1. De cuando el tango aún no era
En busca de sus primeras manifestaciones
Tango de antes, te has callado
para no hablar del pasado.
Homero Manzi
Desde comienzos del siglo XX, las diferentes teorías acerca del origen del tango han intrigado a muchos investigadores y prácticamente no hubo libro sobre la historia de nuestra música que no sintiera la obligación de arriesgar una hipótesis. Uno de los grandes problemas giraba en torno al propio término “tango”.
La etimología y el ingreso al Río de la Plata de la palabra poco contribuyen a esclarecer el porqué de la existencia de esta música. Sin embargo, la correcta lectura de algunas menciones tempranas en actas y documentos puede sernos de gran ayuda.
Entre las más antiguas hay una de 1789; otra, hoy ya famosa, es de 1802 e informa de una “casa y sitio del tango”. En 1807 y 1808 vuelve a registrarse el término, esta vez en actas del Cabildo de Montevideo, donde se habla de “los tangos de negros” y de la necesidad de que el gobernador Francisco J. Elío los prohíba. Pero ¿a qué se referían exactamente todos estos documentos?
El nombre de la nostalgia
“Tango” fue una palabra de circulación corriente entre los esclavos africanos. Se creyó ver en ella, entre algunos de sus sentidos, al lugar de reunión para prácticas religiosas, un sitio vedado para los ojos profanos del hombre blanco e incluso del negro no iniciado. Pero también se adjudicó este término al sonido que producían los tambores cuando se golpeaban sus parches (“tan-gó”). Al respecto, un estudioso de estas cuestiones, José Gobello, se pregunta, válidamente, por qué “tango” y no “tan-tan”: “tan-gó” sería una forma demasiado afectada para reproducir ese sonido.
Cabe destacar que algunos instrumentos sobrevivientes de aquella época, con pequeñas y lógicas variaciones, hoy son utilizados para el candombe; y que al improvisar con dos clases de tamboriles, el repique (contralto) y el piano (tenor abaritonado), se perciben ciertos acentos, pero difícilmente “tan-gó”. Mazacallas, palillos, porongos, tacuaras, marimbas, quijadas, hueseras, quisanches, sopipas, macús, piques y bombos no lo consiguen. Ningún elemento, ninguna combinación de percusiones ni siquiera lo sugieren. Entre los defensores de este origen onomatopéyico se encuentra Joan Corominas, quien en su vasta obra crítico-etimológica recurre a una voz normanda del siglo XVI, al cabaret alemán (tingel-tangel) y a un tambor de Honduras, al tiempo que rechaza el latín propuesto por otros autores.
Sin embargo, hay referencias incluso de comienzos del siglo XIX que permiten establecer que “tango” designaba, en realidad, un lugar de encuentro. En 1836 el geógrafo Esteban Pichardo anotaba en su diccionario de cubanismos que la palabra aludía a “una reunión de negros bozales para bailar al son de sus tambores o atabales”. Pero Pichardo no afirma que reproducía el sonido de esos atabales, sino que fueron otros quienes lo hicieron por él.
Un siglo y medio más tarde, el propio Corominas llama la atención sobre la presencia de tamgu o tuñgu (“bailar”) en dialectos del Níger central, aunque no los toma demasiado en cuenta (en su opinión, son palabras “de difusión meramente local entre los idiomas bantúes”). No obstante, esta idea resulta mucho más firme que su primera moción onomatopéyica.
En África, los negros se reunían en los “tangos” para desarrollar sus ritos, y en el Río de la Plata continuaron llamando de ese modo a los cotos reservados para uso exclusivo de su comunidad. Si el vocablo se extendió por toda América, arraigó únicamente allí donde a los esclavos se les permitió tener un sitio en el que continuar sus prácticas. La palabra se habría afincado en los lugares en los que los negros no padecieron la crueldad de Alabama, donde pudieron gozar de una restringida licencia para reunirse en sociedad: la Argentina, la Banda Oriental, la isla de Cuba.
Mientras tanto, se escribían “tango” y “tambo” sin hacer mayores distinciones. En el quechua, támpu o tánpu (cuyo significado es “campamento”, “acantonamiento”) fue anterior a la introducción de “tango”. Su forma “tambo”, establecida para el castellano en 1647 por Juan de Solórzano Pereira, ya aparece hacia 1541 en un documento chileno, y en Buenos Aires no era desconocida. Por ello quizá se alternaba “tango”, todavía extraño al periodismo y a los funcionarios gubernamentales, con el más corriente “tambo”.
En 1810, según las primeras noticias (y quejas de vecinos) que han llegado hasta nosotros, en los sitios denominados “tangos” se bailaba. Era el lugar del baile y no el nombre de la danza. ¿Podría suponerse que, por extensión, “tango” pasó a ser también la música que se bailaba allí? De hecho lo fue, pero en otro momento y por otras razones.
Ocurre que en España también circulaba esta palabra. Aunque imposible de disimular, la presencia de un tango andaluz durante el siglo XIX fue omitida por varios historiadores del tango rioplatense. Aparece como voz importada de Cuba, dado que la propia música del tango andaluz es de raíz afrocubana. Cuando el tango andaluz se convirtió en moda en Sudamérica, entre 1870 y 1880, la danza de los negros (a la que se denominaba “milonga”) pasó a llamarse “tango”, quizá por algunas lejanas y sospechosas analogías. Quiere decir que la música y el baile que los negros practicaban en sus “tangos” poco o nada tuvieron que ver con la del tango que luego se difundiría. Los instrumentos que ellos usaban no conseguirían la musicalidad que acabó imponiéndose; a lo sumo, establecieron su base rítmica. Por otra parte, viejos grabados registraron un baile de pareja suelta: exactamente lo contrario de la coreografía aceptada. Ejemplo de lo anterior es el tango El Chicoba, que se difundió hacia 1866-1867 en Montevideo. El escritor Vicente Rossi denunció que musicalmente se trataba de un candombe.
De todas maneras, “tango” reemplazó a “milonga” y se convirtió en la denominación de un estilo musical que continuó evolucionando hasta ser lo que es hoy. Aunque con este sentido, la palabra “tango” no procede directamente del término africano, sino del español; y este a su vez la requisa de Cuba. Recuérdese la explicación que daba Pichardo, en Cuba, en 1836.
Como puede verse, el Río de la Plata adquirió dos veces el vocablo. En tiempos coloniales, este se empleó para nombrar un lugar de reunión específico; luego volvió a entrar para dar nombre a una danza relacionada con ese mismo sitio. Fueron dos llegadas con muchos años (y muchos kilómetros) de distancia entre una y otra. Durante cierto tiempo fueron palabras polisémicas, pero en las últimas décadas del siglo XIX se las redujo a un solo significado: el que conocemos actualmente.
¿Tango de los negros?
Vimos que, en un comienzo, “tango” designaba un lugar. Y que con este significado la palabra llegó al Río de la Plata hacia los siglos XVI o XVII procedente del África, junto con la importación de esclavos. Luego fue una danza, y con este otro significado arribó hacia 1870-1880 procedente de España, que a su vez la tomó de Cuba, que a su vez la tomó de la propia África. En el ínterin, la música de los negros en la región sufrió importantes mutaciones, capaces de transformar lo que había sido una expresión tribal atávica en una elaborada forma enriquecida (o contaminada, según como se lo mire) por influencias de otras culturas.
La Ilustración Argentina, nº 33, 30 de noviembre de 1882. Con el título “El Tango”, se muestra un baile de pareja suelta.
La cantidad de esclavos ingresados en toda América sólo puede conjeturarse, ya que no siempre se trataba de un tráfico documentado. Cálculos prudentes varían entre diez y quince millones, aunque cada autor reconoce que le faltaron fuentes o períodos enteros por consultar. Quiere decir que la cifra real debió de ser superior; y Buenos Aires y Montevideo, como puertos importantes para la trata de africanos esclavizados, tuvieron un porcentaje significativo de aquellos millones. Por decirlo de otra manera: en servicio permanente o de paso (no sólo eran puertos de arribo, sino también de tránsito hacia otras regiones, como Santa Fe, Córdoba, Corrientes, Misiones, Tucumán, Salta, más los caminos a Asunción, Potosí, Valparaíso y desde esta última hacia el Callao), hasta bien entrado el siglo XIX, las ciudades del Plata contaron en todo momento con una gran cuota de negros esclavos.
A medida que fueron pasando los años, la relativa laxitud en el trato entre amos y esclavos afincados progresó en franca permisividad por parte de los primeros y en beneficios hasta entonces inéditos para los últimos, quienes aun dentro del marco inhumano que implicaba su explotación pudieron contar con algún tiempo libre y con ciertos lugares donde desarrollar ocupaciones propias. Limitados para realizar labores económicas independientes, consiguieron en cambio una mayor autonomía para socializar con sus pares en el aspecto cultural.
Como se explicó antes, los “tangos” eran sus puntos de encuentro. Hacia 1830 algunos emancipados ya habían progresado hasta convertirse en dueños de sus propios lugares de baile (“reuniones del tambor”, según algún documento de época), con facultades suficientes para solicitar su habilitación forma...