Educar en tiempos de incertidumbre en la era digital
No pretendamos que las cosas cambien si siempre hacemos lo mismo. La crisis es la mejor bendición que puede sucederle a personas y países, porque la crisis trae progresos.
Albert Einstein
1.1. Introducción
Durante mucho tiempo la escuela ha sido un espacio más bien monolítico y con ciertas dificultades en la implementación de innovaciones y proyectos ambiciosos de cambio curricular y didáctico (Bernal, 2009; Das 2012; Manovich, 2006). No obstante, y con el transcurso de los años, por la emergencia de los avances tecnológicos, así como por las evidencias psicopedagógicas y neuropsicológicas vinculadas a los paradigmas constructivistas y conectivistas, se contempla como una gran oportunidad la incorporación de las TIC en las aulas de todos los niveles y de todas las etapas educativas.
El cambio social actual está definido por el cambio en la fisonomía de las relaciones interpersonales y en la generación y transferencia científica y cultural. Así pues, estamos de acuerdo con Cabero (2007) en que resulta absolutamente imprescindible comprender que vivimos en un mundo digitalizado; que las tecnologías que empleamos están modificando nuestras formas de socializarnos, de ser y estar, en todas las facetas y dimensiones del desarrollo personal y social de todos los seres humanos (Aparici, 2010; Aguaded y Cabero, 2014).
En relación con la socialización, debemos mencionar que las redes sociales virtuales son las herramientas más representativas de este cambio sustancial en la humanidad. Son auténticos ciberespacios o escenarios ecológicos digitales donde se pone de relieve la necesidad constante, permanente e ineludible de las personas. Necesitamos las TIC no solo para expresar y comunicar ideas, hechos o acontecimientos, sino también emociones, experiencias, significados cada vez más complejos dentro de las enormes posibilidades de comunicación virtual.
Por su parte, las TIC suponen también un auténtico desafío para el desarrollo científico, cultural y, por supuesto, educativo. Ningún ámbito del desarrollo humano está fuera de la necesaria integración tecnológica que suponen las herramientas tecnológicas, cada vez más interactivas y con mayor aplicabilidad y potencial comunicativo, ni, por supuesto, de los contextos educativos (Adell y Castañeda, 2012; Downes, 2005, 2008 y 2010). Paradójicamente, la escuela sigue siendo un espacio donde aún es necesaria una mayor inclusión tecnológica, porque ha habido –y sigue habiendo– reticencias o incluso tecnofobias que vienen precisamente a alejar a estudiantes, familias y profesorado de las indudables mejoras que suponen las TIC en las aulas de un sistema educativo que necesariamente debe ser moderno, innovador e inclusivo en pleno siglo xxi (Cabero y Guerra, 2011; Hargreaves, 2003; Rama, 2014).
1.2. La sociedad de la información y la comunicación en escenarios tecnológicos
Hablar hoy de sociedad de la información y la comunicación se vincula con el uso masivo de las TIC en todas las dimensiones de nuestra vida cotidiana. De hecho, una de las características actuales de las sociedades modernas y avanzadas es su desarrollo tecnológico al servicio de una mejora de la calidad de vida, mayor operatividad en la resolución de problemas y la gestión integral de gran cantidad de información. Se plantea –y con razón– que una de las cualidades básicas de nuestra sociedad es que vivimos permanente influenciados y relacionados con una enorme magnitud de datos e informaciones que requieren el uso masivo de las TIC.
Dicho esto, no podemos olvidar que la mera tecnologización de los escenarios sociales y humanos no va a suponer un cambio o innovación, sino que implica, ante todo, un cambio de mentalidad. En efecto, según Sobrino (2011), emplear las TIC en los espacios escolares no supone un cambio en sí mismo, sino la posibilidad del mismo si se adecúa la mirada pedagógica, el modelo educativo posibilitador de un uso inteligente y eficiente de las TIC al servicio del bienestar y rendimiento de los estudiantes. Es decir, las TIC deben ser instrumentos favorecedores de aprendizajes significativos y relevantes para los estudiantes, de situaciones y experiencias que sean fuente de innovación y, por supuesto, de motivación. Este aspecto, ligado a las emociones de los estudiantes, sus expectativas e intereses, es fundamental para que las TIC sean plenamente incorporadas desde un enfoque pedagógico integral (Redecker, 2009; Siemens, 2005).
Igualmente, podemos plantearnos que no debemos situar la cuestión –como bien señala Adell y Castañeda (2012)– en el marco de las tecnologías innovadoras y cambiantes, sino en si realmente la pedagogía y los modelos pedagógicos son innovadores y emergentes, esto es, reactivos y proactivos en la aplicabilidad y transferencia inteligente de las TIC en las aulas y los centros educativos.
Los desafíos de la inclusión de las TIC en la dinamización de la vida escolar se relacionan con los propios retos que tiene el sistema educativo para afrontar el cambio social que estamos viviendo. Un cambio social que es digital, eminentemente digital tanto en las formas como en los procedimientos relacionales y culturales. Ahora bien, el debate lo situamos no tanto en tecnologizar las aulas, sino en hacer que estas sean aulas inteligentes digitales (Rodríguez, 2012).
Ni que decir tiene que todo lo que venimos describiendo se vincula con lo que Aparici (2010) denomina educomunicación, y que supone romper con las viejas amarras del tradicionalismo pedagógico –que, aunque bienintencionado, sigue sin ver y comprender las posibilidades de la extensión de las TIC en las aulas– para ir tejiendo nuevas redes de aprendizaje en todos los agentes de la comunidad educativa (Cabero y Llorente, 2008). Es más, la verdadera metamorfosis de nuestro tiempo se va a situar en la escuela, haciéndola más eficiente, inteligente, innovadora, creativa e inclusiva. La escuela no puede permitirse el lujo de seguir perdiendo energías en debates estériles e improductivos, provenientes sobre todo de una exacerbada intencionalidad de ideologización en la escuela. Debe ser un espacio real de alfabetización digital. Y es que, debemos atender a varios parámetros o claves de comprensión en la configuración pedagógica de la inclusión tecnológica (Area, 2008; Calderero et al., 2014):
- Las TIC son instrumentos al servicio de una nueva pedagogía.
- Deben ser herramientas útiles para la resolución de problemas.
- Se insertan en metodologías modernas, creativas e inclusivas.
- Favorecen una educación personalizada.
- Posibilitan un aprendizaje híbrido y de calidad.
Las TIC son instrumentos al servicio de la construcción emergente de nuevos procesos de enseñanza y aprendizaje. Esto significa, de forma nítida, que la sencilla presencia de las TIC en un aula o en un centro no modifica, en su esencia, nada pedagógico. La clave se sitúa en la orientación, carácter y sentido del modelo educativo que queremos seguir (Pérez y Delgado, 2012). Así, los estudiantes de hoy son nativos digitales, pero se encuentran en aulas que no son inteligentes, con recursos que mayoritariamente no son digitales, con metodologías que no son activas y participativas, y con usos tecnológicos que no fomentan la interactividad, la conexión con la realidad y el aprendizaje por competencias (Prensky, 2001; Reig y Vílchez, 2013).
De alguna forma, la inadecuada aplicabilidad práctica de las TIC en el aula puede impulsar pensamientos de resistencia e incluso de rechazo por parte del profesorado, que puede concebir que las TIC son confusas, no generan certidumbre y confianza en el clima del aula o suponen la posibilidad de incrementar brechas digitales entre estudiantes de distintos grupos sociales (Salinas, 1997; Pérez y Varis, 2012). Así, estos planteamientos suponen una concepción errónea de las TIC como elemento favorecedor de la inclusión social y educativa; y es que su ausencia, invisibilidad o simple irrelevancia en las prácticas didácticas es un flaco favor precisamente para los estudiantes en riesgo de exclusión social, con menor formación tecnológica o menos recursos digitales en el hogar.
Además, las TIC en la configuración de una nueva escuela, más moderna e inteligente, deben estar al servicio de la resolución de problemas. Es decir, las TIC favorecen, sobre todo, el aprender a hacer; y esto implica que haciendo los estudiantes pueden adquirir con mayor agilidad, dinamismo y motivación las competencias clave. Es más, tal y como subraya Area (2008), la competencia digital es una competencia básica de extraordinaria relevancia para obtener aprendizajes relevantes en todas las materias y áreas curriculares. Su plena incorporación en todas las asignaturas que cursan los niños y jóvenes de nuestro sistema educativo permitiría un incremento del rendimiento académico, a la vez que una mayor motivación hacia el aprendizaje (Dede, 2008; Morales, 2014).
Conectar lo que se aprende en el aula con lo que se aprende en casa, así como lo que se aprende utilizando las redes sociales, los videojuegos, la mensajería instantánea y otros elementos virtuales en este ecosistema digital resulta de vital importancia (Aguaded y Cabero, 2014). No se trata solo de que aprendan a través de procedimientos virtuales, sino que sean conscientes de que el mercado laboral, la sociedad civil y los mecanismos de interacción social están cada vez más circunscritos a la sociedad del conocimiento, digital y en red (Castells, 1997 y 200...