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Crónicas de la violencia contra las mujeres

Glòria Poyatos Matas, Helena Maleno Garzón, Lydiette Carrión, Patricia Simón Carrasco, Mónica García Prieto

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Crónicas de la violencia contra las mujeres

Glòria Poyatos Matas, Helena Maleno Garzón, Lydiette Carrión, Patricia Simón Carrasco, Mónica García Prieto

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Información del libro

Víctimas de la trata, esclavas sexuales, feminicidios, explotación laboral, violencia machista, transfobia… son algunas de las problemáticas recogidas en Todas. Crónicas de la violencia contra las mujeres. Cuatro periodistas, cuatro voces que claman por la igualdad de género para que historias como las que relatan puedan dejar de ser una realidad."Hay que actuar desde la acción (…). Visibilizar sin censuras las atroces violencias contenidas en este libro también es acción, porque su lectura no le dejará impasible". Del prólogo de Glòria Poyatos Matas, magistrada del Tribunal Superior de Justicia de Canarias y presidenta de la Asociación de Mujeres Juezas de España.

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Información

Año
2017
ISBN
9788417236397
Categoría
Filología
Categoría
Periodismo

Qué dirán si me matan

Lydiette Carrión

Muy temprano en la madrugada del 3 de mayo, la casera que regenta la casa de estudiantes despertó. Un animal rascaba la puerta de la entrada. Se asomó y vio a Tío Michael, el cachorro de una de sus inquilinas, una chica llamada Berlín. Fue entonces que se dio cuenta de que en el área común se encontraba Jorge, el novio de la chica, y quien vivía con ella.
—¿Por qué te brincaste? —recriminó la casera.
—Berlín trae las llaves y no ha llegado. ¿Me puede abrir la habitación, por favor?
La mujer lo hizo. Jorge entró un momento a la habitación de ambos y después salió de nuevo a la calle.
Pero en su primera declaración ministerial, Jorge aseguraría que alrededor de las cuatro de la mañana, él y su novia estaban dando un paseo en Ciudad Universitaria, discutieron y él se retiró, dejándola sola. Él se dirigió al cuarto que compartía con Berlín y ahí durmió hasta caer la tarde de ese mismo 3 de mayo. Que sólo al despertar se percataría de que su novia no había llegado (para entonces ya estaba en todas las noticias el hallazgo de un cuerpo en Ciudad Universitaria).
Una fotografía de la escena del crimen circuló en medios de nota roja.
La joven, muy joven, delgada, lleva una camiseta roja sin mangas, un suéter negro ligero, pantalones de mezclilla entubados, rasgados, y tenis tipo Converse color rojo. El rostro lívido, moreno, oscurecido por la asfixia y la muerte. Un golpe negrísimo en el pómulo izquierdo. El cabello oscuro y espeso. Los rizos grandes y pesados caen y algunos se enredan con el grueso cable telefónico que rodea el cuello. La bocina del teléfono público emerge del lado izquierdo de la cabeza, entre mechones desordenados. Lo que no se ve en la fotografía, y que se sabrá después, es que el cable no está anudado al cuello. Sólo «atorado» o sobrepuesto. El cadáver se encuentra prácticamente sentado en el piso, frente a la cabina telefónica. Equilibrado por el cable al cuello. La pierna izquierda está flexionada; el muslo derecho descansa sobre el pie izquierdo. La mano izquierda sujeta una cadena de perro. La agarradera de la correa está en su muñeca, como si se tratara de una pulsera y la cadena surge entre los dedos pulgar e índice. El peso del cuerpo recae sobre el lado derecho del cuello. Cadena y bocina telefónica se encuentran del mismo lado, el lado izquierdo. Sobre el muslo izquierdo serpentea la cadena de perro.
Lesvy Berlín fue hallada la mañana del miércoles 3 de mayo de 2017 en una cabina telefónica frente a la Facultad de Química, en el corazón de Ciudad Universitaria de la Universidad Nacional Autónoma de México, la universidad más importante del país y una de las más importantes de la región latinoamericana.
El mismo día en el que Berlín fue asesinada, otra mujer murió a balazos a manos de su pareja en la Ciudad de México. Tres días antes, el 30 de abril, el cuerpo de una mujer de unos 30 años fue abandonado en la Central de Abastos; y también el 30 de abril en San Juan Aragón, al norte de la ciudad, dos menores de edad, de 16 y 17 años, fueron acribilladas cuando iban a bordo de un taxi. Una de ellas había sobrevivido a un atentado unas horas antes. Al día siguiente, en un evento relacionado, otra mujer de 26 fue asesinada. Ninguno de estos casos tuvo la misma relevancia mediática. Pero quizás en otro país el hecho de que dos menores de edad mueran por «ajustes de cuentas» sería alarmante.
María Salgueiro es geofísica por la UNAM, activista probicicleta, vendedora de jugos y habitante del Centro Histórico de la Ciudad de México. Desde el año 2016, se ha dedicado a georreferenciar en un mapa los feminicidios y asesinatos de mujeres en el país. Lo hace a partir de las notas en periódicos. La idea de este mapa es visibilizar los lugares, encontrar patrones, fomentar la prevención y también nombrar a las víctimas, que no sean sólo un número. Según las estadísticas de este mapa, desde enero hasta inicios de septiembre de 2017, en la Ciudad de México se cometieron 82 asesinatos de mujeres y una tentativa de feminicidio.
Un feminicidio más en un país en el que se mata a siete mujeres al día; en el paraíso para la trata de personas, la explotación sexual y el sadismo. Este año, como otros años, ha sido hallado el cuerpo desmembrado de una mujer en algún canal de aguas negras. En Chimalhuacán, el hallazgo quizá más macabro: la mujer desfigurada del rostro, el torso envuelto en una sábana rallada, lleva puesto un pantalón de mezclilla, pero alguien cortó impecablemente la tela de la pierna derecha, como si fuera un short. Pero ya no hay pierna; asoman únicamente los huesos. Alguien se esmeró en retirar cuidadosamente piel, tendones, músculos. La pierna izquierda está intacta, incluso lleva en el pie un delicado zapatito negro de punta. Para las autoridades, por cierto, estas mutilaciones se debieron a la fauna del lugar… Cada año hay alguna muerta hallada sin piel en el rostro. Sólo cuerpos, torsos, pechos, piernas, vulvas. Rostros no. Las historias de trata violenta, de esclavitud sexual, son cotidianas. Ahí están los testimonios que se agolpan, que se repiten una y otra vez. También los raptos, violaciones y asesinatos de niñas pequeñas. Y por supuesto hay infinidad de mujeres desaparecidas; y de una en particular pudo registrarse el desenlace fatal este año: Montserrat, extraviada en 2013 en el municipio de Atizapán de Zaragoza, Estado de México. Su cadáver expuesto fue hallado este año —cuatro años después— en Chalco, a 62 kilómetros de donde desapareció. Llevaba el pelo teñido de rubio, las ropas diminutas y una credencial del Instituto Nacional Electoral —la principal tarjeta de identidad en México— con su fotografía, pero con el nombre cambiado. Trata. Trata y muerte. Trata y sadismo. Mucho crimen organizado. Ello también aunado a la cotidiana violencia doméstica: mujeres asesinadas por los esposos, por los exnovios, mujeres asesinadas por haber quedado embarazadas y persistir en traer al mundo a un hijo. Asesinadas por querer ser madres o por no quererlo. Por salir o quedarse, por estudiar o trabajar. Por decir sí o por decir no.
De esto se encuentra rebosante la nota roja, a diario. Pero este caso, el de la joven ahorcada en la cabina telefónica, probablemente tuvo un impacto mediático particular. La escena del crimen fue la universidad más grande e importante del país. Y la comunidad universitaria, sobre todo las estudiantes y las académicas, se conmocionaron.
Era como si la violencia feminicida, esa que ocurre a diario en el Estado de México, a pocos kilómetros de la capital, o la que sucede al norte del país, esa que pasa en la frontera y está embarrada de narcotráfico y esclavitud, o la de zonas rurales, rebosante de machismos arcaicos y delirantes, esa que por supuesto también se encuentra en la capital pero que, a pesar de todo, creemos lejana, por fin se materializara en la meca del conocimiento, la educación y la cultura en México. Como si la aparente burbuja en la que nos pensamos los capitalinos y los universitarios hubiera estallado.
Toda aquella mañana del 3 de mayo no hubo otro tema entre la comunidad universitaria; quizá por ello, al día siguiente, la procuraduría capitalina se apresuró a informar que ya había identificado a la víctima. Emitió un boletín y cuatro mensajes desde la cuenta oficial, los cuales ponían énfasis en dos cosas: la muerta «ya no era universitaria y no era una mujer de bien»:
Informa PGJ que la mujer hallada sin vida en jardines de las instalaciones de la UNAM fue identificada por familiares.
Su madre y su novio aseguraron que ella ya no estudiaba desde 2014, y dejó sus clases en CCH Sur, donde debía materias.
El novio, con quien la víctima vivía, informó que él trabaja en el área de intendencia de la Preparatoria 6.
El día de los hechos, la pareja se reunió con varios amigos en Ciudad Universitaria, donde estuvieron alcoholizándose y drogándose.
Más tarde, algunos reporteros de la nota roja publicaron más información filtrada por «fuentes de la procuraduría»: que la joven se llamaba Lesby —las primeras informaciones escribían así su nombre—; que debía el 80 % de las materias del CCH; que ella y su novio de 27 años vivían «en concubinato» muy cerca de Ciudad Universitaria; que ella era mesera, o se dedicaba a pasear perros —de ahí la cadena que sostenía en la escena de muerte—; que no estudiaba, no era universitaria, era alcohólica y que todo apuntaba a un suicidio.
Algunas notas agregaban que, en la madrugada de ese 3 de mayo, las cámaras de seguridad los captaron cuando ella y el novio regresaban de haber pasado la noche tomando y drogándose en el campus con otras personas. Peleaban. Poco antes de dejar el territorio universitario, él la golpeó y se fue. Ella se dirigió al lado contrario y se internó de nuevo en el campus.
La procuraduría había actuado como en muchos otros casos de feminicidio; como lo hacen los departamentos de justicia cada vez que una mujer es asesinada o desaparece en México y en América Latina, revelando versiones sobre la vida privada de la víctima. Alcohólica, problemas de depresión, mala estudiante, viviendo en concubinato. A todas se les mata «por putas».
Las mujeres, las feministas, reaccionaron en redes sociales. De forma espontánea se creó un hashtag: #SiMeMatan.
«#SiMeMatan dirán que era una puta, una desubicada, que me gustaba viajar sola, que mejor me hubiera quedado en casa… #PerdónPorVivir»[29]; o dirán que «me gusta usar escotes, un piercing, tacones, maquillaje, tomo cerveza o vino, y me fui a varios extraordinarios»[30]; o «soy una colombiana en México, con suficientes lentejuelas y animal print en mi closet como para que la PGR diga que fue por puta»[31]; dirán que debía materias, que traía el pelo pintado de colores; que no siempre llegaba a casa; que me gustaba el mezcal; que tenía sexo en la primera cita; será por romper el silencio, por salir de noche, por perder el miedo; #SiMeMatan sepan que estoy a favor del aborto, que soy lesbiana y que creo que la culpa siempre será de los asesinos, no de las asesinadas… En particular Mara Fernanda, una estudiante de 19 años, residente de Puebla —a dos horas de la capital—, tuiteó: «#SiMeMatan es porque me gustaba salir de noche y tomar mucha cerveza». Cuatro meses más tarde, en septiembre, Mara salió con amigos a tomar unas cervezas. Uno de los amigos le iba a dar un ride a su casa, donde vivía con su hermana mayor, pero los detuvo el alcoholímetro. La hermana entonces contrató un servicio de Cabify, para que Mara regresara sana y salva. Pero el chófer tuvo otros planes. Llevó a Mara a un motel donde la violó y luego la mató a golpes y por asfixia. Después envolvió el cuerpo con una de las sábanas y lo tiró en un barranco. Ese, por cierto, fue el feminicidio que conmocionó mediáticamente septiembre, antes de que el caso de la niña de entre tres y cinco años no identificada, hallada en Nezahualcoyotl meses antes e invisibilizada por la procuraduría, acaparara los titulares…
Pero regresando a Lesvy, el viernes 5 de mayo, dos días después del hallazgo, cientos de estudiantes, mujeres sobre todo, marcharon al interior del campus. Terminaron frente a Rectoría. Ahí asistieron los padres de Lesvy. La madre, Araceli Osorio Martínez, habló para defender la dignidad de su única hija, ahora muerta, una niña que incluso antes de estudiar en la UNAM ya sería de alguna forma universitaria. Su madre, además de ser una mujer de izquierda y zapatista, era trabajadora de la UNAM y miembro del STUNAM, uno de los sindicatos más importantes del país. La vida de Lesvy había sido marcada por la Máxima Casa de Estudios desde el inicio, ahí pasó gran parte de su niñez acompañando a la madre en el trabajo, disfrutó de los cursos de verano para trabajadores, estudió en la primaria de los trabajadores y luego en la secundaria en Prepa 2, finalmente ingresó al CCH Sur. Y aunque actualmente no estaba inscrita, había pasado los últimos siete años de su vida en la estudiantina del STUNAM. ¿No era universitaria como aseguraba la procuraduría?
«Mi hija no era una alcohólica, no era una mesera despectivamente, no era una cuidaperros, el perro que ella traía era su mascota, era su adoración, ella lo adoptó…».
La procuraduría reculó por los tuits y la titular de Comunicación Social renunció pocos días después. O más bien la renunciaron. Pero las notas que sugerían que se trataba de un suicidio continuaron. El 6 de mayo, en el mismo espacio en el que daban cuenta de la manifestación, el diario Milenio —siempre plegado a las versiones oficiales— consignaba que «fuentes de la procuraduría revelaron que no existen indicios de que el novio esté implicado en el caso». El día 9, el diario La Razón, famoso por hacer exclusivo eco de las versiones oficiales, publicó que tres peritajes ya realizados por la procuraduría apuntaban a que había sido suicidio. Y ese era el runrún informativo entre reporteros que estaban cubriendo el caso.
Durante una misa en memoria de Lesvy, que dio el padre Concha Malo en unas instalaciones del STUNAM, una reportera que cubre derechos humanos me confió que ella mandaría la nota, pero sólo porque estaba en su orden de trabajo. Una fuente muy confiable le dijo que ya había visto los vídeos de las cámaras de seguridad de la UNAM y que de seguro la chica se había suicidado. Agregó que le molestaba la actitud de la mamá de Lesvy. «Ya todo lo politizó, está en campaña con los zapatistas. Es una oportunista, sacando tajada política del suicidio de su hija». Fue suicidio. Sólo tiene un golpe en el pómulo. No la violaron. Ella se suicidó.
Alguien en la procuraduría hacía bien el trabajo. Los reporteros narraban que algún conocido de mucha confianza había visto vídeos y fotografías, y que todo indicaba que ella se había matado.

Las primeras 24 horas después de la mue...

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