Pedagogías emergentes
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Pedagogías emergentes

14 preguntas para el debate

Anna Forés Miravalles, Esther Subias Vallecillo

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Pedagogías emergentes

14 preguntas para el debate

Anna Forés Miravalles, Esther Subias Vallecillo

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14 preguntas son el disparador de un conjunto de reflexiones sobre qué son, cómo se desarrollan e implantan, de dónde proceden y hacia dónde van las pedagogías emergentes.Expertos en el campo de la innovación pedagógica responden con análisis, pasión a nuevas preguntas y se adentran en el conocimiento de esta innovadora primavera pedagógica.Un libro que contiene múltiples reflexiones; incisivo, analítico, crítico y, sobre todo, tan plural como el conjunto de autores que lo han escrito.

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Información

Año
2018
ISBN
9788417219284

1. ¿Hacia dónde vamos con las pedagogías emergentes?

Javier Martínez
Escribir sobre pedagogías emergentes significa contribuir a innovar en educación, y la innovación cobra sentido de urgencia cuando sabemos lo que queremos cambiar y por qué. Si nuestro objetivo consiste en formular propuestas para introducir nuevas estrategias, metodologías y tecnologías en las aulas, entonces necesitamos tener absoluta claridad en el diagnóstico del estado de nuestra educación. Y responder a la pregunta «¿hacia dónde vamos?» es, en realidad, jugar a las adivinanzas. Como acertadamente expresó el Nobel de Física Nils Bohr, «hacer predicciones es muy difícil, especialmente cuando se trata del futuro». Dado que, en otros capítulos de este libro, los pedagogos abordan aspectos técnicos, mi aporte se orienta hacia una vertiente estratégica basada precisamente en esos dos focos:
  1. La mirada desde el presente y el pasado: Es evidente que la educación está seriamente cuestionada, ya que no cumple su promesa fundamental de preparar a los jóvenes para la vida adulta.
  2. La mirada desde el futuro: El explosivo desarrollo tecnológico está produciendo una serie de cambios tan drásticos y vertiginosos en nuestra sociedad que al sistema educativo no le cabe otra posibilidad que transformarse radicalmente para mantenerse vigente.

1.1. El presente y el pasado de la educación

Para sostener la afirmación acerca de que la educación no cumple su promesa de preparar a los jóvenes para la vida, es necesario revisar varios elementos.
En primer lugar, es primordial consensuar qué entendemos por educación. Educar significa enseñar a aprender. Expresándolo coloquialmente, la educación engloba el conjunto de experiencias que te ocurren a lo largo de tu vida y que no se te olvidan. Lamentablemente, la mayoría de personas reconocen haber olvidado casi todo lo que aprendieron en el colegio y en la universidad. Un estudio reciente que demuestra que el 97,2 % de los conductores suspendería la prueba teórica del examen de conducir si volviera a realizarla de nuevo. Por dramático que parezca, no recordar lo que alguna vez supiste equivale a asumir que no fuiste educado. Hemos llegado al despropósito de evaluar la calidad de la educación por la capacidad de los niños de responder correctamente a preguntas que los adultos no somos capaces de contestar.
¿Cuál es el propósito de la educación? El objetivo de la educación consiste en asegurarse de que adquieres las herramientas necesarias para vivir tu vida de forma autónoma (lo que incluye el ámbito laboral, que supone una de las dimensiones fundamentales en la vida de todo ciudadano adulto). Jean Piaget ya proponía que el fin principal de la educación es «crear personas que sean capaces de hacer cosas nuevas, no simplemente repetir lo que otras generaciones han hecho, y formar mentes que sean críticas y no acepten todo lo que se les ofrece».
¿Qué evidencias demuestran que el modelo educativo falla estrepitosamente? Veamos algunas muestras. La OCDE emitió recientemente un informe declarando que el sistema español no prepara para el mundo laboral. España ha mantenido durante largos meses una tasa de paro juvenil superior al 53 %. La mitad de los titulados reconocen que no volverían a estudiar la misma carrera y un 22 % de ellos siguen sin encontrar trabajo cinco años después de graduarse. Empresas emblemáticas como Google, LinkedIn o Deloitte declaran que el expediente académico y el título no sirven para contratar nuevos empleados. El 40 % de empresas no encuentran trabajadores con el perfil que necesitan. Sesenta millones de europeos carecen de las habilidades de lectura, escritura, matemáticas y digitales necesarias para no correr riesgo de quedar en exclusión social.
Si pulsamos la opinión de los principales actores involucrados, comprobamos que los profesores se muestran insatisfechos y son objeto de crítica permanente en los medios de comunicación, los padres mantienen una evaluación negativa sobre el sistema educativo y los alumnos no están precisamente entusiasmados. Para terminar de envenenar el asunto, la interpretación que se hace de los resultados de pruebas internacionales, como establece el Informe PISA, es extremadamente peligrosa, porque traslada a la opinión pública el mensaje de que el modelo es correcto y lo que fallan son los resultados.
¿Por qué la educación es incapaz de cumplir su compromiso? En síntesis, las razones son dos: No estamos enseñando lo que nuestros jóvenes requieren y la manera en que les enseñamos es altamente ineficiente.

Qué enseñamos

El colmo de la estupidez es aprender lo que luego hay que olvidar.
Erasmo de Rotterdam
Si echamos un vistazo al currículum educativo actual, comprobaremos que sigue siendo muy similar al que nosotros cursamos hace casi medio siglo: lengua, historia, matemáticas, ciencias naturales... Sin embargo, el mundo ha sufrido un cambio profundo desde entonces. Se titulan miles de graduados en geografía e historia, filosofía, arte o filología porque seguimos pensando que en eso consiste formar ciudadanos cultos. Decidimos que en los colegios se aprenda álgebra y trigonometría en lugar de nociones básicas de negocios, salud o inteligencia emocional porque pensamos que la trigonometría es más importante. La falacia de que las matemáticas enseñan a razonar no tiene ningún sustento científico. La asignatura de Filosofía, siendo apasionante, es en realidad una revisión de la vida de los grandes filósofos. Cuando hacemos más hincapié en aspectos intelectuales (geografía, química, gramática) en lugar de aspectos humanos, como relaciones interpersonales (pareja, hijos, amigos, compañeros), comunicación, gestión de sí mismo, pensamiento crítico o creatividad, es porque seguimos arrastrando la visión de la educación de remotas épocas elitistas. En la escuela, la colaboración o la autoestima son menos importantes que aprender integrales o las leyes de Newton. En la vida sucede todo lo contrario, pero cuando nos damos cuenta ya es demasiado tarde para cambiar. Todavía se escucha el argumento de que muchas materias se estudian por si algún día te hacen falta, pues «no puede hacerte daño» o «el saber no ocupa lugar»). El director del British Medical Journal afirma que «solo el 10 % de los estudios es válido para un médico».
La conclusión es obvia: estamos enseñando cosas innecesarias y, lo que es peor aún, estamos dejando de enseñar lo realmente importante. Cualquier persona que trabaja sabe que apenas existe relación entre lo que se enseña en el colegio y la universidad y lo que los jóvenes se encontrarán en su vida adulta ¿Es lógico insistir en que los niños y los profesores se esfuercen en estudiar y enseñar asignaturas y contenidos irrelevantes para su vida personal, laboral y social?
Lo primero que necesitamos es acordar qué entendemos por ciudadano educado para el siglo xxi. Apenas hemos hecho esfuerzo alguno por considerar cómo han cambiado las circunstancias desde la época en que la educación estaba reservada a una elite a la época actual, donde una licenciatura universitaria es moneda corriente. La pregunta clave es: ¿por qué seguimos enseñando tantas cosas que sabemos que son de escasa utilidad y además se olvidan? Existen dos grandes motivos. En primer lugar, nuestro modelo se basa en enseñar aquello que es fácil de medir en un examen (y no lo que es de verdad importante) y en evaluar el aprendizaje mediante números, lo que nos ha llevado a padecer una tiranía demencial donde absolutamente todo gira alrededor de las notas. Cambiar el currículum para enseñar habilidades es algo que resulta muy complejo en el sistema actual: los profesores no saben cómo se enseñan y menos aún cómo se evalúan. Es mucho más fácil evaluar un problema de matemáticas que la capacidad de una persona de ser empática o la creatividad de un equipo. En segundo lugar, existe una industria educativa y editorial, junto a una serie de gigantescos intereses creados por diferentes colectivos, que llevan muchos años haciendo lo posible para mantener las cosas como siempre han sido... No es ningún secreto que la educación no entrega las competencias requeridas para vivir en la sociedad del conocimiento, la innovación y el emprendimiento. Pero a nadie parece preocuparle.

Cómo enseñamos

Al maestro le corresponde hablar y enseñar; al discípulo, estar callado y escuchar.
San Benito
Si quiero aprender a hacer paella, el hecho de escuchar a un cocinero o leer un libro de recetas de cocina no me garantiza el éxito. Aprendes cuando practicas lo que escuchas o lees. ¿Cómo evalúo lo que alguien sabe? No por el hecho de que acierte la receta en un test de respuesta múltiple, sino que ¡demuéstramelo, haz una buena paella! ¿Qué se puede aprender sentado en un pupitre? No se sale de un aula con nuevo conocimiento, sino con información (la receta de la paella), que solo se convierte en conocimiento cuando se aplica. No hay duda de que estamos empleando metodologías anticuadas e ineficaces. Dado que todos hemos pasado al menos 12 años en el colegio (a los que se suman los dedicados a la carrera universitaria y los postgrados), conocemos perfectamente el método de enseñanza imperante que nos acompaña desde hace varios siglos. El ritual incluye asignaturas que hay que estudiar, profesores responsables de enseñarlas, aulas y horarios donde supuestamente tiene lugar la acción educativa (con tecnologías como pizarras, libros y bolígrafos), exámenes y notas para evaluar el aprendizaje y, finalmente, el título que lo acredita ante la sociedad. El modelo gira alrededor del concepto de clase donde, mediante un monólogo, un profesor les cuenta a sus alumnos las cosas que deben saber (o hace que las lean), para posteriormente preguntárselas en un examen. Ejecutar esta fórmula universal del «yo sé, tú no sabes y yo te cuento» significa creer que las personas aprenden escuchando. Lamentablemente, olvidamos todo aquello que escuchamos o leemos, a menos que lo practiquemos de manera repetida. Desde siempre hemos sabido que para aprender hay que hacer, pero, claro, ¿cómo nos las arreglamos para que 30 niños o 100 universitarios practiquen en un aula? Si aprendemos haciendo, entonces las aulas actuales no son la mejor solución para aprender. La actitud de un alumno en el aula no es diferente de cuando ve las noticias en el telediario, solo varía en que toma apuntes.
Ese modelo descabellado es el precio que pagamos por la masificación de la educación. Tanto el colegio como la universidad basan su método en memorizar contenidos. Muchos alumnos que sacan buenas notas no saben qué significa aprender. Creen que aprenden cuando son capaces de repetir algo, aunque no lo entiendan. Los entrenamos para tomar apuntes y memorizar, y terminan convencidos de que eso es lo que se espera de ellos. La educación no promueve el pensamiento propio, ni alienta la experimentación, sino que te obliga a repetir las ideas de otros sin opción de disentir. Aunque para aprender es imprescindible tener curiosidad y hacerse preguntas, la educación consiste en enseñarte a responder preguntas que tú no te cuestionas y que, por tanto, no te importan. ¿Es sensato seguir usando metodologías de aprendizaje obsoletas y que contradicen los objetivos del proceso educativo? ¿Por qué no enseñamos practicando en lugar de escuchando? Sentar a los niños a escuchar durante años no es la manera más inteligente de que aprendan.

Qué conclusiones se derivan

El hombre nace ignorante, no estúpido. La educación lo hace estúpido.
Bertrand Russell
Yo estudié Derecho para ser abogado. ¿Cuántos de mis profesores eran abogados en ejercicio? No muchos. ¿En qué se parece la carrera de Derecho con el trabajo que luego desempeña un abogado? Prácticamente en nada. ¿Cuántos de mis compañeros de curso serían capaces de aprobar a día de hoy alguno de los exámenes que hicimos durante la carrera? Casi ninguno ¿Qué dicen las empresas sobre los jóvenes que acceden a su primer empleo? Que las competencias necesarias para desempeñarse en el puesto de trabajo no las adquieren en un aula, sino en la práctica diaria y a lo largo de muchos años, y que necesitan invertir mucho tiempo y dinero en enseñarles las habilidades básicas, ya que no existe apenas relación entre la carrera que han estudiado y el trabajo de un profesional.
El problema con la educación es que el modelo fue diseñado siglos atrás para un mundo mucho menos complejo y que ya dejó de existir. Un sistema que apenas nadie cuestiona, porque todos pasamos por un aula y tenemos un paradigma sobre cómo esperamos ser enseñados. Un modelo que nos inculcó que para aprender hay que estudiar asignaturas, donde la persona que sabe habla y los demás escuchan y toman apuntes. Un modelo que entrena y convence a los niños de que la principal función del cerebro es almacenar información, recordarla y repetirla en un examen, por lo que menosprecia la verdadera capacidad del estudiante. Un modelo que trata a los alumnos como espectadores y que sacrifica la natural curiosidad de estos por aprender, a favor de un proceso artificial dominado por el currículum, los exámenes y las notas.
Si gran parte de lo que estudias en el colegio y en la universidad nunca más lo vas a volver a ver y si la forma en que evaluamos el aprendizaje (examen) nunca más aparece en nuestra vida laboral, entonces ¿por qué lo seguimos haciendo? Porque seguimos convencidos de que el modelo es correcto y lo que fallan son los resultados; por tanto, pensamos que la culpa es de los profesores, que son mediocres, y de los alumnos, que no estudian. En lugar de insistir en «más de lo mismo», ¿no habrá llegado ya la hora de cambiar el modelo de una vez por todas? Es hora de que nos demos cuenta de que, si nuestros niños no pueden aprender de la forma en que les enseñamos, deberíamos enseñarles de la manera en que verdaderamente aprenden. La educación es un lucrativo negocio y una competición donde lo que importa no es aprender, sino obtener un título. Mantener ese sistema para los futuros ciudadanos y trabajadores que afrontarán desafíos gigantescos es aberrante. ¿Os imagináis que nuestro sistema de transporte, salud o vivienda siguiesen siendo como los del siglo xix?

Cómo podemos cambiar la educación

Decidir lo que es importante aprender
Hace siete años realicé una encuesta de una sola pregunta: «¿Qué tres cosas os gustaría que vuestro hijo domine realmente cuando termine el colegio?». Recibí más de 700 respuestas de personas de 13 países. Cuando procesé los resultados, estas fueron las «cinco cosas» más mencionadas: trabajo en equipo, idiomas, autoestima, proactividad y capacidad de aprender. Resulta llamativo que, excepto los idiomas, ninguna de las demás formen parte de las asignaturas que nuestros niños deben estudiar. ¿Estarán equivocados los adultos de todos esos países? No lo creo, porque, curiosamente, sus prioridades coinciden con las competencias más demandadas por las empresas: capac...

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