EXILIOS(1936-1945)
SEMBLANZA DE DOLORES SALÍS
Mi madre murió plácidamente, en septiembre de 1999, casi centenaria, en la casa que la vio nacer. Le faltaron tres meses para haber tocado tres siglos. Irunesa, pasó la mayor parte de su vida en el pueblo fronterizo.
Fue testigo de tres guerras. Una de ellas, la civil española, alcanzó de lleno el centro de su existencia.
Joven madre de cinco hijos, con un marido republicano implicado en la absurda contienda, huyó como la mayoría de la gente a la otra orilla del Bidasoa.
Han pasado cincuenta años. El mundo actual no tiene nada que ver con el que ella narra. Ya muy anciana, recordaba todo aquello, y lo hacía con agrado, sin rencor, defendiendo el testimonio de penuria, de vida simple, de pueblo pequeño en el que nos desenvolvimos hasta la llegada de nuestra actual modernidad.
Fue una gran trabajadora. Su actividad estuvo supeditada a sus condiciones físicas. Siendo joven, hacía escultura, trabajando directamente los bloques de dura piedra con cincel y mazo. Cuando empezó a perder facultades, se dedicó al esmalte, siempre autodidacta. En aquella época no era fácil disponer de hornos eléctricos. Su tenacidad y la inestimable colaboración de Juanillo Iguarán, electricista municipal de la calle Santiago, hombre ingenioso y de recursos, salvaron la situación. Con una caja metálica de galletas, en cuyo interior quedaba aislada una pequeña mufla, rodeada de resistencias de hornillos de cocina, consiguieron alcanzar los grados de temperatura necesarios para fundir los esmaltes. Hasta muy entrada en años realizó una obra importante, y expuso con éxito en diversas ciudades. El Via Crucis que actualmente se halla en la ermita de Santa Elena, en Irún, es obra realizada y donada por Dolores Salís.
Cerca ya de sus ochenta años, empezó a fallarle la vista. Tras una operación de cataratas, se vio obligada a abandonar el minucioso trabajo del esmalte. Con una Olivetti de teclado de letras grandes, inició su nueva aventura artística. Escribió casi hasta su muerte. Siempre inmersa en los García Márquez, Marguerite Duras, etc., a los miembros de su familia nos hacía mucha gracia el espíritu, la tenacidad y sobre todo el afán de trabajo de nuestra madre. “Reíros, reíros –decía–. Algún día veréis libros míos en letra de imprenta”.
Me alegro mucho de que mi madre tuviera razón, y desde este prólogo le envío un abrazo.
Jaime Rodríguez Salís
Junio de 2002
NOTA DEL EDITOR
“¿A quién no se le ha ocurrido escribir alguna vez en su vida?”, se pregunta Dolores Salís en la breve introducción a su relato memorialístico. Diríase que pidiera disculpas por la osadía de adentrarse en un arte al que únicamente se había aproximado como degustadora. Sin embargo, como el lector comprobará desde las primeras líneas, la autora de las presentes páginas poseía un temperamento estético extremadamente afinado, de forma que apenas hubo disciplina artística que le resultara ajena, y es ese temperamento artístico, indisolublemente unido a una aguda sensibilidad observadora, el que dirige en todo momento la pluma de Dolores Salís.
No obstante, su arte narrativo está siempre más atento a “escribir con verdad”, en feliz expresión de Miguel Sánchez-Ostiz, que a la pirotecnia formal. En efecto, Dolores Salís habla con verdad de una época de su vida (y de la de su pueblo) que dejaba pocos resquicios para la especulación esteticista. Así, su cincel literario, puesto al servicio de la fidelidad a la memoria, modela un impresionante bajorrelieve de la vida en los tiempos de la ira. Y lo hace, además, de forma extraordinariamente pudorosa, transmitiendo sin cesar una poderosa corriente de comprensión y benevolencia hacia las personas y personajes “arrastrados por la resaca” de una guerra probablemente más cruel que cualquier otra.
Su pudor la lleva, incluso, a ocultar su propia identidad bajo el nombre de María, y la de su marido, Luis Rodríguez Gal, el inolvidable “Luis de Uranzu”, bajo el de Miguel Zumeta. Cubiertos por el velo de la discreción aparecen, asimismo, los nombres de muchas de las personas que compartieron aquella etapa con el matrimonio Rodríguez-Salís. Otros, casi siempre personajes que han dejado honda huella en la historia, constan con su verdadero nombre.
El editor, de acuerdo con la familia de la autora, ha respetado en todo momento esa leve (y a menudo piadosa) maniobra literaria, convencido de que no resta un ápice de interés humano a la aportación de Dolores Salís a la memoria colectiva del país.
La crónica fiel y detallada que el lector recibe, por tanto, no ha sufrido más alteraciones respecto a su redacción original que unos ligeros retoques de lenguaje y la introducción de un sistema de epígrafes, que, a juicio de este editor, puede facilitar la ya de por sí amena lectura del texto y, tal vez, servir de ayuda para la localización de determinados pasajes y escenas.
Agradezco profundamente a Jaime Rodríguez Salís la confianza que me ha mostrado al hacerme depositario de este tesoro familiar, y a Josefa María Setién, Asun Balzola, José Monje y Luis Lago su interés e inestimable colaboración en tan gratificante proyecto editorial.
J.G.B.
Irún, junio de 2002
PRÓLOGO
Antes de que los años, que avanzan a galope, hayan entumecido por completo mis sentidos, me he decidido a escribir. Muchas veces he tenido intención de hacerlo, pero ¿a quién no se le ha ocurrido escribir alguna vez en su vida?
La vejez es enojosa, pero no hay que asustarse. Además, no podemos optar. Ahora tengo que darme prisa, ya que, con esta serenidad forzosamente adquirida, parece que lo pasado, lo lejano, se ve con mayor claridad.
Pero no penséis que voy a aburriros recordando la infancia y la juventud de una vida vulgar y feliz como fue la mía.
No tengo la pretensión de escribir mis memorias, que, de hacerlo, serían como todas las memorias, muy poco sinceras.
Quiero escribir acerca de una época de mi vida en la que la explosión de la Guerra Civil de España primero, y de la Mundial después, desequilibró nuestro continente, haciendo salir de sus madrigueras a muchos que vivían tranquilamente en ellas, sin afán de aventuras. Voy a relatar episodios presenciados por mí desde el año 1936, principio de nuestra guerra, hasta el fin de la mundial, y retratar personajes conocidos, más o menos importantes, con los que la casualidad me puso en contacto.
Lamento que este libro no lo haya podido escribir mi marido, “Luis de Uranzu”, ya fallecido, que compartió conmigo este periodo turbulento. Lo hubiera hecho mejor que yo, pero me esforzaré en sustituirlo, recurriendo a mi buena memoria.
D.S.
DE IRÚN A PARÍS UN VIAJE DE IDA Y VUELTA ENTRE DOS GUERRAS
Arrastrados por la resaca
¡Expectación al pasar el puente! Al extremo de éste, tras una valla provisional, se apiñaban los veraneantes franceses, que no habían contado –entre los muchos alicientes que les ofrecían los folletos de propaganda– con este espectáculo de una guerra sin riesgo para el espectador.
Entre la gente que huía, alguien llevaba a un niño con la cabeza vendada. Jugando a las guerras con otros chicos, y excitados todos ellos por las incursiones de una avioneta y por los cañonazos que se oían a lo lejos, le habían estropeado un ojo de una pedrada. “¡Los primeros heridos!”, exclamaron emocionados los veraneantes de jerseys de vivos colores, vestidos floreados y sandalias o alpargatas. Era la época en que tímidamente empezaban a hacer su aparición los shorts masculinos.
Los grupos de fugitivos que incesantemente cruzaban la frontera iban acomodándose en Hendaya como podían, pero tuvieron que pasar antes por una caseta de sanidad para vacunarse. Traían poco dinero. Sólo se les permitía sacar de España la mísera suma de quinientas pesetas. Pero con estas quinientas pesetas y las que pudieron pasar a escondidas entre la ropa, dentro de los zapatos y en los dobladillos de los vestidos, pensaron poder aguantar unos pocos días, los que ellos calculaban que serían suficientes para que las cosas se normalizasen y pudiesen volver a España.
Aquella gente no se había movido de sus casas durante los primeros días del conflicto. Reinaba un gran desconcierto, y pocos sabían a ciencia cierta qué era lo que estaba sucediendo.
Por la radio se oían noticias de cantidades de tropas moras que estaban atravesando el Estrecho, de desmanes de los anarquistas en Barcelona, de concentración de voluntarios en Pamplona y en otros puntos de la Península, de sublevaciones en los cuarteles, de ataques a las cárceles…
Los carabineros no sabían a quién tenían que obedecer. En Irún empezaban a aparecer grupos de mineros asturianos. La Pasionaria arengaba a los obreros por la radio. También por la radio, una voz convocaba a los vascos.
–Entzun, entzun, euskaldunak!...