1 - EL ESPACIO
La casa
La ciudad
El edificio
Otros lugares
LA CASA
La casa, de la puerta a la escalera y de la buhardilla al sótano. La enumeración; amueblar situaciones. El personaje.
Propuesta nº 1
Este ejercicio consiste en que escribas un texto corto, de cinco a diez líneas, sobre cada una de las habitaciones que aparecen en las fotografías.
Te proponemos que utilices las técnicas de observación que usa Italo Calvino en su texto Sí una noche de invierno...y nos sugieras a los personajes que habitan o sueñan estos espacios.
La nostalgia invade toda la habitación, es su primer año lejos del hogar, lejos del amor de una madre que era, es, a la vez cariñosa, alegre e inteligente, mezcla explosiva que convierte los recuerdos en inolvidables. Lejos de la autoridad de su padre que también le quiere pero de otra forma, inculcando un sentido del deber difícil de aprender y entender cuando se es joven. Y él, fiel a toda esa memoria, su memoria, se deja llevar por el vaivén de las imágenes, emociones no desentrañadas pero vivas, y poco a poco se duerme en ese universo que son los recuerdos, sueño suscitado por esos retratos sobre la cómoda, auténticos sentimientos detenidos en el tiempo, y todos aquellos objetos (un reloj, un pequeño barco, un trofeo...) que un día decidió llevar a su nuevo destino, para sentirse más en casa, menos solo, más consigo mismo.
¡Cuanta vitalidad encerrada en una habitación! Los azules como manchas contrastando con el fondo blanco de la pared, y a la vez con el zócalo de juncos. Esa habitación fue ocupada por alguien joven, alegre, desenfadado y a la vez sensible como lo demuestran los dos adornos de la pared, una margarita como símbolo de la vida, la naturaleza y el sol y un ángel para custodiar los dulces sueños, esas esperanzas que ahora aparecen rotas, destruidas, pero no, no creo en las ilusiones rotas, los sueños son como seres vivos que no pueden ser aniquilados, y se que la fuerza, la vitalidad del joven que vivió en esa casa, en esa habitación rota, tendrá un día su oportunidad y nada ni nadie podrá quitársela.
El aséptico refugio de anónimos viajeros, la habitación de un hotel es siempre impersonal, el hogar de nadie, todo limpio, todo ordenado en pesadas simetrías, la cama perfectamente hecha como por una máquina de hacer camas ¡deshacerlas es mi mayor placer! Es como dar vida a una estatua de frío mármol, como introducir equilibrio dinámico en lo excesivamente estático, o sea, en lo inerte, en lo sin vida, en la muerte. ¡Que respiro el paisaje que entra por el ventanal! Resulta tan artificial la habitación, que hasta la ventana parece mentirnos, la naturaleza que muestra no parece real ¿será un cuadro? ¿será una de esas vulgares litografías? Espero que no, espero que no.
Como en un sueño, como perdido en una pertinaz niebla, no se a dónde voy, mis sentidos están dormidos, y vago sordo, mudo y casi ciego por un pasillo sin fin. Estoy perdido, se que estoy perdido, mi alma esta perdida, solo veo pasillos y más pasillos blancos y un enorme reloj que siempre marca la misma hora, siempre la misma hora ¿se habrá detenido el tiempo? ¿será mi tiempo el que se acaba? ¿habrá llegado mi hora? El infierno es un laberinto de pasillos fríos y paredes blancas donde no corre el tiempo. Y mi castigo un deambular sin rumbo, sin memoria, sin futuro, viviendo, muriendo en cada instante un angustioso presente.
Una cama sólida, fuerte, permanente como la miseria, fiel como la pobreza de algunos desheredados cuyo único orgullo es una dignidad febril, y en esa dignidad de paredes vacías, de sillas solitarias y olvidadas, de alfombras polvorientas; viven y duermen y comen y aman y odian y rezan y finalmente mueren. No se si felices, no se si aferrándose a una triste existencia nada generosa, no se si con la esperanza de una vida en el más allá, pero eso sí, con la dignidad del hombre sencillo que poco le pidió a la vida y que parte sin remordimientos, tal vez hasta con alegría porque siente que la muerte no puede ser peor que la vida.
Esas paredes de infinitos dibujos, estampados y manchas no dejan lugar al espacio, al aire, al silencio ¿no es agobiante? Y quién puede tenerle miedo al aire, al espacio, al silencio como para no tenerlo en cuenta, como para no rendirle un sencillo homenaje en algún rincón de su paisaje interior, solo el cobarde que no admite que la vida es misterio o no es vida, solo el fanático que llena su cabeza y su corazón de formulas aprendidas y que tiene miedo, miedo a la verdad, miedo a la nada... ¿estará su mundo interior tan vacío que necesita llenar su mundo exterior? Solo siento rechazo hacia esa habitación y hacia quien en ella duerma, por que presiento que de sus sueños el no es el dueño.
¿Serán esos dibujos sus trofeos a los que, muy satisfecho, dedica esas grandes bocanadas de humo? Lo dudo, no lo creo, más bien son sus deseos, sueños de conquistador trasnochado que confunde a la mujer con un cuerpo, y cree tenerlas en su poder cuando pasa una noche entre sus brazos ¿se puede estar más confundido? Extraña vanidad anima el alma de algunos hombres, quizás por que ese es su único tesoro, exceso de autoestima, todo un vendaje para sus ojos y su corazón. Y así buscan el amor donde no puede haberlo, en un instante de pasión, una fugaz exaltación que vacía más que llena, y así se les escapa el misterio de lo femenino, se les esfuma un posible amor como en el aire desaparece ese humo del tabaco, esa nube pestilente, el orgullo de un falso conquistador.
Propuesta nº 2
En este ejercicio vamos a proponerte dos constricciones:
La primera es temática: queremos que nos hables de una casa, la que tú elijas, que nos cuentes, además de su aspecto físico, sus costumbres y sus misterios.
La segunda es formal: Queremos que nos cuentes esa casa sin la letra e.
MIS YAYOS Y SU BLANCA CASA
La fachada blanca, blanquísima, limpia con la cal, como todos los años, brilla al sol matutino traído por agosto. Una boca y varios ojos la adornan, la boca amplia y alta cual tablón, por ahí nos olvida y nos traga a nosotros, su familia. Sus dos ojazos son balconadas piso a piso hasta contar dos, más un ojillo casi oculto hasta, sin parar, contar más uno. Sus ojazos nos vigilan, nos vislumbran, no dormitan, nos cuidan tanto como incordian las ansias y la natural infancia —¡hay yayo turbas los pasos, mira hacia otro lado! — Su único ojillo nos mira con guiños, dan al altillo, son lo más alto bajo un gorro construido con antiguas baldosas gastadas por los días, y más alto aún hay como una corona, una barandilla manchada con óxido, cosa natural... los años pasan y pasan y la lluvia moja con calma y sin prisa.
Así la imaginación dibuja la blanca casa bajo un limpio azul con manchas vaporosas. A...