El arte de la conversión
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El arte de la conversión

Un estudio sobre la República de Platón

  1. 368 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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El arte de la conversión

Un estudio sobre la República de Platón

Descripción del libro

Los símiles de la línea y la caverna expuestos en la República de Platón son una de las imágenes más impactantes e influyentes de la historia de la filosofía, pero también la expresión fundamental de la filosofía platónica. En ellos se despliegan las fases del proceso formativo del filósofo hacia la contemplación de las Ideas y del Bien y su consecuente retorno para hacerse cargo de los otros. El guía en ese camino es Sócrates, quien desarrolla su "arte de la conversión", un arte que adecúa sus medios de enseñanza al nivel intelectual y moral de sus interlocutores. Así, Raúl Gutiérrez nos propone leer la obra maestra de Platón siguiendo el camino trazado en estos símiles. Vistos de esta manera, los símiles sirven de clave hermenéutica del diálogo en su conjunto, pero, al mismo tiempo, ellos mismos son iluminados por los resultados de esa lectura. En el capítulo fi nal, el autor aplica su propuesta a uno de los diálogos más enigmáticos de Platón, el Parménides.

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Información

Año
2020
ISBN del libro electrónico
9786123173456
Edición
1
Categoría
Filosofía
Capítulo 1.
Disputas sobre las sombras de la eikasía y las estatuas de la pístis. República I y II
En la sección de la República en la que presenta su interpretación de los símiles de la línea y la caverna, Sócrates señala que, después de haber accedido a la visión de la Idea del Bien y, en consecuencia, haber concluido, entre otras cosas, que esta es la causa de todo lo recto y lo bello, el filósofo desciende de las contemplaciones divinas a los males humanos mostrándose inicialmente torpe y ridículo, debido a que aún ve mal y no se ha acostumbrado suficientemente a la oscuridad que lo rodea. Entonces, aun cuando no hubiera querido ocuparse de los asuntos humanos, sino que, más bien, hubiera preferido permanecer en el ámbito inteligible, se ve obligado (ἀναγκαζόμενος)29 a contender, en los tribunales o en cualquier otra parte, sobre las sombras de lo justo o sobre las estatuas que proyectan estas sombras (περὶ τῶν δικαίου σκιῶν ἢ ἀγαλμάτων ὧν αἱ σκιαί), y a disputar al respecto con aquellos que no han visto jamás la Justicia en sí (República 517c-e). Si bien Platón utiliza aquí el término ágalma en lugar de andriás que aparece en la alegoría de la caverna (ἀνδριάντας καὶ ἄλλα ζῷα, 514c1), dado el contexto, es claro que no lo está usando para contrastar las estatuas de los dioses con las de los hombres, sino que ágalma es usado, más bien, como una denominación genérica (LSJ, 5,4) que, entre otras, incluye las estatuas de hombres. Si, además, tenemos en cuenta que el filósofo se ve obligado a discutir con aquellos que no conocen la Idea de justicia (517e1-2), podemos concluir que las disputas en cuestión se refieren a las concepciones comunes de la justicia y el hombre justo y a sus modelos o supuestos teóricos30. Precisamente sobre ellas, sostengo, se discute respectivamente en República I y II.
Ahora bien, si se toma en cuenta la coincidencia entre la caverna y la línea (517b1), República I correspondería a las sombras de la eikasía y República II a las estatuas de la pístis. De esta manera, la frase inicial de la obra —κατέβην χθὲς εἰς Πειραιᾶ: «descendí ayer al Pireo»— no sería meramente casual ni serviría únicamente como representación del descenso del filósofo Sócrates a la caverna, sino más bien indicaría que toda la obra habría sido concebida como un desarrollo de los símiles de la línea y la caverna31. Un apoyo textual encuentra esta lectura en el pasaje 361d4-6, en el que Sócrates, refiriéndose a los perfectos ejemplares de los hombres justo e injusto que ha presentado Glaucón, le dice: «¡Es maravilloso […] el modo vigoroso en que has pulido a estos dos hombres, como estatuas (ὥσπερ ἀνδριάντα), para juzgarlos». Pero, además, Glaucón se refiere más adelante a Sócrates como un andriantopoiós, un escultor, pues ha construido un modelo de gobernantes (540c), los verdaderos filósofos, cuyas concepciones de la naturaleza humana y divina contrastan con las de los poetas tradicionales y los sofistas en quienes, como veremos, Glaucón y Adimanto apoyan sus discursos o, siguiendo la sugerencia de Sócrates, la construcción de sus estatuas. Sin embargo, como trataré de mostrar, hay una diferencia notable entre las estatuas de Sócrates y aquellas de los hijos de Aristón. Por un lado, los poetas no hacen más que «imitar lo que le parece bello a la multitud y a los que nada saben» (οἷον φαίνεται καλὸν εἶναι τοῖς πολλοῖς τε καὶ μηδὲν ειδόσιν, τοῦτο μιμήσεται, 602b2-4) y los sofistas «no enseñan otra cosa que las opiniones de la multitud» (μή ἄλλα παιδεύειν ἢ ταῦτα τὰ τῶν πολλῶν δόγματα), «sin saber verdaderamente nada de lo que en estas convicciones y apetitos es bello o feo o bueno o malo o justo o injusto», y las elevan al nivel de una téchnē, con lo que les otorgan incluso el nombre de «sabiduría» (σοφίαν, 493a-c). En cambio, los verdaderos filósofos, como el pintor platónico, han de instituir (τίθεσται) en este mundo o, si la polis justa ya existiera, preservar (σῴζειν) las normas (νόμιμα) relativas a las cosas bellas, justas y buenas dirigiendo la mirada al modelo inteligible (484c-d, 540a8 ss.; cf. 520c). Así pues, en este sentido, Sócrates distingue dos tipos de estatuas de la justicia, aquellas en las que cada parte ha sido pintada según lo que le corresponde (τὰ προσήκοντα), de modo que formen un conjunto hermoso, y aquellas que han sido pintadas sin tomar esto en cuenta (420d). De esta forma, tendremos estatuas elaboradas sobre la base de la dóxa y otras según la epist 32. Sin duda, ambas solo serían semejantes a la Idea correspondiente, pero las segundas lo serían en mayor grado33. En conformidad con ello, podremos también distinguir distintos tipos de sombras, distinciones que, como trataré de mostrar, se ven reflejadas en República I y II.
1.1. Eikasía y pístis en el símil de la línea
Teniendo en cuenta el paralelismo entre las fases de la línea y la caverna, tendríamos que equiparar, como sostengo, la condición de los prisioneros en la caverna a la de la eikasía en la línea. No quiere ello decir, sin embargo, que los objetos a los cuales se refieren sean los mismos. Pues aun cuando en ambos casos se trata de unas imágenes (εἰκόνες) y sus originales, hay diferencias por considerar. Las imágenes de la eikasía en la línea son «sombras» y «reflejos (φαντάσματα) en el agua y en cuantas cosas tienen una consistencia compacta, lisa y brillante, y en todo lo de ese género» (509e1-510a3). Sus originales, los objetos de la pístis, son «los animales (ζῷα) que nos rodean, todas las plantas y el género entero de lo que es fabricado (σκευαστόν ὅλον γένος)» (510a5-6). En suma, los originales a los cuales se refiere la pístis en la línea son seres vivos y artefactos, entes visibles en general, de modo que la eikasía estaría referida a sombras y reflejos suyos (510a1-3). Ahora bien, a diferencia de la línea, los originales de las sombras proyectadas al fondo de la caverna son «artefactos de todo tipo» y «unas estatuas de hombres y otros animales hechas de piedra, de madera y toda clase de materiales» (514c1-515a1). Todos estos objetos son transportados por unos hombres detrás del muro que se encuentra al interior de la caverna; no se nos informa nada en la caverna sobre la identidad de estos hombres ni sobre los fabricantes de esos objetos. Pero, además, no son estos los únicos objetos cuyas sombras ven los prisioneros en la caverna. También se dice que los prisioneros ven sombras «de sí mismos y los otros [hombres]» (515a6). Curiosamente, esta última precisión suele ser ignorada por los intérpretes34, como es el caso de Dominick, quien, precisamente, en contra de la interpretación que defiendo, dice que los prisioneros no discuten sobre estatuas de la justicia y sus sombras, sino sobre «gente y otros animales» (514c1-515a1, 2010, p. 7). Este autor no tiene en cuenta la distinción entre los dos grupos de objetos cuyas sombras ven los prisioneros: a) «de sí mismos y los demás [hombres]» y b) de los objetos «transportados» (παραφερομένων, 515b2; cf. 514b8-c1) y «fabricados» (εἰργασμένα, 515a1). Si consideramos los primeros como «seres vivos» y los segundos como «artefactos», estaríamos ante los mismos objetos cuyas sombras y reflejos ve quien, según la línea, se encuentra en eikasía. Ello sería suficiente para identificar la condición de los prisioneros con la de quienes se encuentran en el estado de eikasía. Sin embargo: a) en la caverna, ya que sirve de ilustración de la condición de nuestra naturaleza según disponga de educación o no, se precisa que estos artefactos son «estatuas de los hombres y otros animales/seres vivos»; b) en el comentario se añade además que esas estatuas son estatuas de la justicia (περὶ τῶν δικαίου σκιῶν ἢ ἀγαλμάτων ὧν αἱ σκιαί, 517d9); y c) en República II se refiere Sócrates a los sendos ejemplares del hombre justo «pulidos» por Glaucón como «estatuas» (ὥσπερ ἀνδριάντα). De ninguna manera se trata, entonces, de hombres y otros animales, sino de ciertas concepciones del hombre justo —por eso ἀνδριάντα— y, por consiguiente, de la justicia y sus sombras, o de la manera en que esas concepciones son entendidas por el hombre común que desde niño ha sido formado en ellas. Por esta razón, Sócrates compara la condición de los prisioneros y, por consiguiente, de la eikasía con la nuestra (ὁμοίους ἡμῖν, 515a5)35.
Si trasladamos esto a la línea, llama, empero, la atención que la eikasía sea referida a las «sombras» y «reflejos» de los entes visibles. Pues, efectivamente, como han señalado muchos intérpretes, es absurdo pensar que hay un estado inicial en el desarrollo del conocimiento humano en el que solo vemos sombras de objetos sensibles. Como señala Dominick: «Yo no quiero comerme la fotografía de un cono de helados» (2010, p. 4). Por esa razón, hay quienes piensan que la eikasía es un concepto introducido solo para mantener una simetría con la división del segmento de lo inteligible o que, en el mejor de los casos, conjuntamente con la pístis, sirve solamente como ilustración de la relación entre los dos segmentos de la parte superior de la línea36. Según nuestra interpretación, el caso de los prisioneros es más comprensible, pues ellos discuten sobre las concepciones comunes de la justicia y las teorías que les sirven de fundamento. Sin embargo, en la alegoría de la caverna, Glaucón se refiere tanto a la imagen de la caverna como a los prisioneros del modo en que muchos intérpretes se refieren a la eikasía según la línea, como «extraños, absurdos, fuera de lugar (Ἄτοπον […] είκονα καὶ δεσμώτας ἀτόπους, 515a4). Es más, a esos intérpretes les parece absurdo no solo que la eikasía sea referida a «sombras reales», sino que se caracterice por la confusión de esas sombras o, en general, de las imágenes con sus originales37. En definitiva, según esa corrient...

Índice

  1. Prólogo
  2. Introducción
  3. Capítulo 1. Disputas sobre las sombras de la eikasía y las estatuas de la pístis. República I y II
  4. Capítulo 2. De la pístis a la diánoia. República II-IV
  5. Capítulo 3. Las tres olas de la dialéctica
  6. Capítulo 4. La naturaleza de la filosofía: dialéctica, koinōnía y unidad
  7. Capítulo 5. La contradicción como invitación a la intelección. Aphaíresis y prósthesis
  8. Capítulo 6. El retorno a la caverna, el justo medio y el conocimiento de las imágenes. República 519b7-520c3
  9. Capítulo 7. La lógica de la decadencia y el conocimiento de las imágenes. República VIII-IX
  10. Capítulo 8. La eikasía en la ciudad justa. República X
  11. Capítulo 9. El mito de Er: el mensajero, el profeta y el filósofo
  12. Capítulo 10. La estructura del Parménides y los símiles de la línea y de la caverna
  13. Bibliografía