El texto como territorio experimental:
las autobiografías poéticas de Salvador Elizondo, Juan García Ponce, Sergio Pitol, Vicente Leñero y Juan Vicente Melo
El pasado es un país extranjero.
Ahí hacen las cosas de manera diferente.
Leslie Poles Hartley
Introducción
Los textos autobiográficos escritos por Salvador Elizondo, Juan García Ponce, Sergio Pitol, Vicente Leñero y Juan Vicente Melo comparten una serie de características que permiten agruparlos en una misma categoría analítica. La forma de acercarse a la materia referencial es particularmente poética por las razones que a continuación enumeramos.
En primer lugar, el texto en sí tiende a ser considerado de manera inmanente, es decir, posee un significado por sí mismo, independiente de la referencialidad que lo origina, lo que en cierta medida contradice una de las facetas del discurso autobiográfico: la de ser un medio o acceso a la referencialidad del autor y del contexto. Pero veremos cómo esta pretensión autoral en algunas autobiografías es superada por los propios textos o rinde una referencialidad altamente ficcionalizada; en cualquier de las dos posibilidades se trata de diferentes grados de referencialidad, aunque de características particulares, lo cual tiene consecuencias relevantes en el texto porque los autores frecuentemente recurren a la utilización de imágenes para hacer avanzar sus autobiografías y estas imágenes no van acompañadas de ninguna glosa, explicación o análisis que las complemente. Por el contrario, se apuesta por la inmanencia de la imagen como entidad autosuficiente que no necesita de mayores accesorios textuales para justificar su presencia en el texto. De esta manera, la referencia se ve hasta cierto punto desplazada a favor de una abierta creación verbal independiente del sujeto que la crea y quien vivió la experiencia, pues le interesa desplazarse del hecho a la invención. Por ello, la primera estrategia narrativa que se estudia a continuación es la utilización de la imagen y su poder independiente de concreción experiencial y subjetiva que organiza estos textos.
En segundo lugar, estas autobiografías no persiguen en realidad dar cuenta de una referencialidad terminada. Su verdadero objetivo podría denominarse como de autoconsumo. Es decir, la escritura tiene por finalidad brindarle un singular conocimiento de sí mismo al propio autobiógrafo y no al lector. Aunque sabemos que el texto autobiográfico brinda un sujeto socializado, este fin no es el que primero interese a los autobiógrafos poéticos. Ellos ven el texto como la posibilidad de forjar un espejo que les proporcione una imagen de sí mismos para sí, no para los demás. Así considerado, el texto es un verdadero viaje de autoconocimiento y las señales en este camino son descubrimientos personales, pero signados de una manera específica. Todo motivo de alegría, de avance, de descubrimiento, se tiñe de un fuerte tono de duda, de inseguridad, de relativización debido a que el hallazgo en vez de afianzar la personalidad, de proporcionar señales que marquen una trayectoria consumada (que se proyecta hacia adelante) producen desazón, duda, inestabilidad. Es decir, colocan al sujeto frente a una nueva incógnita, digamos que la dinámica del movimiento existencial no es una respuesta, sino una nueva pregunta.
Subjetivamente hablando estos autobiógrafos parecen no desplazarse linealmente. Por el contrario, se hunden en las profundidades de una serie de situaciones e interrogantes que retornan incesantemente renovadas. Se trata de un movimiento en espiral que en su profundización tiene su ganancia. Aunque dichas interrogantes arriben camufladas con distintos atributos externos, el autobiógrafo poético las despoja de esos ropajes y las examina como a viejas conocidas que si bien le brindan nuevos elementos analíticos, siguen formulándole las mismas inquietudes básicas, permanentes y, en última instancia, indescifrables. Los textos, de esta forma, están proporcionando mayores elementos para su comprensión, pero nunca llegan a dar respuestas definitivas. Vistos así, los textos en cuestión no llegan a ninguna síntesis, a ninguna epifanía o momento de inflexión; esta posibilidad no está habilitada aquí. Por ello, la segunda instancia analítica que se discute explora las posibilidades y alcances del autoconocimiento permitidos por la narración que, paradójicamente, nunca parece llegar a un fin convincente.
En tercer lugar, los autobiógrafos poéticos centran su mayor interés en el despeje de una interrogante –si bien de la manera imperfecta o incompleta que acabamos de comentar– que ocupa de manera prioritaria sus textos. La vocación literaria, su origen, su validez, su capacidad de dar sentido a una existencia son preocupaciones de suma importancia para estos autobiógrafos. Si hay una inquietud anecdótica que hermane estos cinco textos indudablemente es ésta. Los textos tienen su mayor tematización en la observación, descripción y trascendencia de esta preocupación que, sin lugar a equivocación, es la máxima inquietud textual y existencial de estos autobiógrafos. En este sentido, el texto vuelve a refrendar su naturaleza personal, la vocación literaria y sus interrogantes son una preocupación del escritor y, tal vez, raramente del lector quien estaría predominantemente preocupado por los productos de dicha vocación y no por su genealogía y justificación. Aunque puede leerse esta inquietud de manera totalmente opuesta: la anecdotización de la vocación literaria puede proporcionar un yo autobiográfico socializado al satisfacer la curiosidad de conocer una actividad solitaria como la del escritor, la cual muchas veces sigue estando revestida de rasgos provenientes del Romanticismo: concepto de genio, crecimiento en contra y a pesar del medio social, superioridad moral y estética críptica. Estos rasgos pueden condensarse en la idea de genio excepcional y espontáneo y por ello también de rareza y fuera de la norma. Creemos que cualquiera de las dos lecturas es posible, por lo que trataremos de dar cabida a ambas en el siguiente análisis. De forma consecuente, los textos tratan de localizar los estímulos, las situaciones, las experiencias que refrenden la autenticidad de la vocación literaria y en este orden de prioridades la materia referencial se convierte en subsidiaria de esta búsqueda textual. Es decir, la referencialidad no motiva el texto, tan sólo sirve para dar forma a una preocupación que se localiza en un lugar ideal e inalcanzable donde supuestamente radica el origen vocacional. No obstante, es importante señalar, desde ya, que esta búsqueda es simultáneamente perentoria e infecunda, nunca se llega a su total deducción, tan sólo es posible aproximársele y, sin embargo, es urgente y prioritario realizar la búsqueda.
Por último, el yo configurado en las autobiografías poéticas está construido con base en la precariedad. Detenta una personalidad inestable, susceptible a los constantes cambios de atributos, intereses, fidelidades. Su signo prioritario es el de la mudanza, para este sujeto no hay nada permanente o sagrado; todo está abierto a la posibilidad de la variación las más de las veces repentina, como quien sigue un impulso, una corazonada, como quien se avienta al vacío sin tomar precaución alguna y después se ufana de los contratiempos, heridas o galardones ganados como muestras tangibles de su osadía. Además, los autobiógrafos poéticos ejercen un despiadado sentido crítico que ejercen con igual virulencia hacia sí mismos como hacia su entorno. En muchas ocasiones se frecuenta la crítica para señalar lo equivocado de acciones pasadas o lo insulso que se fue, el autobiógrafo poético es tanto el infractor como el juez de sus propias acciones. Igualmente, la crítica se ejerce agudamente hacia el entorno, el mismo no es ocasión de reconocimiento, de reunión armónica o de escaparate del sujeto. Muy por el contrario, el entorno es un territorio hostil contra el cual el autobiógrafo poético ha crecido. Así, se formula un sujeto configurado textualmente que no crece dentro de la sociedad, sino en oposición a ella. De esta forma, la crítica ejercida evidencia el aislamiento autoral, su agudo sentido de la soledad que, curiosamente, es la condición necesaria para ejercer la vocación a través de la cual se crea un mundo personal, casi incomunicable y con su propio código de valores. El sujeto cobra independencia de la misma manera en que su recurso retórico fundamental, la imagen, posee autonomía en su significación. A continuación, se detallan estos cuatro ejes analíticos de las autobiografías poéticas.
La imagen, estructuradora de la narración
Como se ha señalado en el capítulo teórico, la presente investigación debe su estructura al artículo de William W. Howarth, “Some Principles of Autobiography”. Este crítico es quien propone la clasificación que aquí utilizamos. Howarth señala, al momento de discutir la categoría de autobiografía poética, que los textos presentan una organización a través de la imagen del material narrable. Además, señala que el autobiógrafo poético es sobre todo eso: un poeta. Por ello, en los textos se encuentran una serie de experimentaciones con el ritmo, la rima y otros recursos de naturaleza lírica, él apunta:
Puesto que estos autobiógrafos en realidad escribieron verso, tenemos alguna justificación para localizar artificios “poéticos” en su prosa. El análisis sistemático de pasajes emblemáticos, sin lugar a dudas, podrá revelar experimentaciones con la dicción, el ritmo o la imaginería… y sus requerimientos; los cuales señalan que el propósito del lenguaje poético es primariamente estético, no didáctico. El lenguaje si bien no está medido métricamente, si posee ritmo; en él abundan las figuras retóricas y sugieren significados sin que medie una explicación exhaustiva de éstos últimos.
A este respecto, tenemos que hacer un par de observaciones. En primer lugar, ninguno de los autores aquí considerados tiene una obra poética en sí. Es más, dos de ellos se desempeñaron más bien como dramaturgos: Juan García Ponce enfila sus intereses creativos tempranos a la escritura dramática, lo cual le vale tantas recompensas como sinsabores, para después dedicarse a la crítica teatral, actividad que acaba abandonando para favorecer una actividad narrativa (cuento y novela) y ensayística que son las que en realidad le asignan un lugar en las letras mexicanas. Por su parte, Leñero comienza siendo un premiado narrador, tarea que combina con el periodismo y el guionismo. Sin embargo, hacia final de la década de los años sesenta comienza a producir piezas teatrales que, en cada montaje, producen tanto un peculiar éxito como una enconada polémica. No obstante, en ninguno de los dos casos se les conoce interés alguno por la poesía, no es un género que les haya entretenido mínimamente. Esta última situación es la misma que encontramos en Pitol, Melo y Elizondo quienes son clasificados como narradores exclusivamente.
En vista de ello, diferimos un poco con lo planteado por Howarth y extendemos el sentido de experimentación lírica, de interés por la inmanencia de estos textos, al hecho de que los cinco autobiógrafos en realidad están muy preocupados por producir textos donde la originalidad se manifiesta como un valor buscado por la narración a través de la experimentación, del uso de recursos estructurales de forma novedosa; específicamente hablamos de la imagen. Aunque no es el único, hablaremos de la presencia de otros recursos de índole poética, pero a sabiendas de que es la imagen el más utilizado.
Hay que insistir que este grupo de autobiógrafos está sumamente preocupado por producir un texto artístico, un texto con valores estéticos antes que referenciales, la creación se antepone a la documentación. Tal parece que los autores toman la oportunidad para probarse y ensayarse como escritores, como autores un tanto “despreocupados” por la materia referencial y sí, efectivamente, interesados en el texto como evidencia de sus cualidades escriturales. Por ello, tal vez se entienda la recurrencia del tema de la vocación literaria en una especie de movimiento de retroalimentación: la autenticidad de la vocación se ubica en la contundencia de un texto que sea original, estructuralmente logrado y que pretende disipar la atención en el yo como personalidad configurada en el texto y, por el contrario, procura enfocar la atención en el yo como autor con capacidades literarias y que conoce lo mejor de las tradiciones literarias no necesariamente mexicanas, sino consideradas con un linaje más asentado, longevo, prestigioso que puede ser la literatura germana, oriental o francesa, por ejemplo. Esta es la razón por la que la intertextualidad es repetida en estos textos; de forma explícita (al mencionar obras, autores, fragmentos) o implícita (adoptando rasgos estructurales novedosos provenientes de otras latitudes).
En vista de lo anterior, es necesario analizar la naturaleza experimental de estas cinco autobiografías. Como habíamos mencionado, estos autores no parecen muy preocupados por los retos y obstáculos que se pueden encontrar en la redacción de un texto que, convencionalmente, dé cuenta de su pasado, de sus inicios, de su entonces corta existencia. En cambio, tienen la fuerte convicción de que no tienen nada que enseñar, en la doble acepción de la palabra: no se suben al podio a aleccionar al receptor y tampoco quieren develar los recovecos de su vida personal. Es decir, los textos no buscan, en primera instancia, tener un fin didáctico, sino estético. El lector es conducido por el sendero del disfrute de la forma, del giro inesperado, del corte lineal de la narración, de la cancelación del sentido de progreso. En este orden, encuentran en la utilización de la imagen su mejor aliada, puesto que ésta logra tres propósitos: desplaza el interés referencial, vuelve inmanente el texto y permite un alto grado de subjetivación de la experiencia. Estas tres consecuencias del uso de la imagen ubicarán al yo narrador-protagonista como un ser aislado del mundo, quien crece un tanto en contra de la sociedad y en el imperio de lo no convencional. De esta manera, como lectores nos ubicamos en el dominio de la sensación, de las emociones, o sea de la imagen y no de la racionalidad o del análisis, cualidades que se avienen más al discurso narrativo convencional.
Dos de los autores inician con una serie de imágenes que hacen evidente el momento de la enunciación, en ellas no hay explicación o valoración de lo observado. El narrador las percibe y transmite, su significación tendría que ser en todo caso una tarea del lector. Juan Vicente Melo abre así su texto:
Yo estoy aquí, aparentemente vivo. […] Ahora veo una improbable antena, unos árboles prematuramente llenos de hojas verdes y frescas, las gentes que caminan y se saludan amigablemente, el ruido de los automóviles y autobuses (que sacuden a todo el Edificio como si se tratara de un temblor, a veces oscilatorio y a veces trepidatorio), las azoteas de las casas, las sábanas blancas columpiándose como velas de barcos que...