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EL PODER DEL CRÉDITO
Las finanzas modernas suelen ser incomprensibles para la mayoría de las personas [...] El grado de comprensión de muchos banqueros y entes reguladores no es que sea considerablemente mayor. Probablemente se inventaron con esta intención. Como el lobo en el cuento infantil: «Para comerte mejor».
SATYAJIT DAS, Traders, Guns and Money (2010)
Las finanzas deben ser el sirviente, el sirviente inteligente, de la comunidad y la industria productiva; no su amo estúpido.
Comité Nacional Ejecutivo del Partido Laborista británico (junio de 1944), «Pleno empleo y política financiera»
En la actualidad, el sector financiero mundial ejerce un extraordinario poder sobre la sociedad y, muy especialmente, sobre los gobiernos, las empresas y los trabajadores. Los participantes en los mercados financieros controlan el diseño de las políticas económicas, socavan la toma democrática de decisiones y han contribuido a «financiarizar» todos los sectores de la economía (tal vez con la sola excepción de las organizaciones religiosas). Los financieros han obtenido enormes ganancias de capital extrayendo renta (interés) de la deuda, pero también acumulando las rentas de activos preexistentes como la tierra, las propiedades, los monopolios de recursos naturales (agua, electricidad), bosques, obras de arte, caballos de raza, marcas y empresas. Como señala Michael Hudson, «la finalidad del sector financiero no es minimizar el coste de las carreteras, las centrales de energía, los medios de transporte, el agua o la educación, sino maximizar aquello que puede ser cobrado como renta de monopolio».1
Los banqueros y especuladores de fondos en Wall Street y otros centros financieros se han esforzado especialmente en debilitar a las instituciones democráticas, ya sea mediante la reducción de las regulaciones financieras, el trabajo de los lobbys a favor de bajar los impuestos sobre las ganancias del capital o los retrocesos en la fiscalidad progresiva. El sector se ha valido de la movilidad del capital para transferir sus ganancias a paraísos fiscales como Panamá, Londres, Delaware (Estados Unidos), Luxemburgo, Suiza o los Territorios Británicos de Ultramar. Sin duda, el sector financiero mundial tiene muchas razones para saborear su triunfo. Ha logrado apresar, saquear en la práctica y luego subordinar a los gobiernos y a sus contribuyentes para beneficiar los intereses de los mercados financieros, descontrolados e irresponsables.
Geoffrey Ingham, el sociólogo de Cambridge, define como «despótico» el poder que hoy en día ejerce este sector.2
Por desgracia, debido a su opacidad y a los deliberados esfuerzos por enmascarar sus actividades, reina una ignorancia generalizada acerca de cómo se crea el dinero, de la función del crédito y el débito en la economía, del funcionamiento bancario y de cómo operan los sistemas monetario y financiero. Gran parte de los economistas ortodoxos son responsables de esto, pues desde sus cátedras universitarias y en los análisis que realizan de la actividad económica ignoran por completo el dinero, la deuda y el sistema bancario. Según dice un economista que desea mantener su anonimato, el dinero o el crédito son «una cuestión de tercer orden de importancia». La mayoría de los economistas (ya sean «clásicos», «neoclásicos» y hasta algunos supuestamente «keynesianos») consideran el dinero algo «neutral» o simplemente un «velo» sobre las transacciones económicas. Ven a los banqueros como meros intermediarios entre el ahorro y la inversión, y para ellos la tasa de interés es algo «natural» según la oferta y la demanda de dinero. A partir de este punto ciego respecto al dinero y al funcionamiento bancario, no es sorprendente que gran parte de los economistas ortodoxos no analizaran o anticiparan correctamente la gran crisis financiera de 2007-2009. Igual de preocupante resulta que dicha falta de interés sobre cuestiones fundamentales relacionadas con la financiación de la economía haya llevado a una ausencia de debates en torno al «poder despótico» de las finanzas, a favor de cuyos intereses está siendo gestionado el sistema monetario. Hay gente que piensa que esta desatención por parte de los profesionales de la economía no es casual. Después de todo, ha permitido que el capital financiero mundial prospere, exento de cualquier tipo de control minucioso por parte de los académicos o de la ciudadanía.
Pero también ha propiciado grandes equívocos. Uno de los más graves es la con frecuencia repetida acusación de que los bancos centrales «imprimen dinero» y, por tanto, generan inflación. Por más que sea cierto que los bancos centrales son responsables tanto de la emisión como del mantenimiento del valor de la moneda, no lo son de «imprimir» la oferta monetaria de un país. Como explicó en cierta ocasión Mervyn King, que fue gobernador del Banco de Inglaterra, es el sistema bancario privado el que «imprime» el 95 por ciento del dinero que realmente circula (es decir, dinero en cualquiera de sus formas, incluidos los depósitos bancarios y de otro tipo, así como los billetes y las monedas), mientras que el banco central sólo emite en torno al 5 por ciento o menos.3 En un sistema poco regulado, son los bancos comerciales privados los que ostentan el poder de otorgar o privar de financiación a los agentes activos en la economía.4 Pese a ello, los economistas neoliberales en su mayoría pasan por alto la «impresión» privada de dinero y en cambio atacan a los gobiernos y bancos centrales respaldados por el Estado, a los que acusan constantemente de avivar la inflación. El nexo entre la creación de dinero por parte de los bancos privados y la inflación explica en cierto modo por qué los asesores económicos de la señora Thatcher no lograron controlar la inflación.5 Sólo se centraron en la oferta de dinero público: los gastos y el endeudamiento gubernamentales. Los economistas monetaristas promovieron la desregulación para la creación de crédito por parte de los bancos comerciales privados. Tal desregulación permitió a los banqueros embarcarse en una orgía de préstamos que hizo que la inflación aumentara. Ésta es la razón por la que la señora Thatcher no pudo evitar que la tasa de inflación fuese del 21,9 por ciento en su primer año de mandato. No fue hasta en el cuarto año de su gobierno cuando logró reducirla por debajo de la tasa que había heredado, y sólo desarrollando una severa política de «austeridad». Como explica William Keegan, la «desaparecida doctrina económica (monetarista) no solamente provocó un aumento de la inflación, sino que además trajo consigo una brutal contracción de la economía británica y un aumento vertiginoso del desempleo».6
La preferencia por la creación privada de crédito forma parte de una ideología que afirma que lo público es malo y lo privado, bueno. Su argumento es que los «mercados libres y competitivos», que son invisibles y no tienen que rendir cuentas, son bastante fiables como para administrar el sector financiero y las economías de todo el mundo. Semejante idea no parte sólo de una confianza casi mística en los mercados «libres», sino también de un desprecio por el Estado democrático regulador; desprecio abiertamente expresado por los partidarios de las administraciones Thatcher y Reagan en la década de 1980 y, desde entonces, por muchos políticos elegidos en las urnas.
LA GESTIÓN DEL SISTEMA MONETARIO
Aunque la creación de dinero «de la nada» es un fascinante y, para muchos, reciente descubrimiento, creo que lo importante no son las finanzas per se, sino la gestión o el control de lo que Keynes definió como «la producción elástica de dinero». No habría nada que objetar a un sistema monetario en que los bancos comerciales generaran la financiación necesaria para el desarrollo de las actividades productivas y creadoras de empleo en la economía real. Sin duda, los bancos comerciales pueden desempeñar un papel importante en la evaluación de riesgos, aportando y luego facilitando el flujo de finanzas dentro de la economía. Los funcionarios bancarios llevan a cabo una tarea importante en la gestión de las numerosas relaciones sociales que se generan entre los deudores y el banco, además de evaluar los riesgos de los potenciales prestatarios. Aunque no me opongo a la nacionalización de los bancos, los funcionarios públicos de las grandes burocracias no siempre son los más capacitados para evaluar los riesgos de todas las solicitudes de préstamos que los bancos reciben a diario. Imagino mejores cometidos para nuestros funcionarios públicos que los de evaluar la solicitud de una hipoteca presentada por la señora García, la petición de un préstamo para comprarse un coche del señor López o la tramitación de un descubierto en la cuenta del comerciante de la esquina.
No obstante, el poder que ostentan los banqueros comerciales privados para crear y facilitar financiación al «precio» (tasa de interés) que ellos mismos establecen no deja de ser enorme. Semejante poder es otorgado y respaldado por infraestructuras públicas (el banco central, el aparato legal y el sistema fiscal). Por ello, tal poder debe ser minuciosa y rigurosamente controlado por instituciones públicas transparentes, a fin de evitar que se vuelva «despótico». Las autoridades deberían vigilar que la financiación y el crédito se distribuyeran con justicia, a tasas de interés sostenibles para desarrollar actividades económicas sensatas y asequibles, y no prácticas especulativas arriesgadas, que con demasiada frecuencia resultan ser sistemáticamente peligrosas. Sobre todo, ese enorme poder otorgado a los bancos por la sociedad —el de crear dinero «de la nada»— no debería usarse para el propio enriquecimiento de aquéllos. Como tampoco deberían los bancos utilizar los depósitos o préstamos de sus clientes minoristas como garantía para aumentar su propio endeudamiento y realizar sus prácticas especulativas. Todo esto es de sentido común, y debería constituir el fundamento para una supervisión reguladora de los bancos en cualquier sociedad democrática.
LA IMPORTANCIA DE UN SISTEMA BANCARIO SÓLIDO
Aunque en algunos círculos resulte polémico afirmar tal cosa, en mi opinión los sistemas monetario y financiero se cuentan entre los logros culturales y económicos más grandes de la humanidad. La creación de dinero por parte de un sistema monetario y bancario bien desarrollado, primero en Florencia, luego en Holanda y al final en Gran Bretaña, con la fundación del Banco de Inglaterra en 1694, fue sin duda un gran avance de la civilización. A consecuencia de la implantación de estos sistemas monetarios sólidos, se acabó la escasez de financiación para la empresa privada o para el bien público. Las personas emprendedoras ya no necesitaban depender de capitalistas poderosos y con pocos escrúpulos para obtener financiación. Los bancos otorgaban préstamos según la credibilidad del solicitante, lo que condujo a una gran disponibilidad de financiación para muy diversos tipos de emprendimientos privados y públicos, y no solamente para un selecto grupo de privilegiados. Los nuevos y sólidamente desarrollados sistemas monetario y financiero favorecieron la democratización del acceso al crédito, a la vez que redujeron el «precio» o la tasa de interés que se cargaba a los préstamos. Por consiguiente, se acabó la escasez de dinero destinado a invertir y a potenciar la actividad económica y la creación de empleo. Por este motivo, hoy en día, quienes viven en sociedades con sistemas monetarios sólidos no deberían tener poca disponibilidad de dinero para afrontar, por ejemplo, la precariedad energética y el cambio climático. No tendría por qué escasear el dinero a la hora de acabar con los grandes azotes de la humanidad: la pobreza, la enfermedad y la desigualdad, ni a la de fomentar la prosperidad y el bienestar de la humanidad, financiar las artes y las actividades culturales o asegurar la estabilidad de los ecosistemas.
Los verdaderos déficits que padecemos son, en primera instancia, de aptitudes humanas: las limitaciones de nuestra integridad, imaginación, inteligencia, capacidad de organización e ímpetu, en las esferas individual, social y colectiva. En segundo lugar, los límites físicos de los ecosistemas. Éstas son limitaciones reales. No obstante, las relaciones sociales que crean el dinero y mantienen la confianza no tienen por qué escasear en un sistema monetario bien regulado y gestionado.
En un sistema financiero sano, podemos permitirnos hacer lo que seamos capaces de hacer. El dinero nos permite hacer lo que podamos hacer en función de nuestros limitados recursos naturales y humanos. Esto se debe a que el dinero o el crédito no existen como un resultado de la actividad económica, como muchos creen. Igual que sucede cuando compramos con nuestras tarjetas de crédito, es el dinero el que crea la actividad económica.
LOS AHORROS COMO CONSECUENCIA Y NO COMO PRERREQUISITO DEL CRÉDITO
Cuando los jóvenes acaban los estudios, consiguen un trabajo y a fin de mes cobran su salario, suponen erróneamente que sus recientes ingresos son resultado del trabajo, de la actividad económica, lo que lleva a la suposición generalizada de que el dinero existe como consecuencia de la actividad económica. De hecho, con muy raras excepciones, ha sido el crédito el que financió a la empresa y al empresario que contrató a esa joven; y probablemente fue un descubierto el que pagó el salario que obtuvo en su primer trabajo. Sin embargo, con un poco de suerte, su contratación creó actividad económica añadida (por ejemplo, la fabricación de pequeños aparatos) y generó ingresos con los cuales la persona que la empleó pudo cubrir el descubierto, pagar la deuda y satisfacer su salario.
En un sistema financiero bien gestionado, el dinero aporta los estímulos, los recursos necesarios para la ...