Dictaduras del Caribe
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Dictaduras del Caribe

Estudio comparado de las tiranías de Juan vicente Gómez, Gerardo Machado, Fulgencio Batista, Leónidas Trujillo, los Somoza y los Duvalier

  1. 168 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Dictaduras del Caribe

Estudio comparado de las tiranías de Juan vicente Gómez, Gerardo Machado, Fulgencio Batista, Leónidas Trujillo, los Somoza y los Duvalier

Descripción del libro

Resulta de gran interés conocer la historia de los países del Caribe, máxime cuando en la actualidad el debate gira en torno a definir cuáles son las características de los populismos o los líderes mesiánicos, y si estos son compatibles con la noción de democracia que hemos construído en América Latina. Esta obra-que surge del trabajo colaborativo entre el Departamento de Historia de La Universidad de La Haban y el Instituto de Altos Estudios Sociales y Culturales de América Latina y el Caribe de la Universidad del Norte-, los autores abordan, desde la perspectiva metodológica de los estudios comparados, la dinámica de las dictaduras más conocidas en toda la historia contemporánea del Gran Caribe: los regímenes de Juan Vicente Gómez en Venezuela, Fernando Machado y Fulgencio Batista en Cuba, Rafael Leonidas Trujillo en República Dominicana y las dinastías de los Duvalier en Haití y los Somoza en Nicaragua.

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Información

Año
2018
ISBN del libro electrónico
9789587418545
Edición
1
Categoría
History

CAPÍTULO III

LAS DOS DICTADURAS DE BATISTA EN CUBA (1934-1944 y 1952-1958)

Al día siguiente de la huida de Machado y los principales personeros de la dictadura, sus mansiones y propiedades fueron saqueadas y/o incendiadas por turbas violentas, mientras muchos de los esbirros y políticos connotados, que no lograron escapar a tiempo del país, fueron perseguidos y arrastrados por las calles, resultando muertos o apresados.
A duras penas, y con la activa participación de Sumner Wells, se pudo establecer un débil gobierno, bautizado por Carlos Rafael Rodríguez como el “intermezzo wellesiano”.1
Como nuevo mandatario los participantes de la mediación escogieron a Carlos Manuel de Céspedes, hijo del primer presidente de la República en Armas e iniciador de la guerra de independencia contra España en 1868, tras fracasar el intento de dejar en el poder al jefe del Ejército, general Alberto Herrera. Según cuenta el mismo cronista citado antes:
El general Herrera, sustituto de Machado, no pudo cogerle el gusto a la presidencia. Era un producto de la mediación, pero los militares no lo quisieron. Estuvo en el cargo menos de veinticuatro horas, tiempo suficiente para nombrar a Carlos Manuel de Céspedes como secretario de Estado y por tanto su sustituto, en virtud de la reforma constitucional de 1928, que abolió el puesto de vicepresidente. Ya fuera del poder se escondió en el Hotel Nacional y, amparado por el embajador norteamericano, logró salir en barco del país, en compañía de su familia.2
La etapa final de Machado y su caída originaron un periodo convulso de la historia de Cuba, conocido como la Revolución del Treinta, del que emergió Fulgencio Batista como una de las figuras dominantes del panorama político nacional.3 Convertido en el principal jefe militar del país, tras meteórico ascenso en las filas castrenses, devino en el instrumento de Estados Unidos y la burguesía cubana para liquidar las reivindicaciones populares y el movimiento renovador que estremecía la isla. A esa solución, cuyo epicentro era Batista, se había llegado tras el fracaso del gobierno impuesto por la mediación norteamericana, que fue depuesto el 4 de septiembre de 1933.

APARICIÓN DE FULGENCIO BATISTA EN EL PARÉNTESIS DE 1933

El movimiento cívico militar que derrocó al efímero presidente Céspedes, quien contaba con el respaldo de Estados Unidos, la oligarquía y los políticos que habían participado en la mediación de Sumner Welles —entre ellos el ABC—, fue resultado de una conspiración de sargentos, cabos y alistados, sin precedentes en la historia de América Latina. Era dirigida por un astuto sargento taquígrafo de Columbia, la principal plaza militar del país, nombrado Fulgencio Batista y Zaldívar.
Hasta entonces este personaje era un desconocido y su primera aparición pública se produjo tras la caída de Machado, en el entierro de tres víctimas de la dictadura depuesta: el líder obrero Margarito Iglesias, el dirigente del DEU Félix Alpízar y el sargento vinculado al ABC Miguel Ángel Hernández, cuyos cadáveres fueron encontrados en tumbas ocultas en el Castillo de Atares. En el sepelio, uno de los oradores fue el sargento Fulgencio Batista, junto con los dirigentes estudiantiles Raúl Roa y Rubén de León.4
La sublevación militar del 4 de septiembre de 1933, enfilada inicialmente a simples demandas castrenses, fue aprovechada por algunos sectores opositores para deponer al gobierno de Céspedes. En primera fila estaban los estudiantes del DEU, descontentos con la injerencia norteamericana y la continuación del machadato sin Machado, y que formaron en Columbia con los sargentos sublevados la llamada Agrupación Revolucionaria de Cuba, que excluía a las demás fuerzas políticas antidictatoriales.
Pero el inoperante gobierno colegiado que le sucedió —conocido como la Pentarquía— apenas duró unos días, después de que uno de sus integrantes, Sergio Carbó, de manera inconsulta designara al sargento Batista como jefe del Ejército, con el grado de coronel, ante el desacato de la vieja oficialidad a aceptar el nuevo orden. Por esa misma razón, todos los jefes y oficiales del Ejército, muchos de ellos desprestigiados por su apoyo a la dictadura de Machado, fueron sustituidos por sargentos, cabos y soldados ascendidos con la misma prontitud.
En lugar de la Pentarquía ocupó la presidencia, desde el 10 de septiembre de 1933, el prestigioso profesor universitario Ramón Grau San Martín, uno de los cinco miembros del gobierno colegiado, quien se negó a jurar su cargo sobre la Constitución de 1901, como símbolo de su rechazo a la Enmienda Platt.
En el autotitulado Gobierno Revolucionario de Grau actuaba un ala antimperialista, encabezada por el ministro Antonio Guiteras, que impulsó medidas nacionalistas y de corte social.
Entre las disposiciones de este sector de izquierda, y que el presidente Grau refrendó, merecen destacarse la jornada laboral de ocho horas, el reconocimiento de la sindicalización, la autonomía universitaria, la ley de nacionalización de trabajo y la convocatoria de una constituyente para mayo de 1934. Entre los decretos estaba también la suspensión del pago al Chase National Bank y la rebaja de las tarifas eléctricas, que llevó al Gobierno a intervenir a la Electric Bond and Share Company, así como el derecho de tanteo en los remates de las grandes propiedades agrícolas. También hay que anotar en su haber una política exterior independiente, como demostró la postura de la delegación cubana en la Conferencia Panamericana de Montevideo en diciembre de 1933. 5
Pero el Gobierno Revolucionario de 1933 fue combatido por la oligarquía —que promovió varias sublevaciones armadas— y los Estados Unidos. El presidente Roosevelt no otorgó su reconocimiento diplomático y mantuvo la isla rodeada por treinta buques de guerra, al mando del almirante Charles S. Freeman, muchos de ellos situados frente al litoral de La Habana.
Para complicar más la situación al llamado “gobierno de los cien días” —en realidad duró 127—, este tampoco fue aceptado por el Partido Comunista y otras fuerzas progresistas. A esta incomprensión de la izquierda contribuyó la masacre cometida por el ejército batistiano en el entierro de las cenizas de Mella el 29 de septiembre de 1933.
La brutal represión militar, que dejó un saldo de treinta muertos y más de cien heridos, fue considerada por los comunistas y otros participantes en la ceremonia luctuosa una responsabilidad de todo el gobierno, incapaz de actuar en consecuencia. Para la historiadora Caridad Massón, a agravar esta falta de sintonía contribuyeron en forma decisiva las orientaciones de la Internacional Comunista de Moscú:
Durante la etapa comprendida entre las huelgas de agosto del 33 y marzo del 35 […] desempeñaron un rol preponderante en las valoraciones negativas que hacia el Gobierno de los Cien Días se pusieron de manifiesto, al concluir que aquel gobierno tenía un carácter burgués-terrateniente y pro imperialista e impulsar la consigna extrapolada de la toma del poder a través de los soviets. De ambas se derivó la orientación de no concertar ningún tipo de acuerdo con el régimen, ni siquiera con su vertiente nacionalista más revolucionaria.6
Al margen de estos desencuentros y las propias contradicciones intestinas del gobierno de Grau, la responsabilidad fundamental de su caída, el 15 de enero de 1934, correspondió a Estados Unidos, que alentó la traición del jefe del Ejército, el exsargento devenido coronel Fulgencio Batista, convertido como por arte de magia en el nuevo hombre fuerte de Cuba, principal instrumento de la oligarquía y del Gobierno norteamericano para aplastar el proceso revolucionario cubano y restablecer el viejo orden de dominación.
Así contó sorprendido por este rápido viraje un líder estudiantil que presenció lo ocurrido en la reunión de Columbia, en vísperas del derrocamiento de Grau, donde el jefe del Ejército
Pronunció un discurso que en nada se parecía a los que tantas veces le habíamos oído en los balcones de Palacio o en los terrenos de práctica de tiro del propio Campamento. Ya no estaba dispuesto a entablar pelea contra la Marina yanqui; ya no decía en tono despectivo “esos caudillos”…7
Ese resultado fue también favorecido por la definitiva desmovilización de la vieja oficialidad del Ejército, que fracasó en un postrero e inútil esfuerzo de desesperada resistencia en el lujoso Hotel Nacional de La Habana, de donde fue desalojada a cañonazos por el propio Batista el 2 de octubre de 1933, ya puesto a las órdenes de la Embajada de Estados Unidos. Lo mismo ocurrió con el alzamiento de exoficiales, la aviación y parte de la policía el 7 y 8 de noviembre de ese año.
En estos últimos sucesos, como ya había sucedido antes en el Hotel Nacional, las tropas batistianas tomaron crueles represalias con los prisioneros, muchos de los cuales fueron fusilados a la vista de todos. Una de las víctimas fue el coronel Blas Hernández, caudillo de origen campesino, como muchos de los antiguos oficiales del Ejército que se habían rendido a las fuerzas batistianas.

LA PRIMERA DICTADURA BATISTIANA

A partir de estos sucesos Batista quedó convertido en el verdadero poder en Cuba, dominando el panorama nacional durante toda una década, lo que puede considerarse, en la práctica, el comienzo de su dictadura, aun cuando todavía actuaba tras bambalinas.8 Un periodista norteamericano, Carleton Beals, describe con crudeza la conversión del sargento-coronel en el principal agente de la contrarrevolución:
La soldadesca de Batista es la guardia blanca de las propiedades, de los intereses yanquis. Batista se considera un hombre fuerte, el hombre del destino. Y solo es un mayoral de paja asalariado. Tuvo la oportunidad de ser una figura noble y patriótica. Lo desechó por un plato de lentejas. Lo desechó para convertirse en un asesino al servicio de los intereses del Chase National Bank y de la Compañía Cubana de Electricidad. Esto hace de él simplemente un gángster, un rompehuelgas armado, un mercenario venal. Traicionó a su dueño por treinta monedas de plata […]. No es un hombre fuerte, es un cobarde que ha asesinado a su propio pueblo, a su propio país. Sin Caffery o sin cualquier representante americano del tipo Caffery, Batista estaría aplastado como una cáscara de huevo.9
Tal como considera Carleton Beals, con el apoyo del nuevo representante de Estados Unidos en la isla —llegado el 18 de diciembre de 1933—, Jefferson Caffery, y de la alta burguesía cubana, el papel de Batista fue decisivo en el derrocamiento del presidente Grau —una manifestación en su apoyo fue reprimida por las tropas batistianas frente al Palacio Presidencial, dejando varios muertos y heridos— y la designación de un nuevo mandatario, Carlos Mendieta, típico representante de la vieja política. Con razón la historiografía cubana ha denominado a este gobierno, constituido el 15 de enero de 1934, totalmente dependiente de Estados Unidos y del Ejército, como Caffery-Batista-Mendieta. Esta siniestra alianza fue posible, como ha explicado Tabares, porque
Sin interrumpir en momento alguno sus maniobras con la oposición derechista, Welles estrechó sus vínculos con Batista, concediendo mayor valor en sus planes al papel y lugar del jefe de las fuerzas armadas, a medida que la acción antigubernamental de la oposición derechista revelaba su poca eficacia. Este no era, sin embargo, un asunto sencillo, y tanto Welles como su sucesor Caffery, debieron desplegar un gran esfuerzo para que los oligarcas y los políticos tradicionales aceptasen el liderazgo contrarrevolucionario de Fulgencio Batista, mula...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portadilla
  3. Página legal
  4. Dedicación
  5. ÍNDICE
  6. PRESENTACIÓN
  7. INTRODUCCIÓN:
  8. I. LA DICTADURA DE JUAN VICENTE GÓMEZ EN VENEZUELLA (1908-1935)
  9. II. EL MACHADATO EN CUBA (1925-1933)
  10. III. LAS DOS DICTADURAS DE BATISTA EN CUBA (1934-1944 Y 1952-1958)
  11. IV. LA ERA DE TRUJILLO EN REPÚBLICA DOMINICANA (1930-1961)
  12. V. DINASTÍA SOMOCISTA EN NICARAGUA (1937-1979)
  13. VI. LOS REGÍMENES DICTATORIALES DUVALIERISTAS EN HAITÍ (1957-1986)
  14. VII. DICTADURAS CARIBEÑAS: UNA COMPARACIÓN FINAL
  15. REFERENCIAS
  16. Cubierta posterior