Capítulo 1
Enero
Jano bifronte
Enero (Ianuarius) era el mes dedicado a Jano, el dios de los inicios y de las aperturas. Su nombre se relaciona con ianus (pasaje) y con ianua (puerta). Característica principal de Jano es su doble rostro, que mira hacia adelante y hacia atrás a la vez. Sus ojos se proyectan sobre el futuro sin dejar de contemplar el pasado. Como el sol, que se dirige a levante y a poniente al mismo tiempo. Sugestionados por el recuerdo o por el rastro de Jano, era usual, en otros tiempos, hacer un balance personal o colectivo al empezar el año. Es una costumbre que parece haber desaparecido bajo los zapatos del presente, siempre a la moda, siempre tan veloz, tan excitado.
Durante siglos, sucedió lo contrario. El presente quedaba ensombrecido. Emparedado entre el peso de la tradición y la creencia en un futuro utópico, generalmente ultraterreno. Algunos pueblos del norte de Europa debieron de sentir ya de antiguo la necesidad del presente y retocaron el mito de Jano para añadirle un tercer rostro central: el rostro del eterno presente. Todas las corrientes modernizadoras coincidieron en la reivindicación del presente, en abierta oposición al peso de lo ancestral y a la engañosa manera con que los poderosos desplazaban la satisfacción de las necesidades de las gentes hacia un intangible futuro celestial. La conquista del presente avanzó en paralelo a la conquista del derecho universal a la dignidad económica y democrática. Y, sin embargo, entronizado como verdad única, el presente ha engordado como un monstruo.
La apoteosis del presente actual tiene poco que ver con las viejas luchas de la razón y de la libertad. El presentismo es la versión temporal de la cultura kleenex. Usar y tirar vidas y objetos. Los medios de comunicación son fábricas de altísima velocidad productiva. Sin cesar proyectan sobre nuestros ojos fogonazos que olvidamos con la misma velocidad con que nos deslumbran. Cada nuevo fogonazo invalida el anterior. El mundo que ahora vemos es un cielo oscuro y hermético en el que estalla, en verbena perpetua, una infatigable lluvia de estrellas fugaces. Es imposible, al parecer, avanzar ojeando el retrovisor. Mirar hacia atrás para reflexionar sobre el itinerario seguido. Para saber si tiene sentido o si conduce a alguna parte. Aunque ya no se acostumbra, esto es lo que el mito de Jano proponía: detenerse ante la puerta de enero, que abre el futuro, para contemplar los pasos andados.
Un rosa de invierno
Cuando yo era pequeño, Rosa, una de nuestras vecinas, tendría cuarenta y tantos años. Entonces me parecía desaliñada y adusta, castigada por la lejía y el esfuerzo. Pero ahora, pensando en ella, comparece con una mirada verde, felina, que me interesa retrospectivamente. Más allá de la lástima que me contagiaban los comentarios compasivos de mi madre, Rosa me daba miedo. Quizás provocaba en mi una de esas inexplicables descargas eléctricas que las mujeres suscitan en los niños antes de que tengan conciencia de la sexualidad.
Amable es la niebla
Por la ventana veo cómo la niebla cubre mi barrio. No es la niebla tiránica, inclemente, que ha tomado posesión feudal de las llanuras de Vic, Segrià o Urgell, durante estos días, tan gemelos, tan idénticos, del mes de enero. Nuestra niebla es menor, inofensiva. Rellena de algodón los árboles y edificios, diluye las personas, cubre con sábanas húmedas las ventanas, ocupa el vacío de las calles y deja sobre el asfalto un rastro brillante, como de babosa.
La ciudad cambia bajo la niebla. La fealdad urbana es menos ofensiva. Llenos a rebosar, los contenedores de basura son menos evidentes. El desbarajuste de las fachadas y la estridencia de los grafitis son menos visibles. Apenas se nota el rastro que los ácidos orines de los perros dejan en las esquinas. La niebla funciona sobre la ciudad como los tejidos refinados de la ropa interior femenina. Oculta la carne y, al mismo tiempo, la muestra. Disimulando la imperfección, aumenta la seducción. El blanco de la niebla abraza la ciudad real y la sublima como un ideal. Los bloques de pisos, aparecen entre la niebla como formas puras. Geometría abstracta.
La niebla es metáfora del papel tranquilizador de la mentira. De la mentira venial o piadosa, por supuesto. La mentira que no borra la verdad, pero la hace más llevadera, menos ofensiva. La verdad es como un día claro, deslumbrante. La mentira piadosa no reniega de la claridad, pero la difumina, la convierte en soportable. Es un mecanismo psicológico que permite transitar del ideal soñado a la vida que realmente hacemos, sin caer en brazos de la decepción y el malestar.
Como los visillos transparentes que filtran el paisaje y, al mismo tiempo, impiden la mirada fiscalizadora del exterior, la niebla piadosa es un mecanismo que permite maquillar las vergüenzas, difuminar las arrugas y los puntos débiles.
Amable es la niebla que vela los hechos cotidianos suavizando sus cantos problemáticos o tediosos.
Un paisaje es más interesante y sugestivo cuando los ojos que lo contemplan empiezan a necesitar gafas, pero aún no las llevan. También los cuerpos contemplados sin gafas son más bellos. Aquello que los ojos pierden en exactitud, lo gana la imaginación consoladora.
Una raza de deudores
El capitalismo contemporáneo –sostiene Bauman– realizó en las pasadas décadas un verdadero cambio de piel. Dejó de basar sus beneficios en el rendimiento del trabajo para obtenerlos del consumo. Para fomentar el consumo masivo y constante, había que romper la columna vertebral del capitalismo productivo: el ahorro, fundamento de la inversión.
El ahorro llevaba implícita una determinada moral social: si uno deseaba algo, pero no podía permitírselo, intentaba ahorrar para poder comprarlo; y si el objeto del deseo estaba fuera del alcance, no había más remedio que reprimir el deseo. Ahorraba quien podía, por consiguiente; y prescindía del deseo quien no podía ahorrar.
Contrariamente, para desarrollar una sociedad de consumidores era preciso generar el deseo irreprimible de consumir y había que facilitar tal consumo. En respuesta a este objetivo apareció la tarjeta de crédito, que daba a todos los objetos del deseo la posibilidad de ser comprados. Los consumidores han gastado a espuertas gracias al crédito. Y han comprado casas impensables para su estatus gracias a la hipoteca.
La deuda se transformó en el principal generador de beneficios, sostiene Bauman. Uno debe pagar sus deudas de la tarjeta en algún momento, pero una refinanciación –deuda sobre la deuda– permite salir del paso. De oca en oca, de deuda en deuda, se avanza hacia el colapso. “Las actuales restricciones del crédito son una consecuencia lógica de lo que los bancos han conseguido: haber transformado una inmensa mayoría de hombres y mujeres en una raza de deudores”.
Parásito
Bauman cree aventurado afirmar que el capitalismo está herido de muerte, como especulan los apocalípticos, pero recuerda que vive la suerte del parásito. “Una vez los deudores están sin una gota de sangre, aquel que los invitó a endeudarse agoniza con ellos”.
Adictos
El origen de las penurias que hoy en día lamentamos “se encuentra en la esencia de nuestra manera de vivir, para la que hemos estado artificiosamente entrenados: pedir enseguida un crédito al consumo cuando nos enfrentamos a un problema o a una dificultad”. Vivir del crédito sostiene Bauman, “crea quizás más adicción que la droga y sin duda más adicción que los tranquilizantes”. La única solución es reinventar el sistema, retornando de alguna manera al ahorro. Para ello es precioso “afrontar el dolor intenso, pero comparativamente breve, del síndrome de abstinencia”.
Distinto
Sobre Petrarca, Vittore Branca escribió: “se presenta a sí mismo como una especie de Jano que mira a la vez hacia el pasado y el porvenir, la antigüedad y la cristiandad, la frivolidad y el recogimiento, el lirismo y la erudición, el interior y el exterior”. Ya ningún escritor, por extraordinario que fuere, podrá situarse nunca en el centro de un cruce de caminos tan excepcional, creo.
Quizás para los eruditos y estudiosos de las humanidades, Petrarca, que escribió toda su obra seria en latín y que en más de un discurso despreció la lengua toscana, sigue estando en aquel cruce. Pero para nosotros, lectores de poesía, raza que siempre ha estado en riesgo de extinción, es un poeta extrañamente enamorado que, en lengua toscana, insufló cierta verdad a los brillantes, aunque generalmente fríos, versos de los trovadores.
Escribe en un soneto dedicado a los lectores:
... de mi persona gran vergüenza siento;
y de mis vanidades me arrepiento;
y también reconozco claramente:
lo que complace al mundo es breve sueño
(“... di me mesdesmo meco mi vergogno; / et del mio vaneggiar vergogna è ‘l frutto, / e ‘l pentersi, e ‘l conoscer chiaramente / che quanto piace al mondo è breve sogno”).
Hawking reconsidera: los agujeros negros no existen
Sabíamos que los agujeros negros no eran agujeros. Ahora resulta que ni tan sólo son negros. No puedo ni tan siquiera imaginar el alcance científico de tal reconsideración, pero me pregunto qué será del inmenso repertorio de analogías que en nuestra vida política, social, económica e incluso cotidiana suscitaron los agujeros negros. Se lo ha tragado un agujero negro, decíamos, metaforizando con el aplomo que da la verdad científica. No puedo reprimir otra cita del polemista Karl Kraus. Con su acidez y descreimiento característicos decía: “Si hay que creer en alguna cosa que no puedo ver, prefiero los milagros antes que los bacilos”.
Acotaciones a una noche de invierno de 1739
Bach y una mujer. Al hombre que ahora está leyendo este libro, le sería muy difícil explicar por qué le subyuga tan poderosamente la mujer con la que ha coincidido casualmente en una soleada terraza de invierno. De la misma manera, le sería difícil explicar por qué una composición musical o literaria le seduce. No es complicado describir en qué consiste la belleza de un cuerpo: puede uno remitirse a las convenciones canónicas que cada época impone o a las reglas de la proporción. No es complicado describir la belleza artística: basta apoyarse en las reglas de composición y evaluar la coherencia y el equilibrio con que las partes han construido el todo. Lo difícil de justificar es la atracción: ¿por qué la belleza de un cuerpo o de una obra artística ejercen una irresistible presión erótica o emocional sobre aquel que está bajo su influjo?
Un cuerpo bello puede ser admirado sin un ápice de pasión. Esos cuerpos perfectos que los medios de comunicación presentan mediante imágenes sin mácula, son cuerpos irreales, abstractos. Deshumanizados. Uno puede admirar la belleza de las modelos, estas mujeres perfectas, mudas e inasibles; y extasiarse ante ellas como el orante ante una estatua religiosa. Las vírgenes de las pasarelas presiden los altares televisivos y ayudan, com...