Rocío ANGUITA MARTÍNEZ
Inés RUIZ REQUIES1
Las ecologías del aprendizaje donde viven y aprenden las y los jóvenes del siglo XXI tienen poco (casi nada) que ver con los contextos educativos formales y mucho con el mundo de las tecnologías digitales y las redes sociales. En este capítulo nos proponemos explorar, en primer lugar, quiénes son estas nuevas generaciones digitales (millennials, generación Z…) y si tienen características diferenciales con respecto a otras generaciones anteriores. En segundo lugar, abordaremos qué retos plantean estos nuevos escenarios digitales en cuanto a aprendizajes invisibles a los sistemas educativos y cómo están surgiendo algunas pedagogías disruptivas o pedagogías 2.0 para abordarlos. En este contexto, se describe el dispositivo pedagógico utilizado en la investigación, las tecnobiografías. En un tercer momento, analizaremos los procesos de conformación de identidades de los jóvenes en las sociedades hiperconectadas, tanto desde el punto de vista de la construcción de la intimidad como en lo referido a la participación cívica y política de las y los jóvenes.
| Millennials y Generación Z |
Las y los jóvenes occidentales están inmersos en las tecnologías digitales en su vida cotidiana (al igual que la mayoría de las personas adultas) y esto nos está haciendo plantearnos, por un lado, cómo estos dispositivos, redes, softwares y nuevas formas de comunicación están impactando en la conformación de la identidad de las y los jóvenes por su fuerte carácter performativo y, por otro, qué aprenden a través de ellos y en qué formatos (ALONSO, 2015). Desde el punto de vista educativo ambas situaciones nos llevan a plantearnos qué tipo de conocimientos necesitarían las y los jóvenes sobre las tecnologías digitales y su alfabetización crítica para que puedan convertirse en ciudadanos y ciudadanas del siglo XXI. Ambos elementos cuestionan fuertemente el papel que las escuelas (entendidas como sistemas educativos reglados) tienen en estos momentos en el proceso formativo de la infancia y la juventud.
Las y los jóvenes de los que estamos hablando se hayan entre la generación millennial (21-36 años) y la siguiente nacida a finales del siglo XX, la generación Z (18-25 años), los jóvenes hiperconectados (PALFREY & GASSER, 2013). A pesar de todo lo que se ha escrito sobre que son las generaciones más formada de la historia (que lo son, esto ha ocurrido siempre con respecto a la generación anterior) y las más tecnologizada (que también lo son), no tienen muchas diferencias generacionales con otros grupos de población.
Sobre los usos de la tecnología que hacen estos jóvenes, “no es que usen la tecnología de manera natural, es que las tienen completamente integradas en su vida cotidiana, en su ADN cultural y social” (CUESTA, 2017, pág. 61). El uso no solo es generalizado, sino que es también de elevada intensidad: la mensajería instantánea (84%), el correo electrónico (76%) y las redes sociales virtuales (41%), con un fuerte impacto en la vida cotidiana al facilitar las relaciones con los familiares que no viven cerca, una mayor movilidad y la coordinación de actividades domésticas y lúdicas (CUESTA, 2017).
El principal dispositivo que usan las y los jóvenes son los móviles, convertidos en un “instrumento esencial del ser, del estar y de la construcción del parecer en la vida de los jóvenes” (GÉRTRUDIX, BORGES y GARCÍA, 2017, pág. 64). Su uso solo puede considerarse desde una óptica integral en la que se solapan procesos de búsqueda de información, ocio, comunicación, intercambio, construcción y reelaboración, un “habitus digital” que se construye mediante el registro de la vida diaria de las y los jóvenes. El uso del Smartphone en las y los jóvenes tiene la utilidad de estar conectados permanentemente y en entretenimiento y se caracteriza por la facilidad de acceso, eficiencia y disponibilidad (REIG y VÍLCHEZ, 2013). Por ello, es una generación plenamente interactiva y multipantalla, plenamente audiovisual. Están acostumbrados a buscar y encontrar información en tiempo real, todo es accesible. Por ello, dominan no solo el hardware, el dispositivo, sino también el software y la conexión que lo alimenta.
En contra de la opinión generalizada, este uso intensivo de las tecnologías no les hace perder el contacto cara a cara con las personas de su entorno, ya que mantienen un número de contactos personales de forma diaria mayor que otras generaciones. Los jóvenes no viven aislados y ensimismados con las tecnologías como queremos ver los adultos. En las investigaciones realizadas se muestra que siguen prefiriendo la compañía al aislamiento y siguen saliendo con sus amigos (MARTÍN, 2009, pág. 118). Probablemente ambos mundos, real y virtual se retroalimentan para mantener las relaciones personales, estableciendo una línea de continuidad entre las relaciones establecidas online y off line, donde hay una complementariedad entre ambas (GUADARRAMA y GÓMEZ, 2012).
En los estudios longitudinales llevados a cabo con la generación de los millennials (DANS, 2017) se ha demostrado que no utilizan internet y las redes sociales de forma diferente a las generaciones predecesoras, con patrones de uso limitados y muchas veces cercanos a lo que el autor denomina “huérfanos digitales o salvajes digitales”, usando las herramientas de comunicación instantánea y de otras más sólidas solo para el intercambio coyuntural y la gratificación instantánea dentro del grupo de iguales.
Otros autores, tales como ÁLVAREZ y LÓPEZ (2017), siguen este mismo hilo argumental, pero aportan algunos elementos de reflexión sobre el rol que tienen las tecnologías digitales en las vidas de las y los jóvenes a través del planteamiento de algunas paradojas interesantes:
Participación vs. empoderamiento: El hecho que se pueda etiquetar y remixear cualquier producción cultural con una valoración o que haya herramientas realmente sencillas y fáciles de usar para generar contenidos hace que uno de los valores que engancha a las y los jóvenes a la red. Por otra parte, esto no quiere decir que todo el mundo tenga acceso a las mismas producciones culturales o las mismas condiciones materiales de tiempo, capital cultural o capital simbólico para que estas intervenciones tengan la capacidad de empoderar a esos jóvenes en sus opiniones y/o posiciones sociales, culturales o políticas. Muchas de estas producciones culturales de etiquetado y remix son un paso previo de trabajo voluntario, gratuito y entusiasta que no llega a constituir nunca un trabajo del que poder vivir, manteniendo a las y los jóvenes en el trabajo amateur y precario (...