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ISBN: 978-84-17897-00-0
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Prólogo
Cuando éramos pequeñas y nos íbamos a dormir, mi abuela María siempre nos contaba una antigua leyenda gypsia para que pudiésemos dormir tranquilas bajo la luz de las estrellas y que nuestros sueños volaran hasta llevarnos tan lejos como nuestra imaginación nos permitiera. La historia narraba cómo aparecieron los primeros gypsios en la tierra, una historia fantástica, demasiado increíble para ser cierta y poder creerla, pero que a nosotras nos encantaba escuchar cada noche, acurrucadas bajo un lío de mantas, haciéndonos soñar hasta sumergirnos en lo más profundo de la historia y desear formar parte de ella. Aunque algunos historiadores aseguraban que los gypsios procedían de algún lugar recóndito de la India o incluso del antiguo Egipto, nunca pudieron confirmar o asegurar nada, solo estaba esa vieja leyenda rodeada de magia y fantasía a la que muchos de los primeros gypsios se aferraban por simple supervivencia.
La historia contaba que, en los primeros días de la tierra, cuando esta aún era pura y estaba sin contaminar, cuando ni siquiera existía la música y los caminos aún no estaban marcados, nació un niño albino, tan blanco, que parecía brillar en medio de la inmensa oscuridad de la noche, de pelo tan rubio que podía confundirse con un blanco inmaculado, y ojos azules como el propio cielo en un día de julio. Cuentan que, cuando creció, la gente de aquella aldea se burlaba tanto de su aspecto que tan solo salía de noche, para evitar las miradas crueles y discriminatorias de todas esas personas que lo rodeaban. En la aldea le llamaban el hijo de la noche, no solo por su aspecto físico, sino porque aquel joven muchacho tan solo hablaba con la Luna y las estrellas.
La leyenda narraba que aquel chico se enamoró perdidamente de la Luna y la cortejó cada noche con las frases de amor más bellas que jamás alguien pronunció en la vida. Pero un día, esta, cansada de sus halagos y constantes cortejos, le dijo que nunca podría amarlo ya que era un simple mortal, rompiendo así todas sus ilusiones y echándolo a un lado, como un día hicieron todos sus vecinos.
Pero poco después, el joven observó que entre todas las estrellas se encontraba una bonita estrella que había pasado por alto, pero que brillaba con más intensidad cada vez que él hablaba o recitaba versos a la noche. Aquella luz tan especial fue capaz de calar su alma triste y rota, volviéndose a ilusionar con un amor tan difícil como prohibido.
El joven decidió cortejarla cada noche y, a diferencia de la Luna, esta sí correspondió al chico, enamorándose perdidamente de él, y bajó a la tierra rompiendo las normas establecidas por el universo y la propia Luna, que les advirtió de que provocarían un desorden en el firmamento si intentaban llevar a cabo ese absurdo amor. Pero no quisieron escuchar a la Luna, la ignoraron por completo y decidieron arriesgarse a todo.
Cuando se vieron por primera vez, la estrella le dijo al joven muchacho que desde el cielo él parecía una estrella como ella, sin embargo, ella, una vez bajó a la Tierra, se convirtió en una mujer de tez morena, con cabello negro y largo como la noche, ojos oscuros y profundos que, adornados por largas y negras pestañas, creaban toda una obra del más puro arte. Un amor de contrastes tan bellos que las demás estrellas sintieron envidia y desearon vivir lo mismo, o al menos intentarlo…
Su amor fue intenso y prohibido; un amor verdadero, un amor único, un amor eterno. Pero pronto descubrieron que la Luna tenía razón y sus corazones se llenaron de temor, ya que muchas de las estrellas también bajaron en busca de sus propias historias de amor. El universo siguió en equilibrio a pesar de que las estrellas descubrieron que habían sido engañadas por la Luna traicionera, que siempre habían tenido la oportunidad de bajar a la Tierra y de poder elegir dónde permanecer. Siempre hubo opción y ellas lo habían ignorado por siglos.
Lo que en realidad ocurría era que la Luna estaba celosa porque el hijo de la noche había preferido finalmente a una simple estrella que a la misma reina del cielo.
Y de ese amor entre estrellas caídas y humanos fue que apareció una nueva raza, los gypsios, o como posteriormente los llamaron, zíngaros, gitanos, cigány o roms. Una raza que nacía con la marca de una estrella dorada detrás de la oreja, para recordar su procedencia. Un pueblo que nunca se sintió de este mundo porque, en realidad, pertenecía a dos; que nunca llegó a ser aceptado porque, en verdad, desprendía un algo tan diferente que no era de este mundo.
Una mezcla de lo conocido con lo desconocido de las estrellas, así decían que era el interior de los gypsios, todo un universo sin conocer. Aún dicen que en los ojos de muchos podemos encontrar restos de esa luz tan característica y mágica, pero solo es eso, una bonita leyenda, que supongo que fue inventada por los antepasados gypsios para dar una historia a su historia. Un pueblo que en realidad nunca supo de su procedencia, de dónde venían o hacia dónde debían dirigirse. Un pueblo que, para su desgracia, durante siglos fue perseguido y despreciado, despojado a la fuerza de sus costumbres, su lengua, su magia. Siempre fueron diferentes, siempre fueron iguales.
Han pasado siglos desde que esa historia la narraron por primera vez y, aunque todo ha cambiado mucho, a su vez todo sigue siendo igual para los gypsios. Es cierto que llegaron a integrarse, a ...