
- 188 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Descripción del libro
Leer estos textos constituirá una revelación, no sólo del tema que abordan sino de la alegría lectora. La reflexión y el pensamiento filosófico se acercan a la inteligencia y se alejan de cualquier rígido academicismo. Ensayos (o sea, tentativas de comprensión) sobre temas que están al alcance de la mano. Una lectura fuera de lo común.
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Información
CIUDADES
Pensando en Fernández Moreno
Desde que, en tiempos que ya parecen míticos, Baudelaire escribía “Fourmillante cité, cité pleine de rêves,…” de un París todavía aletargado en una urbanística medieval pero que ya estaba admitiendo elementos cuya forma se proyectaba hacia otros tiempos, y Eugenio Sue, con énfasis, profería su celebérrima fórmula, Los misterios de París, un nuevo discurso relacionado con la ciudad fue tomando cuerpo y diferenciándose de las imágenes que sobrevolaban, metafísicamente, el hecho material de la ciudad: de la “Ciudad de Dios” agustiniana, de los sueños principescos y urbanos del Palladio, de las configuraciones platónicas, de las fortalezas de Vauban y las consecuentes ciudades castrenses y, por fin, de los reductos jesuíticos americanos, que mezclan utópicamente todas las versiones precedentes, a imágenes atormentadas, críticas, patológicas o promisorias.
Es a partir de ahí, creo, que el “hecho ciudad” puede ser visto y la mirada que se arroja sobre él autoriza designaciones que son más bien imágenes, inquietantes: se puede hablar, entonces, a lo largo de muchos decenios, de ciudades aparentes y ocultas, de ciudades museo, de ciudades industriales, de ciudades éticas, de probables ciudades tecnológicas, de ciudades como textos, de ciudades como obras de arte. El modo, inclusive, de designarlas adquiere un carácter interpretante, los discursos convierten las ciudades en objetos, naturalmente espaciales, y ayudan a estructurar el pensamiento de un tiempo y de un lugar.[17]
No son, sin embargo, Baudelaire y Sue los únicos: Herman Melville (Bartleby) y Nathaniel Hawthorne (Wakefield), pero quizás no Edgar Allan Poe, cuya poética atrae sin embargo a Baudelaire, vislumbran también, en una Nueva York que se está desperezando, una cultura industrial en ciernes y hablan de un nuevo vértigo, de un nuevo lenguaje de la ciudad, eso mismo que años después admirará José Martí en sus primeras crónicas.[18]
En América Latina, en cambio, protegido por las guerras civiles, perdura, en la literatura al menos, el discurso que se prolonga desde la Colonia y que manifestará voluntad de entender nuevas posibilidades sólo hacia finales del siglo, véanse si no las expresiones baudelairianas (“vértigo”, “locura”, “velocidad”) en La bolsa, de Julián Martel.[19]
Decimos “va tomando cuerpo” y deberíamos probarlo: es sencillo hacerlo con las imágenes que nos brinda la literatura y la sociología pero ese proceso se manifiesta en zonas de producción semiótica más compleja; baste señalar el desarrollo del periodismo “moderno” a partir del último tercio del siglo xix en Europa y en América y lo que implica de síntesis cultural en un modo de discurso que no podía haberse dado en la ciudad paleotécnica.
Ahora bien, esas dos fórmulas aplicadas al París de mediados del xix son suficientes para consagrar o entender ese nuevo discurso, que sólo la literatura podía presentir –se trata de presentimiento, no de declaración–, ni la política ni la historia estaban en condiciones de hacerlo; lo más importante es que, a partir de entonces, quizá de un poco después según los lugares, tal discurso se desarrolla en todos los órdenes de la existencia con una impetuosidad que ni siquiera tuvo el discurso imperial en sus momentos de mayor energía. Pero el valor que tienen las dos fórmulas –los otros escritores mencionados y muchos que faltan no formulan síntesis comparables sino que hacen trazados ambientales– consiste en que encierran un cúmulo de nociones que sin mayor dificultad pueden ser vinculadas con una presunta modernidad, seguramente porque las modulaciones que registran y que le confieren su espesor dependen del hecho industrial, signo, meta y límite de la modernidad. ¿No depende acaso el auge del discurso periodístico, expresión de la modernidad, o no es un resultado de las maquinarias novedosas, que garantizan su existencia y conforman su lenguaje, y del ferrocarril, que garantiza su difusión?
En cuanto a la ciudad que intentan entender y describir, tales fórmulas presuponen, articulan o promueven dos órdenes y eso es tal vez lo nuevo que contienen: uno se relaciona con el mundo del afecto que, actuando en quien miraba, sentía y sufría la ciudad, en quien hacía la experiencia de lo que la estaba haciendo cambiar, permitía por fin operar con palabras, dimensión que ahora designamos como subjetiva y que tendía a crearla a partir de los modos de verla, sentirla o padecerla, ahora asumidos semióticamente: la ciudad tenía toda su fuerza de hecho material pero también era posible expresarse expresándola.
El otro orden es el del reconocimiento, la dimensión objetiva, heredera del racionalismo científico, capaz de proponerse la producción de diversos modelos de lo que se podía observar y de formularlos, desplegarlos o explicarlos. Entre ambos órdenes se tiende el nuevo discurso de la ciudad que alcanza a la filosofía, la arquitectura, la literatura, la comunicación, la plástica, la política y crea las condiciones para las grandes transformaciones del pensamiento que marcan desde el último tercio del siglo xix hasta todo el siglo xx.[20]
Pero, a decir verdad, no fue el siglo xix el que descubrió esos dos órdenes. Ocurrió, quizás, otro acontecimiento: a partir de ciertos aparatos interpretativos –romanticismo y positivismo sobre todo– que operaron sobre el saber relativo a lo que suele designarse como la ciudad antigua o bien a las explosiones que habían experimentado pequeños burgos asediados que se convirtieron, por obra de múltiples transformaciones, en ciudades, el siglo xix (más bien algunos de sus profetas), al convocar afecto y reconocimiento, transformó formas de entender la ciudad que venían de lejos y consiguió considerarla como fenómeno a la luz de esa doble dimensión: lo que resultó fue una operación epistemológico-fenomenológica en virtud de la cual la ciudad fue convertida en objeto cognoscitivo. Fue ese cambio el que generó ese discurso madre sobre la ciudad que en el primer párrafo calificábamos de nuevo y que se expandió en una catarata de subdiscursos que se fueron particularizando, convivieron inicialmente y luego se combatieron pero, en todo caso, se acumularon e indujeron a formular taxonomías diversas, de las cuales las que proceden de reducciones disciplinarias son las más perdurables: arquitectura, sociología, urbanística, política, etc. El nuevo discurso que se instauró parecía corresponder a lo que era la ciudad ahora, transformada de hecho, como lo señalamos, por el desarrollo industrial y los fenómenos de masas que son su consecuencia.[21]
Como modo de entrar en esa multiplicidad de discursos, la taxonomía es un gesto semiótico que indica, ante todo y antes de generar sus clasificaciones, una fecundidad: que los discursos han proliferado, que se entrecruzan, se superponen, se hacen programáticos en lo político y aun, como declaraciones de pertenencia y de amor, sintomáticos en la sociología –las enfermedades sociales propias de lo urbano–, generan imágenes en la poesía, descripciones feroces o idílicas en las narraciones realistas y conjeturas en las de ciencia ficción; la acumulación es tan grande que abarcarla ya sea con clasificaciones o con interpretaciones es imposible y, al mismo tiempo, cubre de tal modo lo que la ciudad es que pareciera que está todo dicho –si el discurso equivale al decir– y, correlativamente, a causa de la acumulación, pareciera que lo dicho es inabarcable, lo mismo que el objeto dicho, la ciudad, aunque el objeto sea fragmentariamente comprensible en el sector que cada discurso considera pero ininteligible en su totalidad. Vista así, la proliferación discursiva tiene un efecto similar al de la ciudad baudelairiana, los discursos hormiguean en disparada y sin dirección, crean un rumor que sobrevuela las ciudades y acompaña su vida como un complemento a veces indisociable como, por ejemplo, la Rhapsody in Blue de George Gershwin respecto de Nueva York, o El hombre que está solo y espera de Raúl Scalabrini Ortiz respecto de Buenos Aires, por no dar más que dos ejemplos archiconocidos.
Con toda esa enormidad, acumulación y pululación es casi imposible hacer nada, si se trata de hacer algo con los discursos, así como no es posible hacer algo con todo lo “todo dicho” aunque, desde ciertas hermenéuticas que todavía le deben mucho a Freud, siempre hay un resto o un más allá o un encubierto en lo dicho, que suele ser, para las ciudades, algún rasgo que puede serle peculiar y único, acaso una esencia inalienable, la eternidad de Buenos Aires para Borges, por ejemplo, o una cualidad, la irracionalidad en la Praga de Meyrink, la racionalidad en las ciudades soñadas y deseadas por Sarmiento. “Lima, la horrible” escribe Sebastián Salazar Bondy. Siempre será posible preguntarse por ese “más allá”, esencia o cualidad o rasgo y, de hecho, esa interrogación genera otro discurso más, un discurso tercero, que se advierte con toda nitidez en los testimonios de los viajeros, que desde Marco Polo hasta José Ortega y Gasset, ni hablar de la ensayística o la semiótica aplicada a la arquitectura, siempre han indagado en relación con eso que está oculto en una ciudad tras lo aparente pero que sería su verdad. Pese a su legitimidad y a lo bien fundado de su pretensión, esa veta interpretativa tiende quizás a agotarse en la actualidad en la medida en que las ciudades modernas, las mayores, las que antes suscitaban las preguntas acerca de su misterio, tratan de parecerse cada vez más entre sí, intentan, precisamente, perder peculiaridad y sienten como una meta valiosísima a la que hay que llegar aun a costa de la memoria y del sentido, lo que prometen modelos únicos de ciudad, triunfantes e impuestos en virtud de una consistencia tecnológica que sería, aho...
Índice
- PÓRTICO
- ENSAYO, DUDOSO GESTO
- ¿DÓNDE ESTÁ LA LITERATURA?
- INDIFERENCIA/DIFERENCIA
- CONOCER, POETIZAR
- VITA BREVIS VS. REALIDAD EXTENSA
- EL CORAZÓN ROMÁNTICO
- DESGASTE
- REALIDAD Y ESCRITURA REAL
- DISOCIACIONES
- ALARMA: CRISIS EN EL DISCURSO
- FANTASMA DE HOBBES
- ¿CULTURA?
- DEMÓCRATAS ENTENDER
- CIUDADES
- USURA/ACUMULACIÓN
- POBRES ADICTOS
- DESENTENDIMIENTOS
- QUELLE EST CETTE LANGUEUR QUI PÉNÈTRE MON CŒUR
- Contenido