4
ALGUNAS LÍNEAS DE ORIENTACIÓN
Y ACCIÓN
Después del recorrido en torno al ver-oír-juzgar y convertirse, llega –ahora sí– el momento de poner manos a la obra. Francisco no presenta una lista de recomendaciones al estilo de «cincuenta cosas prácticas que puedes hacer para cuidar el planeta». De esos ya hay muchos y buenos libros publicados, además de información abundante en Internet. Quizá de esta manera el papa nos está previniendo ante la tentación de ir directamente a las recomendaciones prácticas sin haber pasado antes por la conversión del corazón. Es necesario, desde luego, cambiar el comportamiento. «La conciencia de la gravedad de la crisis cultural y ecológica necesita traducirse en nuevos hábitos» (LS 209). Y, como veremos, no son pocas las líneas de orientación y acción que propone Francisco al respecto a lo largo de todo el texto de la encíclica. Pero, como hemos visto, se trata de cambiar desde dentro (cf. LS 218). Como diría san Pablo, ya puedo ser yo la persona más ecológica del mundo que, «si no tengo amor, de nada me sirve» (cf. 1 Cor 13,1-3). Ir directamente al «recetario» sin haber convertido el corazón, la sensibilidad, la compasión, sin «atrevernos a convertir en sufrimiento personal lo que le pasa al mundo» (LS 19), está bien, y el planeta nos lo agradecerá, pero nos estaremos privando de la experiencia personal que supone la conversión. ¿Y no es así como comienza el Evangelio, la Buena Nueva que anuncia Jesús? «El reino de Dios ya está entre vosotros. Convertíos y creed en esta buena noticia...».
El capítulo V de la encíclica lleva por título «Algunas líneas de orientación y acción», aunque, en realidad, el papa Francisco sugiere pautas de comportamiento a lo largo del resto de capítulos. Aquí agrupamos esas líneas de acción en un orden propio que presenta primero los ámbitos más personales, para ir alcanzando niveles más colectivos y sociales.
Como iremos viendo, son muchas las posibilidades de poner en práctica la conversión integral que se nos pide. Son muchos los ámbitos de comportamiento posibles. ¡Y todos contribuyen! La manera de mirar y de juzgar, la espiritualidad, la educación, el estilo de vida, el nivel político y económico. Todo es importante porque todo está conectado. Recordemos una cita ya mencionada:
La cultura ecológica no se puede reducir a una serie de respuestas urgentes y parciales a los problemas que van apareciendo en torno a la degradación del ambiente, al agotamiento de las reservas naturales y a la contaminación. Debería ser una mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático (LS 111).
¡Que no nos agobie tanta posibilidad! No se trata de abrumarse ante la enormidad del reto que tenemos por delante, sino de reconocer que todo está relacionado, todos los ámbitos son necesarios, apreciar lo que se está ya haciendo en cada uno de ellos y descubrir cada cual, desde donde está y hasta donde puede, ese poquito que puede aportar.
Con todo, no se pretende ser exhaustivo; hay muchos y buenos manuales y páginas web con sugerencias prácticas que van más allá de lo que aquí se expone. En el siguiente capítulo se ofrece una «guía práctica de conversión ecológica» que resume lo expuesto en este.
Vida sana
Parece evidente que cuidar nuestra casa común, que es el planeta Tierra, empieza por cuidar nuestra casa individual, que es el propio cuerpo. Como experimentábamos en el ejercicio de conciencia corporal al principio del libro, somos aire, agua, tierra, energía... Somos parte de esta maravillosa creación, y cada uno de nosotros es una maravilla, un milagro de la naturaleza, un portento. Empezar por cuidarnos a nosotros mismos es fundamental para poder cuidar nuestra casa común.
Esto es mucho más que una estrategia necesaria –para poder ver la mota en el ojo ajeno necesito primero limpiar mi propio ojo–. Está claro que si yo no estoy bien, si no me cuido, si mi salud se debilita por falta de atención, si caigo en el estrés y me dejo llevar por el agobio, no solo podré hacer poco por los demás, sino que yo mismo podría ser una carga para otros, con lo que, lógicamente, he de cuidarme para poder ser útil. Es eso, sí, pero hablamos también, y sobre todo, del argumento contrario: si yo estoy bien, en armonía y felicidad, en salud y plenitud, estoy contribuyendo a que el mundo esté un poquito mejor, que en el mundo haya un poquito más de armonía, felicidad, salud y plenitud. Aunque sea una gota en un océano –una gota de agua en un incendio–, una gota siempre es más que nada. Todo contribuye.
¿Por dónde comenzar a cuidarnos a nosotros mismos? Posiblemente, en los contextos urbanos y tecnificados en los que vivimos la mayoría de la población, lo primero es incidir en nuestro ritmo de vida. Francisco lo detecta muy bien en las primeras páginas de la encíclica:
A la continua aceleración de los cambios de la humanidad y del planeta se une hoy la intensificación de ritmos de vida y de trabajo, en eso que algunos llaman «rapidación». Si bien el cambio es parte de la dinámica de los sistemas complejos, la velocidad que las acciones humanas le imponen hoy contrasta con la natural lentitud de la evolución biológica (LS 18).
Y más adelante vuelve sobre ello:
La naturaleza está llena de palabras de amor, pero ¿cómo podremos escucharlas en medio del ruido constante, de la distracción permanente y ansiosa o del culto a la apariencia? Muchas personas experimentan un profundo desequilibrio que las mueve a hacer las cosas a toda velocidad para sentirse ocupadas, en una prisa constante que a su vez las lleva a atropellar todo lo que tienen a su alrededor. Esto tiene un impacto en el modo como se trata al ambiente (LS 225).
Comencemos por un ritmo de vida equilibrado, en consonancia con los ritmos de la naturaleza, donde todos los ámbitos importantes de nuestra vida tengan suficiente holgura: el trabajo y la actividad, el sueño y el descanso, el ejercicio físico y el contacto con la naturaleza, las relaciones personales de calidad –empezando por la familia y comunidad próxima–, la formación, la contemplación y oración, el servicio y la solidaridad práctica, el cultivo de las aficiones y el desarrollo de la creatividad... Todo está conectado. Todas las dimensiones de nuestra vida son necesarias y complementarias, y todas ellas contribuyen a hacernos crecer como personas y a aportar a la construcción de un mundo mejor posible.
Hay que reconocer que la intensificación de los ritmos de vida y de trabajo hacen realmente muy difícil conseguir un equilibrio satisfactorio ent...