Una humilde propuesta. La batalla de los libros
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Una humilde propuesta. La batalla de los libros

Jonathan Swift

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Una humilde propuesta. La batalla de los libros

Jonathan Swift

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Entre las reflexiones sociales de Jonathan Swift, que pueden incluso descubrirse insertadas en sus escritos de ficción, Una humilde propuesta destaca por ser una muy indignada defensa de los irlandeses católicos menesterosos a quienes tanto lastimaron los ingleses y las clases altas aliadas de su pueblo aliadas con los ingleses.En La batalla de los libros existen dos formas de ver el mundo: la tradición de las humanidades frente a una racionalidad que se expresa en términos exclusivamente económicos. Swift se encarga de plantearlas y definirlas a partir de la literatura, pero esas cosmovisiones se expanden a los campos de la ciencia, la filología, la religión, la filosofía, la historia, la política, las artes.

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La batalla de los libros



El editor al lector

El siguiente discurso, al ser incuestionablemente del mismo autor, parece haber sido escrito más o menos durante el mismo lapso que el primero;1 quiero decir, el año de 1697, cuando estaba en pie la famosa disputa en torno a la educación antigua y moderna. Se entabló la controversia por un ensayo de sir william Temple sobre el tema, el cual fue respondido por w. Wotton, B. D., con un apéndice del doctor Bentley encaminado a destruir el prestigio de Esopo y Falaris como autores, prestigio que sir william Temple había alabado grandemente en el ensayo antedicho. En tal apéndice, el doctor arremete con dureza contra la nueva edición de Falaris, traída a la luz por el honorable Charles Boyle, hoy conde de Orrery, quien prolijamente respondió con gran conocimiento e ingenio; y el doctor replicó copiosamente. En esta disputa, la ciudad resintió en extremo ver a una persona del carácter y de los méritos de sir William Temple tan rudamente tratada, y sin ningún tipo de provocación, por los reverendos caballeros mencionados. A la postre, sin que la querella haya llegado a su fin, nuestro autor señala que los libros de la Biblioteca de St. James,2 viéndose a sí mismos como los principales afectados, hicieron suya la controversia y llegaron a una batalla decisiva. Pero el manuscrito, dañado por el clima o la fortuna, se muestra en varias partes incompleto, y no podemos saber sobre quiénes recayó la victoria.
Debo advertir al lector que tenga cuidado en atribuir a personas lo que aquí se refiere sólo a libros, en el sentido más literal. Así, cuando se menciona a Virgilio, no debemos entender la persona de un famoso poeta llamado con ese nombre, sino sólo ciertos folios que, encuadernados en piel, contienen impresos los trabajos del poeta referido; y lo mismo para el resto.

Prefacio del autor

La sátira es una especie de espejo en el cual, quien mira, generalmente descubre el rostro de los demás, pero no el suyo, razón fundamental de la gran aceptación que encuentra en el mundo y de que muy pocos se ofendan con ella. Pero si llegara a suceder de otra forma, el peligro no es grande y he aprendido por dilatada experiencia a nunca recelar daños por aquellas interpretaciones que he sido capaz de despertar, puesto que la cólera y la furia, aunque añaden fuerza a los músculos del cuerpo, debilitan, sin embargo, a los del espíritu y vuelven todos sus esfuerzos débiles e impotentes.
Inteligencia hay que no soporta ser espumada más que una vez; dejemos que el propietario recoja la espuma con criterio y que, con buen gobierno, administre su pequeña dotación; pero que, entre todas las cosas, cuide de no someterla a los latigazos de sus superiores, porque la hará burbujear hasta la impertinencia y no hallará reservas nuevas. El ingenio sin conocimiento es cierta clase de crema que en la noche se acumula hasta los bordes y que puede ser bien batida por una mano diestra hasta espumar; pero una vez removida la espuma, lo que debajo queda de nada sirve, salvo para ser arrojado a los cerdos.

INFORME AUTÉNTICO Y COMPLETO ACERCA DE LA BATALLA LIBRADA ENTRE LOS LIBROS ANTIGUOS Y LOS MODERNOS, ETCÉTERA

Quienquiera que examine los Anuarios del tiempo3 con la debida circunspección, leerá que la Guerra es hija del Orgullo y el Orgullo hijo de la Opulencia.4 La primera de estas aseveraciones puede ser aceptada sin problemas, pero no es tan fácil suscribir la segunda, pues el Orgullo está relacionado de cerca con la Miseria y con la Necesidad, sea por parte de padre o de madre y, en algunas ocasiones, por ambas; y para hablar claro, resulta muy raro que los hombres peleen cuando todos tienen lo suficiente; en general, las invasiones suelen viajar de norte a sur, es decir, de la pobreza a la riqueza. Los más antiguos y naturales motivos de discordia son la lujuria y la avaricia; éstas, si bien podríamos aceptar que están hermanadas o son ramas colaterales del orgullo, ciertamente se derivan de la necesidad. Pues, para decirlo a la manera de los escritores políticos, podemos observar en la República de los Perros (la cual, originalmente, parece ser una institución de los más) que el Estado entero siempre se encuentra en la paz más profunda después de una comida completa; y que los alborotos civiles surgen cuando sucede que algún perro principal se hace de un gran hueso que, o bien lo divide entre unos pocos y cae entonces en una oligarquía, o bien se lo guarda para sí, y entonces deriva en una tiranía. El mismo razonamiento se sostiene entre los perros en cuanto a aquellos disensos que observamos en relación con cierta turgencia de cualquiera de sus hembras. Como el derecho de posesión descansa en la comunidad (pues resulta imposible establecer propiedad en caso tan delicado), celos y sospechas abundan tanto que toda la comunidad entera de una calle se ve reducida a un manifiesto estado de guerra, de cualquier ciudadano contra cualquier otro, hasta que alguno con mayor bravura, conducta o fortuna que el resto se apodera y disfruta del premio; lo cual, naturalmente, produce envidia y gruñidos y mucho rencor contra el feliz perro. De nuevo, si miramos alguna de tantas repúblicas comprometidas en una guerra extranjera, sea invasiva o defensiva, encontraremos que el mismo razonamiento les servirá de motivo y oportunidad, y que de parte del agresor, la pobreza o la necesidad -si reales o aparentes, no altera el caso-, así como el orgullo, tienen mucho que ver en mayor o menor grado.
Ahora bien, cualquiera que se digne seguir este esquema, y reducirlo o adaptarlo a un estado intelectual o comunidad de conocimientos, descubrirá pronto el primer motivo de desacuerdo entre los dos grandes partidos levantados ya en armas, y podrá sacar conclusiones justas sobre los méritos de cada causa. Pero la causa o los hechos de esta guerra no son tan fáciles de discernir, puesto que la actual querella ha sido tan enardecida por las cabezas calientes de cada facción, y sus pretensiones en ciertas cosas resultan tan exorbitantes, que no admiten el menor indicio de conciliación. Esta querella comenzó, en principio (como se lo he escuchado afirmar a un viejo habitante del vecindario), por un pequeño paraje ubicado sobre una de las dos cimas del monte Parnaso; la más alta y más grande de las cuales había estado, según parece desde tiempos inmemoriales, en serena posesión de ciertos moradores llamados los antiguos, y la otra estaba ocupada por los modernos. Pero éstos, inconformes con su estado, enviaron algunos embajadores a los antiguos para quejarse de grave daño, debido a que la altura de aquella parte del Parnaso les arruinaba el panorama, especialmente hacia el este;5 y, por ello, para evitar una guerra, ofrecieron elegir entre dos opciones: fuera que los antiguos accedieran a mudarse con todas sus cosas a la cima inferior, y la cual los modernos amablemente les cederían para ocupar su sitio; o fuera que los mencionados antiguos autorizaran a los modernos a ir con picos y palas a nivelar la susodicha cumbre tan bajo como considerasen conveniente. A esto, los antiguos respondieron cuán poco esperaban un mensaje como ése por parte de una colonia a la que ellos, mal de su grado, habían admitido a tan cercana vecindad; que eran nativos de su lugar de residencia, por lo que hablar con ellos de mudanzas o cesiones era lenguaje que no podían comprender; que si la altura de su colina afectaba el panorama de los modernos, era una desventaja que ellos no podían subsanar, pero los invitaban a considerar si acaso el daño (en caso de haber alguno) no estaba ampliamente compensado por la sombra y el refugio que les brindaba; que, en cuanto a nivelar o excavar, era o bien locura, o bien ignorancia proponerlo, si supieran -o noque aquella parte de la colina era una sola roca, que rompería sus herramientas y sus corazones sin daño alguno para sí; que, por lo tanto, debían aconsejar a los modernos más bien elevar su propio lado de la colina, en vez de soñar en rebajar el de los antiguos; y que a lo primero no sólo darían licencia, sino que incluso contribuirían ampliamente. Todo esto fue rechazado con suma indignación por los modernos, que insistían en una de las dos opciones. Y así, esta diferencia se convirtió en una larga y obstinada guerra, mantenida por una de las partes gracias a la resolución y bravura de ciertos líderes y aliados; y por la otra, gracias a la largueza de su número, pues a pesar de todas las derrotas, recibían reclutas continuamente. En esta querella, ríos de tinta se han desecado por completo y la virulencia aumenta enormemente en ambos bandos. Ahora bien, debe entenderse aquí que la tinta es el gran proyectil arrojadizo en todas las batallas de los hombres doctos, el cual es transportado por una especie de máquina llamada pluma; un número infinito de éstas son arrojadas contra el enemigo por los valientes de cada bando, con pericia y violencia semejantes, como si fuera un encontronazo entre puercoespines. Este licor maligno fue compuesto de dos ingredientes por el ingeniero que lo inventó, hiel y vitriolo; por su amargura y veneno se adapta en algún grado al genio de los combatientes y también lo fomenta. Y así como los griegos, después de un combate, cuando no podían ponerse de acuerdo sobre la victoria, acostumbraban otorgar trofeos a ambas partes, y la vencida se contentaba con permanecer en calma por el mismo precio (costumbre laudable y antigua, felizmente rev...

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