Abecedario incompleto
sobre arquitectura y literatura
Diseñar un edificio no es nada comparado con escribir todos los libros que se colocarán en sus estanterías.
Andrew Crumey, Pfitz
El hombre habita sólo en cuanto construye. El hombre habita sólo en cuanto es capaz de construir en el sentido de poéticamente-tomar medida. Los edificios auténticos sólo existen si existen poetas, estos poetas han de tomar-medidas-para-la-arquitectura, o sea para la estructura de un construir.
Martin Heidegger, Poetry, Language, Thought
La verdadera arquitectura es poesía.
Frank Lloyd Wright
Ignasi de Solà-Morales, catedrático de Composición arquitectónica, solía proponer que la crítica y la teoría actuales de la arquitectura estaban mal planteadas, y que el espectro contemporáneo requiere otros modelos de análisis, como las lecturas cruzadas, fragmentarias y topográficas. Creo que algo parecido se demanda en nuestros días, hacer una lectura cruzada de ciertas líneas de tensión entre lo poético y lo arquitectónico, entendiendo por esto último tanto lo topográfico como lo diseñado y constructivo. Así que me pongo en manos del fragmento para establecer los pasadizos entre arquitectura y literatura.
A
Arets
El arquitecto holandés Wiel Arets, que pretende que sus edificios «sean capaces de despertar tensión entre la gente que los utiliza» y cuyo trabajo tiene intenciones sugerentes y busca impactar como un poema o una película, construyó en los Juzgados de Groningen (1991) o en la Academia de Bellas Artes de Maastricht (1996) edificios de portadas, elementos o fachadas transparentes, impregnados de la filosofía japonesa de lo traslúcido. Entiendo que es una buena explicación de lo que debe ser el poema: algo claro por fuera, o por lo menos traslúcido, que posea por dentro una estructura sólida y compleja, y en cuyo interior se pueda vivir.
B
Babel: piedras para un arte babélico
Una vez captado el pensamiento en toda su grandeza, no puede desaparecer ya; mientras existan los hombres perdurará el deseo intenso de terminar la construcción de la torre.
Franz Kafka, El escudo de la ciudad
De la confusa historia del Génesis se han tomado elementos para llevar a cabo una auténtica tradición artística, sobre todo pictórica, hasta el siglo xx, donde la leyenda veterotestamentaria se ha convertido en referente de la lógica posmoderna, por dos motivos: primero, la asunción de la confusión inmanente del mundo, adoptada como síntesis sincrónica de contrarios (Chantal Maillard, La razón estética); segundo, por lo que tiene la historia de vindicación del agotamiento, de uso y confluencia de todas las posibilidades (idiomáticas, geográficas, temporales) dentro de sí. Mientras que en la perspectiva moderna, visible en el famoso óleo de Brueghel, lo importante es el símbolo de la torre en su contexto bíblico, la perspectiva posmoderna intenta poblar de contextos el emblema, hipersignarlo, multiplicando sus posibilidades expresivas. Entre una y otra, entre el gesto moderno y el posmoderno, Juan Benet intenta una imposible visión tercera o transicional. Señala la restricción simbólica, llevada hasta el secretismo, a través de sociedades herméticas; indica su estatus de obra moderna, al ser el primer cuadro de Occidente con un edificio como protagonista, y después, como buen ingeniero, pasa a un análisis demorado de los materiales y elementos de construcción, auténtico trasunto de su ensayo. Pero –obliga el talento– no se queda Benet ahí: demuestra la condición innata de ruina en marcha de la torre, habla –comienza a plurisignificar– de cuerpo diseccionado, del óleo de Brueghel como «vivisección». Podríamos seguir tejiendo el hilo: casa como cuerpo, morada del ser, imagen metafísica, Heidegger, pero preferimos no ir por ahí; Benet tampoco lo hace, con buen criterio.
En otro lugar hablé de las dos posibilidades que ha venido utilizando desde el xviii el nihilismo artístico: el agotamiento por vacío, y el agotamiento por saturación o hiperpoblamiento. La tradición de Babel, desde luego, encaja dentro de la segunda forma, y prueba de ello es su perenne actualidad literaria, plástica (Escher) y arquitectónica. A estas características culturales, el mito de Babel añade su propia esteticidad, desde luego innegable, por unir tres elementos esenciales en este principio de tercer milenio: la globalidad, el gran tamaño y los detalles mágicos:
El primer piso alcanzaba treinta y tres metros, el segundo dieciocho; y unos seis metros cada uno de los siguientes, excepto el séptimo, que medía quince metros, y en él se hallaba el templo de Marduk, el dios de Babilonia, cubierto de oro y adornado de azulejos que deslumbraban a gran distancia y que saludaban a cuantos viajeros se acercaban a la gran ciudad (C.W. Ceram, Dioses, tumbas, sabios).
A partir de aquí el mito crea su propia mitología; mientras que hasta ahora la magia consistía en la mera recreación o revisión de la leyenda, sin hacer demasiados adornos, el nihilismo posmoderno la utiliza para desarrollarla, para hacer variaciones a partir de su esquema más básico. En este sentido cabe apuntar el famoso grabado del artista posmoderno por excelencia, M. C. Escher. De su tratamiento parece deducirse lo que la Torre de Babel tiene de ambición, lo que nos une a todos los hombres: desapareció Babilonia, desapareceremos; pero la elevación simbólica perdura.
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En La Torre de Babel, la temprana xilografía de Escher, hay un primer ejercicio sobre la relatividad de la perspectiva: es una caballera básica en la parte de arriba; pero en la parte inferior se adelgazan el contorno y los volúmenes hasta crear el extrañamiento vertical: la cima de la torre en construcción, necesariamente más estrecha que la base, aparece casi en sus mismas proporciones, acrecentando la sensación de vértigo, como anotó en alguna ocasión Calvo Serraller. A pesar de la inocencia que presenta el grabado, notorio en el dibujo de las figuras humanas, se está ante las líneas maestras de lo que será un estilo inimitable. Escher explica la xilografía aludiendo al mito, justificando la aparición de hombres de color y blancos en que la leyenda explica también la dispersión humana junto a la lingüística. Lo cierto es que las figurillas imploran, intentan persuadirse sin éxito, claman a un Dios que les ha retirado el saludo y ha roto el vínculo, la cuerda, con el mundo. El mérito mayor de la estampa de Escher es, quizá, que muestra el fascinante y poco tratado momento en que los hombres dejan de construir la Torre.
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No es de extrañar que Dios temiera la ejecución del proyecto. La Torre de Babel sería otra forma del Árbol de la Ciencia, vedado al primer hombre. [...] Diríase que el universo prefiere no ser comprendido.
J. L. Borges, Última nota sobre Babel
Por supuesto, la mayoría de las exploraciones que han tomado la anécdota de Babel como punto de partida creativo son las literarias. Entre ellas, pueden anotarse tres clases distintas: las que hacen un desarrollo puro, las que parten de la cuestión lingüística, y las nihilistas puras, aquellas que adoptan el modo babélico de agotamiento constructivo. Dentro del primer aspecto estarían las babelerías de Blas Coll, el genial heterónimo de Eugenio Montejo, y la clásica visión de Giorgio Manganelli en Proyecto de una ruina:
La torre de Babel, la ciudad de Babel, eran grandes; eran conjuntos de edificios de infinitas dimensiones; los pintores que vieron la Ciudad y la Torre en sus sueños comprendieron que, en realidad, se trataba de construir un mundo, y de situarlo en torno a su centro, un centro capaz de unir el centro de la tierra con el centro del cielo [...] vemos innumerables peones, y también niños nacidos en la torre, y en la torre destinados a crecer, casarse, envejecer y morir; sin duda, cada cierto número de pisos hubo que construir cementerios para todos aquellos que en vano, aunque con fidelidad y constancia,...