Cantos rodados
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Cantos rodados

Mi camino hacia el zen

  1. 136 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Cantos rodados

Mi camino hacia el zen

Descripción del libro

Rescatar el valor del "entre" referido al ámbito compartido entre budismo zen y cristianismo -dice la autora- me parece una empresa difícil por varias razones (amplitud del tema, puntos de vista diferentes, etc.). No veo mejor manera de hacerlo que limitarme a contar cómo se ha ido dando en mí este "entre" y a qué descubrimientos, reflexiones, discernimiento, posturas y acciones me ha llevado. No es tiempo para posturas dogmáticas, sino de testimonios y discernimiento. Espero que este enfoque limitado pueda servir de ayuda en estos primeros tiempos de encuentro -teórico y práctico- entre dos grandes tradiciones espirituales de la humanidad que comenzó a mediados del siglo xx.

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Información

Editorial
PPC Editorial
Año
2014
ISBN de la versión impresa
9788428827485
ISBN del libro electrónico
9788428827843
Categoría
Budismo
1

EL CAMINO QUE ME CONDUJO
COMO CRISTIANA AL ZEN

Un rabino pobre de Cracovia soñó una noche que debajo de un puente en Praga había un gran tesoro. No lo pensó dos veces y se puso en camino. Un día, mientras estaba cavando debajo del puente, se acercó un policía para preguntarle qué hacía allí. El rabino le explicó el sueño que había tenido y que estaba buscando un tesoro.
–Qué extraño –replicó el policía–, porque yo he soñado con un rabino de Cracovia que tenía un gran tesoro debajo del lar de su casa.
En cuanto lo oyó, el rabino volvió a su casa, cavó debajo del lar y descubrió el tesoro en su propia casa.
Durante muchos años no di importancia a lo que había vivido de niña una mañana a primera hora, cuando, estando en casa de mis abuelos de Berlín, bajé al jardín y vi en el césped húmedo del rocío una pequeña flor amarilla. Sin embargo, nunca lo he olvidado.
Tampoco reparé durante mucho tiempo en el olor a tierra húmeda que percibía al apartar las hojas caídas para recoger con mi padre hayucos en un bosque de hayas, después de la Segunda Guerra Mundial, y canjearlos por aceite. Todavía puedo evocar aquel olor. ¿Qué había allí? Era algo muy simple y muy bueno. Todo el bosque, en cada estación de una manera distinta, lo exhalaba. Durante la guerra nos habíamos refugiado de los bombardeos de Berlín en casa de unos campesinos de un pueblo en la Baja Sajonia rodeado de bosques de hayas.
Antes de trasladarnos allí, una catequista había venido a hablar con mi madre. Recuerdo muy bien que le dijo: «¿No sería bueno que su hija conociera al Salvador?». A raíz de esto empecé a acudir a la preparación para la primera comunión. Pero esta se interrumpió porque vino una orden que, debido a los constantes bombardeos nocturnos, no se podía quedar ningún niño en Berlín. La señorita que había venido a casa, cuyo nombre recuerdo perfectamente, mandó entonces una Biblia abreviada al pueblo a donde fuimos evacuados. También un catecismo, muy diferente de lo que luego descubrí que eran otros catecismos. A mí me enseñó a rezar. Eran unos de los pocos libros que cabían en la repisa de la ventana de la habitación donde vivíamos en casa de aquellos campesinos. Lo que me quedó grabado de la lectura de la Biblia es que hay Alguien que está con nosotros siempre, cuidándonos en cualquier situación. Aprendí en los libros de la naturaleza y de la Biblia. «Alimentada por Biblia y naturaleza. No me alimentaron ni poetas ni sabios. A los famosos casi no los conocía», puedo decir con Meta Heusser-Schweizer (1797-1876).
La primera comunión no tuvo lugar hasta años después en Gotinga, cabeza de partido de la región a la que pertenecía el pueblo de Gross-Lengden, donde vivíamos evacuados. Ya había terminado la Segunda Guerra Mundial y habían pasado los primeros años de la posguerra. Los pocos niños católicos que habíamos ido a parar a esa zona, después de una somera preparación, fuimos recogidos un domingo en un camión, que en los días de diario recogía la leche de las pequeñas vaquerías de los campesinos, para llevarnos a la modesta iglesia católica de la ciudad, donde comulgamos por primera vez.
En el pueblo también había asistido anteriormente a unas clases en que el pastor evangélico del pueblo nos hacía aprender salmos. De una tía muy querida, hija de pastor luterano, aprendí una oración que rezaba antes de la comida; era parte de un salmo.
De esta manera, poco a poco, sin forzar ni imponer nada, fui descubriendo algo hondo y a la vez muy natural que marcó mi vida. Desde una primera visita a Montserrat, impresionada por el recinto de la basílica –nunca había visto nada igual–, quise vivir para Eso. Sin saber nada todavía ni de monjas ni de monjes, únicamente de diaconisas evangélico-luteranas que había en mi familia alemana.
En el pueblo aprendí otra cosa muy importante. Ya había terminado la guerra e iba al colegio en la ciudad. Debido a que algunos colegios estaban sirviendo de hospitales, se repartía a los niños en turnos de mañana y de tarde en los colegios que quedaban disponibles. Alguna vez que me había tocado el turno de tarde y había perdido el tren volví recorriendo los diez kilómetros a pie. Al principio íbamos tres amigas juntas, luego se separaban nuestros caminos, porque regresábamos a distintos lugares. El último trozo había que hacerlo a solas y a oscuras. Aprendí a mirar las estrellas y poner un pie delante del otro para que no me pudiera el miedo. Años después caminé a solas en otras oscuridades, «sin otra luz y guía, sino la que en el corazón ardía».
Había descubierto que hay un recinto adonde el miedo y el desánimo no pueden llegar y donde eres libre. A él recurrí también en otras situaciones duras de la vida, como por ejemplo más tarde en Holanda. A veces repitiendo alguna frase. Allí temí que pudiera ocurrírsele a alguien aconsejar ayuda psicológica. Desconfío de un tipo de psicología que ignora este espacio de regeneración y fortaleza que hay en lo más recóndito de todo ser humano. Por eso, muchos años después, me ha llamado la atención el libro de David Brazier, Terapia zen.
Todos esos momentos, que se me quedaron muy grabados, al recordarlos, me llenan de gratitud. Curiosamente, en medio de esto también está el recuerdo vago de la pequeña reproducción en una revista berlinesa de una imagen extraña, pero sugestiva, ¿un buda o bodhisattva?
Los cuentos, tesoro del alma
Mi madre había sido en los años treinta maestra en el Grup Escolar Milà i Fontanals, dirigido por Rosa Sensat i Vilà (1873-1961), en Barcelona. Era una educación para la responsabilidad y que hacía pensar. Nunca me agobió, ni siquiera cuando de niña no hacía bien las cosas y no obedecía según la manera prusiana. Cuando por ese motivo le llamaba la atención alguna persona mayor, ella decía: «Lo hará cuando lo entienda». De esta misma manera fui conociendo poco a poco la fe cristiana, en un ambiente abierto, libre, desde dentro, en situaciones de peligro, escasez, y a la vez en una infancia feliz. Algo que llevo conmigo como un tesoro de la niñez son los cuentos populares recogidos por los hermanos Grimm, que mi madre nos solía leer en Berlín mientras cenábamos. Aunque rara vez los cuentos hablan expresamente de lo espiritual, realmente tocan lo más profundo del alma humana y contribuyen a su despertar.
Los hermanos Grimm, convencidos de que los cuentos contenían vestigios de mitos indogermánicos, los recogieron por los pueblos, de labios de ancianas sobre todo. No eran unos cualquiera o personas ingenuas. Llegaron a ser profesores de Filología en la Universidad de Gotinga, y como tales asentaron los fundamentos de la germanística científica. Formaban parte de los «Göttinger 7», que en 1837 protestaron contra la derogación de unos artículos de la constitución liberal del reino de Hannover. A causa de ello, el rey Ernst August los destituyó como profesores de la universidad y los exilió, por lo que desde 1840 aproximadamente vivieron en Berlín.
En muchos cuentos hay una especie de preámbulo que habla de lo que el ser humano es en esencia y que a la vez tiene que llegar a ser. Así, por ejemplo, al comienzo del cuento de La bella durmiente aparecen un rey y una reina, que siempre representan lo más noble y libre que cabe imaginar. Santa Teresa dice al principio de Las moradas que «el alma es como un castillo todo de diamante o muy claro cristal y lo habita un rey». La hija que les nace tendrá que pasar por un largo proceso para llegar a ser lo que en principio ya es.
Llega un momento en la vida, el cuento dice que hacia los quince años, en que el ser humano –en este cuento la princesa– siente curiosidad por conocer el palacio en que vive, es decir, por descubrir la vida, conocerse a sí mismo. Esto lo lleva a salir empujado por un anhelo, entrar en lo espeso del bosque y por fin descubrir el tesoro en el hondón del alma.
En El sastrecillo valiente, por ejemplo, es la necesidad de horizontes más amplios lo que le pone en camino. Su vida transcurre en una gran monotonía, cosiendo trajes, sentado a una mesa ante la ventana de su cuartucho. Cuando oye una voz que grita desde la calle: «¡Vendo mermelada, buena mermelada vendo!», eso le atrae. El sastrecillo hace subir a la vendedora. Después de mucho rebuscar le compra por fin unas pocas onzas. ¡Tanto esfuerzo para tan poca cosa!
Unta una rebanada de pan con la mermelada y pasa a terminar el jubón. En eso vienen unas moscas; él mata a siete de un golpe. Se sorprende de sí mismo y de lo que es capaz. Piensa que alguien como él no debe encerrarse entre cuatro paredes. Borda en un cinturón: «Siete de un solo golpe», y sale al mundo.
El dolor de no estar siendo quien en el fondo se es se manifiesta de muchas maneras. «En cada cual está aquel que debe ser, si no lo es feliz, no puede ser», decía Angelus Silesius. Hoy hace enfermar psíquicamente a cada vez más gente, porque falta la conexión con su centro personal. Este es como un tesoro, un sol, un rey o una reina; así llaman las madres a sus hijos, porque ven esto en ellos antes que cualquier otra cosa, lo mismo que los enamorados. En los cuentos a menudo se manifiesta en forma de oro. Así, en El rey rana aparece una princesa cuyo jugu...

Índice

  1. Portadilla
  2. Cita
  3. Presentación
  4. 1. El camino que me condujo como cristiana al zen
  5. 2. La maravilla del encuentro con otras culturas
  6. 3. La práctica del zen y sus frutos
  7. 4. Zendo Betania en Brihuega
  8. 5. Zen y mística cristiana
  9. 6. Discernimiento
  10. 7. Proyección social del zen
  11. 8. Practicar zen como si no se practicara
  12. Libros de la autora para ahondar más
  13. Notas
  14. Contenido
  15. Créditos