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Aprendiendo a comprender el mundo económico
- 201 páginas
- Spanish
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- Disponible en iOS y Android
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Aprendiendo a comprender el mundo económico
Descripción del libro
Este libro, que consta de seis capítulos, tiene la intención de sistematizar las experiencias controladas de socialización económica realizadas paralelamente, desde hace más de diez años por el Grupo de Investigación en Psicología Económica y del Consumo de la Universidad de La Frontera y por el Grupo de Investigaciones de Desarrollo Humano de la Universidad del Norte, que puedan servir de referentes a las instituciones encargadas de la formulación de políticas públicas y a la educación de niños.
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Información
Categoría
EconomíaCategoría
Historia económica CAPÍTULO 1 | SOCIALIZACIÓN ECONÓMICA: ¿QUÉ, DE QUIÉNES Y CÓMO APRENDEMOS A COMPRENDER EL MUNDO ECONÓMICO? |
El actual y acelerado proceso de globalización se caracteriza por una creciente interacción entre los procesos económicos, sociales, políticos, culturales y ambientales a nivel mundial y nacional, regional y local. Esta interacción ha provocado cambios en la percepción del espacio y del tiempo como consecuencia de la revolución de las comunicaciones y de la información (particularmente por su grado de penetración y su instantaneidad). Lo que ayer demorábamos en conocer hoy es información al instante y a la vez desactualizada; lo que era certeza hoy es incertidumbre.
Este escenario produce una permanente tensión entre lo global y lo local, entre lo homogéneo y lo heterogéneo, y deja sus huellas en la dinámica económica, social y política, y ha incrementado las desigualdades, tanto a nivel global como en el interior de las sociedades. Así, al finalizar el siglo XX, más allá de los avances tecnológicos y de la creciente globalización del conocimiento, nos encontramos con sociedades más desiguales. Y esta situación se agrava si tenemos en cuenta los frecuentes procesos recesivos que colocaron a las comunidades periféricas, como es el caso de América Latina, en situaciones de mayor fragilidad, lo cual ha afectado directamente los modelos hasta ahora vigentes de organización y ha modificado de manera significativa la estructura y el funcionamiento de nuestras sociedades.
Entre las consecuencias de dichos cambios se debe destacar la ruptura de los modos tradicionales de integración social. Cabe mencionar al respecto el desarraigo provocado por las migraciones tanto económicas como políticas, el rápido abandono del medio rural, la dispersión de las familias, la urbanización desordenada o la ruptura de los modos tradicionales de solidaridad basados en la proximidad. Los cambios sociales, políticos y económicos han sido tan rápidos, y en algunas instancias tan devastadores, que nos encontramos frente a grandes grupos humanos que asisten, cual inermes espectadores, al derrumbamiento de todas las certezas que les permitían construir un mundo social predecible para ellos y sus familias.
Hoy, más que nunca, la necesidad de adaptación, desde la perspectiva piagetana, se constituye en una diferencia entre sobrevivir o ser arrasado por los cambios, lo que conlleva que los fenómenos de “exclusión social” surjan con nueva fuerza y también con nuevos significados.
El término “exclusión social” es amplio y tiene diferentes significados. No obstante, existe un consenso general sobre sus características principales, sus indicadores básicos y su relación con la pobreza y la desigualdad (Sen, 2002). Si bien existe un grado de acuerdo en que la insuficiencia de ingresos es un factor fundamental, la exclusión social se refiere a un conjunto de circunstancias más amplias que la pobreza. La exclusión social está más estrechamente relacionada con el concepto de pobreza relativa en lugar de absoluta y, por consiguiente, inherentemente vinculada a la desigualdad expresada en la privación social y la falta de voz y poder en la sociedad, lo que provoca dificultades para el desarrollo personal, la inserción sociocomunitaria y el acceso a los sistemas preestablecidos de protección (Brugué et al., 2001).
La mayoría de autores coinciden en que la exclusión es un fenómeno social estructural, dinámico, multifactorial y politizable. Estructural, ya que hace referencia a las desigualdades sociales a través de la historia; dinámico, en cuanto a su carácter cambiante respecto a personas y colectivos sociales; multifactorial, porque es debido a un cúmulo de circunstancias desfavorables e interrelacionadas; y politizable, porque es y debe ser abordable desde las políticas públicas o sociales (Buvinic, 2003).
Desde esta perspectiva, la exclusión social es “la incapacidad del individuo de participar en el funcionamiento básico político, económico y social de la sociedad en que vive” (Tsakloghu & Papadopoulos, 2001) o, de manera más breve, es “la negación del acceso igualitario a las oportunidades impuesto por unos grupos de la sociedad a otros” (Behrman et al., 2003).
Aunque la primera definición ofrece la gama de conductas que se ven afectadas por la exclusión y muestra su naturaleza multidimensional, la segunda señala lo que quizá sean sus dos características más distintivas; es decir, que la exclusión social afecta a grupos definidos culturalmente y que se encuentra inserta en las interacciones sociales. Aun cuando la mayoría de las posturas coincida en que la situación de vulnerabilidad de los sectores pobres les hace especialmente sensibles a la exclusión, pertenecer a sectores clásicamente considerados como “sectores no excluidos” en términos estructurales -por ejemplo, a clases con nivel económico, de ocupación laboral y cultural medio y alto- no es garantía de no-exclusión y la infancia y la juventud de familias de estos sectores tampoco tienen garantizada la no-exclusión.
Ello nos orienta a otra de las características de las sociedades actuales, su permanente cambio e incertidumbre, lo que las mantiene en un clima constante de vulnerabilidad. La vulnerabilidad conduce a la desestabilización de los estables y a la instalación en la precariedad (Jollonch, 2002). La vulnerabilidad también afecta a los que están integrados socialmente y a los que tienen un trabajo. Los cambios tecnológicos, la instalación de la sociedad de la información y el requerimiento de nuevas competencias asociadas a nuevos modos de producción y a un sistema económico cada vez más complejo exigen nuevos perfiles de trabajadores y trabajadoras, no garantizan la protección y la seguridad que hasta ahora concedía el sistema social del Estado de bienestar y demandan sujetos con perfiles personales capaces de superar condiciones adversas o de fragilidad en su dimensión profesional.
El crecimiento de la vulnerabilidad no sólo afecta a aquellos que antes estaban integrados, sino también a aquellos que aún no han iniciado su proceso de inserción social y profesional; es decir, afecta, por ejemplo, a los jóvenes que buscan su primer trabajo o a los niños que se encuentran en proceso de formación. De igual manera como hemos concebido la exclusión social como un fenómeno que trasciende las voluntades individuales o las características sólo personales, la vulnerabilidad también puede referirse a los espacios y escenarios de desarrollo y educación que promueven o limitan la inclusión social de los individuos.
La vulnerabilidad puede conducir a una desafiliación (Castel, 1991) que se caracteriza por la falta de participación en la vida productiva y ausencia de relación como efecto de la conjunción de dos vectores: el de la integración- no integración en el mundo del trabajo y el de la inserción-no inserción en la sociabilidad.
En la sociedad actual, la integración productiva y la inserción social requieren un conjunto de saberes, sobre todo saberes prácticos, que no pueden identificarse con aprendizajes meramente informativos y conceptuales o con una concepción enciclopédica del saber. Surge así el concepto de nuevas alfabetizaciones para aludir a aquellas competencias de carácter básico que habilitan a los individuos para participar eficazmente en la sociedad y cuya ausencia se traduce en causa de exclusión.
De esta forma, la expansión del conocimiento ha generado nuevos nichos de ignorancia, y es necesario responder con nuevos programas de alfabetización, que respondan al replanteamiento del papel de la educación: formar ciudadanos para sociedades globalizadas, en las que el conocimiento ocupa un lugar central. En esta “sociedad del conocimiento”, las formas de producción y circulación de los discursos sociales se tornan complejas y se diversifica, se hace necesario formar ciudadanos con las competencias necesarias para que puedan participar en forma plena en dicha sociedad. Alfabetizar ya no es sólo enseñar a leer y escribir, sino favorecer el acceso a diferentes tipos de códigos: artísticos, matemáticos, científicos tecnológicos, políticos y económicos, entre otros.
El conocimiento y la información son variables claves en la generación y distribución del poder en nuestras sociedades, donde la pugna por concentrar su producción y su apropiación es tan intensa como lo fue históricamente la desarrollada por conseguir los recursos naturales, la fuerza de trabajo y el capital.
La sociedad de la información, además de modificar la productividad, la riqueza y las relaciones de poder, genera rupturas en las formas de simbolización y apropiación del espacio local como referencia para la vida colectiva y personal. A la vez que el espacio globalizado moderno -construido según las normas de la ingeniería y la arquitectura urbana- permanece como un territorio con fronteras sólidas, todo el entramado social que alberga esa contextura material y concreta se ve sacudido por el impacto de las tecnologías que instauran un nuevo marco referencial para el conjunto de la sociedad, con especial significación para los más jóvenes (Echeverría, 1999).
La revolución tecnológica no puede entenderse entonces como la simple incorporación o acumulación de un mayor número de máquinas, sino como una nueva relación entre los procesos simbólicos que constituyen lo cultural y las formas de producción y distribución de bienes y servicios mediadas por el conocimiento al que Castells y Hall (1994) denominan fuerza de producción vital. Esta nueva forma de producción y distribución de bienes y servicios se corresponde con lo que algunos autores denominan economía informacional (Castells, 1999) o nueva economía. En ella, la productividad y la competencia dependen en forma creciente de la generación de nuevos conocimientos y del acceso al procesamiento de la información y la mediación de la tecnología deja de ser algo instrumental para transformarse en estructural. El gran cambio consiste en comprender que la tecnología remite hoy no a unos aparatos sino a nuevos modos de percepción y de lenguaje, a nuevas sensibilidades y escrituras (Martín Barbero, 2000).
La nueva economía depende en forma creciente de las innovaciones científicas y sus aplicaciones tecnológicas. Las modalidades de producción tienen un alto valor agregado en términos de conocimiento. Por primera vez en la historia de la humanidad la información y el conocimiento son a la vez el principal insumo y el principal producto.
Sin embargo, la velocidad de asimilación de los cambios tecnológicos es proporcional al nivel de acceso a los mismos, algo que reproduce y aún amenaza con acrecentar las fuertes asimetrías que se producen en la población mundial, y con ello agravar los problemas de vulnerabilidad y exclusión social. Las nuevas tecnologías no tienen un crecimiento y una distribución pareja a lo largo y ancho del planeta. Su expansión se produce en el marco de estructuras sociales, políticas y económicas consolidadas y que albergan largas tradiciones, lo cual incide desigualmente en el centro y en la periferia del sistema mundial.
Se ha producido así lo que Tourraine (1997) predijo al señalar: “Hemos abierto nuestras economías; ahora hay que volver a abrir las puertas de la sociedad a todos los que fueron excluidos y arrojados a espacios donde se reúnen la desesperación y la violencia”.
En este nuevo escenario existe consenso en reconocer que en las condiciones que adquieren los estilos de desarrollo emergentes, vinculados fuertemente a la expansión del conocimiento, el papel de la educación es y será cada vez más significativo para garantizar una ciudadanía plena y una integración equitativa en las nuevas sociedades.
El Foro Mundial de Educación, celebrado en Dakar en abril de 2000, estableció claramente que la educación es un derecho humano fundamental, y como tal es un elemento clave del desarrollo sostenible y de la paz y estabilidad en cada país y entre las naciones. Se constituye así en un medio indispensable para participar en los sistemas sociales y económicos del siglo XXI afectados por una rápida mundialización.
De los sistemas educativos, y en particular de su capacidad de garantizar condiciones de equidad, dependerá una participación igualitaria en la producción, recreación y apropiación de contenidos socialmente significativos. En un mundo complejo y turbulento, la educación jugará un rol central en el rostro futuro de las sociedades, en el grado de inclusión y justicia social que las mismas construyan y en la construcción de democracias participativas. Al mismo tiempo, la educación se constituye en un mecanismo esencial para preparar a los futuros ciudadanos ante las presiones de mercados globalizados y altamente agresivos.
En América Latina, uno de los mayores desafíos para las políticas públicas debe ser romper el círculo vicioso que vincula un bajo crecimiento con pobreza, inequidad distributiva y exclusión social, lo que implica la necesidad de desarrollar nuevos modelos de desarrollo económico y reducir la pobreza y las brechas entre los distintos sectores de la población, potenciando la posibilidad de progresar socialmente gracias al acceso a distintos activos, entre los cuales la educación reviste especial importancia (Machinea, 2007). Por otra parte, se observan nuevos factores que contribuyen a las complejidades y persistencia de otras formas de pobreza, incrementando de ese modo la vulnerabilidad en Latinoamérica. Estos problemas se traducen en disparidades económicas cada vez mayores dentro de los países y las comunidades; una capacidad reducida del Estado para atender las aspiraciones de los ciudadanos y profundos cambios en los patrones de consumo tanto familiares como nacionales, lo que incide en una sensación sostenida de malestar social al no contar con los ingresos que permitan satisfacer las necesidades reales y simbólicas de los individuos y colectivos e impiden la consecución de una ciudadanía económica y social más plena (Bourne, 2007).
Superar la pobreza y la desigualdad, reformar la educación para hacerla compatible con el desarrollo de las competencias requeridas por los nuevos escenarios económicos y políticos, diversificar la economía para mejorar la competitividad, al mismo tiempo que facilitar la consolidación y formalización de la micro y pequeña empresa, promoviendo la formación de recursos humanos, son objetivos presentes en la agenda de desarrollo de la mayoría de los países latinoamericanos (Cumbre Extraordinaria de las Américas, 2004).
Sin embargo, la mayoría de las agendas políticas contrastan fuertemente con las capacidades reales que tiene la población para poder responder a los crecientes requerimientos de sociedades cada vez más complejas. Un aspecto crítico de estas habilidades está vinculado con el desarrollo de destrezas y actitudes que permitan regular la conducta personal y colectiva hacia un uso racional de recursos económicos escasos, y por ello la preparación real que poseen los ciudadanos para enfrentarse a un mercado creciente que presiona hacia el consumo en un contexto medio ambiental en constante deterioro; es decir, se requiere con urgencia que en las agendas educativas latinoamericanas se incorpore explícitamente la educación económica de su población. Desde esta perspectiva, la educación económica se traduce operacionalmente en alfabetización económica, cuyo propósito es proporcionar las herramientas que permitan entender el mundo económico, interpretar los eventos que pueden afectarlos directa o indirectamente y mejorar las competencias para tomar decisiones personales y sociales sobre la multitud de problemas económicos que se presenta en la vida cotidiana (Yamane, 1997; Denegri & Martínez, 2005).
La importancia de la comprensión de la economía para el logro de una mejor calidad de vida es reconocida por Stigler (1998) al afirmar que el conocimiento económico es importante porque actúa como un medio de comunicación entre las personas, incorporando un vocabulario básico y lógico para el manejo de esta clase de conceptos, que los acompañan en los diferentes roles que desempeñan a lo largo de su vida y les brinda las herramientas para entender el mundo económico e interpretar los eventos que directa o indirectamente les afectan. Esta comprensión es fundamental en países democráticos, ya que implica la participación activa de sus ciudadanos en el contexto mundial de la globalización, el cual plantea nuevos escenarios económicos que exigen a los individuos contar con una formación económica básica para desempeñarse exitosamente en éstos. Es por ello que la comprensión de la economía se ha convertido en una necesidad básica para poder responder satisfactoriamente a los requerimientos de adaptación.
Esta última afirmación sustenta la necesidad de contar con conocimientos que den cuenta sobre la manera como el individuo comprende uno de los pilares fundamentales de la realidad social: el mundo de la economía; comprensión que implica la construcción de una visión sistémica del modelo económico social en el que está inserto, el manejo de una serie de informaciones específicas y de rutinas de ejecución, y el desarrollo de competencias y actitudes que posibilitan un uso adecuado de los recursos económicos: hábitos de consumo y uso general del dinero (Denegri, 2007), a partir de la interacción de dos elementos esenciales: las herramientas intelectuales con que cuenta el individuo en un momento del desarrollo y las experiencias de socialización. “La tendencia dinámica entre estos dos polos de la realidad genera un juego dinámico de equilibrios y desequilibrios sobre el cual se construye el conocimiento social” (Abello et al., 2002: 2).
La realidad económica hace parte del entramado de relaciones que los niños enfrentan tempranamente a partir de experiencias tan cotidianas como ir a la tienda, a los supermercados, a los almacenes, o escuchar las frecuentes conversaciones que tienen sus padres con otros adultos sobre lo económico o las informaciones recibidas a través de los medios masivos de comunicación y en la escuela; experiencias que los obliga a construir modelos explicativos de esta realidad tan cercana pero a la vez tan compleja (Furth, 1980).
La manera como el niño comprende el mundo económico es de enorme interés para la psicología cognitiva, la psicología social y particularmente para la psicología económica. Por un lado, la psicología cognitiva se centra en la manera como el ser humano construye el pensamiento económico, entendido éste como “las estructuras y herramientas cognitivas que sustentan y posibilitan la comprensión y conocimiento económico del niño” (Denegri, González, Sanzana, Sthioul & Venegas, 2006: 13). Por su parte, l...
Índice
- PORTADA
- PORTADILLA
- CRÉDITOS
- PRESENTACIÓN
- CAPÍTULO 1
- CAPÍTULO 2
- CAPITULO 3
- CAPITULO 4
- CAPITULO 5
- CAPITULO 6
- REFERENCIAS
- NOTAS
- CONTRAPORTADA