En él se estudia desde todos los ángulos posibles a los lectores, la propia lectura y una de las consecuencias más frecuentes del síndrome del lector: la bibliomanía o bibliopatía. Por él desfilan, entre muchas otras cosas, bibliotecas, autores olvidados, acumuladores de libros, experiencias de lectura, packs literarios, recetas lectoras, formas de guardar los libros, viajes literarios y, por supuesto, las biografías de algunos grandes –y a menudo excéntricos– coleccionistas de libros.El síndrome del lector –que tiene su origen en el blog Notas para lectores curiosos– es un libro para enfermos de la lectura, para lectores compulsivos, para aquellos que conciben la lectura como un acto de creación permanente. Lectores apasionados y activos que encontrarán en él aún más motivos para afirmarse en el valor de la lectura y el amor por los libros. Pues "la lectura y la vida no están separadas, son simbióticas", como dijo Julian Barnes.La autora nos habla de su obra en este post de su blog: "El síndrome del lector".
Preguntas frecuentes
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Información
curiosidades librescas
la vida íntima de los libros
¿Los libros se reproducen entre sí?Por supuesto que sí. Si no, ¿cómo se explica que aparezcan libros desconocidos, sobre todo en las pilas olvidadas o en los armarios cuya oscuridad propicia el atrevimiento? ¿Quién no se ha encontrado, en su propia casa, un libro cuyo autor y cuyo título no asocia con ningún recuerdo? No queda pues más remedio que recurrir a la explicación de que se reproducen. […]Lo que yo creo es que hay palabras, frases, párrafos y hasta capítulos enteros que se hartan de pertenecer a un libro que no les gusta, o en el que se sienten superfluos o utilizados torpemente. De modo que deciden emanciparse y salir de ese ejemplar. Ninguna frase ha querido irse nunca de Madame Bovary o de Viaje al fin de la noche, claro está, donde todas las palabras se sienten a gusto e indispensables. […] Pero hay muchísimos libros donde las palabras se mueren de aburrimiento. Las más valientes deciden, en solitario o en grupo, salir por pies. […] De todo lo anterior se deduce que cuanto mayor sea el número de libros mediocres o inútiles de una biblioteca o una librería, mayor será el riesgo de reproducción. Las obras maestras de las que no se quiere escapar ninguna palabra, por el contrario, carecen de descendencia.¿Tienen los libros, como usted y como yo, estados de ánimo?¡Pues claro! ¡A una biblioteca que está enfurruñada se le nota, qué caramba! Los libros, arrugados y grises, tienen un aspecto huraño. […] De hecho, los días que están de malas se les eriza el lomo, se esconden, se zafan, no se encuentran donde la mano creía que estaban. La mano busca, se desplaza, se pone nerviosa y no encuentra el libro. Y si lo encuentra, se le escurre y se le cae. La mano se lamenta por ser tan torpe cuando en realidad es el libro el que se ha tirado a propósito. […] Por el contrario, si están de buenas, salta a la vista con qué fluidez se alinean; cómo captan y tamizan la luz para resaltar el título, el nombre del autor y el de la editorial que llevan impresos en el lomo brindado, y así atraer a todo tipo de curiosidades; el aspecto de disponibilidad pizpireta que adoptan; si tienen un buen día, los libros facilitan las búsquedas. Los hay que incluso tienen la deferencia de abrirse por iniciativa propia por la página donde estaba subrayada la cita que buscas, y otros, amables de verdad, que ofrecen espontáneamente, en un instante, dos o tres ideas que no esperabas encontrar ahí y que te van a venir muy bien.¿Los libros se mueven solos?Sí. Prueba de ello es que algunos cambian de sitio en su propia balda, que resulta imposible encontrarlos donde se los dejó y que su movimiento altera el orden alfabético. Casi siempre son las peleas entre vecinos las que provocan estos desajustes absurdos. […] algunos no soportan estar pegados a otros libros manifiestamente mediocres o a obras cuyo autores les parecen indignos para convivir con el nombre que llevan impreso en la cubierta. […] Es patente que algunos libros, que nadie ha prestado ni robado, desaparecen de las bibliotecas y se van por sus propios medios del piso o de la casa donde viven. Esas fugas, muy poco habituales y que demuestran, aún más si cabe, que los libros tienen autonomía para moverse, se deben bien a riñas vecinales exacerbadas –ya no aguanto más, me voy de aquí–, bien a humillaciones insoportables. Un libro puede sentirse humillado si nunca lo abre nadie, si lo colocan en una estantería inaccesible donde pasa años sin que la mirada de su dueño–lector lo roce siquiera, si el polvo se le acumula encima…
¿de dónde sale ese título?
- El gran Gatsby pasó por varias encarnaciones previas antes de dar con su título definitivo, y considerablemente más satisfactorio, entre ellas algunas tan espantosas como Trimalchio in West Egg (Trimalción en West Egg); Among the Ash Heaps and Millionaires (Entre las cenizas y los millonarios); Under the Red, White, and Blue (Bajo la roja, blanca y azul); Gold–Hatted Gatsby (Gatsby el del sombrero de oro). Cuesta creer que la obra hubiese llegado a ser un éxito de haber llevado alguno de estos títulos.
- A los veintiún años, Carson McCullers mandó seis capítulos de su primera novela, The Mute (La muda), a la editorial Houghton– Mifflin, que le ofreció un anticipo y rápidamente cambió el título por el de El corazón es un cazador solitario. Ahí, creo yo, estuvieron acertados.
- Vladimir Nabokov planeó originalmente llamar The Kingdom by the Sea (El reino junto al mar) a su luego famosísima Lolita. Sin embargo, se ve que el primer título le gustó: en su novela ¡Mira los arlequines!, ese es el nombre del libro que escribe el narrador.
- El cartero siempre llama dos veces, el título de la famosa novela de James M. Cain, es muy bonito, pero bastante desconcertante, porque en la novela no aparece cartero alguno. El autor cuenta que se le ocurrió cuando, conversando con el guionista Vincent Lawrence, este le explicó que, cuando mandó su primer guión a una productora, estaba todo el día pendiente de la llegada del cartero por saber si lo habían aceptado; ¿cómo sabía si era el cartero el que llamaba?, porque el cartero siempre llamaba dos veces. Cain vio en esto una idea interesante: su protagonista también tuvo que responder a la segunda llamada del destino. Simbólico y sugerente.
- De ratones y hombres, de John Steinbeck. Confieso que este título siempre me ha parecido intrigante y diría que no muy conseguido. Bueno, pues resulta que Steinbeck trabajó sobre esta narración bajo el título de Something That Happened (Algo que ocurrió: realmente, no compromete a nada), pero que a última hora lo cambió tras leer un poema de Robert Burns que dice «The best laid schemes o’ mice an’ men / Gang aft agley» («Los mejores planes de ratones y hombres/a menudo fracasan», poco más o menos). Si viene de Burns, ya me cae más simpático.
finales abruptos
personajes literarios y sus nombres
Índice
- Prólogo de Lorenzo Silva
- Prefacio
- Maneras de leer
- El síndrome del lector
- Curiosidades librescas
- Galería de bibliómanos
- Obras citadas
- Notas
- Créditos