Los lirios del campo y las aves del cielo
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Los lirios del campo y las aves del cielo

Soren Kierkegaard

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Los lirios del campo y las aves del cielo

Soren Kierkegaard

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Selección Doce Uvasofrece doce pequeños grandes libros cada año. Nace de las numerosas sugerencias de decenas de intelectuales que han propuesto títulos de lectura indispensable.Los discursos aquí seleccionados proceden de la época más madura del autor. En ellos hace referencia al Sermón de la Montaña donde, a propósito de los lirios y las aves, Jesús habla del servicio a Dios y la confianza en Él. Sin la ironía y el espíritu combativo de sus otros escritos, que firmaba bajo seudónimo, el autor aborda aquí los principales conceptos existenciales.

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Información

Año
2014
ISBN
9788432144219
LOS LIRIOS DEL CAMPO Y LAS AVES DEL CIELO
¿Quién no conoce desde su más tierna infancia este sagrado Evangelio y no se ha alegrado muchas veces con este gozoso mensaje? Y, sin embargo, no se trata tan sencillamente de un mensaje gozoso; encierra una peculiaridad esencial que es la que lo convierte propiamente en un Evangelio, a saber, la de estar dirigido a los afligidos. Desde luego, en cada línea de este preocupado Evangelio se evidencia que no se está hablando a los sanos, a los fuertes, a los dichosos, sino a los afligidos; ¡ah!, es tan evidente esto, que el alegre mensaje hace por sí mismo lo que afirma ser obra de Dios: interesarse por los afligidos y cuidarse de ellos de la manera adecuada. ¡Ay!, esto es muy necesario, puesto que todo el que tiene una pena —en especial cuanto más honda y duraderamente le penetre en el alma, o cuanto más duraderamente le perfore profunda allá dentro— suele también estar tentado a no desear, por impaciencia, oír discursos humanos sobre el consuelo y la esperanza. Quizá el apenado no tenga razón, quizá sea demasiado impaciente al antojársele que ningún hombre es capaz de disuadirlo de su pena; ya que el dichoso no le comprende; el fuerte aparenta, cabalmente al consolarlo, sobreponérsele; y otro afligido no hace sino aumentarle el pesar con su contribución. Así las cosas, lo mejor es buscarse otros maestros cuyo discurso no sea incomprensión, cuya animación no encierre ningún reproche, cuya mirada no juzgue, cuyo consuelo no exaspere en vez de calmar.
Este preocupado Evangelio remite al afligido a semejantes maestros: a los lirios del campo y a las aves del cielo. Cabe estos maestros baratos, a quienes no hay que pagar con dinero ni con humillaciones, no es posible ninguna incomprensión, puesto que callan, por delicadeza para con el apenado. Pues toda incomprensión proviene del hablar, o más exactamente, de que el discurso, especialmente tratándose de un diálogo, contiene una confrontación; por ejemplo, cuando el dichoso le dice al afligido: ¡Alégrate, hombre!, esta expresión contiene a la par: ¡No ves qué contento estoy yo!; o como cuando el fuerte dice: ¡Sé valeroso!, entonces se sobreentiende: Como yo lo soy. Pero el silencio honra la aflicción y honra al afligido, como los amigos de Job que por respeto se sentaron silenciosos junto al que sufría y con ello le honraban. Mas con todo ¡no le quitaban los ojos de encima! Y esto de que un hombre mire a otro contiene a su vez una confrontación. Los callados amigos no cotejaban a Job consigo mismos, esto lo empezaron a hacer cuando rompieron el respeto (que mientras estuvieron callados le mantenían) y el silencio, atropellando con sus discursos al sufriente; pero su muda presencia provocaba a Job a confrontarse consigo mismo. Porque ningún hombre puede estar presente, aunque calle, sin que su presencia no signifique nada comparativamente. Esto puede acontecer a lo más con un niño, que sin duda guarda cierta semejanza con los lirios del campo y los pájaros del cielo. ¡Cuántas veces no ha comprobado un sufriente, con emoción íntima, que cuando solo había un niño en su presencia, realmente no había ninguno presente! Y ahora ¡vayamos al lirio del campo! Por muy abundante que sea su sustento, no coteja su bienestar con la pobreza de ninguno; por muy sosegado que esté en toda su hermosura, no se coteja ni con Salomón ni con el más desgraciado de todos. Y aunque el pájaro se remonte ágil hasta las nubes, no compara su ligero vuelo con la pesada marcha del afligido; aunque el pájaro, que ni siquiera amontona un grano en los graneros, sea más rico que quien los tiene repletos, sin embargo, no compara su rica independencia con la situación del menesteroso que en vano intenta hacerse con provisiones. No, allí donde el lirio florece bello: sobre el campo; allí donde el pájaro habita en libertad: bajo el cielo; allí, junto a estas creaturas cuyo consuelo se va buscando, reina un silencio ininterrumpido, no hay nadie presente, todo es incesante persuasión.
Sin embargo, esto solamente sucede así, en el caso de que el apenado preste realmente atención a los lirios y a los pájaros, olvidándose, en la contemplación de ellos y de su vida, de sí mismo, mientras que en este desaparecer en ellos recapacita íntimamente e inadvertido aprende algo acerca de sí mismo; inadvertido, puesto que allí reina un silencio permanente, nadie está presente, y el afligido está liberado de toda notoriedad fuera de la de Dios, la suya propia y la de los lirios.
Consideremos, pues, en este discurso, cómo el afligido, contemplando debidamente a los lirios del campo y a las aves del cielo, aprende a:
CONTENTARSE CON SER HOMBRE
Mirad a los lirios del campo, miradlos. Ello quiere decir: préstales cabal atención, conviértelos en objeto no de una furtiva mirada al pasar, sino de tu consideración; por eso se emplea allí la expresión que el sacerdote suele usar en las asociaciones de ideas más serias y solemnes, como por ejemplo cuando dice: Consideremos en esta hora de ejercicio piadoso esto y aquello. Así de solemne es esta exigencia e invitación; muchos viven quizá en la gran ciudad y jamás contemplan los lirios; muchos habitan seguramente en el campo y pasan por delante de ellos todos los días sin regalarles ni una mirada. ¡Ay, cuántos habrá, en realidad, que según la indicación evangélica los contemplen debidamente!
Los lirios del campo. Ya que no se trata de plantas raras, como las que un jardinero cultiva en su huerto, y que solo son tomadas en consideración por los entendidos; no, sal al campo, allí donde ningún hombre cuida de los lirios abandonados, y donde a pesar de todo se palpa que no están abandonados. ¿No tendría esta exigencia que ser invitadora para el afligido? ¡Ah!, también él de seguro está como el abandonado lirio, abandonado, incomprendido, preterido, sin cuidado de los hombres, hasta que contemplando debidamente al lirio caiga en la cuenta de que no está abandonado.
Así sale el afligido al campo y se para junto a los lirios. No da vueltas, como un niño feliz o un adulto aniñado suelen hacerlo, para encontrar el más hermoso, para satisfacer su curiosidad hallando el más raro. No, los contempla con serena gravedad tal como allí aparecen, innumerables, en abigarrada multitud, el uno tan bueno como el otro, y: cómo crecen. En realidad no ve cómo crecen, ya que según dice el adagio no es posible ver germinar la hierba; y no obstante ve cómo crecen, o precisamente porque no puede captar cómo crecen, él ve que tiene que haber Alguien que los conoce tan exactamente como el jardinero las plantas raras; Alguien que diariamente mira por ellos, a la mañana y a la tarde, como hace el hortelano con las plantas exóticas; Alguien que les confiere su estatura. Probablemente se trata del mismo que confiere también la estatura a las plantas raras del jardinero, solo que estas fácilmente llaman a engaño a causa de la intervención del jardinero. Por el contrario, los abandonados lirios, los lirios comunes, los lirios del campo no provocan ninguna equivocación en el espectador. Pues allí donde el jardinero está a la vista, donde no se perdona ningún esfuerzo ni ningún gasto para hacer brotar las plantas raras del potentado, parece que se entiende mejor eso de que crezcan; pero allá en medio del campo, donde nadie, absolutamente nadie se preocupa por los lirios, ¿cómo pueden crecer? Y sin embargo crecen.
Pero en este caso ¿los lirios tendrán sin duda que trabajar mucho más duro? No, no se fatigan; solamente las flores raras exigen un trabajo ímprobo para lograr que crezcan. Allí donde la alfombra es más preciosa que en un salón del trono, allí no se trabaja. En tanto que los ojos del espectador se divierten y solazan con la contemplación, su alma no tien...

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